"La década de los años 70 del siglo XX marcó el inicio de
la era de la supremacía ideológica neoliberal asumida por las élites
dominantes. El ataque al factor trabajo para recuperar los beneficios se
agazapó detrás de una doctrina con fundamentos teóricos acientíficos
como la “tasa natural de desempleo” o el “crowding out”
(desplazamiento de la inversión privada por el gasto público).
El
neoliberalismo ha determinado unas políticas públicas que han generado
una crisis del empleo. El resultado ha sido un vendaval de destrucción
de trabajo agudizado a partir de la crisis financiera global que ha
llevado a niveles sin precedentes de pobreza y desigualdad en la
distribución de las rentas y de la riqueza.
En el caso de España, el desempleo ha sido calificado como
lacra “estructural”. En la jerga de los técnicos de los organismos
multilaterales y los economistas de la escuela dominante, “estructural” es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. (...)
Es probable que España sea el país donde el neoliberalismo se haya
aplicado de forma más implacable gracias a su legitimación por
asociación al proyecto europeo. (...)
Las contradicciones del modelo de represión salarial y desempleo no
tardaron en hacerse evidentes en una situación de escasez perpetua de
las ventas. Hacía falta una solución que aumentase la demanda sin pagar
mayores costes salariales. (...)
A las élites les urge otra solución, a la vez que se distrae al personal sobre las verdaderas causas del desempleo.
La coartada perfecta es el proceso de automatización,
siempre presente en una era industrial y postindustrial en la que la que
la tecnología está al servicio de la maximización del beneficio. (...)
Existe evidencia de que los países tecnológicamente más avanzados y
automatizados son los que tienen menor paro. Solo cuando existe pleno
empleo y condiciones favorables a los trabajadores los empresarios
buscan reemplazar factor trabajo por factor capital. (...)
Una vez que la izquierda se ha tragado las coartadas entra en el debate
público español la propuesta de la renta básica universal (RBU) como
cuadratura del círculo. El programa de RBU pagaría a todos los
ciudadanos una renta mensual que garantizaría un mínimo nivel de
bienestar material.
Sería percibida por todos sin excepción, fuera cual
fuera su nivel de renta, de forma incondicional, sin necesidad de
demostrar ninguna necesidad. Los defensores de la RBU arguyen que los
sistemas alternativos de renta mínima garantizada condicionada a la
demostración de falta de medios de vida humillan a los perceptores,
señalándolos como parásitos y dificultan el acceso a la prestación.
El producto se vende a una población, masacrada por
décadas de desempleo y maltrato por las empresas y sus gobiernos, tan
fácilmente como un crecepelo a un calvo. Es fácil entender por qué la
propuesta captura la imaginación, pero creemos que un análisis más
profundo revela que la RBU encierra varias trampas y engaños. Su
propuesta está perfectamente alineada con el paradigma neoliberal
vigente. Es el señuelo perfecto: garantiza la dominación del capital,
mantiene el consumo y se adorna de ribetes progresistas.
La RBU es el reconocimiento de una derrota, ya que supone
renunciar al objetivo de pleno empleo, el verdadero puntal de una
sociedad del bienestar. El pleno empleo, igual que luchar contra el
envejecimiento, se habría convertido en algo imposible y antinatural.
Friedman en estado puro.
Cuando la supuesta izquierda propone medidas al
servicio del sistema se manifiesta la plenitud de su derrota. Van
Parijs y otros proponentes de la RBU no reconocen que la solución del
problema reside en un aumento de la demanda porque están atrapados en
tesis que podríamos calificar de “decrecentistas”.
Coincidimos con ellos
en que el problema del modelo capitalista es encomendar la creación del
empleo a oligopolios depredadores que exigen beneficios crecientes para
crear nuevos empleos y no se preocupan de los impactos medioambientales
de su actividad.
Sin embargo, no estamos de acuerdo en la ecuación
crecimiento igual a destrucción del medio ambiente. Hay muchas tareas
que contribuirían al crecimiento del PIB, que son sostenibles y que
ayudan a mejorar la calidad del medio ambiente pero que no se están
realizando.
Pero estas tareas competen al Estado. El pleno empleo se
puede alcanzar con políticas públicas decididas, pero tal solución
resulta odiosa al pensamiento de Van Parijs, lo cual delata su profunda
suspicacia hacia el Estado. El principal proponente de la RBU enaltece
una sagrada libertad individual obviando la interacción con la sociedad.
En tal mundo, uno podría ser un perfecto misántropo y vivir apartado
como un anacoreta sin dar nada a cambio de lo que recibe. Es un aspecto
de su pensamiento que lo acerca demasiado a la tradición liberal que
pretende aislar a las personas en una sociedad constituida por seres
maximizadores de utilidad, hedonistas y egoístas pero solitarios y
probablemente deprimidos.
