"Ángel Viñas, (Madrid, 1941) alza la voz cuando quiere precisar algo que le parece de cajón, y para señalar que no se callará cuando reciba críticas. Su posición es muy clara. Funcionario, economista, diplomático e historiador, Viñas lo sigue todo, desde Bruselas, donde vive, con sumo interés. Acaba de publicar Oro, Guerra, Diplomacia, la República española en tiempos de Stalin (Crítica), una obra que es continuación de dos anteriores, ¿Quién quiso la guerra civil?, y El gran error de la República, en la que refuerza sus tesis sobre la manipulación de la derecha, que durante años y años proclamó lo del “Oro de Moscú”, que Joan Manuel Serrat reflejó en su Temps era Temps. Viñas se explaya en esta entrevista con Letra Global para señalar que los “reletos son importantes”, pero que las investigaciones son concluyentes: “Justificar la Guerra Civil por la sovietización de España es un camelo que ha calado". Él, en todo caso, se ata a los archivos, a los "papeles". Y constata: "Más no puedo hacer".
--Pregunta: Los datos son importantes, pero, ¿qué pasa con la ideología? ¿Cómo se combate una idea instalada, que ahora Vox, periódicamente, vuelve a señalar sobre el Oro de Moscú?
--Respuesta: No sé cómo se combate la ideología, cómo se combate a Bolsonaro, a Trump, a Orbán y a tantos otros. He servido al Estado y sé cómo funcionan por dentro los estados y no me gusta comentar una polémica de rabiosa actualidad. Me jubilé hace doce años y no me interesa entrar en eso. Pero lo que digo es que un historiador debe tener en cuenta las ideologías de la época, debe saber interpretarlas, y reconstruir lo que se pueda reconstruir. Me he acostumbrado a interpretar papeles, y en ver cómo actúan los seres humanos ante circunstancias concretas. Lo que me interesa es ver cómo interactúan en ciertas estructuras. Y lo que se debe decir es que hay datos, se conoce el pasado y me interesa lo que hay detrás de los datos y las decisiones de los decisores. Necesito documentación, pero no la del ABC o de La Nación o El Debate. Me interesé por la Historia tras un encargo de Fuentes Quintana sobre Hitler y el estallido de la Guerra Civil. No me basé en diarios, sino en decisiones gubernamentales, que es una parte del todo, pero que es fundamental.
--Usted parte de los escritos de Azaña, que ya percibe que la cuestión del oro y la ayuda de la Unión Soviética será utilizada por los que protagonizan el golpe de estado.
--Sí, pero desde mayo de 1936 a febrero de 1937, Azaña no escribe diarios, o no se han encontrado. Toma notas apresuradas, apuntes sobre la marcha. Sus diarios son interesantes, porque muestran los recovecos de la acción gubernamental. Pero en el caso de la Guerra Civil da pocas pistas. Las que ofrece las publicó Santos Juliá, en las obras completas de Azaña. Yo utilizo unas cartas que Juliá añadió como anexo a las memorias.
--Y lo que se constata en su libro es que España caminaba hacia las democracias parlamentarias europeas
--Totalmente, no me cabe ninguna duda. Este libro viene a ser el tercero de una obra amplia, --¿Quién quiso la guerra civil?, y El gran error de la República-- que parte de una primera cuestión: Quién quiso la guerra. Porque hubo condiciones necesarias, pero no suficientes. Entre las primeras, las ya conocidas como el atraso económico, las oligarquías, el atraso social o la situación del campesinado. Todo el mundo está de acuerdo en eso, pero, ¿era todo ello condición suficiente? No, alguien quiso la guerra. Hay que analizar la situación. ¿Y si el presidente de la República no hubiera retirado su confianza en Azaña, y se hubiera evitado la convocatoria de elecciones? ¿Y si las izquierdas no hubieran ido por separado, que era un suicidio si se pensaba en la ley electoral que ellas mismas había impulsado? Hubieran ganado las elecciones, pero no ganaron. Ganaron las derechas de la CEDA, que se acababa de constituir. Después, no quisieron gobernar y lo hicieron los radicales. No sabemos cómo hubiera evolucionado la República, sin la revuelta obrera de Asturias. Algunos siguen señalando que el estallido de la Guerra Civil se debe a la revuelta de Asturias, pero no se quiere entender que esa revuelta fue impulsada por el Gobierno para darle un palo a la izquierda. La revuelta que pretendía Largo Caballero solo tuvo efecto en Asturias. En Barcelona se liquida en nada, con dinero a raudales hacia la CNT, que se calla. En Asturias sucede porque los mineros disponen de una cosa, la dinamita. Pero todo dura quince días y muestra que contra el Gobierno y el ejército no hay revolución posible, no se puede hacer nada y con ello no hace falta que comente nada sobre la situación actual en España.
--¿Entonces?
