"(...) La 4ª Revolución Industrial: los efectos esperados de la robotización
En febrero de 2016 la multinacional taiwanesa Foxconn —el mayor fabricante de móviles del mundo, ensamblando para Apple, Samsung, Acer, etc.— anunció que sustituirá al 55% de su plantilla (60.000 empleados) por robots.
Según el Bank of America Merrill Lynch (2015)
el valor global del mercado de la robótica ascenderá de los 32.000M€
actuales a unos 142.000M€ en 2020. Coches sin conductor, máquinas que
ganan campeonatos mundiales de ajedrez y Go, big data, Internet
de las cosas, Inteligencia artificial, Impresión 3D, nanotecnología,
biotecnología, digitalización…
Al parecer la innovación característica
de esta nueva revolución técnica es la Inteligencia artificial, la
digitalización, la machine learning y los sensores avanzados (Velázquez y Nof, 2009). Según el Foro Económico Mundial (2016), en su informe The Future of Jobs:
«La 4ª Revolución Industrial ya está aquí y, como no espabilemos, su
impacto social va a ser mayor que el de todas las anteriores». Y le
ponen cifras: a nivel global se destruirán 5,1 millones de puestos de
trabajo netos entre 2015 y 2020.
Las visiones futuristas de una
sociedad sin trabajo a causa de la robotización del empleo se han vuelto
a instalar en el imaginario de muchos —el 52,1% de españoles
cree que serán sustituidos por robots— y su repercusión mediática es
cada vez mayor. Sin embargo, como todo análisis de prospectiva —es
decir, de futurología—, corre muchos riesgos: el futuro es por
definición incognoscible y cualquier instrumento de predicción es
también por definición simplificador de una realidad compleja e
inconmensurable.
No por ello es inútil realizar estas predicciones, y de
la rigurosidad y honestidad con la que se lleven a cabo estos análisis
dependerá la robustez de los resultados en su objetivo fundamental:
captar las tendencias futuras. Existen tres grandes corrientes para
explicar los efectos de la automatización en el empleo, los tecno-optimistas, los del fin del trabajo y los indecisos. Veamos cómo está el estado del arte:
Los tecno-optimistas
comienzan afirmando que el resultado neto entre destrucción de empleo y
creación de nuevos empleos de las tres revoluciones industriales
pasadas es que al tiempo que creció la productividad creció el empleo (Autor, 2015)
¿Por qué? Si el progreso técnico se traduce en ganancias de
productividad, esta es fuente de crecimiento económico dado que libera
poder de compra que permite que suba la demanda, y como se sabe, el
aumento de la demanda produce oportunidades de empleo.
Aunque siempre en
los procesos de innovación tecnológica hay «destrucción creativa»,
se ha demostrado que si unos sectores destruyen empleo y aumentan
productividad, otros sectores reciben demanda y aumentan el empleo (Katz y Margo, 2013), aunque, no hay que olvidar que siempre hay un «desplazamiento», donde los empleos creados son muy diferentes a los que desaparecen, y son por lo general más cualificados.
Además, sin estar dentro de los tecno-optimistas,
algunos economistas heterodoxos critican también a las otras corrientes
que creen que esta vez tendremos una pérdida de empleos neto, desde el
marxismo Husson (2016),
nos habla del «gran bluff de la robotización», criticando los discursos
proféticos de algunos autores, que no hacen más que revivir el viejo
canto ludita.
Desde los postkeynesianos, Mitchell (2016)
crítica también la perspectiva pesimista y consideran que, incluso si
esta vez es distinto, el desempleo tecnológico no es una fatalidad en la
medida que depende de las políticas públicas, dado que un Estado con un
manejo científico de la política monetaria y unas políticas de empleo
garantizado podrá conseguir el pleno empleo allí donde se lo proponga
—aunque sus ejemplos siempre se refieren a países con niveles de paro
mucho menores que el nuestro— .
