"(...) ¿Por qué
los dictadores no toleraban el disenso? Uno se imagina a autócratas que se
cubrían las espaldas y encarcelaban o asesinaban solo a aquellos que intentaban
directamente usurpar sus privilegios, mientras que permitían a sus súbditos
menos poderosos quejarse todo lo que quisieran.
Hay una buena razón por la que los dictadores no actúan de esa manera. Los empobrecidos súbditos de un régimen tiránico no se engañan con que son felices, y si decenas de millones de ciudadanos desafectos actúan unidos, ningún régimen tiene la fuerza bruta de resistir a ellos.
La razón por la que los ciudadanos no se oponen en masa a sus jefes supremos es que carecen de conocimiento común —la conciencia de que el conocimiento de todos es compartido y saben que lo comparten. La gente se expondrá al riesgo de la represalia por parte de un régimen despótico solo si sabe que otras personas se están exponiendo a ese riesgo al mismo tiempo.
Hay una buena razón por la que los dictadores no actúan de esa manera. Los empobrecidos súbditos de un régimen tiránico no se engañan con que son felices, y si decenas de millones de ciudadanos desafectos actúan unidos, ningún régimen tiene la fuerza bruta de resistir a ellos.
La razón por la que los ciudadanos no se oponen en masa a sus jefes supremos es que carecen de conocimiento común —la conciencia de que el conocimiento de todos es compartido y saben que lo comparten. La gente se expondrá al riesgo de la represalia por parte de un régimen despótico solo si sabe que otras personas se están exponiendo a ese riesgo al mismo tiempo.
El
conocimiento común se crea mediante la información pública, como una
declaración transmitida. El cuento de «El traje nuevo del Emperador» ilustra la
lógica. Cuando el niño gritó que el emperador estaba desnudo, no estaba
diciendo nada que los demás no supieran ya, nada que no pudieran ver con sus
propios ojos.
Pero sin embargo estaba cambiando su conocimiento, porque entonces todos supieron que todos sabían que el emperador estaba desnudo. Y ese conocimiento común les envalentonó para retar la autoridad del emperador con sus risas.
Pero sin embargo estaba cambiando su conocimiento, porque entonces todos supieron que todos sabían que el emperador estaba desnudo. Y ese conocimiento común les envalentonó para retar la autoridad del emperador con sus risas.
El cuento
nos recuerda por qué el humor no es una cuestión de risas; por qué la sátira y
el ridículo, aun cuando sea pueril y de mal gusto, es aterrador para los
autócratas y protegido por las democracias.
La sátira puede desafiar sigilosamente supuestos asumidos automáticamente por el público, obligándolo a ver que esos supuestos tienen consecuencias que todos reconocen que son absurdas.
La sátira puede desafiar sigilosamente supuestos asumidos automáticamente por el público, obligándolo a ver que esos supuestos tienen consecuencias que todos reconocen que son absurdas.
Por eso el humor
sirve tan a menudo como acelerador del progreso social. Los sabios del siglo
XVIII como Voltaire, Swift y Johnson ridiculizaron las guerras, las opresiones
y las prácticas crueles de su tiempo.
En los años 60, los cómicos y artistas retrataban a los obtusos racistas como neandertales, y a los halcones de Vietnam y a los partidarios de la guerra fría nuclear como psicópatas amorales.
La Unión Soviética y sus satélites tuvieron una rica corriente satírica clandestina, como en la definición común de las dos ideologías de la Guerra Fría: «El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre; el comunismo es exactamente lo contrario».
En los años 60, los cómicos y artistas retrataban a los obtusos racistas como neandertales, y a los halcones de Vietnam y a los partidarios de la guerra fría nuclear como psicópatas amorales.
La Unión Soviética y sus satélites tuvieron una rica corriente satírica clandestina, como en la definición común de las dos ideologías de la Guerra Fría: «El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre; el comunismo es exactamente lo contrario».
Utilizamos
el lenguaje mordaz para socavar no solo a los dictadores políticos, sino a los
pequeños opresores del día a día: el jefe tiránico, el sermoneador mojigato, el
fanfarrón del bar o el vecino que se encarga de hacer cumplir normas
asfixiantes.(...)"
('Por qué la libertad de expresión es fundamental', de Steven Pinker, The Boston Globe, 27 de enero de 2015, (Traducción: Verónica Puertollano)
('Por qué la libertad de expresión es fundamental', de Steven Pinker, The Boston Globe, 27 de enero de 2015, (Traducción: Verónica Puertollano)
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