"(...) El centro de toda ideología progresista es siempre una antropología
que responda a tres preguntas.
Primera, ¿las mujeres y los hombres se
han de conformar con lo que son o pueden, incluso deben, aspirar a
realizar todo su potencial?
Segunda, ¿qué significa el trabajo en un
proyecto vital contemporáneo?, cuestión clave porque la izquierda,
materialista, asume que los hombres y mujeres se realizan a través del
trabajo.
Tercera, ya que el trabajo es un hecho social, ¿cuánto del
valor generado por ese trabajo se ha de compartir?, ¿cómo?; es decir,
¿cuál es mi relación con los otros?
El ultimo aggiornamento antropológico de la izquierda va ya
para medio siglo: 1968. Fue antiautoritario, enfocado a la liberación de
los comportamientos privados. (...)
El primer desplazamiento es de la protección de los derechos de los
trabajadores a la capacitación como instrumento para la emancipación. En
un mundo global —sin refugios ya a la competencia laboral— sólo el
individuo capacitado para adaptarse a las exigencias de la
competitividad podrá ser dueño de su propio destino, menos alienado y
dependiente de otros o del Estado; es decir, ser más.
Para ello debe
poder desarrollar talentos que le permitan el acceso continuo a las
nuevas formas de producción. La diferencia entre una derecha moderna y
la izquierda es que aunque la primera puede aceptar la igualdad de
oportunidades de salida, la segunda permite redimir errores de elección
de futuro, facilitando la reentrada, en cualquier momento, en la
educación y en la fuerza de trabajo.
El objetivo último progresista no
debe ser por tanto la protección social, un objetivo intermedio, ni la
igualdad de llegada —¿por qué, si el esfuerzo no ha sido igual?— sino la
emancipación: dar a todos la oportunidad de soñar, elegir su vida y
realizar su potencial (en un artículo en estas páginas J. M. Maravall
ofrecía una opinión distinta).
La segunda es la transición desde una imaginería todavía focalizada
al obrerismo o al empleado administrativo, a una que incluya a
innovadores, creadores y emprendedores, figuras centrales del nuevo
paradigma productivo basado en la innovación y las nuevas tecnologías, y
que posibilitan no sólo la creación de más valor añadido sino también
una más completa realización personal en el trabajo. La innovación y la
labor creativa no sólo crean más riqueza sino también mejor trabajo.
La tercera basculación tiene que ver con la solidaridad y con las
dificultades de encontrar bases para la misma en lo local, incluido lo
nacional, y contar con agentes eficaces para su ejercicio. La
tradicional filiación identitaria basada en un territorio y una
comunidad cultural homogénea está desapareciendo —y cuando resiste es
nacionalismo reaccionario—. Internet virtualiza el espacio y la
inmigración hace heterogéneas las comunidades tradicionales.
A su vez,
el Estado está cada vez menos capacitado para vehiculizar la
solidaridad, tanto por limitaciones fiscales —las clases medias rechazan
sufragar servicios públicos que cada vez usan menos— como por pérdida
de legitimidad derivada de su incapacidad de actuar en una economía
global.
Tres estrategias políticas, correspondientes a cada una de las
basculaciones, deben ser el primer paso a la renovación fundamental del
proyecto progresista.
Primero, educación para la emancipación. La educación sigue siendo la
más efectiva palanca para la emancipación de las personas, y la prueba
definitiva que separa progresistas de reaccionarios. La universalización
de una educación analítica y experimental, con frecuentes reciclajes y
oportunidades de acceso o reentrada a la fuerza de trabajo, debe
constituir la primera y prioritaria estrategia de la izquierda.
Desde el
punto de vista de valores, no necesariamente presupuestario, ha de ser
la más importante, incluso más que la sanidad. Sin educación para la
competitividad global no hay libertad, sólo paro, dependencia y
alienación.
Segundo, democratizar la innovación y el mercado. No existe igualdad
de oportunidades para ser empresario o innovador. Debe trabajarse por
ello, ampliando a la mayoría de ciudadanos el acceso a los instrumentos
financieros y cognitivos que permiten innovar y crear actividad
económica.
Para lograrlo es necesario aplicar las reglas del capitalismo
a los capitalistas, fomentando la competencia y mercados abiertos
frente al corporativismo, especialidad de la derecha española camuflada
en su discurso liberal.
La izquierda debe reconocer que los
emprendedores pueden ser agentes de cambio, de circulación de elites.
Asumir que agentes económicos con capital no son progresistas, dejar a
la derecha su representación, es una de las torpezas de la izquierda
continental comparada con la anglosajona.
Tercero, transformar la solidaridad. La izquierda ha de replantearse
si lo estatal es el instrumento de solidaridad a privilegiar. El Estado
puede ser un eficiente ejecutor de políticas sociales, pero deja de
serlo cuando está inmovilizado por intereses corporativos y élites que
neutralizan su potencial redistributivo. (...)
Además, el repertorio de soluciones institucionales para proveer
servicios sociales es mucho más amplio que lo puramente estatal o
privado, como por ejemplo un tercer sector gestionado por el
asociacionismo cívico.
Los perdedores del sistema son hoy ya mayoría; las clases medias
tienen todavía conciencia de clase burguesa pero realidad material de
clase en precarización. El partido que vehicule la demanda de cambio de
esta nueva mayoría será el partido dominante del futuro. La izquierda
debe aprovechar la oportunidad; no tanto moverse al centro, sino mover
el centro.
Para hacerlo necesita soltar lastre de su tradicionalismo
doctrinal y construir con las clases medias una mayoría de cambio:
transitar de la protección social a la capacitación para posibilitar la
emancipación de las personas; de la desconfianza del mercado a la
promoción de una economía de innovación que genere recursos para la
educación; y del inmovilismo en lo social a una solidaridad responsable,
con criterios de racionalidad, sin a prioris, sobre quién y cómo presta los servicios sociales, y con una fiscalidad eficaz que reduzca la desigualdad de rentas.(...)" (
José Luis Álvarez /
Ángel Pascual-Ramsay
, El País, 4 NOV 2013 )
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