Marta Ferrusola besa a su suegro, Florenci, en 1980. / KIKE PÉREZ DE ROZAS (EFE)
"¿Quién fue Florenci Pujol, el tenedor de la fortuna en el extranjero que supuestamente destinó a sus nietos y a su nuera, Marta Ferrusola, y que según su hijo Jordi es la causa de sus actuales desvelos? (...)
Le apodaban El Pujolet de la Borsa, porque “era un hombre no
muy alto”, describe Jordi, “pero bien plantado, simpático, enérgico y al
mismo tiempo, dulce; era seductor y tenía muchos amigos que le querían y
respetaban”. (...)
Entre sus amigos destacaba su socio David Moisés Tennebaum “un judío
originario de la Galitzia polaca” que había salido de su país con una
mano delante y otra detrás, y había hecho mucho dinero en Barcelona
gracias a estar dotado de un buen olfato mercantil, en la versión del
hijo.
Otros destacaron sus negocios de joyería; o su especulación con
productos de primera necesidad en la posguerra del hambre y la
necesidad; o su capacidad de inversor en la sociedad de comercialización
de diamantes Diamansa, en la Rambla de Catalunya.
La historia no oficial de la pareja Pujol-Tennembaum incluye que
tenían “una particular oficina de cambio de moneda, junto al puerto” de
Barcelona, y que fue “en los muelles barceloneses” donde hicieron
“suculentos negocios”, destacan Baiges y Reixach. Esa fue probablemente
la más lucrativa de sus actividades.
En la España franquista y
autárquica de los años cuarenta, incomunicada con el mundo exterior, se
carecía de todo. También de divisas, que ambos conseguían por la vía
portuaria. No había mucho demandante de moneda extranjera, pero sí
bastante demanda. Entre otra, de los empresarios.
“Tuve que hacer, como
todos los industriales algodoneros, la inevitable especulación de
moneda, contrabando de divisas, si se quiere llamar así: todos tuvimos
que ser unos honrados contrabandistas”, escribió quien fuera director
del Consorcio de los fabricantes textiles de algodón, directivo del
Banco de Bilbao, luego director del IEME (Instituto Español de Moneda
Extranjera, en 1965), promotor del Banc Industrial de Catalunya y amigo y
consejero del presidente Tarradellas, Manuel Ortínez (Una vida entre burgesos, Edicions 62, Barcelona, 1993).
Y para satisfacer esa demanda, aparecía la pareja. Florenci y David,
“entre otros, me proporcionaban las divisas”. ¿Para qué? “Yo necesitaba
cubrir las diferencias entre el valor de exportación y el de
importación; si exportabas un producto que te daba un millón de pesetas,
lo vendías al doble de precio y por tanto podías importar por dos
millones, era evidente que necesitabas comprar un millón extra, o sea,
necesitabas comprar el millón de dólares que te faltaba”, detalla
Ortínez. Fuese en los muelles de Barcelona o en Tánger.
Claro que la dictadura perseguía esta especulación —rompía su
aislacionismo y su intervencionismo—, a través de la policial Brigada de
Delitos Monetarios. Aunque se trataba de un “contrabando” necesario,
indispensable por ejemplo para el suministro de materia prima, en este
caso el algodón, inglés o egipcio. Florenci y David “eran importantes”
en este tráfico, “ellos me proporcionaban las divisas y yo necesitaba
muchas”, precisaba el ya fallecido Ortínez. (...)
Florenci, al que Jordi califica como “el primero de mis maestros”, es un
liberal, “poco religioso”, republicano y catalanista, votante de
Esquerra, pero no un exaltado, del bando perdedor en la Guerra Civil, si
bien pasó esta cómodamente, pues cuando le llamaron al frente “se las
ingenió para que le diesen un destino de chófer”, de forma que “iba y
venía del campo de batalla sin tener que situarse en primera línea”,
recuerda el hijo.
Aunque anglófilo, le lleva a la Escuela Alemana, y eso
que esta coreaba himnos y lucía esvásticas: tiempos de Hitler, un mal
trago para quien más tarde se convertiría en mito de la resistencia
democrática y catalanista. (...)
