Moira weigel (Joni Sternbach)
"Moira Weigel (Brooklyn, 1984) es una de las ensayistas del momento en Estados Unidos. Escribe sobre cine, cultura, ideología, sexo o tecnología desde una perspectiva feminista en publicaciones de todo tipo. Lo hace aunando la teoría crítica con la historia literaria y la sociología. Su libro Labor for Love (Macmillan) es un análisis multidisciplinar de la historia y presente de las citas románticas. (...)
En primer lugar, ¿cómo define el dating, o las citas románticas?
El dating, las citas, es la forma que
adquiere el cortejo en una economía basada en el consumo. Para que surja
es necesario que la mujer se incorpore al ámbito laboral y por eso no
emerge hasta principios del siglo XX.
Se trata de una forma de cortejo
definida por dinámicas de mercado. Si uno piensa en las novelas de Jane
Austen, se entiende que el matrimonio es un contrato financiero y legal,
pero el cortejo previo tiene lugar en el hogar, supervisado por la
familia o la comunidad, y fuera por tanto de la economía de mercado.
Las citas emergen cuando hombres y mujeres se mezclan
libremente en un ambiente urbano. Para que haya citas, tiene que haber
cierta actividad de consumo, un elemento transaccional, que
habitualmente implica que alguien le compre algo a alguien cuando ambos
quedan para salir. Por tanto, la actividad está imbricada en la economía
de consumo.
Tanto si se trata de los bares, salas de baile y parques de
atracciones que surgían en las ciudades estadounidenses de principios
del XX como en el caso de las aplicaciones de móvil para citas que
abundan en estos días, constantemente surgen formas en las que el
cortejo se incorpora en el mercado, o en las que la atracción sexual y
el deseo operan como motor del mismo.
La mayor parte del debate público mainstream sobre
las citas tiene que ver con cómo la actividad se encuentra en una gran
crisis. A menudo, se achaca la crisis del romance a las nuevas
tecnologías. Usted, sin embargo, defiende que ha existido desde siempre,
que es “una crisis constante”. ¿Por qué hablamos de ello precisamente
ahora?
Porque ese discurso de crisis naturaliza y expresa una
cierta ansiedad sobre los roles de género. También sirve para
naturalizar lo que había antes y presentarlo como ahistórico o bueno.
Cuando uno lee un artículo del New York Times en el que se dice
"se acabó el cortejo por culpa del teléfono móvil", eso cumple la
función de presentar la anterior forma de cortejo como algo natural y
atemporal. Es como si desde los cavernícolas hasta el iPhone 6, los
hombres y las mujeres se hubieran dedicado alegremente a las citas y
ahora, con la llegada del iPhone 6, estamos todos jodidos.
¿De dónde surgen las citas? ¿Quién las inventó?
Me gusta decir, en broma, que las citas se inventaron, exactamente, en 1896, que es la primera vez que se publica la palabra date.
Hasta ese momento, si fueras mi pretendiente y
quisieras venir a verme, yo esperaría en el salón de mis padres durante
horas hasta que aparecieras. Pero la palabra cita refleja que
tanto la mujer como el hombre trabajan fuera del hogar. Vienes a
recogerme de un lugar concreto a una hora determinada.
En la década de 1890, se produce una oleada de
inmigración masiva del campo a la ciudad y, a la vez, de Europa a las
ciudades de Estados Unidos. La nueva clase obrera urbana vive en
apartamentos o habitaciones pequeñas, a menudo compartidas. En esas
condiciones, resulta muy difícil tener privacidad.
Casi la mitad de las
mujeres ya trabajaban fuera de casa para el año 1900. Por primera vez,
los hombres y las mujeres se encuentran en el espacio público, y así se
inventan las citas. Pero la frontera entre las citas legítimas y el
trabajo sexual siempre ha sido muy porosa, ya que en las citas se espera
que el hombre compre algo a la mujer, o la invite a algo, a cambio de
algo romántico.
Cuando surgen las citas, la clase media no las reconoce
como tales, y las autoridades arrestan a las mujeres que se citan con
hombres. A menudo se les lleva a comisiones para la reforma moral o a
lugares en los que se les obliga a coser y a hacer trabajo menial.
Al escribir sobre esta época, menciona el
informe de una trabajadora social en 1915, que describe cómo las mujeres
de la época se quejaban de que la única manera que tenían de disfrutar
del ocio era que los hombres pagasen por él, se sobreentiende que a
cambio de algo. ¿Es ahí donde se hace evidente la frontera porosa de la
que hablaba?
Exacto. Hay que tener en cuenta que el sexismo
estructural que supone la desigualdad salarial está imbuido en el ADN de
las citas. Debo decir que soy consciente de que los hombres se citan
con otros hombres, igual que las mujeres, y que no pretendo hablar
solamente de la gente heterosexual, pero escribo sobre una institución
cuya historia hegemónica ha sido heteronormativa.
Cuando un hombre y una
mujer salen juntos, se presupone que el hombre paga, porque los hombres
ganan mucho, mucho más que las mujeres y porque el espacio público
siempre les ha pertenecido a ellos.
