27/3/14

La deshonestidad de un representante político es directamente proporcional a la dejadez y el cinismo de sus electores

"Según Medvic, la ‘trampa de las expectativas’ surge de tres grandes contradicciones que subyacen en nuestras expectativas respecto de los políticos:

a) Esperamos de los dirigentes políticos que lideren, que marquen orientaciones a la ciudadanía y, a la vez, que estén dispuestos a ser dirigidos por los ciudadanos.
b) Esperamos líderes políticos que se mantengan fieles a sus principios ideológicos y programáticos, y a la vez estén dispuestos a renunciar a ellos, sean pragmáticos y alcancen acuerdos en todas las grandes materias con sus oponentes.
c) Finalmente, esperamos líderes de cualidades excepcionales, de formación y  comportamiento sobresalientes, a la vez que se muestren ordinarios, cercanos al individuo común y representativos del mainstream social. 

No es muy difícil observar que, ante tales contradicciones, es muy probable que nuestras expectativas sobre los representantes políticos acaben viéndose defraudadas y alimenten la desafección contra lo político.

Hay dos elementos en la historia y en la cultura política españolas que alimentan esa ‘trampa de las expectativas’. Por un lado, la relevancia dada al valor del igualitarismo (que no significa necesariamente lo mismo que igualdad) que vino de la mano de la democratización posfranquista, y que tiende a valorar negativamente cualquier atisbo aparente o difuso de exclusividad o excelencia social o cultural.

Por otro lado, la historia de violencia política y autoritarismo que ha acompañado la tortuosa consolidación de la democracia en nuestro país ha contribuido a estigmatizar el carácter inherentemente conflictivo que acompaña a todo proceso y debate políticos. 

No soportamos el tono de contraste que suele rodear cualquier controversia política, y no hemos sido educados –en general– para sobrellevarlo de forma cordial y sosegada. ¿Hemos presenciado alguna vez a alguien que pierde los nervios porque otro le llevaba la contraria en una discusión política? ¿Sabemos admitir honestamente la relatividad de nuestras propias convicciones políticas cuando otro trata de refutárnoslas? 

En este contexto, muchos de los más convencidos se vuelven sectarios de sus ideas y pierden cualquier sospecha de duda. Pero la amplia mayoría desarrolla una cultura política ‘naíf’, desprendida y escéptica ante lo político. 

No es de extrañar que en 2002, en plena época de bonanza económica y bajo desempleo, la política suscitara a los españoles ‘desconfianza’ (28,8%), ‘indiferencia’ (27,2%) y ‘aburrimiento’ (14,8%), y que el 65,4% nunca o raramente hablara de política con otras personas.

¿Quizá esto pueda cambiar con el renovado interés por la política que ha traído la crisis económica actual, tal como nos explicaba Carol Galais?

Para Medvic, esta cultura de la desconfianza se manifiesta en una visión hipercrítica de la política y de los políticos, que se traduce en los frecuentes prejuicios con que muchos ciudadanos abordan tanto la vida pública como la vida privada de los políticos.

En cuanto a la vida pública, los ciudadanos suelen reprochar a sus representantes el populismo, el electoralismo y el partidismo de sus planteamientos. Por un lado, los políticos tienden a abusar de los mensajes populistas para atraerse el apoyo de los ciudadanos. Pero no es menos cierto que los ciudadanos parecen muy proclives a responder positivamente a las ofertas más populistas que les hacen sus representantes, siempre que estas puedan resultarles individualmente beneficiosas. 

Por otro lado, suele reprocharse que los políticos estén pensando siempre en las próximas elecciones. Ciertamente suele ser así, aunque con ello olvidamos que el horizonte electoral es el principal estímulo para que los políticos traten de mantener y reforzar el apoyo de sus electores, y, por lo tanto, les incentiva a una cierta rendición de cuentas y un seguimiento atento de las preferencias de estos. 

Finalmente, se acusa a los políticos de mostrarse siempre excesivamente partidistas en sus posiciones y demasiado críticos de entrada con las propuestas de sus adversarios. No obstante, hay que recordar la importancia que los electores dan a la claridad –a menudo simplista– en las posiciones políticas de sus representantes. Muchos electores son incluso más propensos a votar ‘en contra’ de otras posiciones o líderes políticos que a favor de su propio partido.

La valoración respecto de la vida privada de los políticos es si cabe aún más dura. Tenemos ciudadanos hipercríticos con las cualidades morales de sus representantes, a los que se les recrimina cualquier atisbo de ambición personal –a pesar de que una cierta dosis de ambición resulta inexcusable para soportar los elevados costes personales que genera la participación en política, como recuerda el Joseph A. Schlesinger en su clásico Ambition and politics (Rand McNally, 1966)– y de hipocresía –aunque esta sea en buena medida necesaria para mantener la convivencia cordial del sistema político en general y el ‘fair play’ en la disputa política en particular, como señala David Runciman en su 'Political hypocrisy' (Princeton University Press, 2010)–.

Y por encima de todo, los ciudadanos se muestran tremendamente exigentes en términos morales ante la mentira, el engaño y el uso de lo público en beneficio propio. El 60,6% de los españoles consideran que la desconfianza ante los políticos está relacionada con la corrupción que supuestamente muchos practican. 

El problema es que no sólo luego esa exigencia moral no se traduce automáticamente en castigo electoral ante los políticos, sino que los propios ciudadanos parecen sucumbir demasiadas veces a la tentación de tales defectos, o al menos se muestran socialmente más permisivos de lo que sugieren sus expectativas políticas.

No hay comentarios: