"La identidad no se discute.
Tampoco se vota. Nadie elige a sus padres, ni escoge su lugar de
nacimiento, ni resuelve hablar su lengua materna, ni diseña su educación
básica. La mayor parte de nosotros somos del país de nuestra infancia y
quienes luego lo abandonan, o se ven forzados a hacerlo, se llevan para
siempre los jirones de su acento.
El que esto es así llena páginas de
las mejores revistas que publican los trabajos de mis colegas más
listos. Créanme, por favor (bueno, no todos ustedes lo harán, pues
supondría renunciar a sus identidades, algo que casi nadie de nosotros
está dispuesto a hacer).
(...) Dan Kahan, un psicólogo que enseña en la facultad de Derecho de la Universidad de Yale (la mejor del mundo en todos los ránkings),
lleva años escribiendo que las personas ajustan su visión de los
problemas del mundo al sistema de creencias que define sus identidades
respectivas.
Y lo hacen hasta el punto de que, con independencia del
nivel de educación que hayan alcanzado (incluso si es muy alto), las
personas tendemos a rechazar aquellas teorías y evidencias científicas
que minan nuestras identidades. Ello, escribe Kahan, es perfectamente
racional: aceptarlas nos marginaría al instante de nuestra propia gente,
con un sacrificio personal inmenso, inasumible en muchos casos.
He
citado primero al de Yale por ibérico complejo de inferioridad, pero
Ortega y Gasset ya escribió lo mismo hace más de un siglo: las ideas se
tienen, pero en las creencias se está. Nunca (sabemos bien los abogados)
defiendan a alguien por el procedimiento de atacar las creencias de
quien ha de resolver sobre la suerte de su defendido. (...)" (Pablo Salvador Coderch , El País,28 ENE 2016)
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