14/1/09

Lo que cambia el color del día

"Para que valoremos la bondad (la bondad real, la única válida, que, al igual que el auténtico amor, no cabe confundir con la tontería, sino que requiere, al menos en los humanos -el amor de los animales, para mí y para otras personas tan importante, discurre por cauces distintos-, una dosis importante de inteligencia) deben transcurrir unos años, tenemos que haber llegado a comprender que, sin la presencia de algunos "hombres buenos", la vida, en este inhóspito planeta que nos ha caído en suerte, sería insufrible, pues sólo ellos mantienen la mínima dosis de comprensión, de interés por los demás y de generosidad (vergüenza me da añadir "de solidaridad", tan deteriorada ha quedado esta palabra por el abuso y el mal uso que se ha hecho de ella, pero no encuentro otra para sustituirla, ¡y era, es, de todos modos, tan hermosa!) que hace posible la convivencia humana y la supervivencia de los más débiles.

Y tienen que transcurrir unos años más, tal vez estar ya cerca de la vejez, saberse más frágil, más vulnerable, más necesitado de los otros, para apreciar de veras la amabilidad -pariente próxima muchas veces de la bondad-, más allá de formulismos ridículos y de los manuales de urbanidad de nuestros abuelos. Que, al salir de casa, el portero te dedique una sonrisa o un gruñido; que el taxista te salude amable y te permita elegir entre el silencio, una buena música, una conversación agradable, o te condene a escuchar a todo trapo la Cope, un partido de fútbol o su intercambio de insultos obscenos con los conductores que se cruzan en su camino; que otros pasajeros te cedan el asiento o te aparten a empujones de la puerta del metro o el autobús; que los camareros, los dependientes -y no digamos los fun-cionarios- te atiendan cordiales o te condenen a la invisibilidad, son pequeñas cosas que le cambian el color y la música al día, que modifican nuestro estado de ánimo, aumentan o disminuyen nuestra calidad de vida.

La amabilidad tiene mayor valor para los débiles, porque necesitan más de ella, al ser menos capaces de valerse por sí mismos." (ESTHER TUSQUETS: Elogio de la amabilidad. El País, Opinión, 11/01/2009, p. 31)

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