--Sobre las condiciones necesarias, hay que recordar el escándalo del estraperlo, con Lerroux, que debe dimitir. Gil Robles se postula, pero Alcalá Zamora no confía en él y se convocan nuevas elecciones, que las gana el Frente Popular. Esas elecciones las podría haber ganado la derecha y no hubiera habido Guerra Civil. La izquierda no se hubiera sublevado. O Alcalá Zamora podría haber avalado un alzamiento a la austriaca, al estilo Dollfuss. Eran condiciones, en todo caso, que no se tenían por qué cumplir. La constante, en cambio, es que desde 1932 las derechas monárquicas y carlistas apoyan una sublevación contra la República para sustituirla por el modelo austriaco. En los diarios de la época no hay información, no ven venir la conspiración, que se desarrolla con la ayuda fascista.
--En todo caso, y eso queda claro en el libro, con los hechos en la mano, es que España recibe el apoyo de la Unión Soviética dos meses después de que Italia y Alemania apoyen a los sublevados, no antes.
--Sí, y es Italia la madre del cordero, con la idea de una restauración monárquica, de tipo fascista. Lo que se desea es Gibraltrar, para cerrar el penón. Lo viril, lo fascista, después de Abisinia, como un pulso a las democracias, lo exhibe Italia y para ese proyecto España es fundamental. Se juntan el hambre con las ganas de comer. El apoyo a los alfonsinos, a los monárquicos, no es por amor al arte. Mussolini apuesta por eso, se deja caer a Austria, y se alinea con Alemania.
--Podía haber sido distinto, ¿con otras reacciones del Gobierno?
--En el segundo libro, previo a este, sobre esa idea que le decía en torno a la Guerra Civil y a las condiciones necesarias pero no suficientes, lo que señalo es que hubo un aparato de información sobre la subversión. Encontré la documentación en Ávila, y elaboré una serie de hipótesis. El Gobierno republicano, aunque estuvo al tanto de la subversión, no hizo nada, porque se fio demasiado de la experiencia de la Sanjurjada. A Azaña se le engañó como a un bebé, como se explica en las cartas de Gonzalo Rodríguez Lafora, que publicó Santos Juliá. La República, que conocía la ayuda fascista, la ligazón fascista de Calvo Sotelo, se olvida en 1936. Lo que es cierto que no podía saber es que en octubre de 1935 Antonio Goicoechea va a ver a Mussolini y le explica que si las izquierdas ganan, intentarán una sublevación. Con eso se explica todo lo que viene después, con algaradas fascistas y carlistas en la primavera de 1936, para crear la sensación de un estado fallido, creando un clima muy mal interpretado por la derecha, que criticó a la izquierda de esa atmósfera, que se asimila a la de 1934.
--La influencia soviética, por tanto, es, como mínimo, ¿escasa?
--La Comintern manipulaba lo que podía, al Partido Comunista, como han señalado Rafael Cruz o Fernando Hernández Sánchez, que han precisado que el PCE no estaba a favor de protagonizar ninguna sublevación. Lo que se quiere desde la Comintern es un frente antifascista, con todos los partidos, incluso con los anarquistas.
--¿Stalin defiende para España una democracia liberal?
--Se ha mal interpretado a Stalin, porque la derecha que se subleva debía justificar el golpe de estado y qué mejor que hacerlo responsabilizando a las izquierdas vencidas. Se ve muy claro en el dictamen de Serrano Súñer en 1938, con figuras preeminentes de la propia conspiración. Lo que se defiende, repito, es un frente contra el fascismo.
--La cuestión es que se mantiene el mito del oro de Moscú, a partir de una constatación, y es que la República debe pagar lo que pide al contado, mientras que los sublevados pagarán a crédito.
--Es eso, pero todavía Vox sigue con el mito y el PP, ¡qué quieres que te diga!
--¿Pesa, por tanto, la ideología?
--Pesa la ideología y los intereses, confesables en unos casos e incofesables en otros.
--En todo caso, ¿cómo explicar la historia a nuevas generaciones, con mitos que se mantienen, y que tienen acceso, por primera vez, a las investigaciones que se han publicado, como las suyas?
--El relato importa, y mucho, y mucho más ahora que los medios están al alcance de todos. Eso tiene ventajas e inconvenientes, con cuestiones que se manipulan. Sucede en todas partes. Hay un relato político adaptado y otra cosa es el pasado y su interpretación a partir de datos fiables. Lo que yo ofrezco es un relato documentado, y mi deber es aprovechar la documentación disponible. Yo soy de la generación del 41, y traté de evadirme del franquismo. Ya leía, antes de la universidad, los libros de Historia de Espasa Calpe, que eran para los primeros cursos universitarios. Y mi investigación ha sido siempre a partir de archivos.
--Los tecnócratas del franquismo mantienen la versión franquista del oro de Moscú.
--¡Es que los tecnócratas del franquismo eran franquistas! Navarro Rubio, Castiella, Martín-Artajo…
--¿Se ha idealizado su contribución a la economía de España con la idea de que salvaron el país?
--Se han idealizado sí, salvaron al país y al franquismo. Fueron muy conscientes de ello.