Por último, desde una parte de la
economía ecológica, Van den Bergh et al. (2013)
remarcan el inseparable vínculo entre el consumo energético y el
crecimiento económico, habitualmente olvidado por la economía ortodoxa.
Así, el proceso de robotización conllevará un incremento en la demanda
energética —es decir, la demanda de combustibles fósiles— y habida
cuenta del previsible aumento del coste de la energía, por el
agotamiento de la energía barata, podría ocurrir que el trabajo
robotizado no fuese rentable.
Desde las filas del fin del trabajo nos aseguran que esta vez es distinto, según la consultora Boston Consulting Group (2015) en The robotics revolution aseguran
que «la revolución robótica está lista para llegar». Por primera vez,
el retorno de la inversión en robotización será atractivo a gran escala.
Se pasará de un 3% de crecimiento anual de la robotización a un 10%
durante la próxima década.
En algunas industrias llegarán hasta un 40%
de robotización. Se ganará en productividad de manera impresionante y
el concepto de competitividad cambiará. ¿Por qué existiendo ya la
tecnología no se ha difundido ampliamente? Por pura razón económica:
todavía los costes son más altos que los beneficios.
Algo que va a
cambiar ya: se estima que en EEUU, si ya en la industria automotriz, la
automatización es una realidad, donde el salario/hora humano es 24$/h
—salario y coste de operación ajustado por precio y rendimiento—,
mientras que el de los robots es de 8$/h. En los equipamientos
eléctricos para 2018 el ratio $/h será favorable para los robots y en
mercado mobiliario se espera para 2023.
También nos encontramos dos de las obras más mediáticas que encabezan esta perspectiva: El fin del trabajo de Jeremy Rifkin (1995) y El auge de los robots de Martin Ford (2016),
ambos trabajos dan cifras escalofriantes: están en riesgo 90 de 124
millones de empleos a escala global, el desempleo tecnológico en los
países industrializados podría llegar hasta el 75%.
Formarse ya no
proporcionará una ventaja competitiva en el mercado laboral dado que la
inteligencia artificial reemplazará empleos cualificados, como el robot
médico Watson de IBM o el robot financiero Indexa capital. Por el lado más académico, un paper con una repercusión académica y también mediática muy elevada fue The future of employment de Frey y Osborne (2013)
que predijeron para EEUU que existe un 47% de empleos en alto riesgo de
automatización en las próximas dos décadas.
Los empleos más afectados
son en transporte y logística, los trabajos administrativos y el sector
servicios. Siguiendo la misma metodología que Frey y Osborne, Bowles (2014) en Bruegel estima
que a nivel de la UE el riesgo de automatización es aún mayor: el 54%
de los empleos, siendo el Reino de España uno de los que más riesgo
tiene: el 55,3%. Por su parte, la consultora McKinsey & Company (2013) estima que a nivel global se podría automatizarse hasta el 45% de las tareas.
Los indecisos no
asumen ni que esta vez será exactamente como las anteriores
revoluciones industriales, dado que esa evidencia histórica es solo una «simple constatación, no una ley de la economía que vaya a aplicarse en cualquier circunstancia», ni que estemos ante el fin del trabajo,
criticando a estos autores por cuestiones metodológicas, por ejemplo,
se le cuestiona a Frey y Osborne que en lugar de usar las tareas
automatizables usaron las ocupaciones, sin tener en cuenta que una
ocupación tiene varias tareas, unas más automatizables que otras, dando
lugar a que las ocupaciones de los trabajadores más cualificados, pese
que algunas tareas sean automatizables, sean muy difíciles de
automatizar en su conjunto.
Opinan que, habiendo incertidumbre, hay
tendencias observadas que muestran que esta vez se podría producir un gap neto
—por lo menos a corto y medio plazo— entre el empleo nuevo creado y el
empleo destruido, destruyendo más empleo rutinario y creando menos
empleo no-rutinario ¿El resultado? el incremento de la desigualdad. Algo
observado empíricamente por Eden y Gaggl (2016) en On the welfare implications of automation: (...)
