"La idea de una renta básica universal o incondicional está tomando cada vez más forma, a medida que las expectativas despertadas por el progreso de la inteligencia artificial y el machine learning van
convirtiéndose en objeto de un análisis cada vez más serio.
Si
comienzas a leer este artículo, ten en cuenta que es una más de esas
entradas que hago para recopilar enlaces interesantes que llevo un
cierto tiempo recogiendo y estudiando,
y que por tanto, tu trabajo no termina cuando finalices mi texto, sino
cuando hayas leído los enlaces que lo acompañan (y que explican esas
ideas mucho mejor que yo).
A medida que avanzan las concepciones en este tema, podemos ver una
línea común: la idea de una renta básica universal o incondicional ya no
es una proclama política asociada con movimientos ultraliberales
(“simplifiquemos hasta el límite el papel del estado y consolidemos
todos los sistemas de ayudas y subsidios en uno solo”) o izquierdistas
(“eliminemos la pobreza y la desigualdad y reduzcamos la ansiedad
derivada de quedarse sin trabajo”), para pasar a ser algo más visto como
una necesidad, como un paso adelante completamente necesario a medida
que el deep learning no solo desempeña cada vez más trabajos,
sino que, además, los hace infinitamente mejor que los humanos. En una
sociedad en la que las máquinas son mucho mejores haciendo prácticamente
cualquier trabajo, la única opción lógica es comenzar a entender el trabajo como algo que deben hacer las máquinas, reservando a los humanos otro tipo de tareas.
Cuidado con este concepto: si nos enfrentamos a la idea de que
trabajar deje de ser necesario, y que sea simplemente algo que hacemos
para realizarnos, para intentar contribuir al bien común o para
diferenciarnos con unos ingresos superiores a la media, nuestra mente
choca con muchos siglos de percepciones contrarias, con la idea de que
“el trabajo dignifica” o con religiones que afirman que el trabajo es un
deber impuesto como una especie de penitencia para pagar por algún tipo
de pecado original. Seas o no religioso, no es sencillo desprenderse de
esos clichés.
Sin embargo, la idea de que el trabajo es para las máquinas porque, sencillamente, lo hacen mejor, es la idea defendida por líderes como Elon Musk, y la planteada para escenarios económicos tan dispares como los Estados Unidos o la India.
Que los suizos rechazaran la idea mayoritariamente en un referendum
no quiere decir que sea conceptualmente errónea, sino que aún no se ha
hecho suficiente esfuerzo a la hora de explicar algunos de sus dilemas
fundamentales: cómo gestionar el efecto llamada sobre la inmigración que
indudablemente tendría una medida así, y sobre todo, de dónde va a
venir el dinero necesario para financiar el pago de una cantidad
suficiente para la subsistencia a todos los habitantes de un país, de
manera completamente incondicional.
Las cuentas son sencillas:
si pretendiésemos dar a cada uno de los 322 millones de norteamericanos
una renta básica de $10,000 anuales, nos iríamos a un coste de $3.22
billones (billones españoles, en notación norteamericana hablaríamos de
trillones).
Sin embargo, el resultado si excluyésemos a los 45 millones
de pensionistas que ya reciben una renta básica a través de la seguridad
social, y a los 70 millones de personas que ingresan más de $100,000
anuales, que devolverían con creces el importe de la renta básica en
forma de impuestos, el resultado ya va acercándose mucho más al billón
de dólares que cuesta mantener todo el sistema de subsidios que
actualmente mantiene la administración norteamericana para paliar
cuestiones como el desempleo, la pobreza, la falta de vivienda, etc.,
que serían precisamente objeto de sustitución. Si eliminásemos, además
de esos importes, los costes de la maquinaria administrativa necesaria
para hacerlos funcionar, las cuentas empiezan a ser mucho más
interesantes.
¿Aún te surgen dudas?
¿Qué pasaría cuando tú trabajas y pagas impuestos, pero ves a tu vecino
que decide vivir de la renta básica? ¿Cómo evitar que sientas que eres
tú el que está costeando su nivel de vida? Imagínatelo: en una casa se
ingresan $100,000, en la otra, cero.
Simplificando el sistema actual, el
estado cobraría, por ejemplo, un 10% a los ricos, que pagarían $10,000,
y subsidiaría a los pobres con un cheque de $10,000, que además, si
quieren cobrar, no podrían trabajar en nada.
