"Como parte del llamado mundo desarrollado, los españoles hemos vivido
entre 40 y 50 años de bienestar, una prosperidad inédita desde el
comienzo de los tiempos. Ese periodo de riqueza ha sido la excepción, y
no la regla como nos han hecho creer y hemos aceptado por comodidad.
La clase media como cimiento de esa bonanza es un invento reciente. No
tiene ni un siglo de existencia. Y lo mismo puede decirse de la mayor
parte de los sistemas de asistencia social —entre ellos, el nuestro— que
han permitido la creación de esa especie a medio camino entre ricos y
pobres en la que se basan las naciones modernas y desarrolladas.
Pero,
¿en qué tablas de la ley está escrito que iba a durar siempre? La clase
media está en peligro de extinción. (...)
Lo que estamos viviendo sólo en sus albores no tiene parangón
histórico alguno. Ni siquiera la Gran Depresión de 1929 sirve de
referencia. Desgraciadamente, de aquel marasmo se salió gracias a la
Segunda Guerra Mundial. No parece previsible que un conflicto bélico
vaya a salvarnos ahora. Así que nadie puede aventurar cómo escaparemos
de ésta.
España está en el centro de esa vorágine de depresión económica sin
salida que amenaza con destruir todos los lazos sociales que dan
estabilidad a una nación y el futuro de varias generaciones.
Aunque el detonante ha sido el estallido de la burbuja inmobiliaria,
la verdadera causa de que España haya caído en un pozo cuyo fondo no
hemos tocado y, peor aún, no se perfile ninguna escapatoria, es que no
producimos ya nada.
En los últimos 30 años, hemos asistido a un
escrupuloso proceso de desmontaje de toda nuestra industria (y de la
agricultura) como paladines de la globalización. Algo que todos los
países occidentales sufren, pero que ninguno ha celebrado como el
nuestro. Todo lo que consumimos viene de mercados exóticos, de China,
India, Bangladesh, Vietnam, Egipto…
Hemos creado una sociedad low cost (bajo coste), de todo a un
euro, productos baratos, vuelos baratos, viajes baratos. Arropados por
la fortaleza de la moneda única, y cumplido el sueño de firmar una
hipoteca por encima de nuestras posibilidades, los españoles nos hemos
dedicado a viajar por los rincones del mundo, a comprarnos el último smartphone,
a llenar las autopistas de 4x4…
Ese espejismo de nuevos ricos sin
ocupación alguna se ha esfumado, y ahora nos damos cuenta de que nos
estamos convirtiendo en un país low cost, con sueldos low cost, sanidad y educación low cost,
que camina indefectiblemente hacia la penuria.
Un país de camareros,
guardias de seguridad, funcionarios y albañiles en paro, cuyas
generaciones futuras ya no van a viajar sino a emigrar. Y no van a vivir
peor que sus padres, como ha acuñado el eslogan. Con suerte, van a
sobrevivir como sus abuelos. (...)
Pese a los mensajes tranquilizadores de los políticos y los medios de
comunicación cómplices, el sistema financiero español está quebrado, con
un nivel de endeudamiento brutal, tanto público como privado. Ni la
Unión Europea, ni el Fondo Monetario internacional, ni el Banco Central
Europeo, ni Alemania pueden engullir una deuda de 2,4 billones de euros
para salvarnos.
España como país está abocada a la suspensión de pagos, y
a una quita sobre la astronómica deuda que ha colocado en los mercados
internacionales en forma de letras, bonos y obligaciones y que es
imposible devolver. Otros países lo hicieron antes como Tailandia, Rusia
o Argentina. (...)
El problema es que ninguno de ellos estaba sometido a una moneda común
como el euro. Y es que el siguiente e ineluctable paso al default
es la salida del euro y la vuelta a la moneda nacional, la peseta (o
como quieran denominarla). Ese proceso puede pasar a su vez
necesariamente por la palabra que más aterroriza a los ciudadanos: el corralito.
Tarde o temprano, el Gobierno debería decretar una restricción de los
fondos que se pueden retirar de los bancos. Inmediatamente después (o al
mismo tiempo), decretaría una medida aún más desastrosa para los
ahorradores: el corralón.
Fijaría un cambio obligatorio entre
el euro y la nueva moneda nacional con una devaluación que puede
alcanzar e incluso superar el 50%. Automáticamente, los fondos
depositados en las entidades financieras se convertirán en pesetas. Y de
un plumazo, los depositantes perderán hasta la mitad de sus ahorros.
La argentinización de España es hoy una realidad. Los
jóvenes preparados tienen como única salida la emigración; el resto, es
carne de cañón de las villas-miseria que se están levantando a las
afueras de nuestras ciudades.
Los trabajadores —los que tienen un empleo
y los que lo buscan— van camino de convertirse en lumpen, sin
conciencia de clase, con salarios de supervivencia, predestinados a
jubilaciones con pensiones asistenciales.
España está ya inmersa en un retroceso de sus condiciones de
bienestar que nos va a devolver a los estándares de los llamados países
en vías de desarrollo, ese eufemismo empleado para definir a las
sociedades que viven en un clima de penuria general y desigualdad, en
donde sólo unos pocos se benefician de los periodos de crecimiento.
No
es nada nuevo. Así subsisten desde siempre millones de latinoamericanos,
norteafricanos o asiáticos. Y así vivíamos los españoles en los años 40
y en los 50.
Y frente a lo que pueda pensarse, vamos a sufrir ese empobrecimiento
con resignación, porque, paradójicamente, ese periodo de bienestar nos
ha vacunado contra la revolución, nos ha desarmado para oponer
resistencia frente a los poderes establecidos.
Éste es un libro que
pinta un futuro triste y no cree que haya escapatoria alguna." (
Ramón Muñoz , El País, 11 NOV 2012)
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