"Desde que estalló la crisis se han publicado numerosos informes y
estudios que muestran que las empresas cooperativas y otras
organizaciones de economía social están soportando mejor la crisis que
las empresas de capital. (...)
Por ejemplo, si miramos los últimos
datos de empleo publicados por el Ministerio de Empleo y Seguridad
Social, correspondientes al tercer trimestre de 2013, destaca un
incremento del 32% de las cooperativas de trabajo. Tal y como asegura
la Confederación Estatal (COCETA) “Estos porcentajes se traducen en una
recuperación del empleo en las cooperativas de trabajo a los niveles del año 2007″.
Recientemente, el barómetro de Empresas
del País publicaba que las empresas esperan aumentar sus beneficios en
2014, pero sin embargo no iba a ocurrir lo mismo con el empleo. (...)
A diferencia de esta realidad las
empresas cooperativas apoyadas en valores organizativos basados en la
democracia económica, la corresponsabilidad y la solidaridad, sitúan el
empleo y su calidad en el centro de las decisiones más importantes en
lugar de en el aumento de los beneficios.
Estamos en un momento en que
la crisis económica, y su incidencia en el empleo y en la vida de las
personas, nos obligan, al menos, a cuestionarnos nuestro modelo
económico y productivo y el papel de la empresa en la estructura
social.
¿Pero cuáles son las causas
diferenciadas que han permitido a las cooperativas destruir menos
empleo durante la crisis? Los principios y valores de este tipo de
empresas aparecen como los elementos fundamentales que explican el
mismo. Para ser más concretos, factores vinculados a la gestión
democrática, a la propiedad colectiva de la empresa y a la flexibilidad
para adecuarse a los cambios en el mercado explican las principales
ventajas competitivas de las empresas cooperativas respecto de otras
sociedades. (Sabín Galán, F.; Fernández Casadevante, J.L.; Bandrés de
Lucas, I. (2010)).
Sin embargo, estos valores de democracia interna y
de participación en la gestión empresarial no son suficientes en si
mismos, si no que es necesario que se encuentren reflejados en una
estructura de organización y en una política de gestión empresarial que
promueva y facilite que estos valores se puedan desarrollar, ayudando a
promover la implicación y motivación de las personas trabajadoras, así
como su sentido de pertenencia a partir de su condición de
socios-trabajadores.
Es decir, el diseño organizativo de las
cooperativas de trabajo debe estar pensado para materializar los
principios y valores cooperativos. Casos recientes como el de la
cooperativa Fagor Electrodomésticos reflejan que cuando no se procuran
de forma real los necesarios mecanismos de participación pueden
producirse problemas importantes derivados del excesivo distanciamiento
entre las personas socias y la dirección de la empresa. (...)
En primer lugar, es necesario que se generen condiciones que motiven la
participación. En este sentido, será necesario que las personas sientan
que realmente pueden participar de las decisiones importantes
vinculadas a la estrategia empresarial y organizativa de la empresa;
que se vean reflejadas en la estructura organizativa y de toma de
decisiones y que la cultura empresarial ponga en valor la dimensión
colectiva y cooperativa del proyecto. (...)
En segundo lugar, será necesario que se
promuevan los mecanismos adecuados para que las personas puedan
realmente participar: que la información importante llegue a todas las
personas implicadas en la gestión de la empresa -por ejemplo,
habilitando espacios para facilitar el análisis, la reflexión y el
debate-; que se facilite la conciliación entre la vida personal y
profesional; y que exista una profunda convicción democrática y de
fomento de la participación por parte de las personas con mayor
responsabilidad en la empresa, articulando cauces de participación de
abajo a arriba y de arriba a abajo. En este sentido, se puede pensar en
multiplicar los liderazgos para lograr los objetivos (García, J, 2010)
Por último, será necesario que la
participación en la empresa sea realmente un valor añadido, lo cual
supone un cambio importante en la cultura sobre cómo entendemos el
trabajo, la empresa y nuestro papel en la misma.
En este sentido
resulta fundamental que sea reconocido el valor de cada una de las
personas que forman parte de la empresa y su papel en la misma,
conectando las partes con el conjunto, pero también que éstas tengan
los conocimientos y habilidades para alcanzar acuerdos y construir
colectivamente, y se impliquen en el diseño de su propio trabajo y en
buscar el beneficio común por encima de los intereses personales.
Nos enfrentamos al reto de construir
empresas del siglo XXI en las que la democracia, transparencia y
responsabilidad se conviertan en pilares de la estructura
organizacional, por medio de un diseño empresarial que favorezca el
desarrollo personal y profesional de sus miembros, así como unos
objetivos económicos y societarios comunes que aporten valor
socioeconómico a sus socios y a la sociedad. (...)" (Fernando Sabin y Inigo Bandres, Economía Crítica y crítica de la Economía, 07/03/2014)
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