"Los controles de precios son una respuesta necesaria a la crisis energética. Pero el problema es estructural y sólo son una medida para ganar tiempo". Isabella Weber, una joven economista de Amherst (Massachusetts), se ha hecho ya un nombre como parte de una generación de nuevos expertos en esta disciplina que rompen con los viejos dogmas neoliberales. Un artículo de opinión que escribió para The Guardian a finales de diciembre de 2021 suscitó un gran debate en el que los economistas sus colegas de la corriente principal la atacaron ferozmente por querer interferir en el mecanismo de los precios, que consideran sagrado.
Sin embargo, desde la guerra de Ucrania muchos de estos críticos tuvieron que enmendar su posición. Ahora se debate abiertamente sobre el control de los precios de la energía, con países como Francia que han establecido un tope a los mismos y con los miembros de la Unión Europea acordando recientemente un tope al consumo. Sin embargo, como subraya Weber, hay que hacer mucho más para afrontar la situación actual, teniendo en cuenta que no se trata de algo puntual, sino más bien de un adelanto de las cosas que están por venir en un mundo en el que el cambio climático y el desorden geopolítico van a generar una oleada de crisis de precios.
Los gobiernos deberían crear organismos capaces de supervisar el suministro de materiales esenciales en tiempo real, a la vez que considerar la posibilidad de poner algunos de estos sectores bajo control público.
Paolo Gerbaudo.- Tras la Gran Moderación,
nos enfrentamos de nuevo a la inflación, una tendencia que ha cogido
por sorpresa a muchos economistas. Se están estableciendo paralelos
históricos con los años 70. ¿Cuándo podremos encontrar una guía para
entender la situación actual y cómo debemos afrontarla?
Isabella Weber.- Es
una combinación de diferentes factores y debiéramos considerar una
serie de paralelismos históricos en lugar de uno solo. Quizá el más
cercano sea el de la inflación tras la Segunda Guerra Mundial y la
transición tras el cierre de la economía durante el conflicto. En el
transcurso de la guerra había una normativa estricta sobre lo que se
podía producir, dando prioridad a las manufacturas que eran estratégicas
para el esfuerzo bélico. Una vez que la economía se abrió, se
produjeron cuellos de botella, ya que la gente volvió a consumir e
invertir en productos no relacionados con la guerra, lo que provocó un
aumento de los precios de los productos que se habían restringido
durante la contienda. Del mismo modo, cuando la pandemia empezó a
remitir, la gente volvió a comprar bienes que no había adquirido durante
los confinamientos, como los electrodomésticos. Esto se vio agravado
por el hecho de que algunos consumidores habían conseguido ahorrar
dinero durante ese periodo y el poder de compra adquirido se agotó
rápidamente. Al cabo de un tiempo, estos embotellamientos de la oferta
acostumbran a aliviarse, como ocurrió después de la Segunda Guerra
Mundial; las existencias comienzan a reponerse y los precios bajaron.
Pero, mientras tanto, lo que hay es un ciclo de auge y caída.
Precisamente para evitarlo, algunos economistas, entre los que me
incluyo, hemos pedido medidas para suavizar la transición.
P. G.-
Sin embargo, ahora la inflación no está sólo relacionada con la
interrupción de los suministros. Se ha visto agravada por una grave
inflación energética provocada por la guerra en Rusia. Esto cambia la
situación.
I. W.-
Ya antes de la guerra tuvimos subidas de precios y evidencias sobre el
comienzo de un nuevo ciclo inflacionista de las materias primas. Rusia,
que es un importante proveedor de energía para Europa, no reaccionó a la
señal aumentando la oferta y acometiendo nuevas inversiones, pues ya se
estaba preparando para la guerra en Ucrania. Las señales de precios no
lograron ajustar demanda y oferta. Desde que estalló el conflicto esta
situación se ha agravado, con encarecimientos no sólo de la energía,
sino también de los alimentos y las materias primas. En cierto modo,
esto recuerda a las crisis del petróleo de la década de 1970, aunque
quizá ahora la situación sea aún peor. A medida que la guerra económica
se intensifica, algunas economías que eran especialmente dependientes
del suministro ruso, como la alemana, pueden caer en una especie de
terapia de choque que perjudicaría gravemente a sus trabajadores y
empresas. Además de la crisis de precios, también corremos el riesgo de
tener escasez real, lo que exige medidas gubernamentales para evitar el
caos. Todo esto acontece en una situación en la que la liberalización de
los mercados complicaría aún más la situación.
P. G.-
Los políticos de derechas, como Christian Lindner en Alemania, piden
ahora medidas de austeridad para hacer frente a la inflación. ¿Pero van a
resolver la situación respuestas monetaristas como las que se aplicaron
en los años 70?
I. W.-
Creo que para entender la actual situación inflacionista hay que
superar la concepción monetarista del funcionamiento de la economía, que
pone excesivo énfasis en las finanzas sin prestar suficiente atención a
la economía real y al papel de los materiales básicos. Esto es algo que
tampoco tiene en cuenta el paradigma keynesiano. Su
planteamiento era que hasta que no se alcanza la plena capacidad, en
particular en el empleo, no se genera inflación. Pero eso pasa por alto
la escasez de bienes primarios. Si se produce esta situación, puedes
llegar a los límites de capacidad mucho antes de alcanzar los límites de
uso de la capacidad agregada. El papel de los materiales esenciales en
la economía es algo que la teoría económica debe explicar mejor de lo
que lo hacen los modelos actuales. La mayoría de las personas que
analizaron la inflación pensaron que sería transitoria y que no había de
qué preocuparse. Pero esto subestimó la importancia de esos materiales
esenciales y la relación insumo/producto. Algunos sectores necesitan más
redundancia, más existencias de reservas para evitar la escasez que
padecemos actualmente.
