23/3/18

Cambridge Analytica: “Sólo le estoy dando algunos ejemplos de lo que puede hacerse. Lo que se ha hecho”. Se trata de jugar sucio, de hacer ver a los votantes que la oposición es tan corrupta como los que están en el poder. “Enviaremos a algunas chicas a la casa del candidato”. El objetivo no es conseguir pruebas irrefutables. “Suena un poco terrible decirlo, pero estas cosas no tienen que ser ciertas en la medida en que la gente se las crea”

“Las empresas que ganan dinero recogiendo y vendiendo registros detallados de la vida privada de las personas eran descritas antes sin más como ‘empresas de vigilancia’. Su conversión a la definición de ‘medios sociales’ es el engaño más efectivo desde que los ministerios de la Guerra pasaron a llamarse ministerios de Defensa”.

Edward Snowden no podía tener más razón al comentar con estas palabras el escándalo conocido este fin de semana en relación al uso de los datos personales de decenas de millones de usuarios de Facebook por la empresa Cambridge Analytica, que tuvo un papel clave en la estrategia digital de la campaña electoral de Donald Trump. 

Las redes sociales, y en especial Facebook, se han convertido en un agujero en el que millones de personas vuelcan sus gustos personales (sus ‘likes’), sus ideas políticas y su vida, y toda esa información es una materia prima de un inmenso valor para las campañas políticas, las grandes corporaciones y los servicios de inteligencia.

Como dice Snowden, y han recordado antes muchas otras personas, esa información que ofrecemos sirve para vigilarnos. En una dictadura con acceso a los mejores medios tecnológicos, sería útil para encarcelar a los críticos con el sistema, y ya hay algunas que compran tecnología a empresas occidentales, o la desarrollan ellos mismo como es el caso de China. En EEUU y Europa, empresas y partidos políticos pueden tener acceso a ella si pagan lo suficiente para emplearla en las campañas electorales.

Ahora tenemos más claro que lleva muchos años utilizándose en campañas de todo el mundo, pero es en estos momentos, gracias al caudal inmenso de información que entra y sale de Facebook, cuando sus consecuencias pueden ser más graves.

Lo que en otras circunstancias quizá podríamos denominar como el uso inteligente y moderno de las nuevas tecnologías en las campañas políticas cobra un aire más siniestro cuando las empresas ni siquiera respetan las leyes. 

Ese no es el único problema, porque en estos casos se suele hablar también de las “zonas grises”, una forma de describir normas que no sirven en el mundo real para proteger la privacidad de los ciudadanos y que son fácilmente superadas por las empresas, los partidos y organismos gubernamentales interesados en lo que decía Snowden: vigilar a las personas. Y aun más: cambiar su conducta (en las urnas, en sus decisiones como consumidor) en favor del cliente que paga.

No sabríamos nada de lo que ocurrió con Cambridge Analytica, sólo sospechas o indicios sólidos, pero no lo suficientes para alertar a todos, si no fuera por la decisión de otro ‘whistleblower’, otro joven que trabajó dentro de esa maquinaria hasta que decidió contarlo todo.

 Otro Snowden, otro Manning. Christopher Wylie comparte con el primero un cerebro privilegiado y con el segundo, un pasado personal difícil en el que le costó encajar con el resto de la sociedad.

Muchas empresas le habrían ofrecido cantidades ingentes de dinero para trabajar con ellos. Prefirió renunciar a ese futuro en el que no le iba a faltar dinero y contar lo que sabe, lo que quiere decir que se ha colocado en una situación que le puede acarrear serios problemas legales.

Cambridge Analytica se hizo con la información de 50 millones de perfiles de Facebook violando las normas de la compañía y aprovechándose de la pasividad de la empresa a la hora de proteger los datos de sus usuarios.

 Su historia empieza antes, cuando su principal responsable ejecutivo, Alexander Nix, comenzó su actividad de prospección de datos personales con fines políticos en otra empresa, SCL Group, para lo que contrató a Wylie.

Nix dirigía la división de SCL Elections dedicada a la intervención en procesos electorales desde hace muchos años, desde los años 90. Entre los clientes de la corporación estaban el Ministerio británico de Defensa y el Pentágono. Su especialidad eran y son las comunicaciones estratégicas, una forma elegante de describir la capacidad de intervenir en procesos electorales de todo el mundo o en mejorar la implantación y resultados de una empresa en esos países.

