"El crecimiento de la extrema derecha en toda Europa y la paradójica
realidad de que las clases populares y las familias trabajadoras no
son el sector mayoritario entre los votantes de las organizaciones de
izquierdas nos empuja a la reflexión acerca de cómo deberíamos
intervenir en la arena política y social. (...)
En los años cuarenta del siglo XX el
psicólogo estadounidense Abraham Maslow presentó una teoría que
describía las necesidades humanas de forma jerárquica. Como si
habláramos de una pirámide, en la que se asciende desde lo elemental
hasta lo más sofisticado, las necesidades que conformarían la base
serían las fisiológicas (respirar, alimentar…), a las que siguen las
necesidades de seguridad (física, de empleo, de salud…), las de
afiliación (amistad, afecto…), las de reconocimiento (respeto, éxito…) y
finalmente las de autorrealización (creatividad, espontaneidad…).
Basándose en dicha teoría, el sociólogo
Ronald Inglehart desarrolló en los setenta una tesis con la que trataba
de explicar el cambio social. Según Inglehart, cualquier sociedad
busca saciar sus necesidades de supervivencia antes que otro tipo de
necesidades, de tal manera que en su desarrollo primero predominan los
valores materiales (fundamentalmente económicos) y después los
post-materiales.
Usando este marco, Inglehart predijo que debido al
desarrollo del Estado Social, la paz y la política keynesiana de
posguerra las generaciones nacidas tras la IIGM serían
post-materialistas y, como resultado del cambio generacional, las
sociedades en su conjunto tenderían hacia el predominio de valores
post-materiales. Además, Inglehart también predijo que todo ello
cambiaría la forma de participación política, facilitaría la
constitución de nuevos partidos adaptados a esos valores y alteraría el
voto de clase.
En el fondo, se trata de una tesis sobre
el «aburguesamiento», o así lo vio Inglehart ya en los setenta cuando
analizó el mayo francés de 1968. Desde mucho antes la sociología había
evidenciado que el voto tenía un alto componente de clase, y que en
consecuencia era esperable que la clase obrera votara a los partidos de
izquierdas.
Según Inglehart, el mayo del 68 modificó estas lealtades.
En las elecciones subsiguientes a la revuelta francesa la clase media
se había desplazado hacia los partidos de izquierdas mientras que la
clase trabajadora lo había hecho hacia la derecha que representaba de
Gaulle.
¿Por qué? Varios años antes un trabajo muy famoso del sociólogo
Seymour M. Lipset había puesto de relieve que la clase trabajadora
tenía valores más autoritarios que la llamada clase media, así que
Inglehart entendió que la clase obrera, en la disyuntiva de elegir
entre jóvenes estudiantes con extrañas demandas post-materiales y la
política del orden del general francés… se quedó con este último.
En
cambio, los jóvenes de clase media, y los jóvenes en general, defendían
ahora valores postmateriales (necesidades de pertenencia, estéticas e
intelectuales) y se inclinaban hacia una izquierda que entendía esas
demandas como parte del cambio social. En suma, el proceso de
desclasamiento estaba ya en marcha.
En uno de sus últimos trabajos Inglehart
recoge un gráfico en el que se puede observar cómo los partidos
políticos de las sociedades occidentales han ido modificando sus
prioridades políticas, medidas a partir de sus programas electorales.
Hasta la década de los setenta las mayores preocupaciones de los
partidos habían sido de carácter económico, es decir, materiales.
Sin
embargo, desde entonces y sobre todo a partir de los ochenta los
partidos han dado mayor peso a las demandas no-económicas en sus
ofertas políticas. Inglehart ve aquí una ratificación de su tesis, pues
reflejaría que actualmente la mayoría de los partidos dan más
importancia a los conflictos culturales (en los que incluye la
inmigración, el terrorismo, el matrimonio homosexual, el aborto, las
identidades de género, etc.) que a los económicos.
Algunas críticas a la tesis y la irrupción de la extrema derecha
A lo largo de las últimas décadas han
sido muchas las críticas a la tesis de Inglehart. Como no puedo
abordarlas todas, subrayaré solo dos que el propio autor ha reconocido
como válidas. Se ha criticado que la predicción es demasiado optimista y
lineal. Optimista porque presupone una victoria en el medio y largo
plazo de los valores post-materiales cuando podría ocurrir que, por
ejemplo, sectores sociales enteros reaccionasen y se organizaran contra
esos valores.
Esta opción, bautizada en los años noventa como
“contrarevolución silenciosa” por el politólogo Piero Ignazi, permite
explicar el ascenso de la extrema derecha. También se ha criticado que
la tesis ignora contingencias como las crisis económicas que pueden
provocar que personas con valores post-materiales vuelvan a dar más
importancia a los valores materiales.
