"No por casualidad la Semana Santa está situada en el inicio de la primavera, las primeras lunas llenas de la primavera", afirma el antropólogo David Florido, profesor de la Universidad de Sevilla. "Hay relaciones naturales-culturales que se pueden experimentar dentro de la Semana Santa: este sentido de la religiosidad más amplio, que no está encorsetado en el catolicismo también está presente", añade.
"Me gusta pensar en la experiencia religiosa en un sentido profundo y de muchas dimensiones, todas trascendentes, hay otras relaciones y experiencias de lo divino, entre las que se incluye la forma católica", analiza el profesor Florido. Público ha contactado con él para conocer una visión de la Semana Santa, una celebración poliédrica y masiva, como experiencia humana, desde el punto de vista de la antropología.
Para Florido la Semana Santa es "una celebración festiva". "En primer lugar es una teatralización de la pasión [los sufrimientos] de Cristo, este es un elemento básico en Andalucía, donde la dramatización no se recrea en la parte de la salvación, sino en la pasión y muerte. Esto tiene que ver con la figura del chivo expiatorio. Te puedes identificar con Cristo y con María, que son seres dolientes". Florido traduce esta idea a un lenguaje llano: "Es como si fuera una película en la que se representa un agravio y eso favorece que la gente se pueda identificar con los protagonistas a partir del sentimiento de injusticia".
Además, añade el profesor, "desde el punto de vista de la teología católica es irreverente que haya tanto énfasis en la pasión y no tanto en la salvación. Esto favorece otras lecturas: que en los barrios populares haya esa identificación con el perseguido, el que va a ser ajusticiado de forma injusta".
"El tipo de piedad –añade Florido–, de devoción religiosa, que se ha ido decantando con las procesiones y el culto a las imágenes, es lo que conocemos como religiosidad popular, basada en una iconodulía [veneración de imágenes]. La persona devota habla de tú a tú a la divinidad, le pide cosas y le promete cosas, humanizándola, en una relación imaginada de reciprocidad que expresa una deuda permanente".
"Son cuestiones –prosigue el profesor– relativas a carencias y necesidades cotidianas, donde la salud o la economía de los pucheros son el elemento principal. Otra vertiente de esta experiencia es la identificación, diría que totémica, que los fieles tienen respecto a las imágenes: estas representan al barrio, a determinado sector urbano o a la ciudad".
Control y manipulación
"Así se articulan identidades colectivas que se activan por doquier, incluso en un sentido de tensión simbólica entre imágenes, porque la más plena de divinidad, de gracia, es la propia y no la ajena. Muy importante el poder de las madres en la transmisión de estos vínculos. Se intentó controlar históricamente, especialmente después del II Concilio Vaticano y es la causa de una tensión latente entre iglesia y cofradías", afirma el profesor.
"La semana santa como cualquier fiesta viva está sometida a procesos de control y de manipulación, incluso. No solo la iglesia ha protagonizado estas dinámicas, sino el poder político también ha tenido ese afán por controlar. La relación con el poder civil y eclesiástico es difícil: es expresión de religiosidad popular, sensitiva, emotiva, no racional y esto genera un deseo de control. Hoy vemos cómo Vox utiliza la Semana Santa como una forma de posicionarse socialmente y establecer diferencias nosotros-ellos, eso está ahí", agrega Florido.
Añade Florido: "En el caso de Sevilla, la Semana Santa ha servido para articular a los diferentes grupos sociales en un escenario, que es la ciudad. La Semana Santa del siglo XX es de barrios, el barrio tiene mucha importancia: es una forma de restituir formas de solidaridad que chocan bastante con el individualismo de la cultura contemporánea: la Semana Santa es una experiencia colectiva. Puesto que es un drama en el que pueden participar grupos sociales, uno debe aprender a ser respetuosos, un gran laboratorio de antiindividualismo y supone un aprendizaje de la diversidad, por así decirlo".
"Se trata de sentir y vivir la experiencia de la ciudad como fenómeno masivo, darte cuenta de que no eres tan importante como te crees, hoy en día se incide mucho en el yo, aquí el yo se diluye un tanto en la masa. La forma en que uno ve la Semana Santa es una más entre otras, ahí hay un aprendizaje de respeto, de ver otras sensibilidades, es difícil encontrar en otras representaciones hoy en día".
Estética y alcohol
Analiza el antropólogo: "La música y todo lo que tiene que ver en el rito como estético es también un vehículo de experiencia trascendente, hay que entender lo religioso en un sentido menos convencional. La Semana Santa tiene toda esta vertiente de celebración festiva. Desde el punto de vista simbólico el alcohol es un enteógeno, una sustancia que ayuda a alterar la conciencia, esta palabra tiene la misma raíz de entusiasmo, de tener a la divinidad dentro. El alcohol favorece esa experiencia de plenitud y esto está presente en todas las religiones antiguas. El cristianismo primitivo lo dulcificó un tanto, con el vino, este es mi cuerpo y mi sangre".
"Esta forma –agrega– de comer y beber, lo que llamamos en antropología el comensalismo implica que se ajusta tu cuerpo y mente para vivir la celebración con los tuyos, esto ha formado parte de la Semana Santa sin que hablemos de un exceso o desmadre. En las últimas décadas, hay experiencias que se salen de estas tradiciones. Por ejemplo, el botellón. Y aparecen formas de represión y encauzamiento: el Ayuntamiento de Sevilla aplica solo un enfoque de orden público, preventivo-represivo, que se convierte en un exceso como los que quiere reprimir".
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