Bajo un hipotético segundo
sistema, el estado cobraría un 20% de impuestos a los ricos, pero
enviaría a ambos hogares, ricos y pobres, un cheque de $10,000. Ambos
sistemas generan un resultado cuantitativamente idéntico, pero mientras
en el primero, los ricos tienen la sensación de subsidiar a los pobres,
en el segundo lo que hacen es contribuir a un sistema para crear un
fondo universal e incondicional del que ellos también reciben pagos.
Para cada duda, existen buenos argumentos. Lo único que no funciona aquí es la oposición irracional o el “no me suena bien”.
Pero de todos estos argumentos, el más importante está aún por
llegar: la idea de que la renta básica universal no la paguemos mediante
nuestros impuestos, sino que sea la propia tecnología la que pague por ella.
Esta idea, que requiere una cierta cultura económica para aprehenderla, es la que expone Kartik Gada en su libro “The Accelerating TechnOnomic Medium (ATOM)“, disponible íntegro en el enlace anterior (o en pdf aquí):
la tecnología es la causa de la mayor deflación que hemos conocido a lo
largo de la historia, y este efecto deflactor está siendo
sistemáticamente ignorado por todos los modelos económicos.
Los bienes
basados en tecnología disminuyen rápidamente su valor con los años: el
mismo iPhone por el que pagamos mil euros un año, no vale ni doscientos
un par de años después.
Si a esto añadimos que cada vez más objetos
fabricados por el hombre tienen un componente tecnológico cada vez más
elevado, y que además, un solo iPhone sustituye a decenas de objetos que
antes adquiríamos por separado – desde agenda electrónica hasta cámara,
pasando por grabadora, radio, reproductor de música, vídeo, calculadora
o lo que quieras, porque “there’s an app for that”), la
deflación ha pasado de ser algo meramente testimonial cuando la
tecnología tenía un pequeño papel en nuestras vidas (el 0.5% de la
economía mundial en 1992), a representar hoy una poderosa fuerza (más
del 2% del total) que contrarresta con creces los intentos de los bancos
centrales por inflar la economía inyectando dinero desde el otro lado.
Ninguno de los modelos económicos conocidos sabe cómo lidiar con la
deflación tecnológica.
La renta básica universal o incondicional se convierte, por tanto, en
la única manera de luchar contra la deflación tecnológica: no solo hay
que comenzar a entregarla, sino que además, deberíamos actualizarla en
torno a un impresionante 20% anual si queremos contrarrestar el efecto
de la deflación tecnológica.
Esto llevaría, si empezásemos este año a
enviar a cada norteamericano un cheque de $5,000 anuales, a que en 2025
le estaríamos enviando $25,000, y en 2030, en torno a unos $100,000,
simplemente para ser capaces de mantener el ratio de inflación por
encima de cero, para evitar la deflación generada por el avance
tecnológico.
Y lo importante, además, es entender que ese incremento de
la renta básica no correspondería a un incremento de la inflación que
llevase a que los bienes más básicos incrementasen igualmente su precio,
porque la renta básica se calcula precisamente para contrarrestar la
fuerza de la deflación tecnológica, y evitaría por tanto un escenario de
hiperinflación.
Un escenario de ese tipo soluciona a la vez los dos problemas: el
desempleo tecnológico y la deflación tecnológica. Plantéate, por tanto,
cómo afectaría ya no solo a nuestra forma de plantearnos el trabajo,
sino incluso a una cuestión tan compleja como los derechos de autor y la
propiedad intelectual: qué pasa cuando los artistas no crean para subsistir, sino que la subsistencia está garantizada por una renta básica, sencillamente porque vivimos en un mundo de hiperabundancia.
Como se ve, la idea de una renta básica universal o incondicional no
es tan sencilla como “enviemos un cheque a todo el mundo”, ni como
“nadie más volverá a trabajar y será la decadencia de la raza humana”.
Hablamos de un nuevo modelo económico, del único capaz de tener en
cuenta el efecto de la fortísima deflación tecnológica, y cada vez más,
de una absoluta necesidad.
Una necesidad que evitará, por un lado, un
crecimiento cada vez mayor del desempleo y la desigualdad que termine
generando una guerra, y por otro, que ponga de manifiesto el absurdo que
supone seguir gestionando de manera territorial en infinitas unidades
aisladas un mundo que internet conectó completamente hace ya varias
décadas.
¿Utopía? Quítate esa idea de la cabeza. Madurar esta discusión y
hacer que los políticos sean conscientes de ella es la única manera de
avanzar. Y como no avancemos, vamos a retroceder de maneras que no nos
van a gustar a ninguno." (Enrique dans, 06/11/16)
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