En su web en español, la empresa describe sus méritos: “No presuponemos ni dejamos nada al azar, analizamos y dejamos que nuestros análisis de datos nos guíen para elaborar nuestras estrategias e impulsar el cambio conductual. Diseñaremos una estrategia robusta y clara para implicar a su público en el lugar correcto y de la manera correcta”.

En su web en inglés, son algo más precisos: “Desde hace más de 25 años, hemos realizado programas de cambio de conducta en más de 60 países y hemos sido reconocidos por nuestro trabajo en el cambio en asuntos sociales y de defensa”. Presumen de que gracias a su tecnología que combina minería de datos, estadística e inteligencia artificial pueden “prever cómo se comportará la gente” e “influir en los grupos elegidos”.

Su ocupación también podría describirse como “operaciones psicológicas” o “guerras psicológicas” en el caso de producirse en un conflicto político o militar.

Wylie cuenta a The Guardian cómo cree que Steve Bannon supo de la existencia de SCL. Todo se originó en una conversación entre un consultor republicano y un experto en ciberguerra de la Fuerza Aérea de EEUU. Este último le dijo: “Oh, deberías conocer SCL. Hacen ciberguerra para las elecciones”.

Nix y Wylie conocieron en el otoño de 2013 a Steve Bannon, y gracias a él al multimillonario Robert Mercer, a los que convenció del potencial político de estas estrategias en una campaña electoral. 

El apoyo de Bannon, entonces el jefe de la web ultraconservadora Breitbart News y después jefe de la campaña de Trump y su principal consejero estratégico en la Casa Blanca hasta su dimisión fue decisivo para que se formara una nueva compañía en EEUU a la que se llamó Cambridge Analytica para que pudiera participar en las campañas electorales de ese país.
Tenían ahora todo el dinero que necesitaban, pero se enfrentaban a un problema.

 La obtención de datos personales sin violar la ley, a través de incentivos para que la gente se preste a instalar una aplicación que registre sus preferencias en las redes sociales, es una actividad muy cara.

Ahí es donde aparece el motivo por el que la empresa llevaba el nombre de Cambridge. Se aprovechó de los trabajos en esa dirección que se estaban realizando en un centro de la Universidad de Cambridge, que había tenido un gran éxito gracias al trabajo de dos psicólogos, Michal Kosinski y David Stillwell, dedicados al estudio de la personalidad a través de apps para Facebook. 

Una de esas aplicaciones tuvo mucho éxito y a partir de un test de personalidad recibió el permiso de muchos usuarios para acceder a sus perfiles de Facebook. El objetivo: establecer correlaciones entre las características de esos usuarios y toda una gama de sus preferencias personales.

Sería un error pensar que este objetivo parece algo trivial más allá del estudio académico de la psicología. Como cuenta The Guardian, los trabajos de Kosinski y Stillwell recibieron el apoyo de empresas y servicios de inteligencia. Las posibles aplicaciones en el campo de la vigilancia resultaban obvias.

Un profesor de la universidad de Cambridge, Alexander Kogan, fue la pieza que necesitaba Cambridge Analytica para desarrollar todo su potencial al no poder contar con la colaboración de Kosinski y Stillwell al no fructificar las negociaciones económicas. Desarrolló su propia app y comenzó a recibir datos que puso en manos de sus nuevos jefes.

 La justificación que se dio a Facebook es que se hacía con fines académicos. Eso es también lo que se dijo a los usuarios de la red social que aceptaron instalarse la app thisisyourdigitallife a cambio de una compensación económica. Eran centenares de miles de personas, pero la app se diseñó –y ahí es donde dio el gran salto– para que recogiera también los datos y actividad de sus amigos en Facebook.

Unas 270.000 personas habían aceptado formar parte del supuesto experimento académico. Gracias a las características de esa app, y a la incapacidad de Facebook de proteger la privacidad de sus usuarios, su alcance fue exponencialmente mayor.

Cambridge Analytica recibió información sobre 50 millones de perfiles de Facebook. De ellos, 30 millones incluían datos personales suficientes como para poder elaborar un completo perfil psicológico de sus usuarios y de sus temas de interés.

“Facebook tenía que ver lo que estaba ocurriendo”, cuenta Wylie. “Sus protocolos de seguridad se activaron porque las apps de Kogan estaban sacando una cantidad enorme de datos, pero aparentemente les dijo que era para uso académico. Y ellos (Facebook) dijeron, vale”.

