9/11/21

El atolladero de Pasolini y el nuestro... el consumismo, con su fuerza de homologación, alcanza las capas más profundas del ser humano, produciendo lo que Pasolini llama “mutación antropológica”. La felicidad aún era posible en la pobreza, pero la revolución antropológica del consumo extiende la depresión por todos lados: somos infelices viviendo bajo un modelo ajeno... La marcha hacia adelante (el progreso) es una catástrofe y la marcha hacia atrás (el conservadurismo) es imposible, concluye Pasolini. De ahí la desesperación que impregna sus últimos escritos

 "El poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini fue asesinado el 2 de noviembre de 1975, hace 46 años. Pocos días antes, intervino en una charla en la ciudad de Lecce con profesores y estudiantes de instituto sobre culturas y lenguas minoritarias en Italia. En ella repite una y otra vez que las posiciones críticas y revolucionarias están en un verdadero atolladero. ¿Cuál sería? Habitar entre “una cultura que no se acepta y una cultura que se ha extinguido”.

La cultura que no se acepta, para el Pasolini de los Escritos corsarios o las Cartas luteranas, es el consumismo, cuyos vehículos van desde las nuevas infraestructuras de transporte hasta la televisión y la misma escuela. La cultura que se ha extinguido, que él conoce bien por la vía directa de lo sensible, son los mundos del lumpenproletariado juvenil, el campesinado pre-industrial, los modos de vida populares.

Hay dos maneras de reducir todo aquello que no se somete: la violencia y la asimilación. El fascismo, que se había apoyado sobre todo en la primera, apenas rozó las subjetividades tradicionales. Pero el consumo, con su fuerza de homologación, alcanza las capas más profundas del ser humano, produciendo lo que Pasolini llama “mutación antropológica”. La felicidad aún era posible en la pobreza, pero la revolución antropológica del consumo extiende la depresión por todos lados: somos infelices viviendo bajo un modelo ajeno.

 Entre medias de lo que no se acepta y de lo que se ha extinguido, Pasolini no encuentra nada (ni nadie) en lo que apoyarse. El progresismo, del que él mismo formó parte, es incauto ante la fuerza destructiva del consumismo de masas, porque imagina aún que el verdadero enemigo es un poder de tipo clerical-fascista. El conservadurismo por su lado se limita a una labor arqueológica o museística: proteger formas de vida que son ya meras “supervivencias”, sin dinamismo o vitalidad interior.

La marcha hacia adelante (el progreso) es una catástrofe y la marcha hacia atrás (el conservadurismo) es imposible, concluye Pasolini. De ahí la desesperación que impregna sus últimos escritos, sus últimas películas, sus últimas intervenciones críticas: no hay salida.  

Del consumo a la comunicación

El atolladero de Pasolini, cincuenta años más tarde, no nos resulta para nada ajeno. La cultura de masas se ha convertido en imperio de la “comunicación” dentro y fuera de internet. Sus presupuestos son igualmente destructivos: el tiempo instantáneo de la comunicación erosiona la memoria y la historicidad, la obligación de transparencia reduce las complejidades del sentido, el lenguaje estandarizado arrasa con la pluralidad de los modos de habla, el hechizo de las pantallas suprime los intervalos donde puede crecer la imaginación creadora.

El progresismo se fascina ante el poder de la comunicación y la convierte en solución para todo: los problemas educativos se resuelven con más digitalización, los problemas de pareja se arreglan “aprendiendo a comunicar”, las tensiones entre empresarios y trabajadores mediante la mediación, la desafección política fichando a gurús de la comunicación tipo Iván Redondo, etc. El progresismo no se atreve a pensar las complejidades, los claroscuros y las sombras de lo humano; se limita a recetar más tecnología, más digitalización, más virtualización. Modernizar es comunicar.  (...)

Walter Benjamin al rescate

Entre el presente sin pasado (de la comunicación) y el pasado sin presente (de la melancolía), ¿cómo escapar? ¿Cómo salir del atolladero de Pasolini?

Podemos pedir ayuda a otro clásico: el filósofo alemán de origen judío Walter Benjamin. Con él es posible pensar otra relación con el tiempo histórico, otra historicidad.

Benjamin critica, como Pasolini, el progresismo de su época: la confianza en que la Historia nos dará la razón de manera automática. Para Benjamin, el progreso es más bien la historia de los vencedores, avanza mediante la guerra y va dejando restos a sus espaldas que él quisiera salvar. “El Ángel de la historia bien quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado”, dice. Pero, ¿en qué consiste exactamente esa “salvación” del pasado?

 No en la preservación, ese es el punto decisivo, sino en la reactualización. Progreso y reacción son dos caras de lo mismo, la melancolía de izquierdas sólo es la cara b de la modernización capitalista. El desafío no puede ser conservar (menos aún lamentar), sino reelaborar, reinterpretar, regenerar, renovar. Mientras que el “conformismo de la tradición” se limita a evocar y repetir, el pasado se rescata haciendo pasar de nuevo sus energías mediante formas nuevas.

 Recordar (re-cordis) significa volver a pasar por el corazón. Es decir, el pasado se reaviva desde el presente, es una chispa en el presente (pregunta, búsqueda, lucha) lo que rescata el pasado del peligro de desaparición, una “instancia de presente” dice Benjamin. Justo ese presente que se pierde de vista tanto en el progresismo (que mira hacia adelante) como en el conservadurismo (que mira hacia atrás).

Benjamin se inspira en el mesianismo judío para concebir otra temporalidad, como explica el historiador Stéphane Moses. En ella el presente fecunda al pasado y el pasado recupera en el corazón del presente una actualidad nueva. Así el pasado no deja de pasar, el presente se renueva a cada instante y el futuro está aconteciendo siempre.

La tradición de los oprimidos, dice Benjamin, no teme las rupturas temporales, las fracturas entre épocas, el vacío entre padres e hijos, sino que los implica como su condición misma. Las intermitencias, las pérdidas, los saltos –todo lo que se deplora como “fallos en la transmisión”– son justamente las ocasiones propicias para la reactualización, sus mismos efectos, porque no se devuelve a la vida lo mismo, sino algo a la vez igual y diferente.

La fidelidad no es repetir, sino recrear. Y podríamos empezar con el mismo Pasolini. En lugar de decir lo mismo que él dijo hace 50 años, convirtiéndolo en pieza de museo o supervivencia, se trataría de hacer lo mismo que él hizo. Prestar oído a las “vulgares lenguas” de hoy, a las hablas comunes, a los modos propios de decir y decirse, a las fugas del lenguaje estandarizado de la comunicación. Dar valor y visibilidad a los mundos –a los fragmentos de mundo al menos– que se esbozan aquí y allá, a las formas de vida que tienden a la autonomía y la independencia. Hacer de nuevo lo mismo que él hizo, hacerlo nuevamente.

Reinterpretar es la única manera de resucitar la materia muerta, de arrancar un fragmento del pasado del olvido y la museificación. Es también el único modo de desmentir a los asesinos de Pasolini y devolverlo a la vida.

 Referencias: 

Pier Paolo Pasolini, Vulgar Lengua, Ediciones El Salmón, 2018.
Walter Benjamin., Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Contrahistorias, 2005.
Stéphane Moses, El Ángel de la Historia, Cátedra, 1997. "     
            (Amador Fernández Sabater, CTXT, 06/11/21)

No hay comentarios: