"La declaraciones recientes de
oficiales del ejército que amenazan con intervenir para evitar el «caos»
muestran que el autoritarismo se está apoderando de la política
francesa. Las ideas fascistas se están normalizando y el proyecto de Le
Pen ya se ganó a partes considerables del aparato estatal.
«Si
queremos transformar el presente, es necesario dirigir enérgicamente la
atención sobre la situación actual. Pesimismo de la inteligencia.
Optimismo de la voluntad». Ugo Palheta se sirve de esta cita del teórico
político italiano, Antonio Gramsci, para concluir su obra La
possibilité du fascisme.
La frase dice mucho del enfoque que el
autor desarrolla en este libro, publicado poco más de un año después de
que llegara al poder un tal Macron y cuyas tesis parecen haber ganado
pertinencia en la actualidad. Según Palheta no se trata de ceder al
catastrofismo ni a las comparaciones forzadas, sino de plantear una
mirada crítica sobre la escalada de violencia a la que asistimos, con el
fin de combatir mejor sus terribles consecuencias y perfilar un
horizonte.
«Fascistización», «protofascismo», o
«neofascismo en gestación», el objetivo de Ugo Palheta no es imponer una
nueva etiqueta. Más bien pretende indicar el triple impulso que conduce
a la actual disgregación política: autoritarismo galopante, crisis del
neoliberalismo y auge del racismo. Las cicatrices que deja este proceso
se acumulan. ¿Su balance? «Bajo formas heterogéneas y todavía
embrionarias, pero cuya sola enumeración basta para evidenciar la
esclerosis de la política francesa en la época neoliberal, es el
fascismo el que se anuncia, no como una hipótesis abstracta, sino como
una posibilidad concreta».
No se trata, sin embargo, de imprimir sobre
el presente el molde de un pasado que, por definición, jamás se
repetirá: «El uso del concepto de fascismo acarrea obviamente el peligro
del anacronismo, al menos si se pretende pensar el resurgimiento del
fascismo como una repetición exacta o como el resultado de una supuesta
continuidad».
No nos enfrentamos entonces a un facsímil del
nazismo ni del régimen mussoliniano, sino a una adaptación contemporánea
y francesa de esa bestia política inmunda que es el fascismo. Palheta
la define en estos términos: «Un movimiento de masas que pretende
trabajar en pos de la regeneración de una “comunidad imaginaria”
definida como orgánica (nación, “raza” y/o civilización), mediante la
purificación etnorracial y la supresión de cualquier forma de conflicto
social y disidencia».
Algunos
dirán que se trata de un peligro lejano. Otros dirán que ya está aquí.
En cualquier caso, es fundamental definir sus contornos para bloquear su
marcha. Entonces, a tomar notas.
Suele debatirse la
pertinencia de la etiqueta «fascismo» y con frecuencia se la utiliza a
regañadientes. ¿Cómo debemos definirla?
UP -
Independientemente del uso más o menos polémico que se haga del
concepto, existen al menos tres dificultades reales. La primera
concierne al debate historiográfico y a la ausencia de consenso en
cuanto a la definición del fascismo. En un extremo están los
historiadores que reducen el fascismo al fascismo italiano de los años
1920-1930 y, en el otro, los que desarrollan un concepto más genérico de
fascismo e intentan distinguir distintos tipos. Obviamente, adhiero a
esta última perspectiva.
Luego está el hecho de que el fascismo
se deja analizar bajo distintos ángulos, a saber: el de su ideología (su
proyecto), el de los movimientos que sostienen esa ideología y el de
los regímenes o los Estados. Entonces, es preciso ser claros: hoy no hay
un régimen fascista en Francia, pero hay movimientos políticos que
propagan toda una serie de ideologías fascistas.
Por último,
debe considerarse que el fascismo siempre fue un fenómeno heterogéneo y
definido por el oportunismo (especialmente en cuestiones económicas). No
por eso deja de compartir una matriz común: siempre se trata de un
proyecto de regeneración nacional o civilizatoria que apela a la
purificación etnorracial y política del cuerpo social.
