La pareja -ella, psicóloga; él, enfermero- son padres de dos niñas, de cinco y seis años y medio. A los otros dos bebés que ha gestado, Reynolds se resiste a llamarlos hijos. "No lo son, no tienen mis óvulos ni su esperma", afirma convencida, contradiciendo totalmente la regulación española, que establece que la madre es la que lleva a cabo la gestación, independientemente del origen de los gametos.
La historia empezó hace cuatro años, cuando se enteró de que una amiga suya, desesperada porque no podía ser madre, estaba buscando ayuda. "Yo lo haré por ti. Tengo mucha facilidad para quedarme embarazada", le dijo. Su amiga insistió en que todo se hiciera de una manera conforme a las leyes del Estado, con todos los papeles, contrato incluido.
Sabía de qué hablaba: trabajaba en una clínica de fecundación asistida y conocía el procedimiento, que es legal en la mayoría de EE UU desde 1986. "Estaba sufriendo mucho, y tenía una conexión personal con ella, así que se lo dije a Robert y él me dijo que adelante, que no tenía inconveniente". (...)
Ahí se dedica a hacer asesoría con los grupos de mujeres que van a ser futuras madres sustitutivas. Lo que le permite generalizar a partir de su caso."La mayoría son mujeres como yo, licenciadas o incluso con másteres que están en la treintena, que ya han tenido los hijos que quieren para formar una familia. Eso de que se trata de drogadictas o marginales es mentira. De hecho, una de las condiciones que les ponen en la agencia es que tengan sus ingresos, que no lo hagan por el dinero", dice de un tirón.
Eso sí, tampoco se arredra para explicar que no lo haría gratis. "El dinero ayuda. Da claridad a la relación con los padres. A nosotros nos ha permitido tener una casa mejor, o, por lo menos, pagarla más fácilmente", indica. "¿No cobras tú por tu trabajo, por mucho que te guste? ¿No lo hacen los médicos, los profesores, los enfermeros? Aunque su trabajo sea tan bonito como salvar vidas, también lo hacen por dinero.
Pues es lo mismo. Además, el proceso es largo y molesto, tienen que pincharte durante dos semanas, pierdes días de trabajo durante el embarazo y después del parto. Lo justo es que te paguen", insiste.
Al llegar a este punto, Reynolds rehúsa decir cuánto cobró ella. "La tarifa está entre 18.000 y 25.000 dólares [15.000 y 21.000 euros]". A lo que hay que sumar el coste del tratamiento de inseminación in vitro (otros 25.000 euros), los gastos médicos de la mujer y la comisión de la agencia. Total, más de 100.000 euros. "Fue un negocio, pero uno de los más gratificantes. Los padres se quedan felices, y nosotros también".
Que se lo digan a Jordi y Vicent, una pareja española que está en el hotel con su hijo de un año. El último que ha tenido Reynolds. La mujer reconoce el cariño que se tienen, pero no duda en que el hijo no es suyo, sino -"a pesar de lo que digan las leyes españolas"- de ellos. Como prueba, Reynolds y su marido mantienen una tremenda tranquilidad cuando el niño alborota: "Que lo cuiden sus padres", dicen medio riéndose.
No se trata de un comentario desde la frialdad. "Desde el principio tenía claro que no era mi hijo. A las otras madres del grupo les ha pasado lo mismo. Solo un par de veinteañeras, cuando dieron a luz, se dieron cuenta de que solo tenían un hijo y de que querían otro. Pero otro, de ella y su marido, no ese", cuenta Reynolds.(...)
La mujer aporta otra visión de lo que ha hecho: "Nuestra familia es multirracial y, de alguna manera, ayudar a esta pareja de gays a tener un hijo que deseaban tanto es otra manera de comprometernos, de contribuir a la sociedad con nuestro ejemplo. Tenemos amigos que lo han pasado muy mal por no poder tener hijos. Si podemos ayudar a que alguien sea feliz, a que se vea que los gays pueden ser padres y las lesbianas, madres, estaremos contentos".
Por eso está tan orgullosa de que sus hijas hayan entendido que el último embarazo no iba a acabar dándoles un hermanito. "Ellas lo sabían, como todos a nuestro alrededor. Y lo entienden. Es parte de su crecimiento, como haber aprendido, al conocer a Jordi y a Vicent, que dos hombres, o dos mujeres, se pueden querer y casar". (El País, ed. Galicia, sociedad, 12/06/2010, p. 43)
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