El caso es que este debate se ha
recrudecido debido al ascenso de la extrema derecha en gran parte de
Europa. La tesis de Inglehart acerca de este fenómeno es, como ya se ha
apuntado, que la crisis ha «convertido» temporalmente a muchas
personas en materialistas y que además la extrema derecha se ha
organizado para canalizar la «reacción cultural» de sectores sociales
que se sienten amenazados por los valores post-materiales.
Varones
amenazados por el feminismo, empresarios y trabajadores amenazados por
el ecologismo, personas de valores tradicionales amenazadas por el
multiculturalismo, el aborto regulado, el matrimonio homosexual… El
propio Inglehart ve en movimientos como el de Bernie Sanders en EEUU y
Jeremy Corbyn en Reino Unido, con políticas más “socialistas” en lo
económico y que preservan los valores «postmateriales» conquistados, el
antídoto contra esta reacción.
Obsérvese que Inglehart despliega una
tesis de fondo muy materialista, y sin embargo interpreta el ascenso de
la extrema derecha como una cuestión cultural. Por decirlo de alguna
manera, aunque el origen de la disrupción sería económico (inseguridad y
desprotección material) la canalización sería cultural (voto contra
valores postmateriales).
En realidad, frente a lo que en ocasiones se
ha planteado acerca de la extrema derecha, su rasgo común no reside
tanto en su programa económico como en su honda tendencia autoritaria y
reaccionaria frente a los valores post-materiales (democracia,
identidad, multiculturalismo, etc.) aunque, eso sí, todo aderezado con
un discurso anti-establishment.
Para describir esto he recogido en un
gráfico a los principales partidos de extrema derecha en Europa,
situándolos en un doble eje que describe tanto el continuo derechos
civiles–autoritarismo como el continuo redistribución–liberalismo.
En
breve, cuanto más a la izquierda del gráfico más partidario se es de
subir impuestos para pagar servicios públicos, regular los mercados,
redistribuir rentas y la intervención del Estado en la economía; cuanto
más abajo del gráfico más partidario de la libertad frente al Estado,
los derechos civiles como el matrimonio homosexual, políticas
migratorias laxas, políticas multiculturales, derechos para las
minorías, cosmopolitanismo y políticas medioambientales.
Para facilitar
las comparaciones he dibujado a cada partido con un tamaño
proporcional a su última estimación media de voto. Además, he incluido a
los principales partidos españoles en el mismo doble eje.
El gráfico está construido a partir de
las valoraciones que los expertos hacen de los programas de los
partidos políticos. Por eso también puede ser leído como una
aproximación a los valores materiales/post-materiales que defienden los
partidos. No nos habla de la cantidad pero sí del contenido.
Por
ejemplo, cualquiera puede observar que mientras la acusación acerca de
que tanto IU como Podemos defienden valores postmateriales es correcta
(hay un fuerte compromiso con esos valores) al mismo tiempo no es
cierta la acusación de que no defienden valores materiales (porque
también hay un fuerte compromiso con dichos valores). Por eso están
ambos en la esquina inferior izquierda. Por cierto, apunte al margen,
suficientemente juntos como para relativizar las pequeñas diferencias
frente a los monstruos de arriba.
El caso de España
Por eso, llegados a este punto, nos
tenemos que preguntar qué ha ocurrido y está ocurriendo en nuestro
país. He empleado la misma base de datos, que se caracteriza porque
calcula la importancia de cada demanda dentro del programa electoral, y
he seleccionado a los principales partidos españoles ponderando su
peso por el voto.
No obstante, me parecía cuestionable simplemente
diferenciar entre lo económico y lo no-económico, razón por la cual,
siguiendo a algunos críticos de Inglehart, he creado otros dos
conjuntos, uno de valores materiales y otro de valores inmateriales.
En
los valores materiales he incorporado las cuestiones de desarrollo
económico, justicia social, trabajo, agricultura y también las de
seguridad y orden. En los valores post-materiales he incorporado las
cuestiones relativas a libertad y derechos humanos, participación
política, medio ambiente, cultura y educación, valores morales y
multiculturalismo. Las demandas feministas, por ejemplo, están
presentes en ambos grupos.
Como se ve, son los valores materiales
los que dominan todo el período y, especialmente, tras la irrupción de
la crisis económica. Los valores post-materiales fueron importantes en
los setenta y a partir de los noventa, pero hoy están en mínimos
históricos. En nuestro país no parece que se confirme la tesis de
Inglehart.
Y si examinamos en concreto a los
partidos de la izquierda radical -los programas del PCE (1977-1986), IU
(1986-2015) y Unidos Podemos (2016)-, la situación se aclara algo más.
Como se puede observar, los valores materiales han sido predominantes
en todo momento salvo en las elecciones de 2004. Es significativo, por
ejemplo, que ya en las elecciones de 1977 el peso de los valores
postmateriales fue alto, aunque en este caso debido a las reclamaciones
de libertad y participación política frente a la dictadura.