Estoy completamente de acuerdo con la afirmación de Zeev Sternhell:
el fascismo no nació en las trincheras de 1914-1918 y no murió en un
búnker de Berlín en 1945. El fascismo se transformó, se adaptó a un
nuevo contexto, aprendió a volverse indiscernible y a ceñirse a la
ideología dominante (la «defensa de la República», por ejemplo, antaño
despreciada por la extrema derecha francesa).
Y a medida que el
capitalismo se hunde en la crisis, las izquierdas decepcionan o
traicionan y los movimientos emancipatorios se muestran incapaces de
plantear una alternativa, está empezando a acumular victorias en todas
partes.
Su libro salió en 2018, poco antes de que irrumpiera
el movimiento de los chalecos amarillos. Luego de la represión y la
deriva autoritaria, la derrota política parece confirmarse…
UP
- El subtítulo de mi libro es «la trayectoria del desastre». Cualquiera
puede constatar que no nos hemos desviado ni un centímetro de esa
trayectoria. Por el contrario, nos apegamos cada vez más a ella. Es
cierto que la situación empeoró respecto a 2018, y no podría ser de otra
manera si se considera el proyecto neoliberal que encarna Macron: la
restructuración del conjunto de las relaciones sociales con el fin de
incrementar las ganancias mediante la intensificación de la explotación.
Esto supone la destrucción de las conquistas sociales de las clases
populares, el ataque a ciertos derechos democráticos fundamentales
(especialmente las libertades civiles) y una constante presión racista.
La
represión del movimiento de los chalecos amarillos sacó a luz la
violencia social intrínseca a este proyecto, pero también la pérdida de
legitimidad del poder político y del proyecto neoliberal con la que
tuvieron que lidiar todos los gobiernos después de los años 1980. Cuando
no se está dispuesto a concederle nada serio a la clase trabajadora,
cuando se pasa sistemáticamente por encima de todos los elementos que
definieron el «compromiso social» de la posguerra y cuando se desprecia a
los movimientos sociales (sobre todo a las organizaciones sindicales),
es imposible ejercer la dominación política pacíficamente, sobre todo
frente a movimientos que no aceptan plegarse a las reglas usuales de la
conflictividad social.
La relación de dependencia cada vez más
acentuada entre el régimen y las fuerzas represivas —policía y
ejército—, ¿no abre la puerta a una deriva autoritaria más intensa?
UP
-Todos los gobiernos que ejercieron el poder durante los últimos
veinte años contribuyeron a la autonomía de la policía y a incrementar
el poder político del que gozan hoy sus sindicatos, cuyas posiciones son
ampliamente difundidas —esto es nuevo— por medios de comunicación
ultracomplacientes. La intensificación de la represión es una espiral
muy difícil de detener: la progresiva sustitución del Estado social por
el Estado penal —para retomar los términos de Loïc Wacquant— no puede
llevar más que a la creciente criminalización de la pobreza y de las
desigualdades. Es el caldo de cultivo perfecto para que florezcan los
delitos menores —sabemos que, en el largo plazo, la incidencia de
delitos más graves disminuyó—, que sirven para justificar la
intensificación de la represión de cara a los medios y a los gobiernos.
Además,
el proyecto neofascista conquistó o está en proceso de conquistar los
aparatos represivos, especialmente los sectores más reaccionarios que
crecen dentro de ellos: basta leer las columnas de los militares en
Valeurs actuelles para convencerse de que se están apropiando del
lenguaje y de la visión del mundo propios de la fachósfera. No creo en
absoluto que estemos frente a la posibilidad de un golpe de Estado
militar, pero todo apunta a la existencia de un proceso de
fascistización del Estado que garantiza que, si la extrema derecha llega
al poder, encuentre un apoyo masivo del lado de los aparatos represivos
para concretar la tarea que está en el núcleo de su proyecto: instaurar
un régimen de apartheid racial con la excusa de la «defensa de Francia»
y aplastar completamente la fuerza política de los sectores explotados y
oprimidos.
UP - El camino hacia el fascismo no es el resultado,
ni de una lenta involución sin conmociones (un simple deslizamiento
progresivo, gradual), ni de un golpe de fuerza que permitiría que los
fascistas conquisten el poder de una vez por todas y apliquen su
programa. Efectivamente, la deriva de la clase dominante y de sus
funcionarios políticos brinda un terreno sobre el que el fascismo puede
prosperar, pero es necesario que el proletariado sufra toda una serie de
derrotas sociales y políticas decisivas para que los fascistas lleguen
al poder y tengan la capacidad de transformar profundamente el Estado y
las relaciones sociales en un sentido verdaderamente fascista.