A finales de 2015, Facebook fue alertada por una información de The Guardian que contaba que Cambridge Analytica estaba utilizando todo ese material en favor de la campaña del republicano Ted Cruz (tras el fin de las primarias, la empresa pasó a trabajar para Trump). 

Se estaban violando las normas sobre privacidad que la compañía dice defender con todo el celo del mundo. ¿Qué hizo Facebook? Siete meses después de ese artículo (y dos años después de que se empezara a reunir todos esos datos), envió una carta para ordenar que se borrara todo ese material y, según el testimonio de Wylie, nada más.

Su siguiente reacción se produjo el pasado viernes cuando ya sabía desde hace varios días que The Guardian y The New York Times iban a publicar sendos artículos sobre el escándalo. Borró la cuenta de Facebook de Cambridge Analytica y las cuentas personales de Wylie y Kogan. 27 meses después de la primera carta que envió. En ese espacio de tiempo, la empresa prestó una ayuda fundamental a la campaña de Trump y la campaña del Brexit, y trabajó para numerosas empresas privadas.

Cambridge Analytica trabajaba para todo tipo de clientes. Eran básicamente “mercenarios”, en expresión de Wylie. Se sabe que llegaron a hacer una presentación para vender sus servicios a la empresa petrolera rusa Lukoil y que llegara a su consejero delegado, Vagit Alekperov, exministro ruso de Petróleo y, teniendo en cuenta su cargo en una empresa privada tan importante, persona muy cercana a Putin.

 Entre el contenido que se mostró a la empresa rusa, está el ejemplo de una campaña de rumores que se extendió en las elecciones de Nigeria de 2007 sobre un probable fraude electoral.

No hay pruebas de que llegaran a conseguir un contrato con Lukoil, pero lo que está claro es que Cambridge Analytica ofrecía esos servicios.

En la práctica, Facebook se ha convertido en un monopolio cuya materia prima servirá para construir todo tipo de operaciones de desinformación en el mundo, operaciones que sólo tienen garantías de éxito cuando sus responsables cuentan con un conocimiento muy alto de la sociedad en la que están funcionando.

 Sería de otra manera si Facebook pudiera convencernos de que está en condiciones de proteger la seguridad de los datos que les entregan sus usuarios. Lo ocurrido con Cambridge Analytica lo desmiente.

Hubo un tiempo en que era suficiente con sobornar a un grupo de militares para que montaran un golpe de Estado. En otros casos, también tuvieron que pagar una huelga de camioneros o grupos de alborotadores para crear una sensación de caos en las calles.

Ahora quizá ya no sea necesario llegar a esos niveles de violencia. El análisis de los datos personales en tiempo real es uno de los mecanismos que pueden ofrecer los mismos o similares resultados políticos o empresariales bajo la pantalla mucho más pacífica y en apariencia irreprochable de unas elecciones o una campaña política en favor de determinada idea.

Es la última evolución de la democracia que comienza cuando das a Like en tu página personal de Facebook. Una empresa como Cambridge Analytica se ocupará del resto. No será la única."              (Íñigo Sáenz de Ugarte, 19/03/18)




"El manual electoral de Cambridge Analytica: manipulación, trucos sucios y chicas guapas.

Channel 4 ha ofrecido en la noche del lunes el desenlace más adecuado para continuar las informaciones de los últimos días sobre la empresa Cambridge Analytica y sus relaciones con Facebook. Un reportaje de cerca de 20 minutos realizado con cámara oculta en su casi totalidad muestra conversaciones de los dos principales responsables de la compañía, Alexander Nix y Mark Turnbull, en las que estos explican sin problemas a unos clientes potenciales por qué son la alternativa perfecta para conseguir que en unas elecciones, en este caso en Sri Lanka, gane el candidato correcto.

Gracias a esos diálogos donde vemos a los jefes de CA vender con seguridad y un punto de arrogancia las virtudes de su trabajo, descubrimos que su especialidad va más allá de los algoritmos y la información que los usuarios de redes sociales vuelcan en plataformas como Facebook.

 La suya es una empresa integral en el negocio de ganar elecciones que no desdeña las tareas digamos tradicionales con las que se han manipulado elecciones por todo el mundo durante décadas. Difundir rumores y noticias falsas, contratar a antiguos agentes de inteligencia para sacar trapos sucios de los partidos rivales e incluso utilizar chicas guapas para conseguir situaciones comprometidas.

