"Gina Rippon lleva muchos años dedicada a estudiar el cerebro, por
ejemplo buscando en él los mecanismos que provocan el autismo, y también
a examinar de forma crítica las conclusiones dudosas de tantos
experimentos neurológicos que “demuestran” las diferencias de género en
el cerebro. Y no, ni los hombres son de Marte ni las mujeres son de
Venus.
Entrevisto en la Residencia de Estudiantes a esta mujer que combina
una marcada disposición a reírse con una firmeza notable en sus
afirmaciones. No le vienen mal, el sentido del humor y la firmeza, a
quien pone en duda muchos de los estereotipos de género que atraviesan
nuestra sociedad.
Gina Rippon acaba de publicar en España El género y nuestros cerebros (Galaxia Gutenberg, 2020).
Una de las cosas que más me han llamado la atención al leer
su libro no es tanto que muchos estudios y experimentos que destacaban
la diferencia entre los cerebros de los hombres y los de las mujeres
hayan usado metodologías dudosas o que estuviesen sesgados desde el
principio, sino que aunque se haya demostrado que eran erróneos
continúen siendo citados y divulgados.
Los estudios más antiguos usaban grupos muy pequeños y todavía
estaban convencidos de que había diferencias fundamentales entre hombres
y mujeres; en uno de los estudios que cito se asignaban cuatro tareas a
los participantes, todas basadas en el lenguaje, y solo en una de las
cuatro encontraron diferencias, y eso solo en más o menos la mitad de
las mujeres, pero es de la única de la que se habla.
El problema estaba
en la explicación que se daba, que reflejaba lo que ya se creía: que las
mujeres eran superiores en términos de lenguaje porque estaba
distribuido en los dos hemisferios y, como parecía reflejar la creencia
existente, no se exigieron pruebas más sólidas. No era un fraude, pero
era un experimento muy incompleto. Y, sin embargo, se sigue citando, en
páginas web que abogan por la educación en escuelas separadas para niños
y niñas…
Pero no solo esos estudios antiguos parecen intentar reflejar una creencia previa, también los modernos.
Sí, es lo que llamamos neurosexismo; quizá el artículo que mejor lo
refleja es el de Ingalhalikar, en el que se examinaban las conexiones en
el cerebro, uno de los primeros que lo hacía, en lugar de examinar
estructuras individuales. Y afirmaron haber encontrado grandes
diferencias entre el cerebro masculino y el femenino; el primero era
mucho más anteroposterior mientras que el de las mujeres estaba mucho
más lateralizado.
Eso confirmaba las diferencias entre cómo hombres
procesan la información perceptiva y cómo las mujeres procesan
información lingüística y emocional. Pero no examinaron para nada el
comportamiento. Lo que hicieron fue tan solo acudir a los estereotipos.
Interpretaron los datos en esos términos. Y eso no es buena ciencia.
Fue
muy interesante examinar el impacto de la investigación, que fue enorme
e inmediato; no solo se publicó, la propia universidad hizo una nota de
prensa, porque obviamente la universidad quería darle notoriedad:
entresacó los aspectos más llamativos del estudio y se los pasó a la
prensa. La noticia corrió de mano en mano y se distorsionó, pero siempre
confirmando los sesgos de género preexistentes. Y aún circula por ahí.
Este tipo de científicos encuentran diferencias minúsculas entre
sexos y las presentan como “diferencias fundamentales”; pero además
dejaban de lado todas las comparaciones en las que no encontraban tales
diferencias, que eran muchísimas más. Y la gente oye lo que quiere oír.
También porque los intereses científicos no son solo científicos.
Exactamente. Hay que ver por qué se pregunta lo que se pregunta.
Ahora la explicación favorita es que hay que hacer esas investigaciones
porque hay grandes diferencias entre géneros en enfermedades como el
Alzhéimer y también en enfermedades psicopatológicas como la depresión y
las tendencias suicidas y a las autolesiones.
Así que se dice: tenemos
que hacer estas investigaciones porque es la única manera de resolver
esos problemas. Y sin embargo eso no justifica ignorar las deficiencias
en cómo se plantean las preguntas, y cómo se plantean los experimentos
para obtener los datos.
Usted no niega que haya diferencias entre el cerebro
masculino y el femenino, sino que dichas diferencias se han magnificado,
que son más individuales que generales y en parte producidas por el
contexto social.
