"(...) La necesidad de que la izquierda se construya como una fuerza
orgánica entre la clase trabajadora lleva necesariamente a un primer
debate sobre qué es la clase obrera a nivel mundial y en cada uno de los
países.
Durante los años ‘80 y ‘90, en medio del auge neoliberal, los
intelectuales posmodernos habían cuestionado el concepto mismo de clase
obrera, hasta el colmo de asegurar que ésta había “desaparecido”.
La
situación era paradójica, porque en momentos en que el capitalismo se
extendía como nunca antes en la historia a nuevas zonas del planeta para
encontrar nuevos nichos de valorización, y por consiguiente las fuerzas
cuantitativas de la clase trabajadora aumentaban vertiginosamente, ésta
se daba por “desaparecida” en las aulas académicas.
Otros intelectuales, en cambio, aceptaban la existencia sociológica
de la clase obrera, pero argumentaban que ésta había perdido toda
relación con las tradiciones de lucha del pasado, porque los obreros
fabriles ya no eran mayoritarios entre las y los asalariados, lugar
ahora ocupado por una nueva clase trabajadora estructurada en los
diversos estratos del sector de servicios.
Las fuerzas de la clase trabajadora no se encuentran solamente entre
los obreros industriales que, por otra parte, a nivel mundial son
muchísimos más que hace un siglo. La fortaleza objetiva de la clase
trabajadora radica también en las y los trabajadores de servicios, de
los bancos, del transporte, de la telefonía, de los bares, etc., es
decir, en todas y todos los asalariados ‘que no tienen más que vender
que su fuerza de trabajo’, delimitando por fuera a aquellos sectores que
ocupan posiciones gerenciales o de mando, que actúan como brazos
ejecutores del capital.
Y diferenciándose también de los sectores medios
o la “pequeñoburguesía”, ya sean profesionales autónomos, pequeños
comerciantes o pequeños agricultores, etc.
Por lo tanto, no solo era falso el postulado del “fin del trabajo”
hace 30 años, sino que, además, la clase obrera es hoy numérica y
geográficamente mucho más extensa que hace 170 años, cuando Marx y
Engels escribieron el Manifiesto Comunista.
Por ejemplo, en estos días podemos leer sobre las grandes huelgas de los trabajadores de Wall Mart en China, producto de la expansión del capitalismo a otras regiones, o las jornadas de lucha de los trabajadores del sector de servicios en Estados Unidos, que incluye a trabajadores de locales de comida rápida, trabajadores del aeropuerto de Chicago y trabajadores de Uber.
Ahora que los tiempos han cambiado y el neoliberalismo está en plena
crisis, los intelectuales liberales ‘aceptan’ que la clase obrera
existe, pero aseguran que es conservadora, ‘ignorante’ ‘machista’ y
‘racista’. ‘Miren, ha votado a Donald Trump’, sostienen. Otro
presupuesto falso, que utiliza de forma intencionada para “culpar” a la
clase obrera del triunfo de un derechista como Trump.
En primer lugar, es necesario aclarar que la clase obrera
norteamericana no está formada solo por hombres blancos heterosexuales
entre los 45 y los 60 años -que fueron los que mayoritariamente votaron a
Trump, junto a gran parte de sectores medios-. La clase obrera de EEUU
está conformada también por jóvenes precarios, mujeres, latinos, árabes,
afroamericanos, gays, lesbianas, etc.
Y en su mayoría estos sectores no
votaron a Donald Trump, aunque ciertamente no se entusiasmaron con
Hillary Clinton, porque era una candidata del establishment, detestada
por muchos. Este último elemento político, sobre el papel del Partido
Demócrata en las últimas décadas, que preparó su derrota, queda por
fuera del análisis para muchos ‘progresistas’.
Aclarado esto, y volviendo a la definición de la clase trabajadora,
en los años ‘90 hubo un auge de las teorías de los movimientos sociales o
la “pluralidad de sujetos”, que pretendían contraponer los movimientos
por los derechos de las mujeres, de la juventud, de la diversidad
sexual, antirracistas, a lo que llamaban el “viejo paradigma de la clase
obrera”. Una contraposición de “sujetos por la identidad” al “sujeto de
la producción”.
Que estamos ante una nueva clase obrera, feminizada, que ha
incorporado a nuevas generaciones precarias y súper explotadas,
multirracial, etc., es una realidad. Pero este fenómeno, lejos de
quitarle fuerza como sujeto social y político a la clase trabajadora, al
contrario, puede potenciar su capacidad transformadora.
Hoy más que nunca esta clase obrera feminizada y multirracial puede
transformarse en sujeto hegemónico en la lucha contra el capitalismo,
tomando como parte de su misma lucha -por mejores salarios, por la
disminución de la jornada laboral, contra la precariedad y por mejores
condiciones laborales-, las demandas específicas de todos los sectores
oprimidos, como la lucha los derechos de las mujeres contra el
patriarcado, de gays, lesbianas y trans por sus derechos, de los negros
contra el racismo.
