"(...) Fomentar la globalización en el contexto de la revolución tecnológica en
curso ha favorecido globalmente el crecimiento económico. Pero
gobiernos y organismos internacionales han fracasado de manera notable a
la hora de contrarrestar los resultados distributivos adversos a escala
nacional. (...)
Entretanto, la fase neoliberal de la globalización ha evolucionado
como un ‘capitalismo de rentistas’ en el que hay cada vez más ingresos
que acaban en manos de quienes poseen propiedad física, financiera o
intelectual.[3] Los ingresos rentistas se han visto impulsados por el
incremento de la concentración de empresas en muchos sectores económicos
– encarnado en el ascenso de ‘empresas superestrellas’ – y por la
acción gubernamental, sobre todo notablemente por el reforzamiento de
los derechos de propiedad intelectual y el crecimiento de un Estado que
otorga subvenciones, pues los gobiernos han elegido competir lanzando
subvenciones a las grandes corporaciones y a los particulares ricos. Al
obrar así, han agotado regresivamente los presupuestos públicos.
Un término para describir esta política fiscal convencional es el de pluto-populismo,
por el cual los recortes fiscales y las subvenciones se concentran en
los llamados emprendedores y ‘creadores de riqueza’, mientras se
recortan prestaciones del Estado y servicios públicos destinados a
grupos de rentas bajas, ostensiblemente con el fin de reducir los
déficits presupuestarios que son resultado de la generosidad fiscal
hacia los rentistas. [4]
Por consiguiente, en la mayoría de los
países, la parte de la renta que corresponde al capital ha aumentado de
modo drástico y la porción que corresponde al trabajo se ha desplomado. (...)
Si queremos escapar del paradigma económico regresivo, debemos
alimentar un relato y un vocabulario que se centren en los grupos
socioeconómicos emergentes. A este respecto, se ha ido configurando una
estructura global de clases en la que la nueva clase masiva es el
‘precariado’.
El precariado se define en tres dimensiones.
Primero, quienes
se encuentran en él se ven presionados para aceptar una vida de trabajo
inestable, inseguro, en el que la informalización se está hoy
generalizando por medio de relaciones laborales indirectas en la
‘economía del conserje’ [todo por encargo y de inmediato], el ‘crowd
labour’ [trabajo mediante transacciones digitales sin relación laboral] y
contratos de disponibilidad [‘on-call contracts’]. En la próxima
década, la mayoría de las transacciones laborales pueden ser de este
género, y serán ubicuos los mediadores laborales y las aplicaciones.
Pero
si bien muchos comentaristas afirman que el precariado se define
sencillamente por el trabajo inseguro, lo que es más importante es que
carece de identidad o relato de su ocupación profesional, debe realizar
una cantidad creciente de trabajo-por-empleo que ni se reconoce ni se
remunera, y normalmente tiene que desempeñarse en empleos por debajo de
su nivel educativo.[5]
La segunda dimensión consiste en
una ‘renta social’ diferenciada. El precariado depende principalmente
del salario en dinero, que ha ido cayendo en términos reales a la vez
que se vuelve cada vez más volátil e imprevisible.
El precariado está
perdiendo también las prestaciones de empresa no salariales (permisos
remunerados, permisos médicos, pensiones por ocupación profesional,
etc.) que ofrecen una seguridad asentada en el trabajo. Perder eso
significa que los ingresos monetarios minimizan la creciente
desigualdad.
Para agravar la inseguridad, el precariado ha
perdido prestaciones del Estado asentadas en derechos, y se ha visto
afectado por la deriva hacia prestaciones condicionadas a la evaluación
de medios económicos y del comportamiento. Las trampas de pobreza
resultantes y lo que he llamado ‘trampas de precariedad’ son poderosos
desincentivos a la hora de aceptar empleos de bajos salarios.
El
precariado se enfrenta a menudo con lo que son en efecto tipos
impositivos marginales por encima del 80%, que deplorarían los
organismos internacionales si se aplican al salariado o a las élites.
La tercera dimensión
del precariado resulta crucial. Quienes se encuentran en él están
perdiendo toda forma de derechos, civiles, culturales, sociales,
económicos y políticos [5]. Se ven reducidos a la condición de
suplicantes, obligados a complacer a la gente para ganarse sus ingresos o
prestaciones y dependientes de burócratas que emitan juicios
discrecionales que les sean favorables.
Se trata de algo humillante y
acrecienta la sensación de inseguridad. Si bien son evidentes
estas dimensiones del precariado, nos faltan todavía las estadísticas
requeridas para analizarlas adecuadamente.
(...) debe reformarse la regulación laboral para que se corresponda con las
formas emergentes de relaciones laborales, habría que regular las
prácticas de contratación y habrá que ajustar el sistema de regulación
de las ocupaciones profesionales para fortalecer el derecho a
prácticas.
Puesto que una gran proporción del precariado
consiste en migrantes, se precisa un debate de mayor madurez sobre la
migración.
Se ha visto dominado por lo que se dice de muros y
restricción de prestaciones, y la política ha sufrido una regresión
siguiendo rumbos basados en la clase. También se hace necesario
responder al crecimiento de regímenes de exportación de trabajo. La OCDE
debería ocuparse de estas cuestiones.
Lo que es importantísimo
es que la distribución de ingresos del siglo XX se ha desmoronado. A lo
largo y ancho de la OCDE, los salarios reales llevan tres décadas y es
improbable que suban gran cosa en el próximo decenio, por razones
tecnológicas y de globalización. Si este es el caso, las opciones
consisten bien en permitir que la desigualdad crezca o en erigir un nuevo sistema de distribución que asigne ingresos de forma más equitativa.
Esto último no es lo mismo que ingeniar una política fiscal más redistributiva.
El nuevo sistema debería promover un crecimiento ecológicamente
sostenible y mostrar un respeto apropiado por los libres mercados.
Esta
perspectiva debería conducir a reconsiderar mecanismos emancipatorios,
tales como la renta básica y los fondos soberanos, que deberían
resultarles atractivos a gobiernos, empresarios, sindicatos y precariado
en general. En resumen, la perspectiva debería permitirnos contemplar
la fase de re-inserción de la Transformación Global." (Guy Standing
, Sin Permiso, 15/04/2018)
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