La respuesta desde una agroecología
–política– es, por estos lares, pequeña pero emergente. De ahí en parte
la escasez de debates sobre políticas públicas, aunque todo se andará.
No están los tiempos para pensar que las estrategias de re-localización
no van a ser un aldabonazo necesario en nuestras vidas.
Se
avecinan escenarios de empeoramiento de las crisis y de sus dramas
humanos, ligados al capitalismo especulativo y a deudocracia,
al no reconocimiento de los límites ambientales, a la desafección frente
a los desmanes autoritarios de ‘nuestros’ caciques frente a la
relocalización de procesos –ventas y privatizaciones favorables a las
transnacionales energéticas y alimentarias, Ley Montoro, apoyo a la gran
superficie de producción y distribución–, etc.
En estos tiempos, sin
embargo, dicha agroecología –necesariamente política– se expresa a
través de multitud de iniciativas. Ahí está, como más reciente, la
explosión de grupos de consumo locales que, tamizados por la cultura
democratizadora del 15M, habrían pasado de unos miles a llegar a 80.000
participantes que se mueven semanal o quincenalmente por favorecer,
alimentaria y políticamente, el despegue de una agroecología en sus
platos y en sus territorios.
Diversas localidades y comarcas, presionados por productores locales, están abriendo eco-mercados –ferias o mercados puntuales– o mercados sociales
–que se adentran en terrenos de otros servicios–. La agricultura urbana
es un hecho y un factor de concienciación clave para repensar nuestra
alimentación y nuestros territorios4.
La desafección alimentaria, el
desapego institucional y rebelde en torno a cómo comemos y qué papel
están jugando los Estados, está latente: importantes sectores, a veces mayoritarios en función del tema y la pregunta, manifiestan que las instituciones públicas no están garantizando la llegada de alimentos saludables,
con sabores variados.
Valga como ejemplo, una encuesta del CIS que, al
poco de acontecer la crisis llamada “de las vacas locas”, mostraba que 4 de cada 5 personas pensaban que aquello se volvería a repetir.
Y la legitimidad es la base del poder, junto con la sanción y la
construcción de un software/hardware propicios, como ocurre con el
actual régimen agroalimentario globalizado.
Otra cosa es que un municipalismo democrático y transformador puede ayudar a cerrar circuitos desde abajo.
Es decir, impulsar formas institucionales descentralizadoras del poder y
relocalizadoras en lo que se refiere a los manejos de bienes comunes
como la diversidad, el agua, los paisajes, etc.
Aplicando el principio
de co-rresponsabilidad social desde abajo, que abraza y avanza hacia
procesos de democratización radical –autogestión, autogobiernos de
territorios–, en cooperación –ahora sí– con formas de democracia
participativa –co-gestoras–.
Y en ese camino, habrían de encontrarse articulaciones y resonancias en otras luchas, en otras economías
que hablan también lenguajes de lo común, de lo sustentable, de lo
solidario, desde territorios entrelazados, pero nunca sometidos a
lógicas de homogeneización o depredación: soberanías en la salud,
soberanías en el uso y acceso a tecnologías –digitales–, derecho a la
ciudad y al ‘transporte libre’, soberanías de comunidades originarias
sobre sus territorios, democratización de la economía,
remunicipalización de servicios, etc.
En cualquier caso, la agroecología –política– seguirá siendo un campo de disputasexistenciales,
comunitarias y sociales a la búsqueda de sociedades que puedan
preguntarse y decidir cómo alimentarse y cómo adaptarse a una transición
inaplazable.(...)" (Ángel Calle Collado, Diagonal Periódico , en Economía crítica y crítica de la economía, 15/11/15)
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