"Con la crisis hemos desempolvado una vieja idea, la renta
básica universal (RBU), que consiste, como sabemos, en que cada
ciudadano, rico o pobre, perciba una cantidad mensual no despreciable
sin que haya de acreditar necesidad. (...)
Un experimento mental nos ayudará en nuestra tarea. Imaginemos que la
RBU se ha implantado en nuestro país. El primero de cada mes, cada
ciudadano recibe un cheque por una cantidad apreciable.
Pongámonos ahora
en la piel de alguien que verdaderamente lo necesita por no tener otro
ingreso: es un parado, un discapacitado, padece alguna drogadicción, un
cúmulo de circunstancias adversas le ha dejado en la calle, ha de
enfrentarse solo (más bien sola) a la manutención y al cuidado de un
hijo..., lo que quiera el lector.
¿Qué puede hacer con el dinero? No hay
servicios sociales; nadie le echará una mano para reinsertarlo en la
sociedad; aunque podrá comprarse la medicación que le ayude a salir de
su adicción, nadie le dará apoyo para suplir el inevitable flaqueo de la
voluntad; nadie le dirá que él vale; nadie le ayudará en el difícil
proceso de volver a convivir.
No: toda esa pesada burocracia que
llamamos el Estado de bienestar ha desaparecido, y el ahorro ha ido
precisamente a financiar la RBU, porque quienes la proponen pretenden
que el cheque sustituya todas, o casi todas, las formas de ayuda a los
más desfavorecidos.
No hace falta mucha imaginación para ver que el
resultado del experimento sería una catástrofe. Ni siquiera
perpetuaría el statu quo: agravaría la miseria de sus presuntos
beneficiarios, que, en su desesperación, se gastarían el dinero en lo
que menos les conviene.
El experimento nos ayuda a descubrir quiénes son los
defensores del proyecto: algunos van de buena fe, y conciben la RBU como
lo que no es: una ayuda complementaria a otras. Quienes sí saben en qué
consiste se dividen en dos grupos: unos están dispuestos a lo que sea
con tal de conseguir que el Estado se quite de en medio; otros quieren
que la limosna de la RBU les autorice a enriquecerse cuanto puedan aun a
costa de la destrucción de puestos de trabajo que la tecnología
convertirá en superfluos. En resumen: defiende la RBU quien quiere
apartar la vista de una vez de los problemas sociales y acallar la
vocecita de su conciencia.
El verdadero problema de la RBU no es su coste, ni la
hipotética creación de una clase parasitaria: es que la propuesta,
inspirada por el egoísmo, ataca síntomas y no causas, y pretende que una
solución sencilla acabe con un problema muy complejo.
(...) los pobres no son una sustancia homogénea, al contrario:
su pobreza tiene orígenes distintos, sus necesidades son distintas, lo
son sus capacidades. La ayuda que requieren conforma procesos que se
desarrollan a lo largo del tiempo, a menudo de mucho tiempo, y va
cambiando de naturaleza: rehabilitación, formación, inserción,
seguimiento, cooperación familiar, según los casos.
Componentes
esenciales de la ayuda son el contacto humano y el apoyo, que importan
más que el socorro material en un país como el nuestro. La
administración del Estado de bienestar no es sólo burocracia, tiene
también su lado amable; no así el cheque de la RBU.
Si el Estado de
bienestar es complejo, es porque los problemas que quiere abordar lo
son.
La situación que la RBU pretende mejorar es real, y
nos enfrenta a dos problemas: el de reformar el Estado de bienestar para
hacerlo más eficiente a la vez que más humano, y el de reorientar
nuestra economía de forma que en ella sea más fácil satisfacer una
necesidad vital como es el trabajo. (...)" (Alfredo Pastor, La Vanguardia, 11/04/17)
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