Por ello, la propuesta de la RBU resulta altamente
perturbadora. De sus consecuencias nos dan una pista las sociedades
nórdicas, que, tras abandonar el tradicional objetivo socialdemócrata
del pleno empleo, lo sustituyeron por generosas prestaciones sociales
que permiten una perfecta independencia de los individuos.
Lejos de
asegurar la felicidad en el modelo social de los países escandinavos,
abundan los casos de depresión, alcoholismo, suicidio y soledad. Es el
efecto inesperado de un estado de bienestar que antepone asegurar la
independencia de los individuos a la creación de lazos de solidaridad y
al estímulo de la participación en la vida comunitaria.
El provocador
documental de Erik Gandini “La Teoría Sueca del Amor” retrata
los fallos de una sociedad supuestamente perfecta en la que el 40% de
las personas viven solas, uno de cada cuatro cadáveres no es reclamado
por ningún familiar y la gente ya no sabe cómo comunicarse aparte de
emitir unas frases breves cercanas al gruñido animal. La RBU niega la
naturaleza del ser humano como criatura social e innatamente solidaria.
La RBU es un subsidio que causa anomia y reduce a sus perceptores a la
minoría de edad.
En los ochenta la represión salarial y el paro frenaron el
consumo pero el crédito cerró la brecha. La RBU posibilitaría la
recuperación de la demanda sin pagar mayores salarios a ser posible
repercutiendo los impuestos sobre las clases medias. No resulta
sorprendente que altos ejecutivos de empresas como Amazon, Virgin o
Facebook, especializadas en recortar plantillas y eludir impuestos, se
hayan pronunciado a favor de la RBU.
Sus modelos empresariales basados
en Internet permiten la centralización y la captura de rentas sin
necesidad de contratar más que a un selecto grupo de ingenieros
informáticos. Estas grandes empresas centralizan sectores económicos
enteros y exprimen los márgenes empresariales de sus “socios”, las
empresas a las que parasitan.
Pero ¿quién consumirá lo que producen si
no hay asalariados y los que quedan cada vez ganan menos? Estamos en la
era del too big to fail: la RBU como otro gran rescate, ahora
de la demanda agregada, sin lucha obrera de por medio. "El hecho de que
haya tantos partidarios de la RBU procedentes del campo “equivocado” no
parece afectar a quienes la defienden.
Estamos ante el caballo de Troya que justifica la
privatización de todos los servicios sociales. Si ya percibes una renta,
¿qué impide que te pagues tu sanidad, tu vivienda, tu educación, tu
seguridad?
Los finlandeses participantes en el programa piloto promovido
por un gobierno conservador reciben 560 euros sin condiciones pero a
cambio renuncian a prestaciones como las de desempleo o ayudas a la
vivienda. Debería hacer reflexionar a los progresistas el hecho de que
el principal sindicato finlandés, SAK, denuncie que este programa lleva
la política social en la dirección equivocada (Tiessalo, 2017).
Si una renta básica universal es una prestación sin
condiciones, no es necesario demostrar que uno está desempleado. Uno
podrá dedicarse al surf o a participar en una banda de jazz o elegir si
prefiere trabajar.
¿Qué impedirá pues que empresarios, muchos de los
cuales han demostrado un bajo nivel de exigencia ética, no la utilicen
para completar los bajos salarios que ya pagan a los trabajadores o
incluso para bajarlos? De facto, la RBU se convertiría en una subvención
a las malas prácticas empresariales.
La RBU consolidaría la exclusión de las sociedades
patriarcales de determinados colectivos del mercado de trabajo como las
mujeres, condenadas a realizar las tareas reproductivas de los hogares
trabajadores. Incluso en los períodos de auge económico hay colectivos
que sistemáticamente están excluidos del mercado laboral.
Minorías
raciales, personas con antecedentes penales o con minusvalías tienen
dificultades para encontrar un puesto de trabajo. La solución que les
proponen desde la RBU es excluirles definitivamente en vez de exigir al
estado que los integre en la comunidad.
Afee a los mesías de la RBU su intención de excluir de
forma permanente a personas dispuestas y aptas para el trabajo y le
contestarán que somos prisioneros de conceptos obsoletos de moral
cristiana. Se supone que, resueltas las necesidades materiales más
elementales, los ciudadanos podrán liberarse de la esclavitud del
trabajo remunerado y podrán orientar sus esfuerzos hacia actividades más
creativas o que satisfagan sus aspiraciones espirituales.
