"Ser feliz con la misma pareja para toda la vida es una de las
aspiraciones que sustenta la civilización, aunque la relajación de las
costumbres y una vida cada vez más larga hagan improbable cumplir el
sueño.
Pese a tratarse de una rareza entre los animales, la monogamia,
aunque sea en una versión imperfecta, existe en la naturaleza, y siempre
hay quien busca en la biología una justificación para sus anhelos. Por
eso tienen tanto interés los estudios que indagan en los orígenes de
esta forma de organizar las sociedades, humanas o animales.
Esta semana, la revista científica PNAS publicaba uno de estos trabajos.
En él se trata de comprender la transición hacia la monogamia de tipos
de animales muy distintos a lo largo de los últimos 450 millones de
años. Los científicos, liderados por Rebecca Young, de la Universidad de
Texas, en Austin (EE UU), analizaron cinco pares de especies muy
parecidas en la que una era monógama y la otra no.
En el equipo de la
monogamia, se escogió a los ratones californianos, los topillos de la
pradera, un tipo de ave conocida como bisbita alpino, la rana venenosa Ranitomeya imitator y un pez (Xenotilapia) que vive en el lago Tanganica, en África central. En el lado polígamo quedaron los ratones ciervo, los Microtus pennsylvanicus (los primos infieles de los topillos de la pradera), el acentor común, otra rana venenosa (Oophaga pumilio) y otro pez cíclido africano.
Pese a tratarse de especies muy similares, en una de ellas machos y
hembras se emparejaban al menos durante la temporada de apareamiento y
compartían en alguna medida las tareas de alimentar a las crías y
defenderlas.
Estos animales se seguían considerando monógamos aunque
tuviesen algún escarceo ocasional. Entre los polígamos, los machos
trataban de difundir su esperma tanto como fuese posible, pero no se
preocupaban de si sus vástagos sobrevivían o no.
Sorprendentemente, pese a tratarse de animales tan distintos como
peces o ratones, el análisis del cerebro de los machos reveló que la
distinta expresión de una misma serie de genes se asociaba a un
individuo polígamo o a uno monógamo.
Los resultados parecen indicar que
la monogamia ha surgido de manera independiente muchas veces a lo largo
de la historia debido al cambio de expresión de genes que están
presentes tanto en monógamos como en promiscuos. En particular, los
autores encontraron 24 genes cuya actividad en el cerebro tiene una
relación más intensa con el comportamiento monógamo.
Rebecca Young reconoce que no saben cómo se relaciona la función de
estos genes con las inclinaciones monógamas, pero se atreve a especular.
“Sabemos que algunos de estos 24 genes están relacionados con el
aprendizaje o la memoria, y es posible que formar un vínculo de pareja o
cuidar de las crías requiera un cambio en los procesos cognitivos que
están detrás del comportamiento social”, explica. “Por ejemplo, un
individuo tiene que ser capaz de reconocer a su pareja y encontrar
gratificante estar con ella para crear un vínculo”, añade.
Una de las especies empleadas en este estudio, el topillo de la
pradera, es una de las favoritas para tratar de entender a ese grupo
minoritario de mamíferos que son monógamos. Al contrario de lo que
sucede con otros animales, que rehúyen a la hembra después de culminar
su deseo, algo sucede en el cerebro de los topillos que genera un
vínculo que durará para siempre. Estas parejas, cuidan a sus crías
juntas y no parecen perder la pasión pese a sesiones maratonianas de
apareamiento.
Investigadores como Larry Young, de la Universidad Emory,
descubrieron que el secreto de esta forma de vida se encontraba en los
receptores de la vasopresina y la oxitocina que tienen los topillos en
las regiones del cerebro que regulan la recompensa. Debido a mecanismos
parecidos a los que provocan las adicciones, el cerebro de estos
animales asocia una sensación placentera a la presencia de una pareja en
particular.
Más adelante, experimentos con otras especies de topillos
muy similares, pero promiscuos, mostraron que si se les proporcionaba de
manera artificial oxitocina y vasopresina también se volvían monógamos.
El investigador comenta que el estudio es interesante “aunque no se
sabe de qué manera cambian el sistema relacionado con la monogamia los
genes identificados”. “El estudio no nos dice cómo actúan esos genes en
el cerebro para favorecer la monogamia y eso es lo que se debería
averiguar en el futuro”, continúa.
No obstante, recalca la importancia
de saber que hay un sistema común en biología por el que muchas especies
pueden acabar teniendo un comportamiento monógamo. “Es la primera vez
que veo algo así en lo que se refiere a comportamiento social”, añade.
Para quienes buscan una respuesta clara sobre si nuestra propia
especie es o no monógama por naturaleza este estudio no la tiene. “No
hemos estudiado esta pauta de expresión genética en humanos”, apunta
Rebecca Young, en parte porque no se puede tomar el cerebro de un humano
para analizarlo como han hecho con el resto de animales. Pero incluso
si se hiciese, no se encontraría una pauta única.
Incluso los topillos de la pradera, con su intenso apego a su pareja,
no renuncian a una aventura sexual si se presenta la ocasión. De hecho,
se calcula que alrededor del 10% de las crías de una pareja no son
hijos del macho que las cuida. Y no todos los topillos son iguales. Como
observó Larry Young, entre los topillos, como entre los humanos, hay
individuos que jamás se emparejan y otros que no pueden estar solos.
El
investigador fue capaz incluso de crear un sistema para diferenciar a
los solteros empedernidos de los que se enganchan a su media naranja.
Los primeros tenían una versión más larga del gen que produce el
receptor de la vasopresina que los segundos y eran más sensibles a esta
hormona que ayuda a crear vínculos.
Aunque es fácil imaginar el potencial comercial de una aplicación que
permitiese este tipo de análisis en humanos, incluso con ella, la
certeza sería esquiva. El entorno también determina las decisiones sobre
cómo organizar la vida en pareja, tanto en animales como en humanos.
“Si hay pocas hembras o son difíciles de encontrar puede ser [práctico
evolutivamente] quedarse con ella después de copular, porque el macho no
sabe cuándo podría encontrar otra hembra”, apunta Rebecca Young. “Y lo
mismo ocurre con la presión de los depredadores o si el entorno es muy
impredecible. En esos casos, tanto el macho como la hembra pueden
beneficiarse de permanecer juntos y cooperar en el cuidado de sus
crías”.
La investigadora cree que una de las enseñanzas que podemos
aplicar a nuestra vida de los estudios sobre la monogamia es saber “que
también nosotros los humanos somos el producto de la evolución”.
Comprender cómo surgieron los procesos biológicos que regulan nuestro
comportamiento sería como el conocimiento histórico para un gobernante.
Aplicar hoy recetas concretas del pasado es estúpido, pero saber de
historia puede ayudar a interpretar mejor el presente." (Daniel Mediavilla, El País, 11/01/19)
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