7/3/19

Populistas de izquierda o populistas de derechas... el populismo de izquierda reclama cobertura sanitaria universal (en Estados Unidos), trabajo garantizado y diversas formas de ingreso básico universal. Pero la derecha populista rechaza esas propuestas porque culpa a inmigrantes y otras minorías y al comercio internacional

"El éxito económico de las democracias liberales en la posguerra no fue sólo resultado de dar vía libre a los mercados. Además de eso, en Estados Unidos y los países de Europa los mercados estuvieron enmarcados en una estructura que permitía a la gente aprovecharlos al máximo. 

Esa estructura se está desintegrando, y el proceso impulsa el ascenso de líderes populistas de izquierda y derecha. Pero aunque estos plantean preguntas correctas, rara vez tienen respuestas acertadas. Tal vez sería mejor que ayudaran a la gente a encontrar sus propias soluciones.

¿Por qué se está desintegrando esa estructura? En los primeros tiempos de la posguerra, hubo en Estados Unidos un sistema de educación secundaria formidable, que preparaba a los estudiantes para trabajar o seguir estudiando en las mejores universidades del mundo. Cuando ingresaban a la fuerza laboral, lo hacían con habilidades que les permitían conseguir buenos empleos. 

Además, un crecimiento económico veloz y una relativa desregulación alentaban a muchos a iniciar empresas propias. La flexibilidad de las políticas laborales hacía posible que los trabajadores despedidos encontraran otro trabajo en poco tiempo. Las recesiones, cuando se producían, eran breves y poco profundas.

El sistema educativo daba a los estadounidenses un nivel de preparación “premercado” superior, y abundaban las oportunidades económicas, de modo que Estados Unidos podía funcionar con relativamente poca protección social contra la volatilidad de los mercados. La provisión de seguro de desempleo era reducida, y muchas personas no tenían cobertura de salud, ni siquiera después de que en los años sesenta se introdujeron planes con respaldo federal para los ancianos y los más pobres.

 El sistema educativo de Europa continental empezó mucho más abajo. En 1950, el varón francés promedio sólo terminaba 4,75 años de escuela (un nivel similar al de Myanmar en la actualidad), contra ocho en Estados Unidos. Pero Europa fue reduciendo esa distancia y al mismo tiempo creó fuertes protecciones laborales y redes de seguridad social. En cierto sentido, Europa compensaba una preparación “premercado” inicialmente inferior dando un apoyo más fuerte “post-mercado”. Ambos sistemas funcionaron bien en las décadas de la posguerra.

Por desgracia, a principios de los setenta el crecimiento se estancó. Las democracias capitalistas de Occidente respondieron con una mayor liberalización en el plano interno y una integración económica más profunda en el plano internacional. Aunque Estados Unidos puso el acento en lo primero y Europa continental en lo segundo, los dos sistemas convergieron hasta cierto punto. En particular, Europa mejoró el apoyo premercado y desarmó algunas de sus protecciones post‑mercado, que eran cada vez más insostenibles en una era de crecimiento lento.

Pero el crecimiento nunca recuperó el ímpetu inicial de la posguerra. Y luego la revolución tecnológica automatizó muchos empleos bien remunerados pero rutinarios y facilitó la reubicación de puestos de trabajo industriales con ingresos medios. Hoy los empleos bien pagos demandan más habilidades, y por ende, más apoyo premercado. 

Lamentablemente, en Estados Unidos ese apoyo se volvió mucho menos igualitario. En las comunidades urbanas y suburbanas prósperas, los niños reciben la formación que necesitan para triunfar, pero en guetos urbanos y áreas semirrurales en decadencia no es así. Estados Unidos lleva décadas tratando de resolver sus problemas educativos, pero la creciente segregación de los ingresos dificulta la tarea. 

Las familias profesionales se van con sus hijos a comunidades prósperas de clase media alta, pero las demás no pueden seguirlas, porque los altos costos de vida e inmobiliarios se lo impiden. Las demandas del mercado están creando una meritocracia, pero de tipo hereditario, en la que los hijos de familias exitosas tienen más probabilidades de tener éxito ellos mismos.

Pese a ser más igualitaria, en Europa también hay un problema creciente de disparidad educativa, que se da con la llegada de inmigrantes a comunidades de clase trabajadora de bajo costo. Como en general sus hijos tienen que adaptarse a la vez a un sistema educativo diferente y a otro idioma, es casi inevitable que mientras se ponen a la par del resto necesiten mucha más atención de los maestros y otros miembros del personal educativo. 

Esto, además, afecta el aprendizaje de los estudiantes que ya estaban, y crea un motivo para que las familias con movilidad ascendente se vayan.

Un factor que probablemente agrava la escasez relativa de oportunidades para los rezagados es el ascenso de “superestrellas” corporativas, que coincidió con una desaceleración de la creación de startups y otros emprendimientos en Estados Unidos. Las superestrellas demandan personal más cualificado. Cuando Amazon prometió crear miles de puestos de trabajo en la nueva sede que tenía previsto instalar en Queens (Nueva York), la promesa fue menos atractiva para la comunidad local que lo que sugerían las cifras publicadas, porque muchos de esos puestos de trabajo de calidad estarían fuera del alcance de la mayoría de los residentes. Políticos progresistas del Partido Demócrata se movilizaron contra Amazon, y la empresa archivó el plan.

En respuesta al deterioro del apoyo premercado para su electorado natural, el populismo de izquierda reclama agregados a la red de seguridad, por ejemplo cobertura sanitaria universal (en Estados Unidos), trabajo garantizado y diversas formas de ingreso básico universal. Pero la derecha populista rechaza esas propuestas porque harán menos sostenible la red de seguridad ya provista a la mayoría nativa.

La respuesta de los populistas de derecha a la decadencia de las comunidades es culpar a inmigrantes y otras minorías y al comercio internacional. Es verdad que impedir la inmigración puede en un primer momento reducir la presión sobre escuelas y servicios en las comunidades de clase trabajadora. Pero en el largo plazo, las privará de la juventud, la energía y las perspectivas de revitalización que los inmigrantes traen consigo. Y aunque la izquierda populista defiende la inmigración como algo esencial para sostener nuevos programas de bienestar social, tiende a coincidir con la derecha en el proteccionismo comercial.

Lamentablemente, con sus políticas de “empobrecer al vecino”, el proteccionismo sólo logrará que todo el mundo sea más pobre. Las comunidades en decadencia necesitan con urgencia otras formas de atraer nuevas actividades económicas, y una mejor preparación de sus ciudadanos para responder a la globalización y al cambio tecnológico.

En general, las capitales nacionales están demasiado alejadas de los problemas locales, y demasiado paralizadas por luchas internas para tomar la delantera. Por eso se necesitan soluciones de nivel local, implementadas con el conocimiento y la participación de las comunidades, que los gobiernos nacionales deben apoyar con financiación y una ligera supervisión allí donde sea necesario.

Si estas soluciones pueden mejorar la preparación premercado de los habitantes de comunidades en problemas, ya no será tan necesario extender la red de seguridad post‑mercado, y también será menos costoso. ¿No tendría sentido que en vez de las grandes políticas centralizadas del populismo de izquierda y de derecha confiáramos más en las comunidades locales? Esa sí que sería una idea populista."                 (

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