"Hay luces y sombras en la última parte del informe climático más importante del mundo, el sexto informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático). El texto, del Grupo II, analiza los impactos, la adaptación y la vulnerabilidad, y pasará a la historia por encuadrarse entre el –esperemos– final de una pandemia y el inicio de una lamentable guerra que, como todas ellas, nunca debería haber tenido lugar.
El problema con las luces del informe es que no alumbran lo suficiente para iluminar la cantidad enorme de sombras que se están acumulando en el horizonte. Sombras que parece que nos den tanto miedo que ni nos atrevemos a nombrar. Por si se materializan. Cuando es precisamente ese miedo a identificarlas el que las está haciendo cada vez más patentes e ineludibles. No podemos solucionar un problema que ni siquiera queremos reconocer.
En las 36 páginas del resumen para políticos y prensa –la parte del estudio que sufre indudables y efectivas presiones de lobbies y gobiernos– podemos encontrar algunas perlas que invitan a pensar que algún cambio se está produciendo en el seno de la comunidad científica sobre cómo comunicar la emergencia. Sin embargo, son pequeños destellos en un informe que sigue pecando de moderación en demasía, y que probablemente ha errado el tiro al no optar por un aplazamiento en la publicación de las conclusiones de esta parte.
Algo que podría haber servido para generar expectación, y a la vez mandar un potente y necesario mensaje a los halcones, tanto rusos como atlantistas: vuestras guerras retrasan la acción necesaria que necesitamos todos para evitar el descalabro climático. Los retos son globales y las soluciones necesariamente han de serlo también. No nos valen políticas de bloques a estas alturas.
Teniendo en cuenta que es prácticamente seguro que estamos ante el último informe del IPCC con capacidad de llegar a tiempo para influir –falta la crucial parte correspondiente al Grupo III, cuyo primer borrador filtramos al mundo el agosto pasado y que saldrá, en principio, el 4 de abril–, el contenido sigue obviando muchos problemas que son usuales en este tipo de informes: la integración de otros factores como la crisis energética, que se diluye en los modelos –cuando la energía requerida para la adaptación será más necesaria que nunca–, y se sigue confiando en tecnologías basadas en el pensamiento mágico como la captura y secuestro de carbono.
En definitiva, se siguen enunciando muchos problemas con la boca pequeña y confiando en sostener el objetivo de permanecer por debajo de la famosa cifra de 1,5ºC; lo que para cualquiera que haga números y no le guste el autoengaño es sencillamente imposible. Así lo han reconocido los propios autores del informe, que en este estudio de la prestigiosa revista Nature explican por qué a finales de este siglo rozaremos los catastróficos 3ºC de aumento. O así lo reconoció también una eminencia, el climatólogo James Hansen, que recientemente dijo que el 1,5ºC será superado durante esta misma década.
Pero pasemos al análisis. Las luces. Respiremos. Se siguen incluyendo frases con potencia comunicativa como: “Los actuales modelos de desarrollo insostenibles están aumentando la exposición de los ecosistemas y las personas a los riesgos climáticos”, similares a las que encontramos en los borradores filtrados del grupo III. De hecho, la palabra insostenible es citada hasta 9 veces en las 36 páginas del resumen. Esto denota un cierto avance en el reconocimiento de la realidad, que leyendo el informe completo reafirma el hecho de que la palabra decrecimiento –cada vez menos tabú– aparece nada menos que 27 veces.
En una aparente paradoja, son las declaraciones más sombrías las que arrojan más luz, ya que al menos permiten identificar el problema. Por ello, es destacable también que el secretario general de la ONU, António Guterres, se haya expresado en estos términos al presentar el informe: “He visto muchos informes científicos en mi vida, pero nada como esto”, “un atlas del sufrimiento humano” o probablemente la más certera: “Esta abdicación de liderazgo es criminal. Los mayores contaminantes del mundo son culpables del incendio provocado en nuestro único hogar”.
También aparece 17 veces la palabra “indígenas”, referida tanto a los pueblos como a su población actual y a los sufrimientos que van a padecer los más de 400 millones de personas que identificamos con este epíteto. Esto es clave: por fin el IPCC está entrecruzando la otra gran crisis ecológica, la pérdida de vida, de biodiversidad, con el problema climático. Por fin la comunidad científica, mayoritariamente occidental, empieza a darle la importancia que merece a los pueblos quizá más civilizados de la Tierra, aquellos que con aproximadamente el 6% de la población custodian el 80% de la biodiversidad.
Justo lo que nos está salvando de agravar más el problema climático y alimentario y de estar aún más expuestos a pandemias. Para proteger la biodiversidad y asegurar los servicios esenciales que ofrecen los ecosistemas, la comunidad científica propone conservar entre un 30% y un 50% de los mismos. Y esta también es una propuesta con luces y sombras, porque, mal gestionada, puede servir para desplazar a la población indígena de sus tierras.
Algunas de las otras conclusiones más importantes del informe, son:
– Aproximadamente la mitad de la población mundial, entre 3.300 y 3.600 millones de personas, vive en zonas “muy vulnerables” al cambio climático. Imagínense, si ahora hay problemas con el aumento de los regímenes autoritarios, qué pasará si no actuamos con decisión.
– Incluso en los niveles actuales de calentamiento, millones de personas se enfrentan a la escasez de alimentos y agua debido al cambio climático. A partir de 2ºC, las cosechas estables serán escasas. Y estos análisis, como decimos, tienen poco en cuenta las interrelaciones que hay con la energía y el aumento de los precios de los fertilizantes o los alimentos.
Expertos como Olivier de Schutter, Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos de Naciones Unidas, están demandando una reforma fundamental de nuestros sistemas alimentarios para evitar un hambre sin precedentes: “La ciencia es clara: sin un cambio importante en las emisiones de carbono y en la forma de cultivar, es probable que veamos pérdidas masivas de cosechas y el colapso de nuestro frágil sistema alimentario”.
– Ninguna región habitada escapa a los efectos nefastos del aumento de las temperaturas y del clima cada vez más extremo. Aunque hay algunas que lo vamos a pasar peor: en el sur de Europa, una de cada tres personas sufrirían escasez de agua incluso en el escenario de cumplimiento del Acuerdo de París.
– “El aumento de los fenómenos extremos meteorológicos y climáticos ha provocado algunos impactos irreversibles, ya que los sistemas naturales y humanos se ven empujados más allá de su capacidad de adaptación”. Esta manera sutil de hablar de puntos de no retorno es lo que le está ocurriendo ya a subsistemas clave como el Ártico o el Amazonas.
– La extinción masiva de especies, desde árboles hasta corales, está en marcha. Y algunos de los ecosistemas clave están perdiendo su capacidad de absorber dióxido de carbono, convirtiéndolos de sumideros a fuentes de carbono.
– Todo lo anterior supone que a todas luces –y sobre todo sombras– los famosos 1,5ºC están técnicamente superados. Cuando se superen, como le ha pasado sistemáticamente a estos informes, el siguiente será mucho peor.
Para ampliar las sombras, que ya comienzan a entreverse en este texto, hay que contar también que aquella filtración de la Agencia France-Presse que dio la vuelta al mundo, mientras el hemisferio norte ardía con temperaturas cercanas a los 50 grados en países como Canadá, no logró el cometido que buscaba. En el proceso de pulir (ciencia) y maquillar (lobbies), el resumen del informe ha eliminado el titular que dio la vuelta al mundo: “La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante… La humanidad no”.
Nadie ha rescatado ni una mísera mención aún al respecto, quizá porque hay mucho que leer en las más de 3.500 páginas que tiene el texto completo, pero de la frase textual, ni rastro. No está. Esta es una de las sombras más tenebrosas, que con la situación de emergencia, tengamos –todavía– exceso de moderación dentro de la propia comunidad científica.
Y la pregunta clave que subyace es: ¿por qué ni el IPCC se está atreviendo a contar con la claridad necesaria una verdad evidente para cualquiera que tenga los datos sobre la mesa y sepa entenderlos? ¿Por qué tanto temor a reconocer que el objetivo de mantenerse por debajo de 1,5ºC está obsoleto? Eso no significa que todo esté perdido. Al contrario, implica solamente reconocer que el problema es más grave y urgente. Significa que está casi todo por hacer. Que hay que hacer todo lo posible para mantenerse por debajo de 1,5º C, y que reconocer que eso ya no será posible ayudará a acrecentar la conciencia del problema y a acelerar las medidas.
¿Por qué no ser más contundentes? Lo que habría que hacer parece casi imposible de imaginar para la cultura actual. La del despilfarro y los microplásticos hasta en las placentas. La de la fe ciega en la tecnología. La de los bloques que, como tienen que competir por su supervivencia, no parecen darse cuenta de que pueden acabar con la de toda la vida, como avisaba la frase eliminada del informe.
Nuestra cultura tendría que cambiar radicalmente para asumir un modelo que, además de buscar la cooperación, buscara una simplicidad reconfortante. El buen vivir. Pero con menos riquezas materiales. ¿Es acaso aún posible? Nadie lo sabe. Lo que sí está claro es que es inevitable que acabemos yendo por la fuerza a ese tipo de escenarios de menor riqueza energética. Más nos valdría irnos preparando."
(Juan
Bordera / Ferran Puig Vilar, CTXT, 02/03/22)
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