"(...) para decirlo con las palabras apenas más prudentes de
la juez Pilar Palop, delegada del gobierno para la Violencia de Género
en diciembre pasado: "Una democracia en que la mitad de la población
vierte violencia sobre la otra mitad no es democracia".
La mitad de la
población, nada menos. Los hombres, así, en general, constituimos una
amenaza. Por concretar: la mitad del Consejo de Ministros intimida a la
otra. Para estremecerse. Los datos, por suerte, rebajan el dramatismo.
La palabra "violencia", ciertamente, tolera la vaguedad (y no digamos ya
si se trata de "violencia estructural"). "Asesinato", en cambio,
contempla y hasta exige la precisión del número y la proporción.
Y la
probabilidad de que un varón en España asesine a una mujer es de
0,0000061%. Quizá se vea mejor de este otro modo: una madre española tendría que tener de media 166.666 hijos para que al menos uno de ellos fuera uno de esos asesinos.
Los datos del párrafo anterior proceden de uno de los
mejores libros de los últimos años, que naturalmente no ganará el
premio nacional de ensayo, Lo sexual es político (y jurídico).
Su autor, Pablo de Lora, entre otras cosas, revisa de la mejor manera
sintagmas que circulan entre nosotros -y no solo nosotros- antes como
herramientas arrojadizas que como genuinos conceptos que ayudan a
entender y mejorar el mundo. Se confirma: el feminismo más reciente, a
pesar de cobijarse en la academia, no respeta elementales exigencias de
claridad conceptual ni de precisión argumental propias de la academia.
El problema radica en la palabrería, tan hueca como
solemne y, no menos, en las estrategias explicativas. Por ejemplo, en la
apelación a agregados o sujetos colectivos o, directamente, a
conceptos, sin desgranar el cómo -los mecanismos causales- que dan
cuenta de los fenómenos que se pretende explicar.
Saturan nuestras
apreciaciones políticas, no solo en la barra del bar. Sucede con "el
machismo mata", pero también con "violencia estructural", "la lengua de
Cataluña", "los moros son machistas", "Madrid nos roba" o "España quiere
un gobierno de coalición".
Como tantas veces, la realidad queda escamoteada por las grandes palabras y el empacho politiquero. (...)
Las apelaciones al racismo o al machismo no explican
sino que confunden. Los efectos observados son el resultado imprevisto
(y hasta indeseado) de interacciones entre individuos. El busilis de la
teoría social no trivial: el individualismo metodológico que, no está de
más recordarlo, no supone ningún punto de vista moral, ninguna defensa
de egoísmo. Tomárselo en serio implica, entre otras cosas, no aceptar
explicaciones que, por lo directo, sin desmenuzar las secuencias
causales, apelan a entidades como «el heteropatriarcado», «el sistema» o
«el pueblo».
La que desnuda en su ridiculez las invocaciones de las
autoridades a los automovilistas para que «salgan de manera escalonada».
Las solemnes abstracciones no solo envilecen nuestro
conocimiento. También nuestros razonamientos morales, incluidos los
emancipadores.
Sigo con más ejemplos. Los negros, sobrerrepresentados
entre los pacientes con ciertas enfermedades en fase terminal, se
niegan a donar órganos, en buena medida porque no quieren que acaben en
pacientes blancos. Para ellos, cada blanco sería responsable del
comportamiento del grupo al que pertenece. (...)
Pensemos ahora en la igualdad. Imaginemos que nos da
por redistribuir entre dos grupos de igual tamaño, dentro de los cuales
hay desigualdades: por un suponer, unos hombres ganan 10 y otros 8; y
unas mujeres 6 y otras 4. Después de una redistribución «igualitaria»
entre grupos unos hombres cobran 9 y otros, 5; y unas mujeres, 10 y
otras, 4. Tenemos, sí, igualdad de grupos, pero mayor desigualdad entre
los individuos, en general y dentro de cada grupo.
La igualdad de grupos
a costa de la desigualdad entre individuos. Recuérdenlo cuando les
vengan con las balanzas fiscales, los límites a la solidaridad entre las
comunidades o la igualdad de las lenguas: la igualdad inteligible es
entre individuos. Sí, la defensa de la igualdad es inseparable,
conceptualmente, del compromiso con el individualismo ético.
Un igualitarista consecuente
defiende crear las condiciones para que las personas desarrollen sus
planes autónomos de vida, lo que incluye eliminar las desigualdades
derivadas de circunstancias ajenas a su decisiones y hacerlas
responsables de las derivadas de sus cabales elecciones. Por eso mismo,
contempla asegurar ciertas ventajas para las mujeres, por ejemplo,
compensarlas por los efectos desigualitarios de la maternidad o de
cualquier otra circunstancia no elegida de su vida. Eso sí, el argumento
vale para cualquiera en sus circunstancias, no para las mujeres sin
más, no por pertenecer al grupo. (...)
Pero no parece que estén para sutilezas tantos supuestos progresistas
entregados a los conjuros: el sistema, el heteropatriarcado o la casta.
Tiran por lo derecho. A la hora de explicar las patologías sociales no
dudan en echar mano de solemnes palabros para decorar argumentos circulares en el mejor de los casos (...)
Y a la hora de pensar la emancipación se enfangan en entes colectivos (incluso, en la pendiente de la chifladura hablan de "derechos históricos de los pueblos") que, antes que otra cosa, consolidan las injusticias que supuestamente denuncian. El problema, que lo es, no solo es que nos impiden entender, sino también que nos incapacitan para defender cosas tan importantes como la igualdad.
Las palabras ampulosas acostumbran a acompañar
-cuando no a preceder- los momentos más encanallados de la política. No
se busca convencer sino expulsar y estigmatizar y, para decirlo con
Machado, "todo resulta tenebrosamente claro". Así está el mundo, no solo
el nuestro, y me temo que a estas alturas resultaría ingenuo reclamar
un drenaje que, a buen seguro, mejoraría los tratos entre ciudadanos. De
momento me contentaría con que en la Universidad no suceda lo mismo.
Muchas veces no las tengo todas conmigo."
(Félix Ovejero, profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.El Mundo, 12/07/19)
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