"Un estudio publicado el pasado mes de octubre por dos economistas del
Fondo Monetario Internacional, (Davide Furceri y Prakash Loungani, The Distributional Effects of Capital Account Liberalization), ha demostrado que cuanto mayor es la libertad de movimientos del capital más elevada es la desigualdad.
Los autores reconocen en su trabajo algo que es muy típico de la
economía ortodoxa: se da por hecho que la liberalización de los
movimientos de capital es muy positiva porque genera crecimiento a largo
plazo y mayor bienestar pero no se comprueba si eso es realmente así
para toda la gente. Como dicen estos economistas, si esos efectos
benéficos afectan por igual a todos los grupos de población “no ha sido
objeto de mucho estudio”.
La conclusión a la que llegan en esta investigación es muy importante
por venir de dos economistas nada sospechosos de radicalismo
izquierdista y, sobre todo, porque se deriva de un estudio realizado
para muchos países (149) y para un periodo de tiempo muy largo
(1970-2010).
Los autores estudian tres vías por las que la mayor libertad de los
movimientos de capital suele aumentar generalmente la desigualdad, tal y
como ellos confirman en su investigación. En primer lugar, porque está
asociada a sistemas financieros menos inclusivos que aumentan las tasas
de pobreza.
En segundo, porque esa mayor libertad suele anticipar crisis
financieras que generalmente terminan con efectos muy asimétricos sobre
la población y, finalmente, porque limita el poder de negociación de
los trabajadores y eso hace que caiga la participación de los salarios
en la renta nacional.
En resumidas cuentas, los datos demuestran que la liberalización concentra aún más las rentas y genera mayor desigualdad.
Pero no solo eso. Además, sabemos desde hace tiempo que la mayor
libertad para los movimientos de capital está asociada a más
inestabilidad y a mayor número de crisis financieras.
Para que se vea de la forma más sencilla posible esa coincidencia,
pongo a continuación dos gráficos en los que se comprueba (a la
izquierda) cómo el mayor grado de liberalización del capital se
corresponde claramente con un mayor número de países con crisis
financieras y (a la derecha) que hay una clara correspondencia a lo
largo de mucho tiempo entre la evolución de ambos fenómenos (más países
con crisis y liberalización de capital) con la desigualdad.
Como puede
comprobarse, las dos gráficas suben o bajan en los mismos periodos de
tiempo, lo que significa que los fenómenos que reflejan coinciden). Es
fácil comprobar que hay un periodo (1945-1970) en el que prácticamente
no hay ningún país que sufra crisis financieras, que tiene bastante
menos desigualdad (reflejada como una menor participación del 10% más
rico en el total de la renta) y muy poca libertad de movimientos para el
capital.
Y al revés, también se comprueba fácilmente que cuando hay más
desigualdad y más crisis es justamente cuando hay mayor libertad de
movimientos del capital.
Otros estudios también han demostrado que la liberalización del
capital no solo no reduce la pobreza, como se empeña en afirmar sin
ningún fundamento empírico la “sabiduría” económica convencional, sino
que, por el contrario “está asociada a una menor participación de los
pobres en el ingreso” (Philip Arestis y Asena Caner, Capital account liberalisation and poverty: how close is the link?).
Esta coincidencia entre mayor libertad para el capital y mayor número
de crisis, más pobreza y desigualdad más elevada no es ni mucho menos
casual.
En un artículo que publiqué hace unos meses (¿Para qué sirven los sindicatos?)
mostraba que otras investigaciones han demostrado que hay un mejor
rendimiento económico, mayor actividad, más empleo y más inversión
productiva cuando hay más afiliación sindical.
Es así, porque ésta hace
que aumenten los salarios y eso empuja las ventas y, al mismo tiempo,
los costes laborales más elevados obligan a las empresas a innovar y,
por tanto, a realizar más inversiones productivas que incrementen la
productividad. Y esta mayor inversión productiva debilita la pura
especulación financiera que, entonces, se convierte en realidad en un
estorbo.
Por el contrario, cuando se combate a los sindicatos y se hacen
reformas laborales simplemente orientadas a aumentar el poder de
negociación de las empresas, la afiliación sindical disminuye (entre
otras razones porque se difunde el miedo a sindicarse y se castiga a los
trabajadores sindicados). Eso hace que los salarios bajen y que las
empresas comiencen a aumentar fácilmente sus beneficios, sin necesidad
de preocuparse por innovar o invertir en productividad.
Pero como los
salarios más bajos hacen que disminuyan las ventas y la menor inversión y
la productividad más reducida hacen que disminuya la actividad
productiva y el rendimiento del capital dedicado a ella, lo que ocurre
es que el ahorro empresarial (que se concentra cada vez más en las
empresas con gran poder de mercado o con clientes cautivos) se va a la
inversión financiera que es la que tiene entonces una rentabilidad mayor
y más rápida.
Y así se incrementa la financiarización y, lógicamente,
las demandas de mayor libertad para los movimientos de capital que la
alimentan. Pero cuando se liberalizan, los capitales se expanden como un
gas a la búsqueda de ganancia inmediata y fácil y eso crea una gran
inestabilidad financiera que se agrava porque, además, esos dos
fenómenos (menor rentabilidad en el lado productivo y mayor en el
financiero) desatan el endeudamiento, bien para poder salir adelante
como sea, en el primer caso, bien para apalancarse y multiplicar la
inversión especulativa en el segundo.
Es verdad que el estudio de estos dos economistas del Fondo Monetario
Internacional no ha descubierto el Mediterráneo pero, al menos, sirve
para corroborar la realidad. Y aunque al final no se atreven a condenar
claramente la liberalización del capital sino que se limitan a pedir
prudencia, su investigación sirve para comprobar que cuando se da mayor
libertad para el capital no se consigue que mejore el rendimiento
económico sino que los grupos sociales ya de por sí más ricos aumenten
todavía más sus ingresos, sus privilegios y su poder de decisión.
Si este mundo tuviera la cabeza en su sitio nunca se hubiera
permitido que los capitales y mucho menos los terroríficamente
especulativos de nuestra época tuvieran la plena libertad de movimientos
que tienen. Le damos al dinero y a los grandes propietarios la libertad
que negamos al conjunto de los seres humanos y a los desheredados (por
culpa del dinero, por cierto) en particular.
En aras de darle libertad a los capitales se hace esclavas a las personas. ¡Y se llaman liberales quienes defienden eso!
La evidencia empírica demuestra que esa libertad se traduce
inevitablemente en crisis desastrosas que producen un daño tremendo a
las personas, a las naciones y a la naturaleza. Sabemos que sus costes
son mucho mayores que sus beneficios y que no hay una mínima razón
científica que pruebe que la completa liberalización de los capitales es
mejor para las economías que su control.
No se puede justificar ni
siquiera asumiendo las hipótesis más disparatadas de la economía
liberal: que todos los mercados son de competencia perfecta (algo
materialmente imposible) y que todos los seres humanos nos comportamos
con información perfecta y gratuita, no solo sobre todas las
circunstancias presentes sino también futuras, y como si cada uno de
nosotros solo fuésemos una simple agencia de maximización del beneficio o
la utilidad en busca siempre de nuestro propio y exclusivo interés.
Cuánta razón llevaba John K, Galbraith cuando decía en su libro La cultura de la satisfacción que “los disparates de los ricos pasan en este mundo por sabios proverbios”. (Publicado en ctxt.es el 4 de noviembre de 2016, en Juan torres López, 06/11/16)
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