Nunca diría que el cerebro masculino y el femenino son iguales,
también porque cada cerebro es distinto de los demás. Y la diferencia no
radica solo en que se trate del cerebro de una mujer o de un hombre,
sino en cómo ha sido utilizado. Intentar explicar las diferencias solo
en términos de si es un cerebro de mujer o de hombre ha llevado a la
ciencia a un callejón sin salida.
Quienes no somos científicos hemos oído muchas veces que hay
diferencias específicas entre el comportamiento de hombres y mujeres,
debido a diferencias genéticas en sus cerebros. Las mujeres son más
empáticas, los hombres son mejores en matemáticas y en visión espacial.
(Se ríe). Y leen mejor los mapas.
Eso es. ¿Hay algo de verdad en ello?
No. A pesar de décadas de experimentos, la neurociencia no ha
identificado estructuras claras, formas de conexión que distingan de
manera fiable el cerebro de un hombre del de una mujer. Pero hay
montones de artículos que dicen que la amígdala de los hombres es más
grande, o el neocórtex, o se discute si es más grande el corpus callosum
o el cerebelo. Pero los neurocientíficos deberían reconocer que no
saben lo que significa eso, si tener un córtex mayor te hace más apto
para ser arquitecto.
Los científicos han centrado sus esfuerzos en medir
las diferencias, lo que además ha resultado muy difícil, pero luego
tampoco saben qué quieren decir. Lo que están buscando son las brechas
de género, si las mujeres piensan de manera distinta, si sus
preferencias son otras, y demostrar que todo eso está en el cerebro.
Pero estudiar el cerebro con esa perspectiva de “el tamaño importa”, no
creo que sea lo más relevante.
Independientemente del tamaño y la estructura, ¿hay
diferencias en la actividad que se puede ver con técnicas de mapeado
cerebral?
Yo creo que tiene que haber diferencias, entre otras cosas por el
origen biológico de ese órgano y por las etapas biológicas que ha
atravesado antes de que comenzásemos a estudiarlo. Pero no creo que sea
útil centrarse en las estructuras, sino que es más interesante ver cómo
la gente resuelve problemas y los minúsculos cambios que se producen en
el cerebro.
Si eso nos llevará a poder decir “he encontrado la verdad en
las diferencias entre el cerebro femenino y el masculino”… sospecho que
no. Probablemente podremos decir: hay gente que responde a ciertos
problemas de cierta manera, algunos responden mejor a las emociones.
Pero caracterizar todo eso a nivel cortical no nos va a llevar a una
división clara entre hombres y mujeres.
Muchos de los defensores de las diferencias entre los
cerebros de mujeres y hombres se apresurarían a decir que dichas
diferencias no hablan de superioridad o inferioridad; dirían que son
complementarios. Lo que usted llama la trampa de la complementariedad.
(Se ríe). Es interesante ver que al principio de la ciencia las
mujeres tenían mucho éxito, mujeres que tenían el dinero y el tiempo
para ocuparse de temas tan arcanos como la geología o la astronomía.
Pero la ciencia se profesionalizó y excluyó a las mujeres de forma
activa; en las instituciones creadas para convertir la ciencia en un
tema serio de estudio, y no en un hobby, se prohibía la entrada a las
mujeres. Porque eran inferiores o incapaces.
En el siglo XX se produjo
un cambio; entonces se empezó a decir que las mujeres no son inferiores,
sino que tienen capacidades distintas. Y esas capacidades impedían que
fuesen grandes científicas o líderes o empresarias, pero sí podían ser
compañeras valiosas y madres, cuya empatía también les permitía ser
cuidadoras y enfermeras… O sea, habilidades mal pagadas o sin
reconocimiento.
Otra característica muy interesante del cerebro es su
plasticidad, su capacidad para cambiar y adaptarse. En su libro habla de
transformaciones físicas muy rápidas, como el crecimiento de la materia
gris, que se producen en el cerebro si se dedica a una actividad
especializada. Esto tiene consecuencias no solo para la educación,
también para la asignación de roles por sexos.
Eso es, porque incluso si se aceptase que las chicas no son tan
buenas en visión espacial podrías entrenarlas, lo que provocaría cambios
tanto en la estructura del cerebro como en su funcionamiento.
Pero no es solo la actividad la que transforma el cerebro, también las expectativas, las propias y las de los demás.
Sí, los estereotipos. Hay quien cree que el cerebro actúa en una
especie de vacío, que es una máquina interna a la que no le afecta el
mundo exterior. Pero estereotipos, actitudes y expectativas influyen.