--Pero significaron una ruptura con lo anterior, abriendo la economía, con reformas.
--Hasta cierto punto. El cambio fue lento. Ya se empezó a otear en 1951, con Manuel Arburúa al frente de Comercio, que era franquista, pero no idiota. Vio que las políticas comerciales existentes no iban a ninguna parte. Y con la irrupción del Opus Dei se juntaron los altos funcionaros y los economistas. Tenían claro que con la autarquía no se podía seguir.
--¿La prioridad era salvar la economía o salvar el franquismo?
--Salvar la economía, aunque eso comportara también salvar el régimen. Hay una importancia decisiva de hombres como Manuel Varela, el secretario general técnico de Comercio, un puesto clave, con el Instituto Español de Moneda Extranjera, el IEME. Me contó que nunca se refirió a Franco como Generalísimo. Sólo como “ese señor”. Pero a partir de 1962, como si le hubiera llegado el espíritu santo, ya decía “he ido a ver al Generalísimo”. ¡Había visto la luz! Es un síntoma de que se comenzaba a cambiar algo. Ahora bien, yo que he repasado los discursos de Franco, los que daba en Navidad, recuerdo el de 1959, y no hay grandes elogios a los Planes de Estabilización. Funcionaron por encima de sus expectativas, porque Franco no creía mucho en ellos. La potencialidad era evidente en la economía española, pero no podía manifestarse sin esas reformas. Y hubo muchos catalanes interesados en esos planes, que los impulsaron, con Sardà Dexeus, López Rodó, Fabià Estapé…Estaba claro que la industria catalana estaba yugulada, y los naranjeros valencianos también, con una tasa de cambio dólar-peseta que los arruinaba.
--¿Cómo se utilizó, en todo caso, ese oro de la República?
--No se conocían las reflexiones soviéticas sobre el oro de la República, y teníamos las cartas de Negrín, que se entregan a Franco en 1956. Creí relevante hablar de ello en el libro. Pero mi interpretación no ha variado mucho desde mis primeras investigaciones. El oro se envía a Francia, para ponerlo a salvo y para convertirlo en divisas, porque había oro en lingotes y, principalmente, en monedas. Con eso no puedes pagar nada, ni armas ni otras necesidades. Las transacciones se pagaban en libras esterlinas o en francos. Cuando Negrín llega a Hacienda ve que hay una operación, pero pequeña y fuerza las ventas, para poner el oro a buen recaudo, antes de que llegue Franco. La banca internacional pone muchas dificultades para las transferencias, para adquirir armas y productos y el oro se considera que puede estar seguro en Moscú. Tenía todo el control del mundo. Los rusos cumplían las órdenes de venta que dictaba Negrín, con comisiones, claro. No eran relaciones de amigos. Eso es lo que pasa.
--¿Y qué ocurre con Inglaterra?
--De Inglaterra se pueden decir cosas malas y muy malas, pero defiende sus intereses. Siempre lo ha hecho, y una guerra es una guerra. Lo que veía era el peligro nazi, como algo inminente. Y a Moscú no se le podía pedir que ayudara gratis a la República. Enviaba divisas, que se necesitaban imperiosamente. La España de Franco, posteriormente, nunca dio su posición en divisas, y solo lo hizo a partir de 1959 exigida por la OCDE y por el FMI. Hasta entonces la posición de divisas de España era un secreto de estado.
--¿No quedaba otra, por tanto, que esa relación con Moscú, dada era relación compleja con Inglaterra?
--Las
relaciones con Inglaterra en los primeros cuatro años de la República
no son malas. Y en gran medida se debe a las buenas dotes del embajador
británico, que trabajaba en España desde 1927. Era conservador, pero
entendía a España. En el verano de 1935 se jubila, y su sustituto es un
auténtico desastre, es la oveja negra que, de vez en cuando, surge
dentro de una diplomacia británica que siempre ha sido de alta calidad. Lo que se difunde es que España se acerca a Rusia,
y hay una gran preocupación por ello. ¡La revolución roja se acerca!
Pero el director general del Foreign Office tenía claro que lo que les
decían sus equipos del sur de Europa no estaba bien encaminado. Y es que Stalin no estaba interesado en transformar España en un soviet.
Stalin concentra sus esfuerzos en el este, frente a Japón. Las armas
que envía son ridículas. Tiene claro que solo entrará en la batalla
frente a los nazis si lo hacen Francia e Inglaterra y esos dos estados
no dan el paso. Él tampoco lo dará. Los investigadores hemos visto los
archivos, y es verdad que no podemos dar un certificado de buena
conducta a Stalin, pero justificar la Guerra Civil por la sovietización de España es un camelo, un camelo que ha calado en la sociedad.
La idea de que se hace la guerra para prevenir ese peligro es un
camelo, es una proyección que consiste en atribuir al adversario
comportamientos propios porque no son favorables a la causa franquista.
Eso es lo cierto. Y también lo es la importancia de los relatos, como se
apuntaba antes." (Manel Manchón
No hay comentarios:
Publicar un comentario