Cuando las mujeres empiezan a adentrarse en los bares y
otros espacios hasta entonces reservados a hombres, surge lo que llamo
el complejo de la prostitución, una suerte de ansiedad que nunca ha
desaparecido del todo. Incluso hoy, si quedáramos para una cita y me
llevaras a un restaurante muy caro, me sentiría incómoda, porque
sentiría que te debo algo.
Estos elementos transaccionales surgen porque una
persona está pagando, aunque sea de manera indirecta, por el tiempo y la
atención de otra, y quizá algo de sexo. Llamémoslo consideración
romántica. Es algo parecido a una entrevista.
Hay algo sorprendente en su relato: cuando describe cómo el dating
sacó el cortejo del espacio privado al público, añade que eso hizo que
las mujeres perdieran poder relativo. ¿Por qué no al revés?
Me alegro mucho de que lo hayas leído así de bien. Hay
quien no lo ha entendido. Efectivamente, defiendo que las mujeres
perdieron cierto poder sobre sus vidas con esa evolución. Como siempre,
nos gusta pensar en el desarrollo capitalista como una historia de
avances en el terreno de la libertad a través de la apertura de nuevos
mercados.
Yo creo que es un arma de doble filo. Por un lado, es positivo
que las mujeres puedan desenvolverse en público, que se les permita
conocer a gente por sí solas, salir con alguien sin tener que esperar
con su madre y su tía a que un tipo aparezca en su casa. Eso permite que
las mujeres se expresen con mayor iniciativa.
Por otro lado, en la
época anterior al dating, las mujeres eran las anfitrionas. La
mujer recibía al hombre que venía a verla. Tenía que invitarlo. Hay
cierto poder social que va aparejado a eso, una sensación reconfortante
de que tu familia se encargará de protegerte. Se juega en tu terreno.
En el libro, rechaza la noción de que los
roles de la mujer como ama de casa que se encarga de la familia y el
hombre que compite por el trabajo y el dinero en la esfera pública estén
programados en nosotros. ¿Cómo se desarrollaron, económica e
ideológicamente esos roles?
Me hace gracia, porque mi respuesta es… Por el
capitalismo. Si hubiéramos ido a una granja en 1600 y les hubiéramos
dicho a los que vivian ahi: 'Bueno, lo que él hace es trabajo, pero lo
que hace ella, matar a la gallina, cocinarla para cenar, tener a los
hijos, criarlos y luego acompañar al marido a trabajar en el campo, eso
no es trabajo', su respuesta sería: 'Menuda estupidez'. Todo forma parte
del mismo proceso, del mismo esfuerzo colectivo.
Pero al surgir el
trabajo asalariado y la industrialización, nacen toda una clase de
trabajos que tienen lugar fuera del hogar, reservados para hombres, y
con ellos la noción de que las mujeres no trabajan. Como cuenta Silvia
Federici, crece en paralelo todo un discurso filosófico que construye la
idea de que los hombres y las mujeres son completamente diferentes.
Hoy
en día, nos resulta muy difícil desnaturalizar esas presunciones, que
tienen siglos de vida. Es un producto de la organización del trabajo que
surge con el capitalismo industrial y pervive con la sociedad de
consumo del siglo XX, aunque empieza a agrietarse. Quizá ahora, con la
digitalización y la precarización del trabajo, las cosas cambien.
Sinceramente, no lo sé. (...)
La gente cada vez se casa menos, o más veces, o
más tarde, y se divorcia más. ¿Qué le ha sucedido a la cita ahora que
el matrimonio no está, necesariamente, al final del camino del romance?
¿Se ha vuelto más casual?
En EEUU, solo los blancos ricos heterosexuales se
casan en proporciones significativas. El matrimonio también tiene su
estratificación de clase. Si has estudiado en Columbia, o Harvard, y
tienes ciertos ingresos, es mucho más probable que te cases, y más
improbable que te divorcies que la gente de tu clase hace una
generación. Por otro lado, la gente sin estudios superiores ya casi no
se casa, lo cual tiene sentido económico, dadas sus circunstancias.
Tiendo a pensar que todos estos supuestos problemas
morales son, básicamente, económicos o materiales. Durante décadas, se
ha patologizado desde la política a los negros en Estados Unidos por no
casarse. Ahora se hace con los blancos pobres. Pero creo que es solo un
reflejo de la precariedad e incertidumbre a la que se enfrentan estos
grupos. En las citas, igual que en todo lo demás, hay dos Américas.
Estoy de acuerdo en que el hecho de que el matrimonio
no esté necesariamente al final del camino genera nuevas posibilidades y
libertad, pero también da lugar a ansiedades nuevas. No sé si nos hace
más felices.
Escribe que el trabajo influye en nuestras citas, y viceversa. ¿En qué se manifiesta esa relación mutua?
