21/7/21

Hay una alegría que nos falta... “El contagio emocional se da cuando literalmente los demás nos propagan sus emociones”... cuando las medidas de confinamiento y distanciamiento social se volvieron la norma, este tipo de momentos fueron disminuyendo cada vez más... muchos de nosotros nos sentimos inmersos en una nube negra

 "A finales de junio, más de 15.000 personas vacunadas se congregaron para la reapertura del Madison Square Garden en Nueva York con el concierto de los Foo Fighters. Cuando la banda llevó como telonero al comediante Dave Chappelle para cantar una versión de “Creep” de Radiohead el público estalló en lo más parecido a una catarsis que he visto en un año y medio.

 A nadie le importó que Chappelle cantara desafinado. Todos eran partícipes de una experiencia que hace apenas unos meses resultaba inimaginable. Algún día les contarán a sus nietos sobre esa noche, cuando la ciudad de Nueva York volvió a la vida y su banda favorita interpretó la canción de otra banda y ellos trataron de seguirle el ritmo a un cómico legendario que hacía de vocalista.

Para la mayoría de la gente, las emociones existen principal y exclusivamente en su cabeza. La felicidad se considera un estado mental; la melancolía es una posible señal de advertencia de una enfermedad mental. Pero la verdad es que las emociones son inherentemente sociales: están entretejidas en nuestras interacciones.

 Las investigaciones han descubierto que la gente se ríe cinco veces más cuando está con otras personas que sola. Hasta el intercambio de bromas con un desconocido en un tren basta para desatar alegría. Eso no quiere decir que no se pueda encontrar placer al ver una serie en Netflix. El problema es que ver un episodio tras otro es un pasatiempo individual. La felicidad máxima reside sobre todo en la actividad colectiva.

Encontramos los mayores momentos de gozo en la efervescencia colectiva. Es un concepto que acuñó a principios del siglo XX el sociólogo iconoclasta Émile Durkheim para describir el sentimiento de energía y armonía que la gente siente al congregarse en torno a un propósito compartido. La efervescencia colectiva es sentirnos en sintonía cuando bailamos junto con desconocidos en una pista de baile, cuando los colegas de trabajo llevan a cabo una lluvia de ideas, cuando los primos están en un servicio religioso o cuando los compañeros de equipo están en el campo de juego. Y durante esta pandemia, este sentimiento ha brillado por su ausencia en nuestra vida.

 La efervescencia colectiva ocurre cuando la joie de vivre se propaga en un grupo. Antes de la COVID-19, las investigaciones demostraban que más de tres cuartas partes de la gente experimentaban efervescencia colectiva al menos una vez a la semana y casi una tercera parte, al menos una vez al día. La percibían al cantar a coro o competir en carreras y en momentos de conexión más relajados en cafeterías y clases de yoga.

Sin embargo, cuando las medidas de confinamiento y distanciamiento social se volvieron la norma, este tipo de momentos fueron disminuyendo cada vez más. Comencé a ver especiales de comedia, con la esperanza de obtener un poco de efervescencia colectiva mientras me reía junto con la audiencia. Estuvo bien, pero no fue lo mismo.

En cambio, muchos de nosotros nos sentimos inmersos en una nube negra.

Las emociones son como enfermedades contagiosas: pueden transmitirse de una persona a otra. “El contagio emocional se da cuando literalmente los demás nos propagan sus emociones”, explicó mi colega Sigal Barsade, profesora de Gestión en Wharton e investigadora principal en esta materia. “En casi todos nuestros estudios, hemos descubierto que la gente no se da cuenta de que sucede”.        

(. Es psicólogo organizacional en Wharton, The New York Times en español, 17/07/21)

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