"Es un libro melancólico por lo lúcido, aunque se valga de la ironía
más tronchante como para disimular.
Un manual de antiayuda, un desafío
al estado del sentido del humor patrio, una invitación severa al exilio
interior del que una vez habló Miguel Salabert. Idiocracia. Cómo cargarse una democracia en sólo treinta años (EdicionesB, 2016) es el último libro del incansable Ramón de España,
empeñado en hacer amigos en el infierno.
Un análisis de las causas por
las que la idiotez campa por sus respetos en determinadas esferas de la
vida española y las razones que han conducido a que esa estupidez se
vaya generalizando de forma alarmante. Por eso, cuartopoder.es no ha perdido la ocasión de preguntarle unas cosillas.
— La lectura de su tesis deja alguna víscera encogida: ¿Tan negro ve el panorama?
— Hombre, la cosa no pinta muy bien. El brexit, Trump,
la eternización del PP por culpa de una oposición lamentable… Es como
si tuviéramos prisa por llegar a las manos, como si echáramos de menos
una guerra mundial…
— Dice usted que la idiotización
creciente de la sociedad española procede de la funesta moda de la
corrección política: producto USA por excelencia.
— La
corrección política empieza bien: no podemos ir por ahí llamando a la
gente “negro de mierda” o “maricón chupapollas”. Pero de ahí a vivir en
el reino del eufemismo hay un largo trecho que no hacía falta recorrer.
Yo no soy un hombre de visión alternativa, soy un cegato, ¡joder!
—
Parecía imposible, cuando se empezó a decir “empleada de hogar” por
asistenta, “persona con dificultad visual” por ciego o “movilidad
limitada” por cojera, que se iba a llegar a aceptar elefante como animal
de compañía o que Cataluña (y ahora también Andalucía) es una nación.
— El
nacionalismo es la única ideología de otros tiempos que ha sobrevivido,
probablemente porque es la más imbécil. Es fácil de entender: nosotros
somos estupendos y nuestros vecinos, unos cabrones. Lo que nos sale bien
es porque somos de traca; lo que nos sale mal, porque el vecino nos
tiene manía. El nacionalismo es un chollo, es el paraíso del imbécil.
— Una vez que implanta la corrección política en todo el mundo, va EEUU y elige a Trump… Quien, por cierto cree en la idiocracia y de ella se ha valido para llegar a presidente.
— Es
incomprensible que semejante tarugo haya llegado a la Casa Blanca. ¡Y
ya le han dado los códigos nucleares! Eso es como darle un AK47 a un
crío de diez años.
— Teresa May, a premier británica; Boris Johnson, el exalcalde londinense… tampoco se quedan cortos.
— La actitud británica ante el mundo cada día resulta más ridícula.
— Por otra parte, en España a menudo se confunde el hablar claro con el insultar, ¿por qué será?
— Por burricie y falta de argumentos.
— ¿Qué es eso del síndrome Puerto Hurraco?
— Nuestra tendencia legendaria a eliminar a todo el que no está de acuerdo con nosotros. Franco es un claro ejemplo de esa tendencia. Y los nacionalistas en general.
— ¿Es la corrupción el problema moral de España, el mayor de todos? (Y no me refiero sólo a la de los políticos).
— La laxitud moral está muy extendida, pero la de los políticos es la más evidente.
—
Rigor intelectual y jerarquía moral son dos agentes que escasean entre
nosotros, aparentemente, y usted dice que son dos aguafiestas de la
idiocracia.
— Claro que lo son. Hay mucha gente que considera la burricie una cultura alternativa.
—
Por eso insiste usted en que el desafío para anular la idiocracia está
en la educación y la cultura: justo lo que suele quedar fuera de los
ámbitos de poder, ¿por qué será?
— Yo
solo aspiro a que la educación y la cultura se aborden algún día como en
Francia, país que no pasa por sus mejores momentos, pero que sigue
considerando esos temas como asuntos de estado.
— El
relato final está inspirado en la película Idiocracy, en el que
despierta usted de una criogenización de cien años para toparse con
descongelados indeseables, ¿un ajuste de cuentas?
— No, exactamente. El libro empieza hablando de la película de Mike Judge
y concluye con un homenaje a la misma. Quería acabar de manera
humorística un libro que, pese al tono a veces jocoso, no se distingue
por su optimismo.
— Se acaba de conocer la noticia de que
una niña desahuciada por la ciencia médica ha conseguido, en Gran
Bretaña, que se criogenice su cuerpo… ¿Habrá epidemia de cadáveres
congelados de ahora en adelante?
— Yo solo espero a que descongelen a Walt Disney para decirle lo que pienso de él. Y créeme, no le va a gustar.
— ¿Se apunta a eso o prefiere usted asegurarse varias veladas con Pedro Burruezo para el resto de sus días?
— Los almuerzos con mi amigo el sufí me sientan muy bien: aunque siempre me lleve a un vegetariano, la serenidad que emana de ese hombre me dura toda la tarde.
— ¿Cuánto le paga usted a su guardaespaldas?
— Nadie
me odia tanto como para tener que temer por mi vida. Estoy más
acostumbrado al ninguneo, al “usted no existe y su libro nunca se
publicó”.
— ¿Qué podría hacerle callar?
— Amenazas de muerte que no se producirán porque, como ya he dicho, yo no existo y mis últimos libros, los dos sobre el nacionalismo catalán y probablemente éste, nunca se han publicado." (Entrevista a Ramón de España, Cuarto Poder, 28/11/16)
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