"En la vida hay lecturas que más que aprender, te hacen cambiar la
perspectiva de las cosas. Hoy os quiero hablar de dos ejemplos de ellas.
En concreto, de dos lecturas que me cambiaron la forma de ver el
problema de las mujeres en los países desarrollados.
Es decir, en los
países donde no hay discriminaciones formales, pero dónde las mujeres
siguen estando infra-representadas en el poder y sigan cobrando menos
que los hombres a pesar de tener los mismos o más estudios.
Dos
lecturas muy diferentes que seguramente pongan de relieve que no soy
experta en el tema y que he ido aprendiendo de él sin un orden muy
concreto, pero que, creo, pueden ayudar, a enfocar el tema de una forma
que permita comprenderlo mejor. Tanto el problema de las mujeres, como
el de otros colectivos infra-representados como las minorías étnicas.
El primer artículo es un artículo de diario sin ninguna pretensión académica escrito por Damon Young y se llama “Los hombres simplemente no confían en las mujeres- y es un problema enorme”.
El artículo, que no he parado de recomendar desde que lo leí, es un
relato de un hombre que explica que se ha dado cuenta de que, cuando su
mujer le explica cosas, su reacción casi automática es ponerlas en duda o
asumir que están exageradas.
Es decir, que, a diferencia de lo que le
ocurre con lo que le dicen los hombres, con las mujeres, incluso la suya
a quién respeta, está muy predispuesto a pensar que su opinión no debe
ser tomada en consideración de forma directa, debe matizarla. A pesar de
que el artículo claramente no pasa de anécdota y no contiene datos ni
teoría potente detrás, me abrió los ojos como pocas cosas me los han
abierto en mi vida.
No os puedo explicar cuántos ejemplos me vinieron a
la cabeza, ya entonces, de situaciones en las que yo creía que había
dicho una tontería, aún sin tener muy claro cuál, por la reacción que
había suscitado en el hombre a quién se lo había dicho. Nunca nada
demasiado grave, pero eran tantos los momentos que la acumulación me
había hecho perder la confianza en mis opiniones, además de hacerme
perder seguro proyectos interesantes.
Momentos en los que parecía que mi opinión debía ser matizada, aunque
no me quedara muy claro cuál había sido el matiz exacto que se había
aportado. Momentos en los que, antes de que acabara de expresar mi
opinión, mi interlocutor me cortaba, porque creía, que ya sabía lo que
quería decir y le había dado tiempo incluso de pensar como rebatirme
(sí, antes de haber siquiera acabado el punto él ya sabía que estaba
mal). Conversaciones sobre lo exagerado que era mi punto de vista, o
reuniones en las que mis ideas parecían caer en saco muerto, hasta que
eran expresadas por hombres.
Ese artículo, encontrado en por causalidad
en mis redes social, me cambio la forma de ver la situación porque me
enseño que, quizá, el problema no era que mis ideas necesitaran ser
matizadas, fueran previsibles o estuvieran mal expresadas (todas cosas a
las que yo había atribuido a mi problema hasta entonces), quizá la
causa era más profunda y no tenía nada que ver conmigo.
Y ahí es donde entra el segundo artículo, en este caso artículos,
esta vez con muchas más pretensiones académicas, de hecho, ganador de un
nobel de economía: juicios bajo incertidumbre: heurísticas y sesgos, de Tversky y Kahnemann.
Conocí la obra de los dos autores israelís durante mi máster y, aunque
recuerdo quedarme muy fascinada por sus ideas, no fue hasta este
invierno, mientras leía el fantástico libro de Michael Lewis sobre su amistad, que me di cuenta de lo relevantes que eran sus obras para las ideas que me había generado el primer artículo.
En su estudio sobre los sesgos que cometemos los humanos al juzgar y
razonar, Kahnemann y Tversky encontraron que uno de los mecanismos más
comunes para generar un juicio sobre un objeto o persona (ya sea decidir
si un jugador de futbol será bueno, si un donut estará rico, o si una
economista sabrá ser una buena ministra de finanzas) es contar cuantas
figuras y elementos tiene esta persona en común con los objetos ideales
que tenemos en la cabeza como ejemplos que sí cumplen con el criterio
que estamos juzgando.
Por ejemplo, si los jugadores de básquet que ya
sabemos que son buenos que se nos ocurren son altos, rápidos, fuertes y
agiles, para juzgar si un jugador concreto será bueno, contamos cuantas
de estas características cumple. El problema, como ellos muy bien
explicaron, es que no todas las características que contamos a la hora
de juzgar las similitudes entre los objetos son relevantes para el
juicio que queremos emitir.
Es decir, puede que el hecho de que un
jugador de básquet sea bueno esté relacionado con que sea alto, y
fuerte, pero quizá no está relacionado con otras características que
también tienen muchos jugadores de básquet buenos como ser americanos o
negros. No obstante, el cerebro no es capaz de diferenciar bien las
características relevantes de las que no lo son, en su cálculo de las
probabilidades de que el objeto vaya a parecerse al objeto ideal, cuenta
tanto las características relevantes como las que no lo son. Parece
absurdo, pero la evidencia que presentan es bastante clara en este
respeto.
Y ahí, es dónde aparece el problema, porque, ¿Qué característica
irrelevante pero muy extendida acostumbran a tener los ministros de
finanzas, los CEOs de empresa, la gente con poder o aquellos cuyas
opiniones estamos acostumbrados a escuchar con interés?
Efectivamente,
son hombres (blancos). Con lo que las mujeres (o minorías étnicas)
tienen, por sistema, un elemento que siempre les perjudica a la hora de
ser juzgadas por su competencia y similitud al modelo ideal.
Efectivamente, si cumplen con muchas otras de las características que
tienen las personas de éxito y consiguen hacerlas visibles, pueden
acabar pasando con éxito la comparación, pero siempre les será un poco
más complicado que a los hombres (blancos).
Inconscientemente, aquellos
que juzgan, o escuchan expresar una opinión, perciben una distancia
extra con el ideal de persona competente, y por lo tanto, tienden a
tomarnos menos en serio y a escuchar con menos atención. Una dinámica
que explica, por ejemplo, porque las blind-auditions de las orquestras cierran el gap de género que se abre cuando las audiciones se hacen sabiendo el aspecto y género del músico, o porque el trabajo de las mujeres se infra-valora especialmente en trabajos dominados por los hombres
pero no en otros casos.
Es evidente que nadie quiere que esto ocurra,
que es perjudicial para el director de orquestra o para el manager de la
empresa, pero el cerebro funciona como funciona, y no es fácil evitar
sus sesgos.
Existen un seguido de sesgos a la hora de pensar, escuchar y juzgar,
una serie de sesgos que son muy difíciles de controlar si no eres
consciente de ellos, que unidos a los problemas de falta de acceso a las redes de amigos,
afectan las probabilidades de que las mujeres (o las minorías étnicas)
compitan en igualdad de condiciones con los hombres(blancos).
Un hecho
que seguramente, explique una parte muy importante de la famosa
infra-representación de las mujeres(minorías étnicas) y que justifique
porque las cuotas no empeoran la actuación de las instituciones. Al
final, lo que hacen, es romper este sesgo, y obligar a escuchar a
aquellos colectivos que inconscientemente son ignorados y permiten
eliminar de los juicios características que claramente no ayudan a
escoger a los mejores. No rompen la meritocracia, de hecho, es probable
que sea la única forma de poder aplicar algo que se le parezca." (
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