"(...) Una reducción de las rentas salariales en todas partes del mundo
provoca un efecto contradictorio. En primera instancia las empresas ven
aumentado su margen de beneficio, ya que sus costes laborales se
reducen. Eso podría estimular la inversión, y es lo que predice la
teoría neoclásica dominante.
Pero en segunda instancia, y al ser la
reducción de costes laborales un fenómeno generalizado, también se
reduce la demanda total y en consecuencia la rentabilidad de la
inversión.
A una empresa puede convenirle que sus propios trabajadores
cobren menos (y así la empresa gana más) pero es imposible que le
convenga que los trabajadores del resto de empresas vean igualmente
mermados sus salarios (dado que son su fuente de mercado). La
contradicción central del capitalismo, la relación capital-trabajo.
El problema que emerge es que faltan fuentes de demanda, y que donde antes había salarios que creaban mercado ahora
no hay nada. Las teorías económicas marxistas han situado al gasto
militar y a los mercados externos como posibles fuentes sustitutorias y
complementarias para este problema.
La idea es que si no hay suficientes
fuentes, hay que crearlas. Una guerra, un plan de estímulo económico o
una colonización permiten ampliar los mercados. También las
privatizaciones son una forma de ampliar mercados para la esfera privada
(ya que desplazan a los ciudadanos desde lo público hacia lo privado).
Las teorías del imperialismo (desde J. A. Hobson hasta V. Lenin, pasando
por R. Luxemburgo), o la llamada acumulación por desposesión (de D.
Harvey) son resultado de esta interpretación. Y toda la base del
keynesianismo se encuentra igualmente aquí.
Ahora bien, en el contexto de la globalización neoliberal, donde se
han multiplicado los sujetos económicos que compiten al máximo nivel en
el mercado mundial (a diferencia de la época de postguerra), otra fuente
de demanda puede emerger también en las finanzas.
Efectivamente, la
poca demanda existente en la economía real puede ser compensada con las
burbujas financieras. Gracias a unas nuevas reglas de juego, resulta
mucho más rentable invertir en los mercados financieros (deuda pública,
deuda privada, acciones, futuros…) que en la economía real (industria,
turismo…), todo lo cual estimula igualmente el crecimiento económico.
Con el riesgo, comprobado está, de la inestabilidad financiera asociada y
de la emergencia sistemática de crisis financieras derivadas de los
estallidos de las burbujas. La crisis de las puntocom, a principios del siglo XXI, o la reciente de las hipotecas subprime son buenos ejemplos de ello.
La financiarización, resultantemente, no requiere la
existencia de un pacto capital-trabajo. El capital encuentra
rentabilidad en sus propios espacios creados ad hoc, y no necesita de la
demanda salarial más que de forma indirecta. En este contexto, la
desigualdad está íntimamente asociada a la llamada financiarización (predominio de las finanzas) y a la crisis.
Además, la financiarización de la economía mundial ha
permitido a muchas economías capitalistas esquivar la crisis que hubiera
provocado, en distinto contexto, la desigualdad creciente. Así,
economías como España, Grecia o Portugal han podido crecer
económicamente a ritmos elevados a pesar de mostrar cada vez
mayores desigualdades en la distribución funcional de la renta.
La razón
está en que sus fuentes de demanda efectiva han sido virtuales, como
demuestra el creciente endeudamiento privado que ha permitido a la
burbuja inmobiliaria seguir manteniéndose hasta su pinchazo (y que ha
dejado tras éste un enorme reguero de deudas, en gran parte asumidas por
el Estado).
Así, el crédito ocultaba una realidad subyacente mucho más dramática a
la vez que permitía a la economía crecer a tasas suficientemente altas
como para crear un empleo (vinculado, en todo caso, a la propia burbuja
inmobiliaria y su dinámica). Surgida la crisis, el modelo estalla y el
proceso de crecimiento económico dirigido por el crédito se agota.
Desde entonces, la Troika y los gobiernos europeos están tratando de
recomponer al capitalismo a partir de otros fundamentos distintos, con
otro modelo de crecimiento económico. Estamos ante otro cambio histórico
similar al de los años ochenta, y basado en la agudización de lo que
entonces ocurrió. Otra vuelta de tuerca neoliberal.
En este caso la idea pasa por instaurar un modelo de crecimiento
económico dirigido por las exportaciones, es decir, donde éstas tengan
un papel primordial en el crecimiento económico. Para ello se requiere,
en primer lugar, que las exportaciones sean superiores a las
importaciones. Y, en segundo lugar, que se alcancen nichos de mercado
donde las empresas españolas sean altamente competitivas. El modelo de
referencia es el alemán. (...)
En la medida que no todos los países pueden ser exportadores netos, esto
es, exportar más de lo que se importa, este modelo no puede ser
generalizable. Sólo algunos países, los que más ventaja llevan en el
desarrollo capitalista, pueden vencer. Se da lo que llamamos falacia de la composición. (...)
Es más, de hecho cualquier tipo de colaboración entre capital y
trabajo es un obstáculo para la consecución y mantenimiento de un modelo
que requiere una lucha competitiva en el límite, y fundamentalmente a
partir de un incremento constante en la explotación laboral –traducida
en incrementos de la jornada laboral, reducciones salariales y otros
aspectos propios del neoliberalismo… y del siglo XIX–.
El modelo que se busca, que a veces se etiqueta de neomercantilismo,
tiene sustraída la posibilidad de generalizarse y, en consecuencia,
aboca a muchas economías a la crisis permanente.
Pero en aquellos países
donde puede triunfar, aunque sin convertirse ellos mismos en los
líderes de la manada, el modelo impone unas transformaciones sociales
profundas que, aun permitiendo al capitalismo sobrevivir, no es
compatible con los derechos laborales, civiles ni democráticos. Es
decir, no hay espacio para el capitalismo domesticado. No hay espacio
para la socialdemocracia. (...)" (Alberto Garzón, Attac Madrid, 21/11/2013)
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