"(...) Mi amigo Bruno Estrada ha elaborado una ponencia que resalta que los
estados nórdicos de Europa, "capaces de crear grandes cantidades de
capital y de distribuirlo con relativa equidad entre toda su población
gracias a la profundización de la democracia", representaron en su
momento la "verdadera amenaza del capitalismo".
Asocia el socialismo a
las Sociedades de la Abundancia con ciudadanos formados que "puedan
disfrutar de altos grados de libertad en todos los campos", en las que
se produce "una cierta agonía del homo economicus" y "se observa un
crecimiento de valores altruistas, de libertad, postmateriales, laicos y
solidarios".
Se trata de una bella descripción de utopía aspiracional aunque,
suponiendo que en sus momentos álgidos hubieran representado alguna
amenaza al capitalismo, no se si hay país que hoy represente esas
condiciones de las sociedades de la abundancia, ni si puede considerarse
un horizonte viable cuando el mundo, la mayoría de los países, se
acercan peligrosamente a la sociedad de la desigualdad y la precariedad.
O si es realista abstraerse de la globalización y plantear soluciones
nacionales en un mundo interconectado.
Por ello, asociar la idea del socialismo a aquellas experiencias
lejanas significaría reconocer que el socialismo es una aspiración que
se aleja. (...)
Prefiero elegir otro camino y aprovechar sus argumentos para afirmar
una obviedad que no siempre lo fue: reconocer que también el socialismo
es reversible. Y que si Suecia o, en otro contexto, la URSS o la
Yugoslavia de la autogestión simbolizaron “esquemas socialistas” esos
caminos se mostraron de ida y vuelta.
Y que donde en un momento anidaban
valores altruistas y solidarios, tiempo después alimentaron dictaduras
macabras o, en otros casos, fueron arrastrados por lógicas que derivaron
en impulsos xenófobos, insolidarios y reaccionarios como los que hoy
recorren el norte de Europa o desembocaron hace 20 años en las guerras
de los Balcanes.
Una conclusión y una lección histórica se impone. La transición hacia
formas postcapitalistas o directamente socialistas, como antes la
transición entre el feudalismo y capitalismo que consumió 300 años, es
un camino de largo plazo, con avances y retrocesos, con experiencias
desiguales, derrotas y errores diversos. Entenderlo como transición, o
incluso en plural, como transiciones, significa analizar cada
experiencia y sacar conclusiones.
Porque, lo que importa verdaderamente,
son las batallas económicas, sociales y políticas de cada momento,
afrontarlas con luces largas, orientarlas hacia objetivos que superen
las limitaciones de un sistema que nos conduce, una y otra vez, a la
barbarie. Por decirlo en otras palabras, importa casi tanto el camino
como el destino. (...)
Al hablar en plural, como transiciones, nos permite adentramos en
nuevos espacios de debate. Para empezar, conviene preguntarse si el
capitalismo que queremos superar es un modo de producción uniforme o
sobreviven en su seno diferentes “modos” de explotar los recursos.
Porque, con poco que rasquemos bajo la superficie, observamos que bajo
el capitalismo coexisten diferentes subsistemas que divergen en aspectos
esenciales de sus valores económicos. Todos ellos compartan rasgos
comunes como son la mercantilización de las cosas, el salario como forma
de retribución del trabajo o la propiedad privada de los medios de
producción, pero difieren en aspectos esenciales en la forma de crear
riqueza.
No es lo mismo la filosofía extractiva que domina la economía
financiera que toma sus valores de actividades pre-capitalistas como la
minería o la pesca, o más recientemente del petróleo, que la economía
industrial.
Mientras ésta se preocupa de crear valor a largo plazo y
necesita reconocer al trabajo humano como fuente principal de riqueza,
la economía basada en lógicas extractivas solo está interesada en
apropiarse de valores preexistentes, desprecia el trabajo y busca
rendimientos cortoplacistas con sistemas de rapiña.
Si la industrial es
sensible a la sostenibilidad del planeta, las extractivas tienen
tendencia a coquetear con las guerras (las industrias de la guerra) como
formas supremas de dominio y apropiación, sin desdeñar la destrucción
como oportunidad.
Tampoco dentro de la lógica productiva es lo mismo ni tiene los
mismos valores la economía industrial tradicional de las fabricas y los
bienes físicos que la economía digital de los intangibles. Cada una
ocupa sus espacios y tiene sus valores pero es la segunda la que gana
posiciones, domina los mercados, cuasimonopoliza la innovación
disruptiva y hegemoniza la creación de nuevos mitos e ideologías
capitalistas de masas (emprendimiento, trabajo flexible, impulsos
colaborativos). (...)
Si hay pluralidad de capitalismos y pluralidad de socialismos el debate
sobre las transiciones adquiere otra dimensión. Y reclama nuevas
preguntas.
¿Hay moléculas de socialismo que están ya presentes en forma
embrionaria en el capitalismo actual o todo lo que existe en el
capitalismo es capitalista? ¿Lo es el sistema público de pensiones? ¿Lo
son la sanidad y la educación universal
¿Lo es la economía social
representada por cooperativas o mutuas o buena parte de los nuevos
espacios colaborativos? ¿Es la igualdad de oportunidades un valor
socialista? (...)
Este es el debate que especialmente me interesa. A lo que asigno la
máxima importancia es al análisis concreto de las transiciones, cómo
determinados cambios incorporan moléculas postcapitalistas a la
sociedad, cómo si incorporamos luces largas, determinadas resistencias y
batallas defensivas como las mareas o las luchas sindicales sirven para
cohesionar y madurar nuevas relaciones sociales mientras hacen
evolucionar a los diferentes subsistemas económicos y reequilibran sus
pesos.
Porque entonces las grandes crisis pueden ser utilizadas para
ofrecer “soluciones” que provoquen saltos cualitativos
postcapitalistas.
Reconstruir nuestro banco histórico de experiencias
En ese contexto, hay muchas experiencias, grandes y pequeñas, que
deberían volver a analizarse. Desde luego, merece la pena revisar a
fondo la experiencia de la URSS que mantiene las relaciones salariales,
suprime formalmente la propiedad privada, bloquea la democracia
económica que significaban los soviets y entrega todo el poder a una
casta gerencial que se legitima en dictadura.
O la autogestión yugoslava
hasta los años 80. También las experiencias del Estado de Bienestar y
los límites de los mecanismos de participación y control económico
empresarial (cogestión alemana y fondos de asalariados suecos). Porque
todas ellas fueron experiencias socialistas.
En otro orden de cosas más nuestro, es esencial analizar la
experiencia cercana de las Cajas de Ahorro, su gobierno fracasado de los
multi stakeholders y la ausencia de resistencia desde la izquierda
española a su desaparición, una auténtica derrota ideológica que ha
entregado todo el poder financiero a bancos privados sistémicos
progresivamente desconectados del tejido social español.
O la misma
experiencia de la Corporación Mondragón, las contradicciones del
conflicto global-social a la luz de este ejemplo destacado de actor
globalizado de la economía social.
O la elaboración de un catálogo de
las mejores y peores experiencias en la gestión de la sanidad publica
para ofrecer luz larga a la defensa de los bienes públicos. Porque todas
ellas deben ser consideradas como batallas por el renacer de moléculas
socialistas en la sociedad.
Es en esas experiencias donde se nutre y enriquece el debate sobre el socialismo." (Ignacio Muro, CTXT, 16/11/16)
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