"(...) Lo que es
una huída desesperada de la miseria por parte de personas harapientas y
desarmadas, es transmitida como un asalto frontal de carácter
prácticamente militar. Incluso la muerte de un pequeño grupo indefenso
que trataba de entrar a nado a Ceuta por los disparos de la policía se
justifica, en cierta manera, como una acción en defensa propia por parte
de unos funcionarios sometidos a una altísima tensión debido a los
reiterados “asaltos” a la frontera.
Las vallas
de Melilla y Ceuta adquieren la cualidad de muros protectores, al estilo
del Limes romano que protegía al imperio de las incursiones bárbaras.
Mientras, se habla de reforzar la seguridad, de cuchillas en las vallas,
de incrementar el presupuesto para la vigilancia de las fronteras, de
soberanías, en vez de ayuda humanitaria, asilo y solidaridad. ¿Por qué?
El sociólogo
Zygmunt Bauman analizó hace una década este fenómeno y publicó sus
conclusiones en el libro “Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus
parias”. Según Bauman este discurso de alerta ante una amenaza es
consecuencia de la debilidad del Estado.
Paradójicamente, mientras más
imágenes de las vallas y de policías armados se publican en los medios
de comunicación, más contundentemente está el Estado mostrando su
debilidad y su muerte lenta en la era de la globalización y del
neoliberalismo hegemónico.
Bauman parte de la base de que “la
vulnerabilidad y la incertidumbre humanas son la principal razón de ser
de todo poder político; y todo poder político debe atender a una
renovación periódica de sus credenciales”. Durante gran parte del
S. XX la legitimidad del Estado descansaba en la lucha contra esa
vulnerabilidad e incertidumbre, proporcionando una cobertura social para
la población.
Es decir, los sistemas de poder eran aceptados en tanto y
en cuanto eran capaces de proporcionar seguridad personal y material a
sus ciudadanos. Sin embargo, en las últimas décadas, según Bauman “el
Estado contemporáneo tiene que buscar otras variedades, no económicas,
de vulnerabilidad e incertidumbre en las que hacer descansar su
legitimidad”.
La causa es
la globalización y el lento pero imparable proceso de vaciamiento del
Estado nacional. Los gobiernos nacionales están dejando de serlo en el
contexto global y están perdiendo poder a favor de los mercados y otros
elementos del capitalismo transnacional que, gracias a la hegemonía
neoliberal, pueden ignorar las fronteras y a los propios estados, que
quedan desarmados ante los deseos y necesidades del capitalismo global.
El Estado ha perdido su soberanía.
Como
consecuencia de esta pérdida de soberanía, el Estado es débil y ya no
tiene la fuerza de antaño para imponer un marco legal y administrativo
enfocado en la búsqueda de seguridad de sus ciudadanos, por lo que
abandona el terreno desmantelando el Estado social y desregulando el
mercado laboral, convirtiendo la sociedad cada vez más en una jungla en
la que predomina el miedo a la vulnerabilidad e incertidumbre que
precisamente el Estado debería combatir.
El Estado ya no se siente responsable del bienestar de sus ciudadanos. Según Zygmut Bauman ”se
lava las manos ante la vulnerabilidad y la incertidumbre que dimanan de
la lógica (o falta de lógica) del libre mercado, redefinida ahora como
un asunto privado, una cuestión que los individuos han de tratar y hacer
frente con los recursos que obran en su poder”.
Y esa retirada del Estado como protector tiene sus consecuencias en su legitimidad ante los ciudadanos, ya que
“estas tendencias “socavan los fundamentos en los que se apoyaba cada
vez más el poder estatal en los tiempos modernos, reivindicando un papel
crucial en el combate contra la vulnerabilidad y la incertidumbre que
perseguían a sus súbditos”, explica el autor.
Sin una red
social protectora, los gobiernos necesitan convencer a sus ciudadanos de
que sirven para algo. Se produce un cambio de objetivo que Bauman
describe de la siguiente manera:
“Despojados de gran parte de sus
prerrogativas y capacidades soberanas, en virtud de las fuerzas de la
globalización que son incapaces de resistir, y menos aún controlar, los
gobiernos no tienen más opción que la de “seleccionar cuidadosamente”
objetivos que pueden (verosímilmente) dominar y contra los cuales pueden
dirigir sus salvas retóricas y medir sus fuerzas mientras sus
agradecidos súbditos oyen y ven cómo lo hacen”.
Es por ello que
“los gobiernos de hoy en día (nacionales, redefinidos como locales en
la era de la globalización) están buscando esferas de actividad en las
cuales poder afirmar su soberanía y demostrar en público, y de manera
convincente, que así lo han hecho”.
Esas nuevas ‘esferas de actividad’ para afirmar la soberanía han sido encontradas en la seguridad personal: “Amenazas
y miedos a los cuerpos, posesiones y hábitats humanos que surgen de las
actividades criminales, la conducta antisocial de la ‘infraclase’, y el
terrorismo global”, a la que hay que sumar la amenaza de una ‘invasión’ de los inmigrantes.