P. G.-
¿Hasta qué punto lo que estamos viviendo es una excepción o la
plasmación de lo que está por venir? ¿Un mundo desglobalizado en el que
el suministro de mano de obra y materiales baratos está menos
garantizado, y marcado por los desastres medioambientales, supondrá
continuas presiones inflacionistas?
I. W.- En un mundo desglobalizado corremos el riesgo de sufrir enormes shocks
de precios y la teoría económica no nos ha preparado para afrontarlo.
La desglobalización puede ser una fuerza inflacionista, especialmente si
se produce de forma caótica. Tenemos una economía global extremadamente
interconectada en la que muchos países dependen de las exportaciones
monopolísticas. Si el comercio se interrumpe, puede provocar un aumento
de los precios. Además, hay que tener en cuenta el impacto a largo plazo
del cambio climático. Debido a las altas temperaturas, podemos tener
efectos negativos en las infraestructuras básicas, como el derretimiento
de las carreteras, y hay todo tipo de procesos industriales que deben
realizarse dentro de una determinada franja de temperatura. También
podemos encontrar problemas con la electricidad y todas aquellas
actividades económicas que dependen de la disponibilidad de la misma, de
modo que se pueden producir efectos dominó que se extiendan de un
sector a todos los demás. Antes de la crisis actual, la globalización
estaba dominada por las redes de producción just-in-time. Si la
demanda aumentaba, la oferta podía acompañarla fácilmente. Pero ahora
se da la situación contraria. Las redes de suministro ya no funcionan justo a tiempo, sino que se han vuelto más just-in-case (por
si acaso) para hacer frente a los riesgos de interrupción. La dinámica
ha pasado de la competencia por las cuotas de mercado a una otra que da
prioridad a asegurar la continuidad de las operaciones contra las
interrupciones, y esto puede ser un factor inflacionario más.
P. G.-
Usted ha propuesto controles de precios contra la inflación como medida
para superar la crisis, y ha sido criticada por muchos economistas.
¿Puede explicar cómo esos controles pueden ayudar a superar las
dificultades actuales?
I. W.-
Cuando lo planteé en diciembre de 2021 ya nos encontrábamos en un
escenario en el que los precios habían subido mucho. Pero en respuesta a
esta señal no se produjo un aumento de la oferta porque Rusia ya se
estaba preparando para la guerra. Muchos seguían pensando ingenuamente
que pronto volveríamos a la normalidad. Con el conflicto, la evidencia
de que no se vislumbra una vuelta a la normalidad anterior a la pandemia
ha calado en mucha gente. Mi propuesta es aplicar controles de precios
para evitar los trastornos. Pero no estoy pensando en los severos
controles de la Segunda Guerra Mundial, sino en una combinación más
compleja de políticas. Los responsables políticos europeos ya están
debatiendo un tope de precios, que consistiría en un acuerdo entre los
compradores europeos de gas para no adquirirlo por encima de un
determinado valor. Ello tendría que combinarse con un programa de ahorro
a escala europea, que ayudaría a evitar un racionamiento caótico en
invierno. Además, hay que garantizar una cantidad básica de gas a todos
los hogares a un precio controlado para que la gente no se arruine.
Pero, en cualquier caso, los controles de precios no son la solución del
problema a largo plazo, tan sólo una medida para ganar tiempo. Es como
si alguien sangrara por el brazo y fuera trasladado al hospital. Si no
se hace nada para reducir la demanda o aumentar la oferta, el problema
se arrastrará.
P. G.- ¿Cuál es entonces la solución a largo plazo para los problemas actuales? ¿Qué deben hacer los gobiernos?
I. W.- Tenemos
que aceptar que en un mundo de cambio climático y desintegración del
orden mundial, de enfermedades epidémicas, etc., las instituciones
financieras ya no son capaces de estabilizar la economía por sí solas.
Necesitamos nuevas instituciones políticas que tengan la capacidad de
supervisar los sectores esenciales de los que se pueda reunir toda la
información necesaria; en particular, la energía y las materias primas.
Necesitamos tener la capacidad de monitorizar las situaciones en tiempo
real en lugar de tener esa información una vez al año. Esto es algo que
podría aplicarse con bastante facilidad. El grupo de trabajo sobre la
cadena de suministro de la Administración Biden ha empezado a hacerlo.
Pero hay que generalizar este enfoque y disponer de políticas de
estabilización por sectores. Tenemos que entender, para cada mercado,
quiénes son los grandes actores y si nos enfrentamos a un problema
nacional o internacional.
Necesitamos una planificación de emergencia, o lo que podríamos llamar planes de civilización
para garantizar que somos capaces de intervenir y abordar los problemas
que estamos padeciendo. Ésta es la medida más urgente, además de otras
políticas que pueden ser necesarias como las inversiones públicas y la
propiedad pública. Pero creo que a estas alturas carecemos incluso de la
capacidad básica de previsión y optimización de lo que está ocurriendo
en la economía, y esto nos deja poco prevenidos ante los shocks. Tenemos que abordar el papel de lo esencial en la economía, como la energía y los materiales básicos. Durante demasiado tiempo hemos dado por sentada su importancia. Los
productos esenciales deben ser gestionados en interés público porque
son demasiado importantes para dejarlos únicamente en manos de la lógica
del mercado, especialmente cuando las señales de precios no consiguen
igualar la oferta y la demanda como estamos experimentando actualmente." (Pablo Gerbaudo, Agenda Pública, 30/07/22)
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