El equipo de Channel 4 se hace pasar por representantes de una persona con mucho dinero de Sri Lanka que pretende que gane su partido. En su primera cita se ven con Mark Turnbull, director general de CA, y Alex Tayler, ‘chief data officer’. Ahí se habla mucho de la parte del negocio que ha hecho famosa a la empresa por su intervención en la campaña de Donald Trump.

 Hay que conocer las esperanzas y los miedos de los votantes, incluidos aquello “de lo que no se habla”, los que son casi “inconscientes”. “No es bueno luchar en las campañas electorales basándose en los hechos, porque en realidad todo tiene que ver con las emociones”, aconseja Turnbull.

Pero también hay espacio para asuntos más confidenciales. Les preguntan sobre información de inteligencia: “Tenemos relaciones y acuerdos con organizaciones especializadas que hacen ese tipo de trabajo”. En futuras reuniones, concretarán mucho más. Queda clara su experiencia por todo el mundo. 

Afirman que han trabajado en África, México, Argentina, India y la República Checa, y que próximamente lo harán en Brasil (donde deben celebrarse elecciones presidenciales y legislativas en octubre de 2018), Australia y China (en el caso de China, no en el tema electoral, obviamente),

El reportaje recuerda lo que pasó en Kenia, donde Cambridge Analytica trabajó en secreto para el presidente Uhuru Kenyatta. La campaña de 2017 estuvo marcada por la desinformación y los trucos sucios, incluidos vídeos de tono “apocalíptico” sobre una posible victoria de la oposición. 

Kenyatta ganó esas elecciones, anuladas después por el Tribunal Supremo, que ordenó su repetición. El presidente consiguió otra vez la victoria, esta vez en buena medida a causa del boicot de la oposición. Fue un espectáculo político deplorable para Kenia y un gran éxito para CA.

Los responsables de la empresa comunican que ellos no se limitan a asesorar. Dirigieron las campañas de Kenia de 2013 y 2017, cuentan, escribieron el programa electoral del partido en el poder, hicieron dos sondeos con una muestra de 50.000 personas y escribieron los discursos: “Lo diseñamos todo”.

En la siguiente reunión, van un poco más lejos. Sobre la posibilidad de conseguir información negativa sobre los rivales, tienen recursos suficientes. “Conozco gente que trabajó para el MI5 y MI6 (los servicios de inteligencia británicos). Ahora trabajan para organizaciones privadas Encontrarán todos los esqueletos en su armario (del partido rival) y de forma discreta os entregarán un informe”, explica Turnbull.

Un dato más que deben conocer sus interlocutores. “Quizá tengamos que firmar el contrato con un nombre diferente (no el de CA) para que no exista ningún rastro escrito con nuestro nombre”.

No es el momento de enseñar todas las cartas. Turnbull alega que no están en “el negocio de las noticias falsas, las mentiras y las trampas”. “No enviaríamos a una chica guapa a seducir a un político y grabarle en el dormitorio”. Quizá no convenga asustar tan pronto al cliente. Todo tiene su ritmo.

Hay una reunión final y en ese momento ya no es necesario disimular. Asiste también el máximo responsable de Cambridge Analytica, Alexander Nix, del que ya conocemos, gracias al testimonio de Christopher Wylie, su participación decisiva en la fundación de la compañía, su colaboración con la campaña de Trump y su utilización de los recursos conseguidos gracias a Facebook y vulnerando la privacidad de los usuarios.

Nix va al grano, como se puede ver en el reportaje. Básicamente, está garantizando la victoria electoral con todos los medios que sean necesarios. “Hay que asegurarse de que haya un vídeo. Estas tácticas son muy efectivas. Tener pruebas de corrupción de inmediato con un vídeo y luego ponerlo en internet”.

 ¿Quién se ocuparía de eso?, le preguntan. “Alguien a quien conocemos”, es la respuesta (más tarde dirá que subcontratan esos servicios a empresas británicas o israelíes, como ya hicieron en un país de Europa del Este).

El ejemplo que da consiste en enviar a alguien que se haga pasar por un rico empresario (a los británicos les encanta hacer chistes en estas situaciones y Turnbull suelta: “Soy un maestro de los disfraces”). “Ofrecerá una gran cantidad de dinero al candidato para financiar su campaña a cambio de tierras por ejemplo”.