En su estudio se puede observar una tendencia de las 4 últimas
décadas en EEUU de disminución de la participación relativa de los
ingresos procedentes del trabajo rutinario en el total del PIB a la vez
que hay un incremento de la participación de los ingresos del trabajo
no-rutinario en el PIB. No obstante, este proceso no ha sido
equilibrado, produciéndose un efecto neto de -7% de la aportación del
trabajo al PIB, lo que a su vez resulta en un incremento de la
desigualdad. Las tendencias futuras parecen que van a reforzar este
proceso.
Otros estudios, como el de Brynjolfsson y McAfee (2012; 2014; 2015),
nos hablan de una «segunda edad de la máquina», y creen que habrá un
impacto sustantivo en las economías. Basándose en la teoría del «skill-biased technical change»
(STBC) afirman que habrá ganadores y perdedores porque la innovación
técnica ha producido que la demanda de trabajo sobre los trabajadores
poco cualificados haya disminuido mientras que aumentó la demanda de
trabajadores con alta cualificación.
Por su parte, el dictamen del Comité Económico y Social Europeo (2016)
concluye que si bien la digitalización producirá ganancias de
productividad, no se conoce con precisión la repercusión sobre los
niveles de empleo, aunque está claro que la tendencia futura será
negativa para el mercado laboral y la organización del trabajo.
En el
contexto español, la consultora Adecco (2016)
a través de una encuesta a expertos en RRHH afirma que en el futuro el
impacto con mayor influencia en el Reino de España serán los «avances
tecnológicos» con 4,8 sobre 5 de promedio, y de esos avances
tecnológicos, la «robotización del trabajo» tendrá un impacto sustantivo
(3,85 sobre 5 de promedio).
Para terminar, otro informe reciente y que intenta suplir algunas deficiencias de los anteriores: The Risk of Automation for Jobs in OECD Countries de Arntz, Gregory y Zierahn (2016),
utiliza una metodología donde tiene en cuenta la heterogeneidad de las
tareas dentro de los trabajos y llega a las siguiente conclusión: de
forma moderada si habrá destrucción de empleo neto —no en la escala
esperada por los más alarmistas—, aunque de forma desigual según
cualificación.
Estos dos últimos resultados se cifran: del conjunto de
la OCDE, el promedio es que el 9% de los empleos están en alto riesgo de
automatización. Para el caso español es más alarmante: estamos junto
con Austria y Alemania a la cabeza con un 12%. (...)
En definitiva, incluso tomando el dato más prudente, si el 12% de
ocupaciones son automatizables en el Reino de España, afectando con más
intensidad a los menos formados —agravando la ya grave problemática del
atraso crónico educativo y de las elevadas tasas de abandono escolar—,
se produciría una profundización del patrón de dualidad, polarización y
desempleo crónico y estructural del mercado de trabajo español.
Entonces,
una reducción generalizada de la jornada laboral para su reparto se
presenta como una condición necesaria a la par que deseable, si se
quiere disminuir el paro en el Reino de España. Hasta hace poco no
parecía que se fuera a cumplir aquella famosa predicción de Lord Keynes (1930)
de que en 2030, a causa del desarrollo tecnológico, trabajaríamos 15
horas a la semana ¿O sí?
Con los datos de la contabilidad nacional si
dividimos el total de horas trabajadas en el Reino de España el 2015 por
la población entre 16 y 64 años, el promedio es de 19,96 horas
semanales cuando fueron 22,51 el 2008. A este ritmo llegamos a las 15 el
2030… ¿El problema? Estas horas están desigualmente repartidas,
mientras unos trabajan remuneradamente 0 horas, otros pueden llegar
hasta las 12 horas diarias. (...)" (Lluís Torrens , Eduardo González de Molina Soler
, Sin Permiso, 06/11/2016)
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