"Algunos conflictos son fáciles de ver y entender. Su retórica cruda suele ayudarnos a identificar a los contrincantes y el motivo de su lucha.
Pero a veces la retórica nunca llega a ser cruda. Los actores dominantes disimulan las diferencias reales con apelaciones a valores vagos. Pasan por alto los conflictos y las opciones reales y dejan al público en general desprevenido y sin implicación.
¿Un ejemplo de este tipo de asfixia? El diálogo internacional sobre el "desarrollo sostenible".
A lo largo de la última década, las naciones de todo el mundo se han reunido en una serie de conferencias mundiales para determinar lo que todos deberíamos hacer para salvar nuestro planeta y conseguir que todas las personas que viven en él alcancen un nivel de vida decente. En 2015, estas reuniones parecían haber logrado un avance sin precedentes.
En septiembre, los jefes de Estado de todo el mundo se reunieron en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York y anunciaron que habían "adoptado una decisión histórica sobre un conjunto amplio, de gran alcance y centrado en las personas" de objetivos y metas que, entre otros nobles resultados, "construirían sociedades pacíficas, justas e inclusivas" y garantizarían la "protección duradera" de la Tierra.
"Imaginamos un mundo en el que todos los países disfruten de un crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible y de un trabajo decente para todos", declararon los dignatarios reunidos. "Un mundo en el que los modelos de consumo y producción y el uso de todos los recursos naturales -desde el aire hasta la tierra, desde los ríos, lagos y acuíferos hasta los océanos y mares- sean sostenibles".
"Nos comprometemos", añadieron los dignatarios, "a trabajar sin descanso por la plena aplicación de esta Agenda para 2030".
Ya hemos recorrido casi la mitad de los años que esos dirigentes calcularon que llevaría la "plena aplicación". Sin embargo, los investigadores del Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social, con sede en Ginebra, señalaron este otoño que ese glorioso estado final global que prometieron en un principio parece ahora terriblemente lejano.
"Cuando sólo quedan ocho años para hacer realidad esta ambición", observa el UNISD en un nuevo e impactante informe que hasta ahora ha recibido muy poca atención mundial, "el contexto para alcanzar la visión de la Agenda 2030 nunca ha sido más desalentador".
Los retos directos y difíciles para los objetivos que los líderes mundiales anunciaron tan triunfalmente en 2015 parecen ahora omnipresentes. El auge de la austeridad. La reacción contra los discursos y movimientos igualitarios y de derechos humanos. El empeoramiento de la crisis climática "que amenaza nuestra propia existencia".
Tenemos, concluyen los investigadores de la ONU, "un mundo en estado de fractura, y en su corazón está la desigualdad."
El nuevo y enérgico informe de estos investigadores, Crises of Inequality: Cambiando el poder por un nuevo contrato ecosocial, enmarca la continua mala distribución de la renta y la riqueza en nuestro planeta como el obstáculo más formidable al que se enfrenta ahora el mundo para conseguir un futuro seguro y digno.
"Nuestro sistema actual perpetúa un goteo de riqueza hacia la cima, sin dejar posibilidades de prosperidad compartida", advierte el director del Instituto de Investigación de la ONU, Paul Ladd. "Destruye nuestro medio ambiente y nuestro clima por el consumo excesivo y la contaminación, y descarga los elevados costes sobre los que consumen poco y contaminan menos".
El Secretario General de la ONU, António Guterres, se ha pronunciado últimamente en el mismo sentido.
"Las divisiones son cada vez más profundas. Las desigualdades son cada vez mayores. Los retos se extienden cada vez más", declaró Guterres ante la Asamblea General de la ONU el pasado mes de septiembre. "Tenemos el deber de actuar. Y, sin embargo, estamos atascados en una disfunción global colosal".
Tanto esta franqueza de Guterres como el nuevo informe del Instituto de Investigación de la ONU reflejan en cierto modo un deseo desesperado de que se produzca el tipo de debate que los ricos y poderosos del mundo -y las naciones a las que llaman hogar- quieren evitar desesperadamente.
Sakiko Fukuda-Parr, ex funcionaria de desarrollo humano de la ONU y actualmente profesora de asuntos internacionales en la New School de Nueva York, ha seguido de cerca los debates internos de la comunidad internacional que han acabado ocultando los peligros de la concentración de la renta y la riqueza. Resume su investigación en un revelador análisis que aparece en el nuevo informe Crisis de desigualdad.
El actual discurso de los "Objetivos de Desarrollo Sostenible" sobre la "desigualdad", señala Fukuda-Parr, se fija casi exclusivamente "en los excluidos, marginados y que viven por debajo del umbral de la pobreza". Este mismo discurso presta "poca atención" a los que están en "la parte superior de la distribución: los ricos y poderosos".
¿Por qué hablar de "desigualdad" pero abordar esencialmente sólo la pobreza? Los negociadores internacionales que elaboraron los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible sabían que su trabajo tenía que abordar de algún modo la desigualdad de nuestra distribución mundial de la renta y la riqueza. Sus predecesores, que habían elaborado los Objetivos de Desarrollo del Milenio en 2000, señala Fukuda-Parr, habían sido duramente criticados por su "flagrante incapacidad para incluir la desigualdad".
Pero cómo incluir la desigualdad se convirtió en la cuestión central. ¿Abordarían directamente los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible el impacto y el alcance de toda la riqueza y los ingresos que se han asentado en los bolsillos de los superricos? ¿O se centrarían los objetivos únicamente en la "exclusión" de los pobres vulnerables y marginados de las "oportunidades" económicas?
El primer enfoque amenazaba el estatus privilegiado de los más ricos del mundo. El segundo lo ignoraba. El segundo se impuso al establecer metas para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, explica Fukuda-Parr, que "no tienen en cuenta la distribución de la riqueza dentro de los países y entre ellos, ni hacen referencia a la desigualdad extrema".
Fukuda-Parr explica con detalle la lucha entre bastidores que generó este resultado. Los grupos de justicia económica mundial y algunas delegaciones nacionales en las negociaciones mundiales querían que los objetivos incluyeran indicadores estadísticos que nos dijeran si la distribución de la renta y la riqueza está cada vez más o menos concentrada. Uno de estos indicadores, el coeficiente Palma, permite a las sociedades comparar a lo largo del tiempo los ingresos del 10% más rico y del 40% más pobre de un país.
Pero los actores nacionales dominantes en estas negociaciones rechazaron cualquier indicador que pudiera mostrar que los ricos ganan a expensas de todos los demás. Lo que preferían era comprobar si los ingresos de los pobres aumentaban más rápidamente que la media nacional. Las sociedades en las que los ingresos de los pobres aumentaban más deprisa que la media nacional, según el argumento, avanzaban inteligentemente hacia la "prosperidad compartida".
Esta estrecha perspectiva de la desigualdad acabaría dominando las negociaciones. ¿El problema? Al confundir "desigualdad" y "pobreza", como Fukuda-Parr nos ayuda a comprender, los negociadores más defensivos respecto a las concentraciones extremas de renta y riqueza de su país de origen habían ideado un marco global que "excluye de la narrativa los problemas de la desigualdad extrema y el poder de los ricos".
Y esa exclusión tiene un alto coste. En los últimos años, los investigadores han demostrado que las concentraciones cada vez mayores de renta y riqueza erosionan la cohesión social y la democracia, invitan al poder monopolístico e incluso frenan el crecimiento económico que, según los defensores de la gran fortuna, se obtiene cuando se concentra la riqueza.
En resumen, los pobres no salen ganando cuando las sociedades ignoran a los ricos. Los ricos sólo acumulan más influencia y poder para seguir enriqueciéndose a costa de los pobres y de todos los demás.
El nuevo informe del Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social reconoce esta realidad. Esperemos que esta investigación reciba mucha más atención mundial. Pero no nos quedemos en la esperanza. Hagamos todo lo que esté en nuestras manos para ayudar a que se produzca." (Sam Pizzigati, brave New europe, 17/12/22)
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