"En Andalucía, como en tantos lugares, ya sólo vota un poquito más de la
mitad del electorado. A veces es un poco menos, pero en cualquier caso
no es importante para los planes del capitalismo actual. Con mucho
menores porcentajes de participación se dan por legitimados los
resultados queridos (como bien se demostró en los referenda sobre la
constitución europea). (...)
Ante el decaimiento del valor, la mercancía, el dinero y el trabajo
asalariado, en un marasmo de guerras, de extensión de la miseria, de
tráficos abominables (de fuerza de trabajo migrante, de mujeres y
menores prostituidas, de órganos, de especies protegidas…) que se
convierten en fuente de ganancia más allá del valor, hasta el punto que
se encuentran entre los principales negocios del planeta, el
capital(ismo) no puede seguir manteniendo la fachada democrática. Con
ello, sus versiones históricas “progres” (la socialdemocracia
vigesimonónica) pierden su sentido y su papel.
El despotismo, que es inherente a este capitalismo terminal, está ya
aquí. personajes como Bolsonaro, Orban, Duque, Duterte, Le Pen, Casado,
Haider… se explican en este contexto. La nueva versión despótica del
capital no será igual a la que se expresó en forma de fascismo, en el
siglo XX. Entre otras cosas, porque el fascismo es un régimen de
conjunción político-institucional para la permanente organización y
movilización de masas.
Fue la forma ‘necesaria’ del capitalismo en
crisis del siglo XX, ante la ruptura revolucionaria de las fuerzas del
trabajo (URSS, soviets de Hungría, Alemania, Austria, la República
española…) y el ascenso de su fortaleza organizada en toda Europa.
En cambio, en la actualidad, una vez que las sociedades han sido
derrotadas (fase neoliberal del capital) la forma despótica del capital
terminal (fase post-neoliberal) de lo que trata es precisamente de lo
contrario, de desmovilizar a la población y de atomizarla al máximo.
Dirigiendo sus vidas por medio de una economía financiarizada, cada más
ficticia, cada vez más letal para la humanidad. Los resultados son y
serán semejantemente brutales para las poblaciones, con procesos de
disciplinamiento social y laboral parecidos, con represión en todos los
niveles y descuartizamiento de la democracia representativa, pero sin
necesidad de desplegar legiones de choque para ello, ni especiales
dispositivos extra-económico-políticos.
Hoy el despotismo se ejerce en nombre de la propia “democracia” (despotismo democrático).
Se realiza a golpe de elecciones (jugadas con todas las ventajas que
dan el poder, el dinero, los sistemas de ponderación de votos, el
control del oligopolio mediático…); se imparte a través de directrices
supraestatales (UE, G20, Foro de Davos, FMI, Banco Mundial, OMC…) o,
cuando hace falta, de ‘impeachments’ y punchs judiciales. (...)
Mientras más parte de las derechas se desplazan al extremo y quieren
romper con el antiguo orden del capital neoliberal-financiarizado,
siendo ellas las que propugnan la ruptura con la UE, y la consecución de
una pretendida “soberanía nacional”, de protección de “los nuestros”,
las izquierdas integradas-entregadas nos hablan de “reformar” aquellas
instituciones hechas para ser irreformables, de hacer una escuela o un
carril bici más o de subirnos 100€ el salario.
Por groseras o espúreas que sean las propuestas de las derechas
ligadas a lo que queda del capital nacional-productivo, tienen la clave
de lanzar un mensaje fuerte para ganarse a gentes abatidas, centradas en
sí mismas, al tiempo que huérfanas de esperanza y de rumbo.
A esas
gentes, las propuestas paliativas y nunca cumplidas de las izquierdas
integradas-entregadas les causan hastío. Entre otras cosas porque no
podrían cumplirlas aunque quisieran. Un capitalismo en declive respecto
al valor y al beneficio no puede ofrecer mejoras, ni pactos, ni
distribución social. (...)
La extrema derecha hace la función de dobermans, que el sistema enseña
para disciplinar las opciones y el voto. “Si no nos votáis a nosotros
vienen los dobermans”. Así, pase lo que pase, se consigue la aceptación y
la legitimidad de las distintas opciones del capital, mientras este
sigue su curso de destrucción social. (...)
¿De qué nos sirve impedir supuestamente el paso a las versiones más
brutales del capital si es el propio capital el que las genera una y
otra vez, especialmente ahora que ya no puede apenas ofrecer una versión
“amable”?
Eso pasa por promover un movimiento alter-sistémico, una izquierda integral,
una recuperación de la Política con mayúsculas, en un sentido
metabólico, para afectar todas las claves de posibilidad y de
reproducción de este orden social. Y no sólo jugar en el raquítico marco
institucional que él ofrece.
El propio capital(ismo) nos aboca cada vez más al todo o nada. Sus
nuevas versiones despóticas en ascenso son una muestra de ello." (Andrés Piqueras, Krítica, 04/12/18)
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