El siglo XX y el inicio del XXI considerados como los de la ciencia y de sus aplicaciones prácticas, se clausuraron con una mirada a la astrología, la magia, el esoterismo, las religiones orientales y a toda una serie de manifestaciones de la necesidad de nuevas solidaridades. Asistimos a una reevaluación de sentido de misterio, de lo religioso y de lo sagrado. La sociedad actual tiene hambre de lo sagrado. La constatación de este fenómeno puede apreciarse en la proliferación de movimientos y grupos de diferentes tipos y tendencias, de sectas, la multiplicación de publicaciones, películas y libros, programas con temáticas sobre lo mágico, lo maravilloso, lo milagroso, lo misterioso.
Los tiempos modernos, refractarios en tantos sentidos a lo sobrenatural, lo han sustituido con harta frecuencia por la trascendencia societaria en vez de por una trascendencia de lo divino que está fuera de toda cosa humana. La religión en nuestros días es vida subjetiva, fruto de la fuerte individuación a que llegó nuestra sociedad. La mayor parte de las veces se trata de un fenómeno social, fruto de una magia personal, que halla significado en la moralidad y en el subjetivismo emocional.
El sagrado actual es una construcción de diversos imaginarios sociales y un intento de dotar nuevamente de sentido a las cosas porque las cosas no son lo que son sino lo que significan. Todos tratan de reconstruir un mundo de símbolos y de magia que sirve para que las personas imaginen que influyen sobre fenómenos en los que a penas pueden intervenir. Se trata, pues, de una energía difusa, de proveniencia social según la cual el contacto entre lo sagrado y lo profano modifica a los dos.
La participación en el rito permite al individuo inscribir la realidad en un sistema de sentido, le da una imagen total del mundo que sustituye la troceada y analítica que da la ciencia, y le ofrece la oportunidad de reencontrarse emocionalmente, de expresarse con libertad y, al mismo tiempo, estar dentro de un orden." (f
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