Además, la
liberación de la obligación de trabajar permitirá rechazar ofertas de
empleo poco atractivas lo cual reforzaría el poder de negociación de la
clase trabajadora. En definitiva, la RBU se vende como el tránsito hacia
un nuevo modelo de sociedad; una utopía hecha realidad, un paraíso en
la Tierra; la liberación del hombre de visiones morales acerca de la
obligación de trabajar, del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
Podrás elegir entre trabajar para una ONG o fundar tu propio grupo de
jazz, folk o techno pop. Se te abre la oportunidad de producir esa
película que nadie verá o esa novela que nadie leerá. A uno de estos
autores le dijeron que cometía un “error de atribución” cuando trataba
de explicar que con 600 €/mes muchos no podrían salir mucho de su casa
para perseguir sus aspiraciones salvo para jugar a la petanca en el parque.
Esta es la gran debilidad ética de la RBU. En la nueva sociedad de rentistas básicos
habrá ganadores que conseguirán acceder a los empleos retribuidos y
perdedores condenados a una magra renta sin muchas posibilidades de
realización personal más allá de una austera vida de ocio barato, de
jubilación anticipada.
La RBU oculta una distopía de personas viviendo
en el aislamiento, crecientemente marginadas y desconectadas de la
sociedad. No tardaríamos en ver un nuevo personaje objeto de las burla y
el escarnio en los programas de humor: el enajenado perceptor de una
renta inferior a 600 euros al mes. Libre de trabajar será, pero estará
condenado a la pobreza e incapacitado para participar en la sociedad.
No podemos estar de acuerdo en que el trabajo es una
actividad alienante. Es evidente que la vida laboral es uno de los
cauces más importantes de participación en la vida social. Es además uno
de los factores que más puede ayudar a consolidar sentimientos de
realización personal y de valía de las personas. Lejos de percibirse
como una condena, la vida laboral es un elemento fundamental en el
sentimiento de identidad de las personas.
El sustrato ideológico neoclásico de los proponentes de la
RBU se delata en su obsesión por demostrar la viabilidad de su
financiación. Comparten con los neoclásicos una visión del
estado constreñido financieramente. Partiendo de las premisas de que el
trabajo es un bien finito, arguyen que quienes sí conservan su empleo
disfrutan de un privilegio por el que deben pagar otro impuesto
adicional.
Desvían la lucha de clases desde el capital hacia los
trabajadores: pobres contra menos pobres. Pero el trabajo no es finito y
el pleno empleo no es una entelequia como demuestran países que han
sabido conservar el papel crucial que tienen los Estados como fiel de la
balanza social. La RBU es el paradigma de solucionar un problema
haciéndolo desaparecer. ¿No queremos crear empleo para todos?
Simplemente retiramos a parte de la fuerza de trabajo con una magra
renta básica. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Por lo demás, a los partidarios de la renta básica la
macroeconomía les resulta una distracción molesta. El problema no es la
financiación, es el peligro inflacionista de entregar nuevo poder de
compra a quienes no han participado en el proceso productivo. El trabajo
es renta a cambio de servicios que otros quieren comprar, mientras que
la RBU se da a cambio de nada.
Los nuevos rentistas aumentarán su
consumo sin que haya un correlativo aumento de producción de bienes y
servicios. Si no hay un aumento de la producción, no puede haber un
aumento de las rentas reales. Es el carácter de renta incondicional y
universal lo que explica su esencia inflacionista.
Una vez implantado,
todos los ciudadanos recibirían la misma suma todos los meses con
independencia de la coyuntura económica. Si aumenta el desempleo, no
habría un aumento de la partida presupuestaria destinada a pagar la RBU;
si cae el desempleo, tampoco se reduce el gasto. Esta partida
presupuestaria se dilataría al mismo ritmo que el crecimiento vegetativo
de la población.
Pero, ¿qué ocurre si la demanda se recupera y las empresas
empiezan a demandar nuevos trabajadores? Si la renta es lo
suficientemente alta, estos no tendrán ningún incentivo para
reincorporarse al mercado de trabajo, salvo que los salarios nominales
crezcan y los empresarios provoquen una espiral inflacionista.
Si es lo
suficientemente baja, entonces no habremos resuelto el problema de la
pobreza y además estaremos subvencionando a los empresarios que ahora
podrán pagar sueldos más bajos, ya que la reproducción de la fuerza de
trabajo estará asegurada por el estado. Nos parece bastante probable que
ocurra esto último. Los defensores de la RBU arguyen que su propuesta
mejoraría el poder negociador de la clase trabajadora, pues estos
podrían retirarse de un mercado de trabajo que no ofrece una
compensación adecuada.
Pero la condición es que esa renta sea lo
suficientemente alta con los efectos desestabilizadores antes descritos.
De lo contrario lo probable es que el efecto sea el opuesto del
esperado. Como se puede comprobar a partir de estas líneas, se trata de
un debate que se debe realizar con profundidad y honradez, pues de este
depende el bienestar de numerosísimos ciudadanos. Esperamos que este
continúe. " (Stuart Medina Miltimore/Andrés Villena Oliver, CTXT, 30/08/17)
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