Entonces,
no se trata de algo automático: se produjeron retrocesos importantes y
se perdieron algunas batallas, pero vendrán otras para las que debemos
prepararnos y buscar las vías (difíciles) de la radicalidad y de la
unidad. No hay ninguna salida más allá de esa combinación.
Hay
un elemento que no está tan presente en su libro: la dimensión digital
de la propaganda, que hizo que Trump fuese electo y que hace prosperar a
grupos que sostienen teorías de la conspiración del estilo QAnon. Estas
nuevas formas de propaganda, ¿son un componente necesario de la
transformación del fascismo?
UP
- Efectivamente, en la medida en que los fascistas no tienen ningún
problema a la hora de apelar a la mentira y a las noticias falsas, la
evolución del paisaje político y mediático los favorece enormemente. Si
un ministro se burla de las estadísticas de delincuencia y prefiere «el
buen sentido del carnicero del barrio», si los noticieros ceden la
palabra sistemáticamente a los productores industriales de información
falsa (por ejemplo, Éric Zemmour),
si toda la dinámica de los medios se rige por la maximización del
rating, los clics y los retweets, entonces los fascistas no encuentran
obstáculos en la difusión de su propaganda.
Pero, desde mi punto
de vista, el hecho decisivo suele pasar desapercibido: es la frágil
organización de las clases populares la que las hace permeables a la
propaganda racista de los principales ideólogos (que también pertenecen a
las clases dominantes), es decir, a esas teorías delirantes
desarrolladas por las corrientes conspiracionistas. Durante mucho
tiempo, el movimiento obrero garantizó una defensa a escala masiva
frente a este tipo de ataques: no se trataba solamente de la solidaridad
colectiva y de las esperanzas de transformación social, sino también de
una grilla de lectura racional del mundo a partir de los antagonismos
sociales fundamentales, es decir, de las clases y la lucha de clases.
Eso es lo que se debilitó, y necesitamos reconstruirlo de una manera
adecuada a nuestra época (que integre problemas relativamente nuevos,
como la crisis climática, con otros no tan nuevos, como el racismo y el
patriarcado), porque cuando uno no cree en nada, se arriesga a creer en
cualquier cosa, sin importar quién la diga.
Según tu
perspectiva, aunque esté intentando limpiar su imagen, el Rassemblement
national (RN) es portador de un fascismo «en gestación». ¿Qué se puede
hacer para detener este proceso antes de que llegue a su término?
UP
- Lo primero que se me ocurre decir es que hay que desarrollar el
antifascismo. Y es verdad que es un aspecto fundamental, pero
lamentablemente no es suficiente (sobre todo si se pretende dirigirlo
contra el RN, lo cual desde mi punto de vista es un error). Si el
desarrollo del fascismo es el resultado de la crisis del capitalismo en
general y, en este caso en particular, de la crisis del capitalismo
francés (incluida su dimensión imperialista, de la que no dijimos nada,
pero que es muy importante), entonces es imposible derrotar al fascismo
sin plantear una alternativa emancipatoria frente al capitalismo.
La
fórmula es fácil de pronunciar, pero muy difícil de poner en práctica:
desarrollar organizaciones, coaliciones, ideas y prácticas
antifascistas; intensificar y expandir las movilizaciones sociales, con
el objetivo de reconstruir por abajo (en los lugares de trabajo y en los
lugares donde transcurre la vida); desarrollar la batalla de ideas, no
con el fin de satisfacer a pequeños nichos, sino con el de llegar a las
mayorías; y edificar una organización anticapitalista de masas, que
tenga su centro de gravedad en las luchas sociales, pero que sea capaz
de intervenir también en el terreno electoral y en las instituciones. La
vara está muy alta, pero el hecho de que los objetivos parezcan
inalcanzables no es motivo para que no debamos perseguirlos."
(Entrevista a Ugo Palheta , Emilien Bernard, JACOBIN Ámerica Latina, 25/06/21; Entrevista publicada en CQFD N° 199 (junio de 2021)
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