"(...) A los economistas próximos al capital
les molesta que se investiguen las causas de las desigualdades pues la
evidencia científica muestra que la principal causa de su crecimiento ha
sido, precisamente, el enorme crecimiento de las rentas del capital a
costa de las rentas del trabajo, hecho que es consecuencia del gran
dominio de las instituciones políticas y mediáticas por parte del
capital, dominio que ha diluido y violado el carácter democrático de las
instituciones representativas de los países donde el crecimiento de las
desigualdades ha tenido lugar (ver el excelente libro Capital in the
Twenty-First Century, de Thomas Piketty, 2014).
Es más, el protagonismo del capital
financiero (y muy en particular de la banca) dentro del capital, junto
con el descenso de las rentas del trabajo, generador del descenso de la
demanda, explica el comportamiento especulativo de ese capital, origen
de la enorme crisis, tanto financiera como económica (y, por lo tanto,
política), que estamos viviendo.
Permítanme que me extienda en estos
puntos. Es bien sabido que la propiedad del capital está mucho más
concentrada que la distribución de las rentas.
Así, el 10% de la
población en la mayoría de países de la OCDE (el club de países más
ricos del mundo) tienen más del 50% de la propiedad del capital. En
España, uno de los países con mayor concentración, tiene alrededor del
65% (tabla 7.2 en el libro de Piketty).
Por otra parte, la mitad de la
población en su conjunto no tiene ninguna propiedad: en realidad, está
endeudada. De esta concentración se deriva que cuanto mayor es el
porcentaje de las rentas que derivan del capital, mayor es la
desigualdad en la distribución de las rentas.
Es lo que solía decirse
que cuanto mayor poder tiene la clase capitalista (término que ya no se
utiliza por considerárselo “anticuado”), mayores son las desigualdades
en un país.
Naturalmente que estas desigualdades
entre el mundo del capital y el del trabajo no son las únicas que
explican las desigualdades de renta en un país. Pero sí que son las más
importantes. Les siguen las desigualdades dentro del mundo del trabajo,
que se reflejan predominantemente en la extensión del abanico salarial.
Pero incluso estas dependen de las fuerzas derivadas del capital. Cuanto
mayor es el poder de la clase capitalista, mayor es la dispersión
salarial, hecho que la economía convencional atribuye a su hincapié en
estimular la eficiencia económica, aun cuando la evidencia científica
muestra que no hay ninguna relación entre dispersión salarial y
eficiencia económica.
En realidad, algunas de las empresas más
eficientes (como las cooperativas del grupo Mondragón) son las que
tienen menor dispersión salarial. El objetivo de esta dispersión no es
económico sino político: el de dividir y, por lo tanto, debilitar al
mundo del trabajo.
Esta observación, por cierto, explica
las limitaciones de aquellos autores que ciñen la definición del
problema al 1% de la sociedad, eslogan generado por el movimiento Occupy
Wall Street y que ha sido importado a España.
El sistema económico se
sostiene precisamente por la lealtad del siguiente 9% superior de renta,
que deriva sus rentas del trabajo, pero cuyo poder y permanencia
dependen de su servicio al 1%. Los grandes gurús mediáticos, por
ejemplo, reciben salarios elevadísimos cuya cuantía no deriva de su
competencia o eficiencia, sino de su función reproductora de los valores
que favorecen los intereses del 1%.
En conclusión, las causas de las
desigualdades son políticas y tienen que ver predominantemente con el
grado de influencia política que los propietarios del capital tienen
sobre los Estados. Cuanta mayor es su influencia, mayor es la
desigualdad social. (...)" (Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 27 de marzo de 2014, en www.vnavarro.org, 27/03/2014)
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