Puedes dar a un grupo de mujeres la misma tarea comunicándoles
expectativas distintas y los resultados serán mejores o peores
dependiendo de ellas y esto se refleja al nivel del cerebro; el cerebro
entonces no dice “tengo que resolver este problema” sino “tengo que
responder a este problema y sé hacerlo, o no sé hacerlo”.
En este sentido me parece muy interesante el experimento que
cuenta, realizado con niñas de nueve años, que son tan buenas en
matemáticas como los chicos, pero no confían en dedicarse a ellas.
De hecho se han vuelto a hacer estas pruebas con niñas mucho más
jóvenes y se ve que ya ocurre en niñas de seis años. Es decir, desde muy
pronto se está transmitiendo esa creencia en que una niña no puede ser
buena en matemáticas. Y hay otro experimento con niños y niñas de seis
años en que se les daba a elegir un juego apto para gente muy, muy
inteligente o uno para gente que se esfuerza mucho, y la mayoría de las
niñas elegían el segundo, porque no creían que podrían resolver el juego
para quien es muy inteligente.
Su libro se centra en asuntos de género, pero también es
revelador sobre cuestiones relacionadas con la clase social; dependiendo
de a qué clase perteneces tienes que vivir con expectativas distintas.
Sí, la división de género se entrecruza con cuestiones de clase y de
raza de una manera muy marcada. Los principios de los que estamos
hablando son pertinentes para otros ámbitos.
Lo que hace muy difícil cambiar la manera en la que
afrontamos las diferencias de género es lo que llamaría la “ideología
implícita”. Creemos quizá que los hombres y las mujeres tienen
potencialmente las mismas capacidades pero algo escondido en nuestro
interior no está de acuerdo.
Sí, el sesgo inconsciente está atrayendo mucha atención, sobre todo
en organizaciones que reconocen ese sesgo de género; se dicen, tenemos
derechos iguales para hombres y mujeres, nuestros procedimientos y
tareas están bien equilibrados, pero si das una palabra a estas personas
y preguntas si la asocian con hombres o con mujeres, por ejemplo
“independiente”, “lógico”, “racional”, las asocian con hombres, mientras
“cuidados”, “cooperativo”, “colegial”, lo asignan a la mujer.
La gente
no se da cuenta de que tiene un sesgo de género interiorizado, y es muy
importante hacer que lo descubran, pero es solo el primer paso. Hay que
introducir procedimientos para evitar ese sesgo, y cambiar también la
cultura, porque si no se espera que a una niña se le den bien las
ciencias o las matemáticas, acabará siendo así.
El problema es que profesorado y madres y padres pueden pensar que educan a los niños y niñas de igual forma, pero no es así.
Cierto. En un experimento muy simpático se pedía a los padres que
rellenasen un cuestionario sobre conciencia de cuestiones de género, y
decían, por ejemplo, “no me importa que mi hijo haga ballet o lleve un
tutú”, y en la habitación de al lado el hijo decía “no creo que mi a mi
padre le gustase que hiciese eso o que jugase con muñecas”. O sea que
los niños reciben mensajes divergentes.
Y los niños evalúan esos
mensajes, lo que hacen los demás, lo que los padres esperan. Y lo que
muestran muchos de los estudios sobre los que he estado trabajando es lo
poderosa que es la necesidad de pertenencia a un grupo, y el cerebro
determina cómo actuar teniendo en cuenta que esa pertenencia aumenta la
autoestima. Te da el mensaje de qué hacer teniendo en cuenta si los
pertenecientes a tu grupo lo harían o no.
Y sin embargo usted se convirtió en científica. Eso no lo esperaba nadie.
(Se ríe). Desde luego. A mí me enviaron a una escuela de chicas en la
que no se enseñaba ciencias. Tengo un hermano gemelo que no estaba
interesado en el trabajo académico, tenía otras habilidades y aptitudes,
mientras que yo, desde muy joven, era buena en la escuela.
Y en el
curso undécimo los estudiantes teníamos que hacer un examen, si lo
aprobabas ibas a la enseñanza superior; lo hicimos, yo aprobé, mi
hermano suspendió, y mis padres gastaron un montón de dinero enviándole a
una escuela en la que le darían el apoyo académico necesario y a mí no
me enviaron al tipo de institución a la que podría haber ido con mis
notas, sino a un internado local para chicas, católico, en el que a las
chicas se les enseñaba sobre todo a no hacerse notar, así que no había
ciencias.
