"(...) ¿Hay lugar en el cerebro para el libre albedrío?
Sí. No es otra cosa sino la capacidad de elegir entre posibles
acciones o formas de lenguaje. Esa capacidad define lo que yo entiendo
como libertad. Hay libertad para hacer esto o aquello y libertad de la
supresión de lo malo, de lo que no quiero.
En ambos casos se trata de
una elección, incluida la opción de no hacer nada. Esta capacidad de
decidir, esta libertad, está sobre todo en la corteza cerebral, la parte
del cerebro que más finamente nos ajusta al medio.
Pero, ¿no está limitada la libertad por múltiples condicionantes?
Hay muchos factores que determinan nuestras decisiones. Muchos vienen
del interior, como los impulsos biológicos, pero otros vienen de la
memoria, de nuestra historia, de lo que Ortega llamaba “la circunstancia”, que no sólo incluye mi memoria sino la memoria filogenética, de la evolución.
La libertad no se puede comprender sin el círculo percepción y
acción. La relación constante con el mundo externo, a través de la criba
de la memoria filial, es la circunstancia. La razón vital de Ortega se
basaba en una lucha constante entre el destino y la necesidad. Esta
libertad de elegir nos permite formar e inventar el futuro, el de
cercano y el lejano, pero es una libertad predeterminada.
Yo creo en el “determinismo blando” que decía William James,
es decir, que soy consciente de que muchas cosas que elijo vienen en
los genes, en mi historia, en mis experiencias pasadas que determinan
que haga esto.
Por eso no creo en la pena de muerte, que es un disparate
completo. Creo que los jurados y los jueces deberían tener más en
cuenta la circunstancia de cada acusado, no sólo en el momento del
crimen sino a lo largo de sus vidas.
¿La evolución humana ha determinado el grado de libertad?
La forma de la corteza que más nos abre al futuro es la corteza
prefrontal, en la que he estado trabajando 40 ó 50 años. Esta es la
parte de la corteza que se desarrolla más tardíamente, no sólo en la
evolución humana sino en el desarrollo del individuo. En realidad no se
adquiere madurez completa hasta la tercera década de la vida, que es
cuando se ha desarrollado la corteza.Es entonces cuando, por así decirlo, sentamos nuestro juicio y podemos tomar decisiones maduras.
A esa edad ya tenemos capacidad para postergar la gratificiación,
algo que no puede hacer el niño que lo quiere todo aquí y ahora. La
corteza prefrontal es la que nos abre a la libertad y a la creatividad.
¿Sopesamos bien todas nuestras decisiones?
Buena parte de nuestras decisiones son inconscientes. Están hechas a
partir de la intuición que no es más que el razonamiento inconsciente.
Ésta es más sabia de lo que pensamos y sabemos más de lo que creemos que
sabemos. Porque la mayor parte de la percepción del mundo es
completamente inconsciente.
Sólo prestamos atención a cosas que son distintas o sorprendentes, lo
demás lo ignoramos y en eso tiene mucho que ver la corteza prefrontal.
Lo que pasa es que hay activación de ciertas partes de la corteza que
son afines a lo que se ha percibido o a lo que se piensa hacer, pero es
una activación que no llega al nivel de la consciencia. No somos
conscientes de qué hacemos y por qué lo hacemos, pero lo hacemos.
Muchas veces la intuición es repentina, lo que se llama corazonada,
y se hacen cosas sin saber por qué, pero cuando se analizan se
encuentran razones lógicas de esa decisión, que proceden de la
circunstancia de Ortega, que si no dictan sí que sesgan las decisiones. (...)" (Entrevista a Joaquin fuster, Neurociencia para psicólogos, 02/07/2014)
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