"Durante muchos años, los defensores de la “teoría
monetaria moderna” (MMT, por su sigla en inglés) han sido una banda
alegre de contreras. Si dieran un curso, se podría llamar “Todo lo que
sabes sobre macroeconomía está mal”.
Sostienen que los déficits presupuestales y la deuda
no deben restringir a un gobierno capaz de pedir préstamos en su propia
moneda: es decir, puede actuar de una manera más atrevida de la que
suponen los economistas, sin consecuencias negativas.
Hace poco algo cambió. A los defensores de la MMT se les está tomando mucho más en serio.
Ideas basadas en este enfoque aparecen en el Nuevo
Acuerdo Verde y otras iniciativas de la izquierda del Partido Demócrata.
Además, aunque de manera un tanto escéptica, estas ideas cada vez son
más rebatidas por importantes intelectuales de la política económica de
centro-izquierda.
Entre los más prominentes del último grupo, el
ganador del Nobel y columnista de The New York Times Paul Krugman y el
exsecretario del Tesoro Larry Summers han escrito en semanas recientes
con desprecio al referirse a la teoría monetaria moderna, aunque aceptan
algunos de sus argumentos y en términos prácticos tienen preferencias
similares de política económica a corto plazo.
Como se podía esperar, a Stephanie Kelton, una de las principales defensoras de la teoría, no le agrada.
Hasta ahora, este debate ha presentado una buena
cantidad de teoría macroeconómica abstracta, pero también estilos
retóricos discrepantes y varias dinámicas entre la gente del sistema y
los foráneos. Los partidarios de la MMT son los insurgentes que
consideran a sus antagonistas una élite calcificada y esa clase
dirigente ve en los simpatizantes de la MMT a idealistas empalagosos.
Kelton y otros adeptos a la teoría parecieran estar en un viaje desde el
exterior hacia el interior del sistema.
Sus consecuencias
Sin embargo, a pesar de toda la tinta digital que se
ha vertido sobre la economía pura de la teoría en semanas recientes,
causa sorpresa que casi no se hayan debatido las consecuencias prácticas
del funcionamiento de la política económica.
Por ejemplo, una idea central detrás de la teoría es
que el Congreso debería gastar dinero como le plazca, y que para llevar a
cabo esas ambiciones de gasto sus únicas limitantes sean los recursos
disponibles en el mundo real relacionados con la mano de obra y los
materiales. En este modelo, la señal que necesita el gasto para ser
controlado o para que aumenten los impuestos es la inflación.
Sin embargo, tal vez sea demasiado esperar que el
Congreso se mueva con visión y sensatez al momento de meter los frenos
en el momento adecuado. Los funcionarios electos han tendido a mostrar
justo los instintos opuestos de los defensores de la MMT. En 2011, el
Congreso exigió una reducción del déficit en un momento en el que había
riesgos de deflación y un crecimiento débil. En 1981, el gobierno de
Reagan y el Congreso promulgaron recortes fiscales y aumentos en el
gasto militar en un momento en el que la inflación tenía dos dígitos.
Está bien criticar el desempeño de la Reserva Federal
—una institución cuya principal responsabilidad es estabilizar la
economía bajo el sistema económico actual— por haber tomado malas
decisiones a lo largo de los años. No obstante, es poco probable que
cualquiera que haya escuchado las preguntas a veces disparatadas sobre
la Reserva Federal que se han hecho en las audiencias del Congreso
durante la última década llegue a la conclusión de que los legisladores
tienen un mejor entendimiento de la política económica.
Además, la capacidad de un país de pedir dinero
prestado en su propia moneda no es una situación permanente. Es una
credibilidad que un país puede ganar o perder, como ha sucedido con
innumerables naciones a lo largo de los siglos. La opinión convencional
es que esa capacidad se logra con el paso del tiempo por medio de una
inflación baja, un banco central independiente, un sistema legal sólido y
una buena gobernanza. En esta línea, ¿qué tanta credibilidad tendría
Estados Unidos en un mundo MMT?
Sin duda alguna, los defensores de la MMT estarán
preparados para explicar por qué su enfoque no va a terminar en una
catástrofe, pero hay un punto más extenso. La propuesta es un
reordenamiento fundamental de la manera en que funcionan las
instituciones y las prioridades económicas. No estaría mal tener pruebas
del concepto antes de implementarlo en la economía más grande del
mundo… asimismo, el hogar de la moneda de reserva del mundo.
En verdad, sería fascinante ver cómo un país pequeño
—con su propia moneda— se gobierna a sí mismo con los principios de la
teoría. Estas son algunas posibilidades: Nueva Zelanda, Noruega, Suiza,
Suecia, Israel, Singapur.
Si esos países más pequeños pueden sortear los
obstáculos de gobernanza económica en un mundo MMT y lograr un estándar
de vida más alto, ¿tal vez habría que escalarlo a un país de talla
mediana? Los estamos viendo a ustedes, Australia, Canadá, Reino Unido y
Corea del Sur.
No tiene nada de malo desafiar el saber popular, y la
teoría monetaria moderna en efecto identifica fallas en la manera en
que ha visto el mundo la gente que formula políticas de una forma
tradicional. Por ejemplo, el caso sería que un país como Estados Unidos
—que pide prestado en su propia moneda— no sea vulnerable al tipo de
crisis fiscal que experimentó Grecia a inicios de 2010, contrario a las
advertencias de los halcones del déficit estadounidenses.
Sin embargo, el sustento de miles de millones de
personas en todo el mundo depende de la idea de que Estados Unidos —con
su importancia central en la economía y el sistema financiero globales—
no hará un mal trabajo.
Tal vez la gobernanza macroeconómica debería tener su propia forma de juramento hipocrático: primero, no lastimarás." (neil Irwin, New York Times News Service, El Observador, 10/03/19)
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