No había mala voluntad, las cosas eran así; por suerte ahora
han cambiado muchas cosas. Yo quería estudiar medicina, pero como en mi
escuela no había ciencias, no pude hacer los exámenes necesarios. Y lo
más cercano que podía hacer era estudiar psicología; eso me permitió
también estudiar biología, así que entré por la puerta trasera para
hacer lo que quería hacer, estudiar el cerebro, aunque no tengo ni idea
de por qué quería hacerlo.
Decía que el mundo ha cambiado, y lo ha hecho, pero me ha interesado mucho el experimento que se hizo con el chat bot Tay, que debía “aprender” y transformarse mediante la interacción con humanos en las redes.
Sí, es una metáfora excelente para lo que decía antes. Ahí tienes un
sistema de aprendizaje profundo, que extrae información del entorno,
como nuestro cerebro; lo pones en un contexto lleno de opiniones
sexistas y racistas y en dieciséis horas se vuelve racista y sexista, y
tuvieron que cerrarlo. Pero no es sorprendente para cualquiera que
interactúe en Twitter. El bot hizo lo que hacemos todos, escuchar lo que dice el mundo ahí afuera, y entonces empezó a decir lo mismo.
También la han atacado a usted en Twitter, la han llamado feminista rabiosa…
Feminazi.
Por supuesto.
Y negadora de las diferencias entre sexos.
Eso es lo que se puede esperar de Twitter. Pero ¿ha sucedido algo parecido entre colegas?
Cuando haces crítica de la neurociencia, como yo hago, partes de que
la neurociencia no es independiente de los valores, se da en un contexto
político. Y por la naturaleza de lo que hacemos, tenemos que fijarnos
en el entorno, porque el cerebro cambia mucho más de lo que pensábamos
dependiendo de ese entorno. Y esto hay que incorporarlo a la
investigación. Pero cuando haces crítica, muchos lo entienden como
ataque, un ataque a lo que hacen, y consideran que la obra de su vida
está bajo ataque, y entonces contraatacan y dicen que pones en peligro
la salud de hombres y mujeres porque quieres impedir tal o cual
investigación.
Lo que me resulta muy llamativo es que en países más
igualitarios haya menos mujeres que se dedican a las actividades de
ciencia y tecnología. Lo que llama la paradoja de la igualdad de género.
En un documento que examina el índex de la brecha de género en unos
cincuenta países se ve que en los países más desarrollados y con mayor
igualdad de género, como los escandinavos, Holanda, etc., el nivel
académico de las chicas era comparable al de los chicos en ciencias,
pero era más alto en humanidades. Y ellas al parecer elegían dirigirse a
carreras en las que eran superiores.
Al mismo tiempo, la confianza en
sí mismos de los chicos, a nivel universitario, era superior en todos
los países a la de las chicas, lo que no se correspondía con la
realidad. En ciencias hay un sesgo de género en cuanto al dinero que se
destina a su investigación, a cuántas veces se citan sus artículos,
etc. Así que las ciencias no resultan muy acogedoras. Y como personas
sociales, ¿qué elegimos, aquella disciplina en la que somos mejores o
aquella en la que no parecemos bienvenidas?
Así que ahí tenemos la
paradoja de que a pesar de todas estas iniciativas para fomentar la
diversidad, las mujeres siguen sin elegir dedicarse a las ciencias, así
que ya no se habla de capacidades distintas –porque ese argumento ya no
tiene credibilidad– sino de preferencias distintas: las mujeres
prefieren no dedicarse a las ciencias. Por supuesto, cómo es el mundo de
la ciencia no tiene la culpa de nada.
La paradoja es que en los países menos desarrollados en los que la
brecha de género es mayor, las mujeres están menos infrarrepresentadas
en ciencias. La explicación es de orden económico: si vives en un país
en el que necesitas desesperadamente un buen salario y las ciencias te
dan el más elevado, lo eliges. En uno en el que no lo necesitas tanto,
te diriges a donde te sientes más cómoda.
¿Y es el mundo de las ciencias tan poco acogedor, tan frío hacia las mujeres?
En el movimiento MeToo hubo un apartado para las ciencias, y
se examinó el nivel de acoso sexual entre los investigadores, y es
extremadamente alto. Con lo que llegamos al mismo dilema: ¿querrías
quedarte en una comunidad en la que te van a tratar como si fueses la
propiedad de alguien?" (Entrevista a Gina Rippon, José Ovejero, La Marea, 29/02/20)
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