"Según las teorías conspiranoicas de la Unión Soviética, en los años 80 los chistes políticos se los inventaba un departamento especial de la CIA con el fin de socavar nuestro socialismo. Al menos esto nos lo decían informalmente algunos dirigentes del partido, un poco antes de voltearse las chaquetas y convertirse masivamente a la fe capitalista, de aquellos que siempre son más papistas que el papa. Yo me quede con la duda, tratando de imaginar una supersecreta oficina norteamericana donde los humoristas de la CIA, con la ayuda del intelecto artificial, escriben chistes sobre Leonid Brézhnev o el glorioso comandante de la Caballería Roja Vasili Chapáyev.
En la tranquila vida soviética, con sus logros, sus fracasos y sus absurdos, teníamos muchos chistes. Algunos, con buena memoria y mejores talentos artísticos, podíamos contar chistes durante horas. Pienso que no tenían un objetivo político anticomunista específico, sino que era la sana catarsis colectiva, de una sociedad con un fuerte tejido social, una vida de bastante alta calidad y seguridad social y, con todo esto, mucha burocracia, ridículos formalismos y excesivas restricciones de la censura. Y nosotros, que todavía éramos un solo pueblo, entre los vecinos y amigos de confianza nos reíamos mucho de todo, también de nosotros mismos. Sin tabúes ni moralismos, aunque arriesgándose a algún que otro problema administrativo o de carrera, pero pasándola muy bien.
Los dos viajes de mi madre
También cuentan que en la época de Stalin, por un chiste nacionalista, es decir, reírse de cualquier etnia, se podía terminar preso. En aquellos tranquilos años 80, nos parecía terrible. Después de los horrores que pasaron y siguen pasando los pueblos de la ex URSS bajo la propaganda de todo tipo de nacionalismos, ahora no me parece tan malo.
Recuerdo un típico chiste soviético de aquella época: «En el país se prohibieron contar chistes sobre los judíos, amenazando a los infractores con una fuerte sanción. Van dos tipos. Uno pregunta al otro: – ¿quieres que te cuente un chiste? El otro medio asustado reacciona: – ¿No es de los judíos? – No. ¿Seguro? – Seguro, seguro. – Entonces, cuéntalo. – Bueno… Van dos negros… uno se llama Abraham y la otra se llama Sara…»
Imagínense este chiste ahora en la sociedad occidental contemporánea. Sería declarado antisemita, racista y sexista (por no incluir el lenguaje inclusivo). La idea central y el humor, que nada tiene que ver con ninguno de estos ismos, se borra por completo. De entrada, nos desvían hacia una discusión estéril, grave y dirigida hacia lo secundario. Tal vez, lo de ‘antisemita’ sería lo más gracioso. Los que más y mejor contaban chistes sobre judíos eran los judíos soviéticos, un pueblo con un gran sentido del humor e imaginación, (cuidado, sin despreciar a ningún otro pueblo, antes de que me tilden de ‘sionista’).
Para la gente carente de educación y llena de complejos cualquier juego de palabras y significados siempre es sospechoso, al igual que todo lo que no se entiende se declara un peligro.
Lo que no cabe en los pequeños mundos de los dueños de cualquier discurso oficial suele ser convertido en etiquetas, advertencias y ‘líneas rojas’. Por eso, la risa, como una de las más bellas expresiones de nuestra libertad de pensamiento, siempre es doblemente sospechosa y censurable.
Tampoco nos reímos de las mismas cosas. A algunos les parecen chistosas las desgracias de otros. Alguien se tropieza, se resbala, cae, recibe un tortazo en la cara y escuchamos las carcajadas de la sala. Los absurdos filosóficos de nuestra existencia son una materia bastante más fina. Para reírse de algunas cosas hay que entenderlas y tener algo de imaginación. Creo que no soy el único que observa el frecuente cambio en el sentido de humor de nuestros compatriotas exsoviéticos y latinoamericanos que emigraron a los EE.UU. Una vez más, mis disculpas por este lenguaje tan ‘no inclusivo’, les juro que no quise ofender o provocar al pueblo norteamericano, donde tengo varios y muy queridos amigos.
Con el proceso de la perestroika en la Unión Soviética, hubo varias transformaciones culturales. Y el humor no fue una excepción. En la época de ‘la terrible censura comunista’ en el país salían varias y muy populares revistas de humor y cada año en la ‘capital soviética del humor’, el puerto de Odesa, se hacía una especie de festival de chistes, donde se reunían los mejores humoristas y parodistas del país, llenando los teatros y los estadios. El humor, como todo, tenía sus límites. Obviamente, se permitían las críticas de los defectos, sin cuestionar el modelo político, por lo menos directamente.
Con el avance de la perestroika, el tipo de humor cambió. Uno de los principales humoristas soviéticos, Alexánder Ivanov, hizo llamados directos para restaurar en el país el capitalismo y reivindicó la figura de Pinochet, repitiendo los conocidos argumentos de la derecha latinoamericana. Las bromas que predominaban en los medios de la URSS, giraban en torno a la degradación de todo lo soviético, versus lo superior, o sea, todo lo occidental, lo extranjero, lo civilizado. Disculpen, pero éste es un ejemplo clásico de un chiste de la época: «Salen del culo dos parásitos. El parásito hijo y el parásito padre. El hijo dice:- Papi, ¡qué bello es este mundo! pero, ¿por qué toda nuestra vida tenemos que pasarla entre mierda?. – Porque es nuestra patria, hijito, contestó el parásito padre».
Luego, con la terapia de ‘shock’ aplicada en Rusia por el Gobierno de Yeltsin, la situación se volvió poco chistosa para la mayoría de la población. Los humoristas y satíricos de antes, de otros tiempos, que en la época soviética fácilmente llenaban cualquier sala de conciertos, prácticamente desaparecieron. Se supone que ya se podía hablar de todo libremente.
Pero, en vez de un auge cultural, después de casi un siglo de censura que se suponía lo frenaba, recibimos un enorme apagón de las artes junto con el crecimiento con todo tipo de sucedáneos comerciales, copias baratas del occidente, que celebraba su gran triunfo de la civilización sobre nuestra barbarie. El humor desaparecía de nuestras casas. Las sabrosas comedias francesas e italianas que antes íbamos a ver en los cines fueron reemplazadas en la televisión por las insípidas bufonadas norteamericanas, que nos obligaban a reírnos de las desgracias de otros.
Pasaron solo un par de décadas y en ‘el mundo civilizado’ que alguna vez pretendimos imitar, y su picante y contagioso humor campesino, cayó víctima de la inquisición progresista, que prohíbe la burla de todo lo que pueda ser visto objeto de discriminación, o sea, prácticamente todo. La humanidad liberada tenía que ponerse grave y políticamente correcta. Si alguien se atreve a recordar los tiempos del chiste de ‘los dos negros: Abraham y Sara’, de inmediato será acusado de fascista.
Tengo algún prejuicio, o miedo quizás, que me impide dedicarme a estudiar las diferentes teorías del humor, hay algo frágil, mágico o delirante que no quiero rozar con la lógica de la racionalidad. Pero creo que el sentido del humor es, tal vez, lo más humano que nos caracteriza y diferencia de otras especies.
Si nos quieren deshumanizar deben castrar nuestra capacidad de reír al lado del prójimo. ¿Será una casualidad que entre las palabras ‘humor’ y ‘amor’ haya solo dos letras de diferencia y mil similitudes? Es imposible odiar a alguien quien ríe contigo de los mismos chistes. Nuestro porfiado sentido del humor puede ser visto como un arma para defendernos como especie… ¿No será esta la razón por la que el poder globalizado teme tanto nuestras risas?"
(OLEG YASINSKY, periodista ucraniano residente en Chile, Observatorio de la crisis, 04/03/23)
No hay comentarios:
Publicar un comentario