Un intento de soborno a un candidato es un delito en Reino Unido y EEUU, dos países en los que CA cuenta con sedes, además de en los países en cuyas campañas ha trabajado la empresa.
Nix está lanzado. 

“Enviaremos a algunas chicas a la casa del candidato”. “Es sólo una idea, podemos enviar a unas ucranianas que estén de vacaciones. Ya sabe a qué me refiero”. Sus interlocutores se ríen. Ya saben a qué se refiere y les encanta que lo haya dicho mientras se está grabando la conversación.

También tiene en mente la posibilidad de que algo salga mal, que el candidato rival no coja el dinero o que las chicas no consigan su objetivo. El objetivo no es conseguir pruebas irrefutables. “Suena un poco terrible decirlo, pero estas cosas no tienen que ser ciertas en la medida en que la gente se las crea”.

Se trata de jugar sucio, de hacer ver a los votantes que la oposición es tan corrupta como los que están en el poder. Ya habían dicho que en una campaña las “emociones” son más importantes que los hechos.

“Sólo le estoy dando algunos ejemplos de lo que puede hacerse. Lo que se ha hecho”.
De lo que se ha hecho. Cambridge Analytica lleva en el negocio el tiempo suficiente como para ofrecer resultados palpables en la manipulación de las urnas y de la voluntad de los votantes. 

Si algo sale mal y todo acaba en descrédito de la democracia o en violencia, el Gobierno del país donde CA tiene su sede principal siempre podrá decir que está “profundamente preocupado” por los acontecimientos y pedirá “contención” a las partes enfrentadas. Para entonces, Cambridge Analytica ya habrá cobrado sus honorarios. (...)"              (Íñigo Saéns de Ugarte, 20/03/18)


"El vendaval no ha hecho más que empezar. La intimidad de 50 millones de usuarios de Facebook ha sido supuestamente violada y sus datos personales, usados sin su consentimiento para la campaña electoral de Donald Trump.

 Ocurrió hace dos años, pero los afectados aún no han sido informados y posiblemente ni siquiera han sido identificados por la empresa de Mark Zuckerberg. El escándalo, cuya profundidad real todavía no se conoce, ha abierto una inmensa crisis de confianza. Washington, Londres y Bruselas han exigido explicaciones y en el horizonte ha emergido la sombra radiactiva de Cambridge Analytica. 

 Bajo este pulcro nombre, se oculta una compañía que durante años fue considerada el gran prodigio de la alquimia electoral y que ahora, tras una investigación The New York Times y The Observer, amenaza con desintegrar a todo el que se le acercó. 

Una bomba de relojería capaz por igual de ofrecer chantajes a políticos que de juguetear con los demonios de la trama rusa y sus grandes protagonistas. Desde el caído consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, hasta el ex estratega jefe de Trump, Steve Bannon, y el yerno presidencial, Jared Kushner.

Todos tuvieron trato con Cambridge Analytica y todos se mantienen estos días un paso atrás. Esperan posiblemente ver el desenlace de una historia que en su día no levantó sospechas. La compañía fue creada en 2013 para participar en la política estadounidense. Su principal inversor (15 millones de dólares) fue el multimillonario Robert Mercer, gran padrino de Steve Bannon, de su portal Breitbart y de las corrientes oscuras de la nueva ultraderecha americana. 

El objetivo de Mercer era emplear en la liza electoral las asombrosas técnicas psicográficas anunciadas por la empresa. Un método casi orwelliano sobre cuya verdadera eficacia hay dudas, pero que pronto obnubiló al entorno de Trump.

La pequeña firma, liderada por el elegante y peligroso Alexander Nix, está especializada en recoger datos online y crear con ellos perfiles de los votantes. Fichas que sirven de diana a la publicidad electoral.

 “Si conoces la personalidad del elector, puedes ajustar mucho más tus mensajes y multiplicar el impacto”, ha señalado Nix. La prioridad, bajo esta premisa, no radica ya en la edad, sexo o raza del votante, sino en las tendencias emocionales. Conociéndolas, se puede influir en ellas. Esa es la mercancía que vende Cambridge Analytica.

El modelo, como ha analizado el portal Vox, fue desarrollado por el investigador de la Universidad de Cambridge Michael Kosinski y, a grandes rasgos, surge de conectar los likes de un usuario en Facebook con un test de personalidad (OCEAN) que mide si un individuo es abierto a la experiencia, meticulosa, extrovertida, amable u obsesiva.