De dos maneras, fundamentalmente. En primer lugar está
la más obvia y literal: el tiempo que la gente pasa trabajando, desde
dónde lo hace, etc, influye en nuestra vida romántica. Antes la gente
decía: 'Te paso a recoger a las seis'. Ahora, ¿quién sabe cuándo
terminará de trabajar? Así que ya nos escribiremos mensajes.
De manera algo más abstracta, las ideas que tenemos
sobre el valor económico están imbricadas en cómo nos enfrentamos al
sexo y al amor. Hoy en día, está totalmente asentada la noción de que el
mercado y sus leyes deben gobernar nuestra vida sexual e íntima. Pero
ese concepto hubiera resultado muy alarmante en 1800. Frases como hard to get,
o estar en el mercado reflejan cómo aplicamos el lenguaje de la
economía a su vida sexual o amorosa.
Se habla de optimizar una cita, del
coste-beneficio de una relación. Son términos de mercado, cada vez más
extendidos, en especial ahora que nos toca negociarlo todo en el terreno
romántico. En la universidad, por ejemplo, reina el pánico entre los
profesores y padres en torno a la cultura del lío.
Lo curioso es que,
mientras les decimos a los estudiantes que se preparen para un mundo en
el que nada será permanente, en el que siempre habrá opciones y riesgos
nuevos, mientras les decimos que sean flexibles en el trabajo y la vida,
nos echamos las manos a la cabeza porque no tienen parejas estables y
se acuestan todos con todos.
Eso nos lleva directos al argumento central
del libro, que es que las citas son, en sí mismas, una forma de trabajo,
tanto físico como emocional. ¿Puede explicar a qué se refiere?
Por supuesto. La inspiración vino de la tradición
marxista feminista que analiza el trabajo doméstico y los cuidados como
actividades económicas no remuneradas. Lo mismo sucede con las citas,
que conllevan toda clase de actividades económicas, bien de trabajo o de
consumo, como ir de compras, ir al gimnasio, mantener los perfiles de
redes sociales o el maquillaje. (...)
Ha mencionado que no quería hablar solo de parejas heterosexuales. ¿Qué hay del colectivo LGBT, y en particular la comunidad queer? ¿En qué medida su historia del dating es
diferente de la de los heterosexuales? En el libro habla de cómo han
abierto camino en muchos ámbitos, y pone de ejemplo la aplicación
Grindr.
Siempre han sido pioneros, sí. Lo cierto es que durante el periodo que cubre este libro, que es casi en exclusiva el siglo XX, todo lo que hacían los queer en el terreno romántico o sexual no se tenía en cuenta como dating.
No se reconocía ni legalmente, ni tampoco existían instituciones
comercialmente orientadas hacia el colectivo gay.
Esto ha cambiado algo
con el movimiento por el matrimonio gay y sus victorias en los últimos
años, pero durante la mayor parte de la historia de las citas
románticas, los LGBTQ han estado en la sombra. Lo irónico es que, como
apuntabas, la gente LGBTQ siempre ha estado en la vanguardia en lo
relativo al sexo y el romance.
En los años 20 y 30, desde luego,
organizaban las mejores fiestas. Además, se produce un fenómeno de
apropiación, de manera que cada vez que hay un grupo queer
haciendo algo interesante, en el momento en que el fenómeno crece lo
suficiente como para llamar la atención de las corporaciones, y que
estas vean una oportunidad de negocio, lo colonizan de alguna u otra
manera.
Grindr, el precursor gay de Tinder, es un ejemplo. Otro es la
cadena, TGI Fridays, en la que un tipo heterosexual tuvo la idea de
hacer un bar gay para heteros, y se forró. Hay una gran creatividad y
fortaleza crítica en los márgenes del dating.
Si queremos una tercera revolución sexual, o una
revolución sexual mejor, la gente más preparada para llevarla a cabo es
la de orientación sexual no normativa.
¿Tiene algo que ver el hecho de que dichos
colectivos no acarreen la losa de la tradición cultural que llevan
consigo los heterosexuales, que coarta a menudo la libertad y resulta
esclavizante, como viene describiendo a lo largo de esta charla?
Es muy probable. En el libro analizo cómo muchos de
nuestros problemas románticos tienen su raíz en las construcciones de
género binarias. Precisamente por eso, observar las citas entre el
colectivo queer resulta muy clarificador. A menudo, los
consejos para las citas escritos para gente heterosexual son muy
abusivos y desagradables, incluso inhumanos.
Los hombres juegan a ese
juego, y las mujeres siguen las normas. No es el caso de los consejos
para gente queer. Y eso deja claro lo destructivos que son los
roles de género mercantilizados y fantasiosos que son hegemónicos entre
los heteros.
Una vez que se sale de ese impasse definido por
los roles de género preestablecidos, todo es mucho más fácil, mucho
mejor y humano; fluye la comunicación. El problema es, en gran medida,
el género. Las distinciones radicales de género son lo que tenemos que
abolir, para encontrarnos los unos con los otros como seres humanos." (Entrevista a Moira Weigel, Álvaro guzmán Bastida, CTXT, 17/01/17)
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