No
obstante, lo verdaderamente relevante es que es a partir de 2008 cuando
comienza a crecer el peso de las demandas materiales y a decrecer la
de los valores postmateriales hasta el punto de que en las últimas
elecciones el programa de Unidos Podemos se caracterizaba por tener un
62% de demandas materiales. Por decirlo de otra forma: la izquierda
radical de la actualidad es la más materialista de la historia política
reciente.
Obsérvese también que de forma contraria
a lo que según Inglehart sucedió en mayo de 1968 en Francia, si el
15-M español ha tenido alguna influencia sobre los programas
electorales de la izquierda ha sido precisamente acentuando el peso de
lo material. Sin duda, a ello contribuyó decisivamente la profunda
crisis económica.
¿Hubiera sido igual la tendencia de los partidos sin
crisis y sin 15-M? No lo creo, y probablemente la tendencia iniciada en
2004 sería la dominante ahora. La experiencia personal me dice que la
mayoría de los partidos ecologistas, ajenos y hasta alérgicos a las
demandas económicas, cambiaron rápidamente de perfil y de estrategia a
partir de 2011. En 2004, con tasas de desempleo históricamente bajas
era posible proclamar el fin de la historia y de las clases sociales.
Hoy sucede todo lo contrario.
Conclusiones
Comparto con Inglehart que el cambio
social puede explicarse a partir de factores endógenos al desarrollo
económico y que, por lo tanto, el crecimiento de los valores
post-materiales es en realidad reflejo de los éxitos económicos de una
sociedad. No lo llamaría peyorativamente «aburguesamiento» salvo que
pretendamos que la clase obrera tenga siempre que pasar hambre y otras
penurias.
También creo que estos cambios han
alterado el tipo de lealtades hacia los partidos, pero no a través de
la clase social sino de la educación: a mayor cualificación formal
también es mayor la preocupación por las libertades, la democracia, la
ecología, el feminismo, etc. De ahí que mucha gente sin cualificación
formal, normalmente clasificada dentro de la clase obrera, se mantenga
en partidos más materialistas (hasta 2016 el PSOE tenía un programa más
materialista que el PCE/IU/UP, y todavía hoy el PP es el que más
importancia da a las demandas materiales).
Por el contrario, la
población más cualificada formalmente tiende a votar a partidos más
postmaterialistas (el mejor resultado de Unidos Podemos en 2016 fue
entre las personas con estudios superiores). Y aun así, la
especificidad de España hace que en nuestro país no haya un voto
significativo a partidos puramente post-materialistas (como podría ser
PACMA, Verdes o Piratas) y que, de hecho, todos los partidos prioricen
las demandas materiales.
En consecuencia, es difícil importar las
conclusiones y los modelos que se han usado en otros países para
explicar el ascenso de la extrema derecha y el retroceso de la izquierda
tradicional (no olvidemos que España es también actualmente el país de
toda Europa en el que más voto saca la izquierda radical).
El reto, que hemos planteado con detalle
en los documentos aprobados en IU desde la XI Asamblea en 2016 y que
con toda humildad tratamos de acometer, es precisamente ser capaces de
llegar a las clases populares, víctimas de la globalización y la
crisis, sin renunciar a los valores postmateriales.
En efecto, las
familias trabajadoras que más sufren la crisis siguen siendo un
territorio demasiado desconectado de la izquierda política, y pueden
ser el caldo de cultivo de organizaciones de extrema derecha. Sólo a
través de la presencia en el conflicto, con sindicatos, partidos y
movimientos trabajando juntas será posible establecer un muro de
contención que evite en nuestro país la llegada de nuevas noches
oscuras.
Y aunque cabe abundar mucho más en estas
cuestiones, también conviene señalar que la separación entre lo
material y lo inmaterial es en cierta medida tosca y poco fructífera
para la acción política. Por un lado, desde un punto de vista teórico
es cuestionable que demandas como las ecologistas no se refieran a lo
material.
Para mi es obvio que la satisfacción de estas demandas es
absolutamente necesaria para la vida, pues sin ellas lo “económico”
carece de capacidad de reproducción. Por otro lado, la capacidad de
llegar a la población se da a través de la praxis, es decir, de
prácticas que encarnan al mismo tiempo tanto valores materiales como
inmateriales, y que refieren a la actuación política en los ámbitos de
socialización.
Siendo esto así, el debate en la izquierda no debería
girar meramente en torno al tipo de discurso sino al tipo de práctica
política en los espacios de socialización (puestos de trabajo, bares,
redes sociales, medios de comunicación, etc.). La capacidad de una
organización para atraer con su proyecto político depende sobre todo de
su habilidad para insertarse en los conflictos políticos, sean éstos
etiquetados como material o inmaterial." (Alberto Garzón, Economía para pobres, Público, 02/10/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario