"Una historia de la segunda guerra mundial que asume desde el vamos su encuadre en el análisis marxista es de por sí un acontecimiento auspicioso. El conflicto ha sido y es objeto de muchos abordajes apologéticos. En este caso asistimos a un meritorio acercamiento crítico.
Bambery no es un historiador académico. Ha sido por décadas un militante activo de agrupaciones del socialismo radical de raíz trotskista en su país natal, Escocia. Los trabajos historiográficos jalonaron su trayectoria, en simultáneo con su actividad militante.
Eso se trasunta en cierta frescura de su trabajo, que si bien respeta las reglas básicas de la escritura académica, con todo un aparato erudito, se orienta por senderos diferentes al de la “corriente principal” de la historiografía universitaria.
Su libro es una muestra, por si hiciera falta, de que puede escribirse buena historia desde ámbitos diferentes a los recintos universitarios. No se trata, ni mucho menos, de invalidar lo producido en estos últimos. Sí de eludir cierto menosprecio a lo que se genera por fuera de los circuitos de enseñanza e investigación más reconocidos.
¿Epopeya antifascista? ¿Choque entre imperios?
Escribe el autor en las conclusiones: “La tesis principal de este libro es que la segunda guerra mundial fue un conflicto imperialista, pero que el fascismo le permitió desarrollarse en un escenario ideológico completamente distinto al de la contienda de 1914-1918. En el mundo entero millones de personas ansiaban la destrucción del fascismo y estaban dispuestas a respaldar a los líderes de sus países si estos podían lograrlo.”
A diferencia de abordajes más convencionales sobre su objeto de estudio, el autor se ocupa de desmitificar el carácter antifascista del conflicto, si se lo mira desde la perspectiva de los ámbitos dirigentes de las grandes potencias capitalistas, las llamadas “grandes democracias”.
Destaca así el empeño de los futuros aliados en evitar enfrentarse a la Alemania nazi y al mismo tiempo el intento de desatar una guerra de exterminio entre ésta y la Unión Soviética. O las finalidades imperialistas de las grandes potencias, como Gran Bretaña, que va a la guerra movida por la voluntad de preservar su imperio colonial. O Estados Unidos, que ve una oportunidad de consolidar su rango de primera potencia mundial.
El conflicto entrañó varios antagonismos armados al mismo tiempo, de contenidos muy diferentes entre sí: El de las potencias imperialistas enfrentadas; el choque a muerte entre el nazismo y el Estado soviético, el empuje de liberación de los pueblos colonizados de Asia y África; el esfuerzo chino por sacudirse su status semicolonial.
Cada uno tuvo su resolución específica y contribuyó a dar nueva fisonomía al mapa del mundo una vez concluido el gigantesco choque armado.
Busca así Bambery un interesante equilibrio entre el tratamiento del carácter interimperialista de la guerra entre las clases dominantes, y el emprendimiento antifascista visto desde el abajo social. Lo que va acompañado por el señalamiento de la tendencia a acomodarse con el fascismo de las burguesías “democráticas”, tal como ocurrió en Francia después de la derrota de 1940.
Las clases trabajadoras, por el contrario, se alineaban contra los regímenes reaccionarios y vieron la guerra como un modo de librarse de ellos de modo definitivo. Estuvieron dispuestos a poner en riesgo sus vidas para terminar con las dictaduras, no en pos de los antagonismos entre capitalistas.
El historiador llama la atención acerca de que las actitudes de las dirigencias “democráticas” estuvieron en buena medida guiadas por el temor a una revolución social en sus países respectivos. Y a la asunción de que el enemigo principal era el comunismo, no el fascismo.
Sólo el incremento y la repetición de las agresiones del régimen nazi terminaron por arrastrarlos al enfrentamiento, luego de buscar por todos los medios un arreglo, incluso después de la invasión de Polonia.
Guerra, revolución y masacres.
El empeño antifascista de las masas tuvo en varios países derivaciones revolucionarias. Los movimientos de resistencia triunfantes intentaron proyectar la victoria frente al Eje en liberación social en perspectiva socialista.
El autor despliega de manera adecuada el papel de la dirigencia encabezada por Stalin de reducir a movimientos “democráticos” y volcar a gobiernos de “unión nacional” a los resistentes conducidos por los respectivos partidos comunistas.
De todos modos cabría la objeción de que Bambery recurre a cierto esquema en el que las masas siempre aparecen dispuestas a la disputa del poder y las dirigencias actúan de modo indefectible como mecanismo de freno. La mirada a los distintos procesos nacionales puede inducir a miradas más matizadas.
Sólo quienes desoyeron las orientaciones stalinianas, como los chinos y yugoeslavos, lograron llevar a término procesos revolucionarios exitosos, ya después de terminada la guerra. Los que fueron mediados por la derrota en combate de las fuerzas nacionalistas y anticomunistas que también habían tomado parte en la victoria sobre los ocupantes, en lugar de buscar alianzas con ellos.
La orientación del Estado soviético, tanto durante la guerra como en el diseño del poder posbélico, estuvo guiada por sus propios intereses de gran potencia. La prioridad era la protección de las fronteras de la URSS, encuadrada en un reparto de esferas de influencia que la conducción soviética no quería ver perturbada de ninguna manera.
Una mención aparte merece el tratamiento del papel soviético en las operaciones bélicas. Insospechable de simpatías con el stalinismo por su militancia trotskista, el historiador marca la centralidad del choque alemán-soviético y el enorme costo de la guerra para esa sociedad, tanto en términos económicos como humanos.
Asimismo marca el carácter decisivo de la acción del ejército rojo, desde la exitosa defensa de Stalingrado a la ofensiva final que desembocó en la toma de Berlín. Su contribución al esfuerzo de guerra tuvo un peso desproporcionado en relación al británico y estadounidense.
La guerra desenvuelta entre 1939 y 1945 no fue una cruzada mundial por la democracia y la libertad de los pueblos. Fuerzas más oscuras se desenvolvieron a lo largo de toda su duración.
Y se pusieron en evidencia en particular en los medios bélicos empleados. Sin establecer un parangón con el genocidio cometido por los nazis, el otro bando puso en movimiento recursos atroces.
Los bombardeos masivos de los aliados, que causaron a conciencia cientos de miles de muertos en la población civil, no fueron compatibles con ningún parámetro humanista. Y manifestaron total falta de respeto por las vidas humanas. La guerra fue muchas cosas, pero no un enfrentamiento entre el bien y el mal.
Bambery no se circunscribe al relato estricto de la guerra sino que parte de unos años antes y se extiende después a la remodelación del mundo en la posguerra. En esa línea completa una síntesis del panorama mundial desde 1930 hasta 1950 aproximadamente, de un modo en que proporciona importantes pistas para la comprensión del mundo de la segunda mitad del siglo XX.
El libro que nos ocupa no es un trabajo exhaustivo, sino una síntesis vivaz del conflicto armado más cruento del siglo XX, sus antecedentes y consecuencias. El que fue decisivo para la configuración del mundo posterior. Su enfoque disruptivo resulta loable, en medio de tanta apología en las coordenadas “democracia vs. totalitarismo” que se ha escrito durante décadas.
La obra acerca sin duda a la comprensión de que durante los seis años de guerra se asistió a una gigantesca lucha de los pueblos contra el fascismo, es cierto. Y al mismo tiempo a una puja entre potencias por un nuevo reparto del mundo, del que Estados Unidos resultó el beneficiario mayor.
Y puede
constituir una buena puerta de entrada para todo lector con espíritu
crítico, que quiera poner en cuestión la mirada al uso acerca de la
guerra." ( , Rebelión, 15/04/2023)
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