26/9/17

El trabajo requerido debería ser aquel que permita que todos tengamos las necesidades básicas cubiertas...

"Trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar, lo cual sería una enajenación de nuestros fines. El trabajo requerido debería ser aquel que permita que todos tengamos las necesidades básicas cubiertas y, además, nos permita desarrollar nuestras potencialidades y buscar nuestra felicidad. 

El sistema capitalista no parece, sin embargo, dar las mismas oportunidades a todas las personas y en su versión neoliberal hace que la desigualdad aumente imparablemente, así unos tienen una vida regalada (por el mercado y no por el Estado) y otros luchan por sobrevivir. La Teoría Monetaria Moderna y algunas de las medidas que se vienen reclamando desde los sectores sociales, vienen a significar en este contexto instrumentos de liberación.

En los momentos actuales el problema no es el fin del trabajo a pesar de una mejor tecnología y la repetida escasez de empleo, el problema es que las medidas políticas que se toman y el capitalismo neoliberal atentan contra la mano de obra y por tanto contra el trabajo remunerado, es decir el empleo.

 Las sociedades están centradas en el trabajo, aunque sólo viven (y no todos) aquellos que consiguen un trabajo retribuido, olvidando la tarea esencial que se desempeña en el trabajo de cuidados y de reproducción.

 Los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA), del 4º trimestre del 2016, nos informan de que los activos (quienes están disponibles para trabajar, ocupados o desempleados) se han visto reducidos en 694.400 personas desde el cuarto trimestre de 2012, un 5,2%.

 ¡Qué derroche de recursos! ¡Qué montón de posibilidades perdidas en aras a una mejora de nuestra sociedad y evitar las necesidades extremas de nuestra ciudadanía! Y para los economistas que adoran el PIB ¡que derroche de PIB!

La distribución de la renta proporciona a los políticos un medio para mejorar el bienestar de los ciudadanos y el empleo es de momento el sistema que facilita esa igualdad necesaria y los recursos básicos para el cumplimiento del artículo 40.1  de nuestra Constitución.

 Un ejemplo de esta necesidad nos lo muestra el trabajo realizado por los economistas Richard Wilkinson y Kate Pickett, trabajo que se  publicó en el año 2009, en él se concluía que los niveles de renta no influyen (al menos en los países desarrollados, relativamente ricos), y el gasto en asistencia sanitaria de alta tecnología tampoco hace una gran diferencia. 

¿Cuál es el factor determinante? No podemos afirmarlo con certeza, pero parece que la desigualdad es el factor clave. Decían que lo más fascinante de su estudio es que demuestra que reduciendo la desigualdad se aumentaría el bienestar y la calidad de vida de toda la población. Lejos de ser inevitable e imparable, el deterioro del bienestar social y de la calidad de las relaciones sociales es reversible.

Puede que haya que elegir entre utilizar el gasto público para mantener baja la desigualdad o bien para hacer frente a los problemas sociales cuando la desigualdad es elevada. Un ejemplo de una mala elección en este sentido se puede observar en EE UU durante el periodo que comienza en 1980, cuando la desigualdad de renta aumentó de forma especialmente rápida. 

En esa época, el gasto público en cárceles aumentó seis veces más rápidamente que el gasto público en enseñanza superior, y una serie de Estados han llegado ahora a un punto en que gastan tanto dinero público en cárceles como en enseñanza superior. ¡Lamentable!

Pero hemos de ser muy conscientes de que el problema de los costes y gastos superfluos de la administración tiene más que ver con los problemas burocráticos que con los servicios esenciales que presta. No obstante, la TMM y la Renta Básica Universal (RBU) nos dan la oportunidad de facilitar los costes de la burocracia estatal con su puesta en marcha. 

También pueden hacer más fácil la vida de las personas, aunque no permitir la vida regalada que llevan algunos en el adorado mercado libre.

Uno de los economistas principales de la TMM, William Mitchell, en su libro La Distopía del Euro nos dice: 

“La crisis fue creada por una mentira y la situación actual de austeridad fiscal está empeorando las cosas porque se basa en esa misma mentira […] La mentira más grande de todas, repetida sin cesar por lo economistas neoliberales y de la que acríticamente se hacen eco los principales medios de comunicación, es que si los gobiernos disminuyen su gasto, entonces el sector privado ‘se unirá’ para cubrir el hueco dejado [...] la ideología triunfa sobre la evidencia y así aceptamos falsedades como si fueran verdad [… ] La Gran Depresión nos enseñó que la economía debe ser entendida como una creación nuestra diseñada para que nos beneficiemos de ella, no como una entidad abstracta que reparte recompensas o castigos según un marco moral determinado.”

Y otro de ellos, Randall Wray, en su libro Teoría Monetaria Moderna escribe:

 “La creencia de que el gobierno está obligado a equilibrar su presupuesto cada cierto tiempo es comparado con una religión, una superstición necesaria para asustar a la población de manera que esta se comporte de la manera deseada […] en realidad el  gasto público no se enfrenta a ninguna restricción presupuestaria […] No es dinero recaudado mediante impuestos.” Hemos de tener en cuenta que antes de recaudar impuestos el gobierno competente tiene que haber emitido ese dinero.

Los impuestos, en consecuencia, tienen que servir para buscar el modo de mejorar la vida de la sociedad. No pueden ser instrumentos de desigualdad e injusticia. Mientras unos pagan dos y tres veces por la misma renta (non bis in ídem, no dos veces por la misma causa) otros, entre deducciones, paraísos fiscales, bufetes de abogados, etc., apenas pagan (aunque sean Vicepresidentes de Gobierno). Los impuestos tienen que ser instrumentos de equidad, justicia y eficiencia. La pena es que como decía Keynes la “elusión de impuestos  es la única actividad intelectual que tiene recompensa.” ¡Que razón tenía!

La TMM puede llegar a ser un instrumento de liberación, si tenemos en cuenta, como señala, que no son necesarios los impuestos para que el Estado gaste cuando éste dispone de la potestad de emitir moneda. 

Los impuestos no deben ser una maraña poco comprensible, deben ser claros y eficaces para los fines que se persiguen, deben servir para buscar un mundo menos desigual y una economía más eficiente, respetuosa con el medio ambiente y en beneficio de todos."              (Ernesto Ruiz Ureta , Nueva Tribuna, 12/02/17)

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