—Mi hijo quiere que compremos un banco —le dijo Florenci Pujol a
Joaquim Dorca, operador como él en la Bolsa de Barcelona, porque al
chaval se le había metido entre ceja y ceja que Cataluña necesitaba un
banco autóctono y él debía cumplir la misión de ofrecerlo a la patria;
quizá también porque eso simbolizaría su propio, y fulgurante, ascenso
profesional y social.
—Mi familia quiere que os vendamos el nuestro —le replicó Joaquim, miembro de la familia propietaria de la Banca Dorca. (...)
“Convencí a mi padre y al cabo de un tiempo adquiríamos la pequeña Banca
Dorca, de Olot”. Costó doce millones de pesetas, incluidas las 250.000
que Florenci había reservado para comprar un terreno en Premià “para
construirme una casa”, deletrea el hijo, “le convencí de que
renunciásemos a cambio de invertir el dinero en la compra” del banco, al
que acabarían bautizando Banca Catalana. Hubo otros obstáculos.
Algunos
de los Dorca no acababan de fiarse de aquellos parvenus,
aquella armada Brancaleone de financieros de tropa y soñadores
imposibles, más aún cuando disponían de una oferta alternativa, la del
entonces todopoderoso Banesto. Hasta que Pujol pudo presentar como socio
a Jaume Carner, a quien conocía de los círculos católicos.
Carner era
nieto del famoso Jaume Carner, ministro de Hacienda de la República, que
salvó a Manuel Azaña del problema del crédito de la Banca Morgan e
introdujo el impuesto sobre la renta en España, y luego fundó la
azucarera CIA (Compañía de Industrias Agrícolas).
El grueso del dinero lo pusieron Florenci y David Moisés. Pero ellos
no pudieron figurar entre el grupo de accionistas fundadores. Les
representaron sus esposas, Maria Soley
y Ruth Kirchner. ¿Por qué? Porque el mismo día en que se formalizó la
compraventa de acciones, el 18 de marzo de 1959, sus nombres aparecían
en el BOE, en una lista de 872 financieros descubiertos por el delito de
evasión de capitales a Suiza y condenados por el Juzgado Especial de
Delitos Monetarios.
El intermediario, George Laurent Rivara, de la
Societé de Banque Suisse, había vehiculado un total de 16.240 millones
de pesetas. Una fortuna. No toda ella, claro está, dedicada a garantizar
los saldos entre los precios industriales de importación y exportación.
“Ya éramos amos de un banco”, celebra retrospectivamente el hijo de Florenci en sus Memòries. (...)
Pero carecían del pedigrí de los grandes banqueros catalanes de la Restauración, arruinados, decadentes o fallecidos. El núcleo inicial de Banca Catalana era casi completamente ajeno a la gran burguesía industrial y financiera barcelonesa. Más bien gente de comarcas, aquí un mediano industrial textil, allá un ingeniero químico, acullá un abogado, un notario, un comercial.
Salvo Carner, casi todos de medio
pelo, pero patrimonialmente “arregladets”. Hasta que conectaron
con los del grupo promotor del Banc Industrial de Catalunya (BIC,
pensado como “un INI catalán”) que encabezó Manuel Ortínez, no
absorbieron a bastantes de los big names de la burguesía catalana: Andreu Ribera Rovira, Domingo Valls i Taberner, Oleguer Soldevila, los Bultó, los Casablancas… (...)
Lo que la burguesía más acrisolada calificaba de “nuevos ricos”. Gente
que “durante la guerra no pasamos hambre”, reconoce Pujol, atribuyendo
este éxito a la familia payesa de Premià. ¿Tan solo? Gente, “genteta”,
a quienes los grandes señores —a su vez descendientes de algún
menestral— despreciaban. Por cursis, por republicanos, por sus gustos
poco refinados, por hablar catalán (esa lengua del servicio), por
a-franquistas o antifranquistas, porque eran sus “encarregats”
para los trabajos sucios…
El hijo de Florenci les devolvía la inquina, y
siempre quiso embridarles: a la cuestión de “si es que la alta
burguesía catalana tiene categoría, yo he de decirle que no”, le espetó
al periodista Sergio Vilar hace casi medio siglo (Protagonistas de la España democrática. La oposición a la dictadura, Ediciones Sociales, París, 1968). Repregunta actual: ¿la tiene hoy esa menestralía que tan bien encarnó?" (
Xavier Vidal-Folch
, El País, 29 JUL 2014 )
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