"Todo esto para decir que algo de barbarie intelectual sí que parece
subyacer bajo el juicio al que algunos insignes hombres de ideas de la
patria -por ejemplo, Ortega, pero no solo- sometieron a Francisco de
Goya y Lucientes, pintor universal y, según el autor de Goya.
A la sombra de las Luces
(Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) pensador universal también.
Contra viento y marea, pero sobre todo contra la opinión orteguiana y
tan noventayocho de que Goya no pasaba de ser un artesano de la
pintura (superdotado, eso sí) incapacitado para comprender o articular
cualquier cosa parecida a una teoría o un conjunto de ideas filosóficas.
O, como puede leerse en el prólogo de José María Ridao, "un artista
extravagante y rudo, dotado para la pintura pero ignorante de las ideas
artísticas, culturales y políticas que agitaron su tiempo".
Lo ha adivinado el lector: Goya es el hombre. El principio y el fin, el cierre del círculo en este nuevo todorov,
como casi siempre salpicado de semejantes dosis de cordura y salfumán:
análisis sereno, mensaje terrible.
Todorov, intelectualmente amamantado,
entre otros, por Roland Barthes, despliega una defensa numantina de la
capacidad intelectual de Goya. Uno de los dos o tres nombres capitales
en el decurso de la Historia del Arte, germen de una revolución
pictórica, pero también, escribe Todorov casi en el arranque del
volumen, "uno de los pensadores más profundos, al mismo nivel que su
contemporáneo Goe-the, por ejemplo, o que Dostoievski 50 años después".
Quienes
tengan para sí que la pintura y demás formas del arte han de responder
tan solo por su habilidad en tanto que elemento decorativo, este ensayo
es el enemigo. En él, Todorov arremete contra la dictadura de las capas
superficiales, por magistrales que estas sean, y acude a la obra de arte
en general y a la pintura de Goya en particular para hablar de "esas
cosas que la expresión verbal no puede atrapar, esas sensaciones al
margen de las palabras".
Ese mundo que, sin decirlo apenas, entronca con
nuestras pulsiones primarias e indescifrables acerca de las cosas y de
las personas, también con no pocos de nuestros fantasmas.
Tampoco es el
primero: él mismo hace justicia y cita en cuanto puede una de las
principales referencias a la hora de pensar la tesis central de este
libro: la noción de pensamiento figural ya expuesta por Yves Bonnefoy en su ensayo sobre Goya (Goya, las pinturas negras).
Quienes, por el contrario, suelan contemplar en el Prado el Descendimiento de
Roger van der Weyden, pongamos por caso, y no solo se rindan a las
texturas y los colores, al trazo y a los gestos, sino que reflexionen
acerca de cosas como la amargura filial, la traición, el poder, la
lealtad, la generosidad, la violencia como medio para conquistar los
fines o la fatalidad de las cosas... comprenderán al dedillo las
convicciones de Todorov.
Para él, la pintura subterránea de Goya (esa pintura libre no ejecutada por encargo ni a instancias del poder, o sea, las Pinturas negras o los Disparates,
para entenderse: entrar de la mano de Todorov en la Quinta del Sordo es
un viaje inquietante e irresistible) vehicula ideas, genera reflexiones
y permite comprender mejor la España de principios del XIX. Goya no
era, para Todorov, un mero receptor y seguidor de las ideas ilustradas,
sino un verdadero pensador de la Ilustración. Un pensador a secas, al
mismo nivel, sostiene el autor del ensayo, que Goethe o Dostoievski.
Pero no es nuevo este tránsito por la vertiente filosófica
de un personaje como Francisco de Goya. No son pocos los autores
ilustres que, como Valeriano Bozal, Francisco Calvo Serraller, Manuela
Mena y, sobre todo, Pierre Gassier y Juliet Wilson (de cuyo libro Vida y obra de Francisco de Goya parte
este, según el autor) han querido explorar más allá del paspartú de los
geniales cuadros del artista.
Todorov, que de los estudios de teoría
literaria y los adoquines lanzados contra las dictaduras se ha pasado
esta vez a una especie de vida y reivindicación del artista -no es la
primera vez: ya lo hizo con Rembrandt- suele confesar su condición
irredenta de hombre desplazado.
Y en su defensa del Goya / pensador
recuerda sobremanera a lo que ya Américo Castro hizo en 1925, cuando
reivindicó la no siempre bien comprendida dimensión intelectual de
Cervantes. Maestros de todo, gente genial a la que la narración oficial
de un país llamado España puso a veces en duda. Para convertirlos en
eso: en desplazados." (El País, ed. Galicia, 29/09/2011, p. 37)
1 comentario:
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