"Si nació
usted antes del 27 de octubre de 1962, Vasili Alexandrovich Arjipov le salvó la
vida. Fue el día más peligroso de toda la historia. Un avión espía norteamericano
había sido abatido sobre Cuba, en tanto que otro U2 se había perdido, desviándose
al espacio aéreo soviético.
Y mientras estos dramas hacían rechinar las
tensiones más allá de un punto de quiebra, un destructor norteamericano, el USS
Beale, comenzaba a lanzar cargas de profundidad sobre el B-59, un submarino
soviético dotado de armas nucleares.
El capitán
del B-59, Valentin Savitsky, no tenía manera de saber que las cargas de
profundidad eran una serie de descargas no letales "de práctica" destinadas
a obligar al B-59 a subir a la superficie. Al Beale se le sumaron otros
destructores norteamericanos que se apiñaron para aporrear al B-59 sumergido
con más explosivos.
Un agotado Savitsky dio por hecho que su submarino estaba
condenado y había estallado la Tercera Guerra Mundial. Dio la orden de que se
preparase el torpedo nuclear de diez kilotones del B-59 para su lanzamiento. Su
objetivo era el USS Randolf, el gigantesco portaviones que dirigía la fuerza
especial.
Si el
torpedo del B-59 hubiera hecho volatilizarse al Randolf, las nubes nucleares se
habrían extendido rápidamente del mar a la tierra. Los primeros blancos habrían
sido Moscú, Londres, las bases aéreas de Anglia Oriental (Inglaterra) y las
concentraciones de tropas en Alemania. La siguiente oleada de bombas hubiera
barrido "objetivos económicos", un eufemismo que designaba a la
población civil: habría muerto más de la mitad de la población del Reino Unido.
Mientras tanto, el SIOP (Single Integrated Operational Plan, Plan Único Operativo
Integrado) – un escenario apocalíptico que reflejaba la orgía a lo Götterdämmerung
del Dr. Strangelove – habría lanzado 5.500 armas nucleares contra un
millar de blancos, entre los que se contaban estados no beligerantes como
Albania y China.
Qué le
habría sucedido a los EE.UU. no es seguro. La razón misma de que Jruschov
enviara misiles a Cuba estribaba en que la Unión Soviética carecía de ICBMs
(misiles balísticos intercontinentales) de largo alcance como forma de disuasión
creíble contra un posible ataque norteamericano.
Lo que parece probable es que
Norteamérica habría sufrido menos bajas que sus aliados europeos. El hecho de
que Gran Bretaña y Europa Occidental fueran consideradas por algunos en el Pentágono
como alfiles prescindibles era el gran tabú inconfesable de la Guerra Fría.
Cincuenta
años después, ¿qué lecciones se pueden sacar de la crisis de los misiles
cubanos? Una es que, durante una crisis, los gobiernos pierden el control. La
peor pesadilla del secretario de Defensa norteamericano, Robert McNamara,
consistía en el lanzamiento sin autorización de armas nucleares.
McNamara ordenó
que se adosaran cerrojos PAL (Permissive Action Links, conexiones que
permiten ponerlos en marcha) a todos los ICBMs. Pero cuando se instalaron los PAL,
el SAC (Strategic Air Command, Mando Aéreo Estratégico) puso todos los códigos
en 00000000 para que los candados no impidieran un rápido lanzamiento en el
curso de una crisis.
La seguridad de las armas nucleares siempre será un asunto
humano, a todos los niveles. En cierta ocasión, Jimmy Carter, el más sensato de
los presidentes norteamericanos, se dejó los códigos de lanzamiento nuclear en
el traje cuando lo mandaron a la tintorería.
La Guerra
Fría ha concluido, pero las infraestructuras termonucleares de los EE.UU y
Rusia continúan en su lugar. Y el riesgo de un intercambio nuclear entre las
superpotencias sigue siendo bien real. En 1995, un radar ruso de alerta
temprana confundió un cohete meteorológico noruego con un misil balístico
lanzado desde un submarino norteamericano.
Se envió una señal de emergencia al
"Cheget" del presidente Yeltsin, la maleta nuclear con los códigos de
lanzamiento. Yeltsin, presumiblemente con el vodka a mano, tuvo menos de cinco
minutos para adoptar una decisión sobre un ataque de represalia.
"Mientras
sigan existiendo las armas nucleares, las posibilidades de supervivencia de la
especie humana son escasas". Todos los estudios de análisis del riesgo a
largo plazo apoyan la afirmación de Noam Chomsky. Ploughshares
[literalmente “Arados”, organización pacifista norteamericana por la reconversión
de las armas nucleares] calcula que existen hoy en el mundo 19.000 cabezas
nucleares, 18.000 de las cuales se encuentran en manos de los EE.UU. y Rusia.
Sea cual sea la cifra exacta, los arsenales nucleares norteamericanos/rusos son
los únicos capaces de destruir por completo toda vida humana. Tal como apuntan
los asesores de seguridad Campbell Craig y Jan Ruzicka: "¿Por qué tienen
que respetar la proliferación Irán o Corea del Norte cuando los estados más
poderosos que les sermonean poseen arsenales tan enormes?" [1]
La decisión
de no iniciar la Tercera Guerra Mundial no se tomó en el Kremlin o en la Casa
Blanca sino en la sofocante sala de control de un submarino. El lanzamiento del
torpedo nuclear del B-59 requería del consentimiento de los tres oficiales
superiores a bordo. Arjipov fue el único en negar su permiso. Es cierto que la
reputación de Arjipov fue un factor clave en la discusión en la sala de
control.
El año anterior el joven oficial se había expuesto a graves
radiaciones en un intento de salvar un submarino con un reactor sobrecalentado.
Esa dosis radioactiva contribuyó a su muerte en 1998. Así que al alzar nuestras
copas el 27 de octubre, no podemos más que brindar en tu memoria. Gracias,
Vasya." ('Gracias, Vasya: Vasili Arjipov, el hombre que impidió una guerra nuclear', de Edward Wilson , Sin Permiso, 04/11/2012)
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