"En democracia, se supone, los políticos responden a la opinión
pública. Cuando los votantes de tu distrito o las bases del partido
empiezan a quejarse sobre algo, y las encuestas empiezan a mostrar
mayorías decentes a favor o en contra de una cuestión, nuestros
representantes tienden a responder a ello, intentando ganar elecciones.
Esa es la teoría. A la práctica, todos hemos escuchado críticas sobre
cómo los políticos nunca nos hacen caso, los grupos de presión y los lobbies
tienen todo el poder del mundo y sólo los ricos y poderosos parecen ser
capaces de ejercer influencia. Los legisladores en una democracia
representativa responden a incentivos, pero las voces que escuchan están
fuertemente filtradas por la estructura de poder real.
¿Cuál de estas dos visiones es más cercana a la realidad? Martin Gilens y Benjamin Page, de Princeton y Northwestern,
han analizado 1.779 decisiones sobre políticas públicas en Estados
Unidos durante los últimos 20 años, evaluando qué factores parecen tener
más peso en cada votación. (...)
El análisis ofrece unas conclusiones bastante deprimentes.
Si mantenemos las preferencias de los grupos de presión y los votantes
más ricos constantes, a los políticos les importa un rábano la opinión
pública: la probabilidad que hagan lo que pide la mayoría no varía un
milímetro.
Si el votante mediano está en contra, hay un 30% de
probabilidad que la política pública impopular salga adelante. Si están a
favor, la probabilidad que sea aprobada es un 30% igualmente. Si el
tema es del interés de l 10% de votantes más ricos, sin embargo, los
números cambian de forma dramática.
Si la mayoría de ricos se oponen a
algo, la probabilidad que salga adelante cae a cero; si están a favor,
la ley será aprobada un 50% del tiempo. Las cifras son aún más
dramáticas si miramos a grupos de interés, con los lobbies empresariales
teniendo una capacidad de influencia enorme cuando actúan de forma
coordinada.
Los grupos de presión “de masas” (sindicatos, organizaciones
religiosas, asociaciones de veteranos, etcétera) tienen también una
capacidad de influencia considerable, aunque significativamente menor
que los grupos empresariales.
Resumiendo: si los autores están en lo correcto, en Estados Unidos
los políticos hacen caso, ante todo, a los lobbies empresariales. En
segundo lugar, a cierta distancia, los legisladores se preocupan de lo
que piensa el 10% de votantes con más ingresos y los grupos de interés
organizados de masas estilo foro de la familia, asociaciones de
jubilados y demás. Lo que diga el votante mediano le importa un comino, y
a los pobres ni sabe que existen. Es para echarse a llorar. (...)
Por añadido, cualquier modelo estadístico es tan fiable como los
datos empleados para estimarlo, y desgraciadamente en este caso los
datos no son demasiado espectaculares. Las cifras utilizadas para
estimar preferencias de los votantes según nivel de renta son bastante
torpes, y realmente sólo capturan votantes acomodados, no las élites
económicas (la decila superior empieza en $146.000 al año, algo que no
es especialmente ultra-rico), y los indicadores sobre grupos de presión
son sugerentes pero muy poco precisos.
Los mismos autores reconocen que
el modelo parece agrietarse cuando incluye todas las variables,
perdiendo parte del poder explicativo, algo que no acostumbra a ser
buena señal.
Otro problema añadido puede ser un sesgo negativo en las políticas
analizadas – los grupos de interés, por ejemplo, están oponiéndose a
cambios en políticas públicas en la mayoría de debates.
El sistema
político americano está diseñado para favorecer el status quo: es mucho
más fácil proteger una ley existente que cambiarla. Dado que los ricos y
grupos de interés estarán más a menudo en el bando conservador, las
cifras pueden sobrestimar su capacidad de influencia.
Aún con estas objeciones, es importante recalcar una cosa: de todas
las variables en la regresión, el votante mediano es el que tiene
mejores datos, y todas los modelos lo dejan con cero capacidad de influencia.
La única manera que los ciudadanos de a pie puedan ganar peso es
organizándose, formando asociaciones, grupos de interés y sindicatos. La
muerte del sindicalismo americano en las últimas tres décadas, bajo
esta perspectiva, es una pérdida infinitamente mayor que el final de la
negociación colectiva en unas pocas empresas.
Es una conclusión deprimente, sin duda, pero habiendo visto el
sistema político americano desde (relativamente) cerca, no me sorprende
gran cosa." (
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