"Según Medvic, la ‘trampa de las expectativas’ surge de
tres grandes contradicciones que subyacen en nuestras expectativas
respecto de los políticos:
a)
Esperamos de los dirigentes políticos que lideren, que marquen
orientaciones a la ciudadanía y, a la vez, que estén dispuestos a ser
dirigidos por los ciudadanos.
b)
Esperamos líderes políticos que se mantengan fieles a sus principios
ideológicos y programáticos, y a la vez estén dispuestos a renunciar a
ellos, sean pragmáticos y alcancen acuerdos en todas las grandes
materias con sus oponentes.
c) Finalmente,
esperamos líderes de cualidades excepcionales, de formación y
comportamiento sobresalientes, a la vez que se muestren ordinarios,
cercanos al individuo común y representativos del mainstream social.
No es muy difícil observar que, ante tales contradicciones, es muy
probable que nuestras expectativas sobre los representantes políticos
acaben viéndose defraudadas y alimenten la desafección contra lo
político.
Hay dos elementos en la historia y en la
cultura política españolas que alimentan esa ‘trampa de las
expectativas’. Por un lado, la relevancia dada al valor del
igualitarismo (que no significa necesariamente lo mismo que igualdad)
que vino de la mano de la democratización posfranquista, y que tiende a
valorar negativamente cualquier atisbo aparente o difuso de exclusividad
o excelencia social o cultural.
Por otro lado, la
historia de violencia política y autoritarismo que ha acompañado la
tortuosa consolidación de la democracia en nuestro país ha contribuido a
estigmatizar el carácter inherentemente conflictivo que acompaña a todo
proceso y debate políticos.
No soportamos el tono
de contraste que suele rodear cualquier controversia política, y no
hemos sido educados –en general– para sobrellevarlo de forma cordial y
sosegada. ¿Hemos presenciado alguna vez a alguien que pierde los nervios
porque otro le llevaba la contraria en una discusión política? ¿Sabemos
admitir honestamente la relatividad de nuestras propias convicciones
políticas cuando otro trata de refutárnoslas?
En
este contexto, muchos de los más convencidos se vuelven sectarios de sus
ideas y pierden cualquier sospecha de duda. Pero la amplia mayoría
desarrolla una cultura política ‘naíf’, desprendida y escéptica ante lo
político.
No es de extrañar que en 2002,
en plena época de bonanza económica y bajo desempleo, la política
suscitara a los españoles ‘desconfianza’ (28,8%), ‘indiferencia’ (27,2%)
y ‘aburrimiento’ (14,8%), y que el 65,4% nunca o raramente hablara de
política con otras personas.
¿Quizá esto pueda cambiar con el renovado interés por la política que ha traído la crisis económica actual, tal como nos explicaba Carol Galais?
Para Medvic, esta cultura de la desconfianza se manifiesta en una
visión hipercrítica de la política y de los políticos, que se traduce en
los frecuentes prejuicios con que muchos ciudadanos abordan tanto la
vida pública como la vida privada de los políticos.
En cuanto a la vida pública, los ciudadanos suelen reprochar a sus representantes el populismo, el electoralismo y el partidismo
de sus planteamientos. Por un lado, los políticos tienden a abusar de
los mensajes populistas para atraerse el apoyo de los ciudadanos. Pero
no es menos cierto que los ciudadanos parecen muy proclives a responder
positivamente a las ofertas más populistas que les hacen sus
representantes, siempre que estas puedan resultarles individualmente
beneficiosas.
Por otro lado, suele reprocharse que
los políticos estén pensando siempre en las próximas elecciones.
Ciertamente suele ser así, aunque con ello olvidamos que el horizonte
electoral es el principal estímulo para que los políticos traten de
mantener y reforzar el apoyo de sus electores, y, por lo tanto, les
incentiva a una cierta rendición de cuentas y un seguimiento atento de
las preferencias de estos.
Finalmente, se acusa a
los políticos de mostrarse siempre excesivamente partidistas en sus
posiciones y demasiado críticos de entrada con las propuestas de sus
adversarios. No obstante, hay que recordar la importancia que los
electores dan a la claridad –a menudo simplista– en las posiciones
políticas de sus representantes. Muchos electores son incluso más
propensos a votar ‘en contra’ de otras posiciones o líderes políticos
que a favor de su propio partido.
La valoración
respecto de la vida privada de los políticos es si cabe aún más dura.
Tenemos ciudadanos hipercríticos con las cualidades morales de sus
representantes, a los que se les recrimina cualquier atisbo de ambición personal
–a pesar de que una cierta dosis de ambición resulta inexcusable para
soportar los elevados costes personales que genera la participación en
política, como recuerda el Joseph A. Schlesinger en su clásico Ambition and politics (Rand McNally, 1966)– y de hipocresía
–aunque esta sea en buena medida necesaria para mantener la convivencia
cordial del sistema político en general y el ‘fair play’ en la disputa
política en particular, como señala David Runciman en su 'Political hypocrisy' (Princeton University Press, 2010)–.
Y por encima de todo, los ciudadanos se muestran tremendamente
exigentes en términos morales ante la mentira, el engaño y el uso de lo
público en beneficio propio. El 60,6% de los españoles consideran que la desconfianza ante los políticos está relacionada con la corrupción que supuestamente muchos practican.
El problema es que no sólo luego esa exigencia moral no se traduce
automáticamente en castigo electoral ante los políticos, sino que los
propios ciudadanos parecen sucumbir demasiadas veces a la tentación de
tales defectos, o al menos se muestran socialmente más permisivos de lo
que sugieren sus expectativas políticas.
No se trata
de exculpar a las elites políticas de su papel en los aciertos y errores
que generan sus decisiones políticas. Más bien, reivindicaciones como
las de Medvic y los otros autores mencionados nos recuerdan que no
existen superciudadanos ni superpolíticos. A menudo, la deshonestidad y
la desvergüenza de un representante político es directamente
proporcional a la dejadez y el cinismo de sus electores." (Juan Rodríguez Teruel, eldiario.es, 23/01/2014)
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