Así corroboraba el peso de ambas en su presentación su amigo el escritor Hugo Hiriart: "Para lograr un destilado de Aguilar Camín se requieren los siguientes ingredientes esparcidos en una retorta: un poco de Chetumal, el pueblo donde nació, lugar primitivo y selvático. Una pizca de su madre y de su tía, dos mujeres que ponían a los niños a cantar para espantar sus miedos, y los jesuitas, donde estudió desde niño hasta llegar a la universidad". (...)
Aguilar Camín se refirió a sí mismo en tercera persona: "No sé qué decir del escritor que se llama como yo. Escribe sin fe en lo que escribe, lleno de fragmentos que no van a ningún lado". Por dentro se le siguen revolviendo los temas de siempre: el poder, la política, el amor, las mujeres misteriosas, el periodismo, la historia, el whisky... México trágico, pujante y violento. Un país que vive una auténtica guerra contra personas dispuestas a matar por 400 euros al mes. "¿Qué hacer con ellos? La guerra, no queda otra solución", aseguró. (...)
¿Y ahora? Ahora sufre terror a la hoja en blanco. Desazón, poca motivación. "El escritor del que hablo quisiera tener al menos un libro largo. Conoce el estado de gracia que es eso".
Lo ha moldeado entre sus manos. Cuenta la historia de la separación de sus padres y su familia. Pero igual que le llegó la inspiración, desapareció. "Cuando llevaba tres capítulos y 100 páginas de notas, la magia se fue. Había ido a visitar a su padre. No quería fallar ante su mirada. Menos con una historia que contaba su fracaso y la destrucción de su progenitor por su propio padre, es decir, su abuelo". En ella se mezclan la separación, el desgarro, la huida, sus ancestros. Ayer quiso conjurarlos. Ojalá el exorcismo le lleve a arrancar de nuevo desde sus páginas moribundas. A desencallar y tomar de nuevo el rumbo." (El País, ed. Galicia, cultura, 22/06/2010, p. 37)
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