 Este retrato, unido a la información de acceso libre que flota en el universo digital sobre el usuario (compras, hábitos, viajes…), sirve para configurar el llamado perfil psicográfico. Un instrumento pretendidamente revolucionario que, a juicio de sus autores, permite prever la tendencia de voto.

Atraídos por este botín, los republicanos contrataron los servicios de Cambridge Analytica durante las legislativas de 2014 en Arkansas, Carolina del Norte y New Hampshire. El éxito sonrió y, en las primarias para las presidenciales, la compañía pasó a trabajar para los conservadores Ted Cruz y Ben Carson. Derrotados estos candidatos, la empresa no tuvo empacho en ponerse al servicio del emergente Trump. La contratación la formalizó su yerno, Jared Kushner.

Las expectativas eran altas. Nix había alardeado de disponer de información de 230 millones estadounidenses y ofrecía la victoria con un método infalible. Pero la realidad había sido otra. Pese a las alharacas, cuando aterrizó en EEUU sus datos eran muy limitados. No tenía nada que le permitiese abordar un reto como las legislativas.

La solución que supuestamente halló fue tan sencilla como carente de escrúpulos. Un investigador de la Universidad de Cambridge que había participado en el desarrollo del método original, el psicólogo ruso-americano Alexander Kogan, le tendió el cable. 

 Autorizado por Facebook, siempre según los medios estadounidenses, Kogan había realizado como académico una investigación psicológica entre usuarios y había recogido con una aplicación los vaivenes de su actividad. Aunque solo 270.000 personas le habían dado permiso explícito, él obtuvo perfiles brutos de 50 millones de usuarios. Y ese fue el combustible de Cambridge Analytica.

El uso que hizo el equipo de Trump de estos datos todavía no se conoce. Su gurú electoral, el iconoclasta Brad Parscale, ha negado que le fueran de utilidad. Pero también ha reconocido que si el multimillonario neoyorquino ganó fue por Facebook. Y el sistema para hacerlo, según su propio relato, fue acertar con la publicidad de campaña. 

Segmentar, apuntar y disparar. Precisamente la especialidad de Cambridge Analytica. Un esfuerzo que le llevó a lanzar una media de 50.000 anuncios diarios (con picos de 100.000) y que pocos dudan de que resultaron claves en unos comicios que se dirimieron por 77.000 votos en tres Estados. En recompensa, Parscale ha sido nombrado jefe de la campaña para la reelección de Trump.

Junto a este apoyo electoral, Cambridge Analytica dio un paso todavía más tenebroso e inexplicado. Por un lado, aceptó los servicios del general Flynn, entonces asesor electoral de Trump y posteriormente uno de los principales implicados en la trama rusa. Por otro lado, se dirigió a Julian Assange, fundador de Wikileaks y que, según los servicios de inteligencia estadounidenses, diseminó la información robada al Partido Demócrata por el Kremlin. 

La intención con este acercamiento era supuestamente conseguir los 33.000 correos electrónicos que Hillary Clinton había hecho desaparecer de su servidor privado y que, si habían caído en manos de hackers rusos, podían acabar en poder de Assange. Un arma letal para Trump.

El fundador de Wikileaks rechazó públicamente la oferta, pero el triángulo había quedado establecido. Abierta la investigación sobre la posible coordinación de Moscú y el equipo electoral del republicano para derrotar a Clinton, el fiscal especial, Robert Mueller, no tardó en solicitar a la empresa todos los mails relacionados con la campaña e incorporó este sorprendente caso a su investigación.

Trama rusa, manipulación de datos y apoyo a la ultraderecha. Los frentes abiertos son muchos. En el vertiginoso mundo de los bulos y las intoxicaciones masivas, Facebook se ha topado con otro boquete. 

La red social, que ya tuvo que reconocer el año pasado que hasta 126 millones de sus usuarios se vieron expuestos en los comicios a propaganda vinculada al Kremlin, se enfrenta ahora a un desafío mayor. Ya no es sólo que fuera utilizada por Moscú como una autopista en favor de Trump, sino que los datos privados de un 15% de la población de EEUU fueron supuestamente robados de sus arcas con fines electorales."                      (Jan Martínez Ahrens, El País, 21/03/18)

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