Determinado
el nuevo espacio (la seguridad personal frente a la antigua seguridad
social), se trata ahora establecer un nuevo objetivo, que según Bauman
es “inspirar un volumen de ‘temor oficial’ lo bastante grande como
para eclipsar y relegar a una posición secundaria las preocupaciones
relativas a la inseguridad generada por la economía, sobre la cual nada
puede ni desea hacer la administración estatal”.
Es decir,
hoy es más sencillo para el Estado luchar contra terroristas (que no
derrotarlos), colocar una valla y armar a policías fronterizos, que
imponer un derecho laboral respetuoso con los intereses de la mayoría de
los trabajadores o tratar de recaudar impuestos entre la minoría
multimillonaria del país que atesora sus fortunas en paraísos fiscales.
Por lo
tanto, de un Estado que se legitimaba en la protección social de sus
ciudadanos, en la era de la globalización neoliberal hemos pasado a un
Estado que se legitima por la protección personal de sus ciudadanos.
Para justificar la seguridad personal se crea previamente una demanda de
protección provocando un estado de alarma por la amenaza de un supuesto
peligro exterior, que a su vez sustituye la sensación de vulnerabilidad
e incertidumbre provocada por el desmantelamiento del Estado social.
La cuestión
ahora es, ¿por qué se utiliza a los inmigrantes como causantes de ese
“temor oficial” para justificar la actuación estatal?
Zygmunt
Bauman escribe que el mundo contemporáneo es un mundo en el que se corre
el riesgo constantemente de quedarse excluido, convertido en residuo.
Como consecuencia de la voracidad consumista, no existe ya concepto de
perdurabilidad. Todo es efímero, fútil. Lo nuevo de hoy se convierte en
obsoleto inmediatamente, con la intención de consumir enseguida el nuevo
artículo, desechando el anterior.
Lo mismo
ocurre con las personas. Mientras que anteriormente existía un concepto
inclusivo del Estado, en el que el objetivo era no dejar fuera a ningún
individuo (tampoco los sistemas totalitarios en un sentido de control y
opresión), el Estado hoy es cada vez más excluyente. El sentido del
Estado social era ayudar a no dejar caer a nadie fuera del sistema.
Por
ejemplo, los parados se veían como parte de la sociedad productora y su
situación de desempleo era considerada pasajera, algo temporal, aliviada
por el seguro del paro hasta su reincorporación al grupo de los
productores cotizantes.
Hoy, en
cambio, si se considera que no se sirve ni como productor ni como
consumidor (generalmente como consecuencia de lo primero), se es
excluido del sistema y penalizado con mayores dificultades que, a su
vez, suponen obstáculos insalvables para recuperar el status perdido. Es
decir, si se pierde el empleo, se pierde poder adquisitivo y se pierde
capacidad de consumo.
Si no se consigue recuperar pronto la posición
anterior, se cae en la exclusión. Es lo que les ocurre a las personas
mayores de 50 años que son despedidas, a los pensionistas que ven como
menguan sus ingresos, y a los trabajadores en paro de larga duración
afectados por la crisis económica.
Y a los
inmigrantes que provienen de los países afectados por los procesos de
modernización, brutales y despiadados, que provocan la expulsión de la
mano de obra sobrante que no ha podido reubicarse tras la destrucción de
las economías tradicionales.
Según Bauman, esos procesos se dieron en
Europa hace un siglo, pero entonces existían “lugares vacíos”
en el mundo (con permiso de los indígenas) con capacidad de absorber el
flujo de migraciones. Hoy esos “lugares vacíos” no existen, y los
emigrantes se encuentran atrapados. “Refugiados, desplazados, solicitantes de asilo, emigrantes sin papeles, son todos ellos residuos de la globalización”, explica Bauman.
Al llegar a
los países “desarrollados”, provocan incomodidad y desconfianza entre la
población autóctona, sometida a su vez a fuertes tensiones sociales por
el desmantelamiento del Estado social y la incertidumbre provocada por
el libre mercado. “Para quienes les odian y detractan, los
inmigrantes encarnan –de manera visible, tangible, corporal- el
inarticulado, aunque hiriente y doloroso, presentimiento de su propia
desechabilidad”, escribe Bauman.
Los
inmigrantes llegan en un momento perfecto para los gobiernos, deseosos,
como hemos visto, de redefinir su papel y de reorientar “las preocupaciones explosivas por la seguridad (que)
ya se habían ido almacenando en virtud de la retirada progresiva, lenta
pero constante, del seguro colectivo que solía ofrecer el Estado
social, así como de la rápida desregulación del mercado laboral”.
Así, afirma Bauman, “reinterpretados
como un “peligro para la seguridad”, los inmigrantes ofrecían un útil
foco alternativo para las aprensiones nacidas de la súbita inestabilidad
y vulnerabilidad de las posiciones sociales, y, por consiguiente, se
convertían en una válvula de escape relativamente más segura para la
descarga de la ansiedad y la ira que semejantes aprensiones no podían
por menos de suscitar”.
Es por todo
ello que la imagen de un grupo de africanos asustados y desorientados,
subidos a las vallas de Ceuta y Melilla y rodeados por cientos de
policías, es considerada una amenaza para nuestra seguridad, y no una
escena lamentable que debería provocar la compasión del Estado y la
solidaridad de la sociedad." (
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