A su vez, esta es la única forma de articular una lucha
verdaderamente radical por esos derechos, que el capitalismo concede
parcialmente o limita para algunos sectores en los países ricos,
mientras los niega para millones de personas. La lucha antirracista,
antipatriarcal, de las nacionalidades oprimidas, necesita de una
estrategia revolucionaria y anticapitalista o está condenada al fracaso.
Una izquierda radical de la clase trabajadora
La izquierda europea en general tendió en las últimas décadas de
restauración capitalista a alejarse de la clase trabajadora. La debacle
del estalinismo y los ex estados obreros burocratizados, empezando por
la ex URSS, no sólo dio lugar a una ofensiva ideológica y material del
neoliberalismo contra la clase trabajadora, sino también un proceso de
aggiornamiento de las viejas “izquierdas”.
En primer lugar de la
socialdemocracia europea, que se pasó con armas y bagajes al campo del
social-liberalismo ubicándose en el margen izquierdo de lo que más tarde
Tariq Ali llamaría el “extremo centro” europeo. (...)
La crisis capitalista internacional que estalló en 2007-2008 -la cual
ha demostrado no ser una crisis cíclica más como sostenían los
apologistas del capital- ha sepultado el triunfalismo burgués que
acompañó la ofensiva neoliberal de la década de los ‘90.
Al mismo
tiempo, ha desnudado ante millones el carácter reaccionario del “extremo
centro” burgués, que ya sea en sus variantes conservadoras o
social-liberales, ha sido el artífice mediante duros ajustes y medidas
represivas de uno de los ataques más profundos que ha sufrido la clase
trabajadora en décadas.
En ese marco, también las burocracias
sindicales, que siempre han sido las principales garantes de la
estabilidad de los diversos estados capitalistas, han demostrado su
completa incapacidad para defender siquiera las conquistas de su propia
base social.
Una crisis de conjunto, que en el terreno político ha tenido una
profunda expresión en procesos de polarización y crisis política en los
regímenes de los países centrales, especialmente en Europa y Estados
Unidos, y una tendencia al desgaste de los mecanismos de representación
política burguesa. Este escenario se ha transformado en el caldo de
cultivo para la emergencia de nuevas soluciones políticas a izquierda y
derecha, así como la emergencia de una serie heterogénea de fenómenos de
la lucha de clases. Aunque, como hemos visto, es por derecha donde más
claramente se expresan esos fenómenos.
Como escribía recientemente Claudia Cinatti,
columnista internacional de Izquierda Diario, a propósito del triunfo
de Donald Trump en Estados Unidos, “se ha abierto una etapa de mayores
tensiones interestatales en la que están inscriptos conflictos
económicos y militares de envergadura y ‘soluciones de fuerza’ frente
amenazas de la lucha de clases, en la que si bien hay polarización, es
la extrema derecha la que por ahora tiene la ventaja, frente a una
centroizquierda tímida que sigue siendo una variante de los partidos
social liberales.”
En ese marco, y retomando el debate inicial, en la izquierda se
reabre el debate sobre la relación con la clase trabajadora, lo cual es
muy necesario. Pero lo fundamental es debatir con qué programa y
discurso se va a reconstruir la izquierda en el movimiento obrero. Los
discursos electoralistas y los programas moderados del reformismo, han
mostrado que no son ningún freno para el avance de la extrema derecha o
los “populistas” conservadores.
Es que, como decía Perry Anderson en una conferencia
hace casi dos años, los “movimientos antisistémicos de izquierda” –como
por ejemplo Podemos o Syriza-, han sostenido posiciones “mucho menos
radicales que la derecha antisistémica”. O peor aún, han resultado ser
una completa estafa, como en Grecia, donde el “gobierno de izquierda” de
Tsipras es hoy el mejor aplicador de los planes neoliberales de la
“troika” en el país heleno.
Para enfrentar la demagogia de la derecha, es necesario articular un
programa radical, anticapitalista y de clase frente a la crisis. Un
programa que se proponga medidas radicales contra el desempleo masivo,
contra la precariedad laboral, por plenos derechos para los inmigrantes,
las mujeres y la juventud, contra todo tipo de discriminación por raza,
sexo o nacionalidad, por la renacionalización de las empresas de
servicios esenciales (como las eléctricas) y el transporte, para
terminar con la especulación privada a costa del pueblo trabajador,
entre otras medidas.
Es decir, medidas que cuestionen a los capitalistas
que se han enriquecido con la crisis, al establishment y los políticos
corruptos a su servicio." (Josefina L. Martínez , Diego Lotito , Izquierda diario, 02/12/16)
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