"El manifiesto de más de cien artistas e intelectuales francesas contra el “puritanismo”
La violación es un crimen. Pero el flirteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista.
Como consecuencia
del caso Weinstein ha tenido lugar una legítima toma de conciencia de
la violencia sexual ejercidas sobre las mujeres, especialmente en el
marco profesional, donde determinados hombres abusan de su poder. Era
necesario.
Pero esta liberación de la palabra se ha transformado hoy en
su opuesto: nos obliga a hablar como es debido, a callar lo que molesta,
y las que se niegan a plegarse a tales órdenes son vistas como
traidoras y cómplices.
Sin embargo, es
el propio puritanismo el que toma prestado, en nombre de un pretendido
bien general, los argumentos de protección de las mujeres y de su
emancipación para encadenarlas a un estado de eternas víctimas, de
pobres cositas bajo el imperio de demonios falócratas como en los viejos
tiempos de la brujería.
Delación y acusaciones
De hecho, #Metoo
ha generado en la prensa y en las redes sociales una campaña de
delaciones y acusaciones públicas de individuos que, sin haberles dejado
la posibilidad ni de responder ni de defenderse, han sido puestos en el
mismo nivel que agresores sexuales.
Esta justicia expeditiva ya tiene
víctimas, hombres sancionados en el ejercicio de su oficio, forzados a
dimitir, etc., pero cuyo único error fue tocar una rodilla, tratar de
robar un beso, hablar de cosas “íntimas” durante una cena de trabajo o
mandar mensajes de connotaciones sexuales a una mujer sin que la
atracción fuera recíproca.
Esta fiebre de
enviar a los “cerdos” al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a ser
autónomas, sirve en realidad a los intereses de los enemigos de la
libertad sexual, de los extremistas religiosos, de los peores
reaccionarios y de los que creen, en nombre de una concepción sustancial
del bien y de la moral victoriana que lo acompaña, que las mujeres son
seres “aparte”, niños con rostro adulto reclamando que los protejan.
Frente a eso, los
hombres son obligados a arrepentirse y a desenterrar, en los confines
de su conciencia pasada, un “comportamiento fuera de lugar” que hayan
podido tener hace diez, veinte o treinta años, y del que deberían
arrepentirse. La confesión pública, la incursión de fiscales
autoproclamados en la esfera privada, que instala un clima de sociedad
totalitaria.
La ola puritana
no parece conocer límite. Se censura un desnudo de Egon Schiele en un
cartel, se pide la retirada de un cuadro de Balthus de un museo con el
motivo de que es una apología de la pedofilia, en la confusión del
hombre con la obra, se pide la prohibición de la retrospectiva de Roman
Polanski en la Cinémathèque y se obtiene el aplazamiento de la
consagrada a Jean-Claude Brisseau.
Una universitaria califica la
película Blow-up, de Michelangelo Antonioni, como “misógina e inaceptable”. A la luz de este revisionismo, John Ford (Centauros del desierto) o Nicolas Poussin (El rapto de las sabinas) estarían en una situación delicada.
Algunos editores
ya nos piden a algunas de nosotras que hagamos a nuestros personajes
masculinos menos “sexistas”, hablar de sexo y amor con menos desmedida o
incluso hacerlo de manera que “los traumas sufridos por los personajes
femeninos” se hagan más evidentes.
Bordeando el ridículo, un proyecto de
ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícitamente
notificado a todo candidato a una relación sexual. Un esfuerzo más y dos
adultos a los que les apetezca acostarse juntos tendrán que firmar
previamente a través de una aplicación de su teléfono un documento con
las prácticas que aceptan y las que rechazan debidamente enumeradas.
Indispensable libertad de ofender
El filósofo Ruwen
Ogien defendía una libertad de ofender indispensable a la creación
artística. Del mismo modo nosotras defendemos una libertad de
importunar, indispensable a la libertad sexual. Hoy estamos
suficientemente informadas para admitir que la pulsión sexual es por
naturaleza ofensiva y salvaje, pero somos lo suficientemente
clarividentes para no confundir coqueteo torpe y agresión sexual.
Sobre todo, somos
conscientes de que el ser humano no es monolítico: una mujer puede, en
el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar de ser el objeto
sexual de un hombre sin ser una “zorra” ni una vil cómplice del
patriarcado. Puede velar por que su salario sea igual al de un hombre
pero no sentirse traumatizada para siempre por un roce en el metro,
incluso cuando eso es un delito. Puede interpretarlo como la expresión
de una gran miseria sexual, como un no-acontecimiento.
En tanto que
mujeres no nos reconocemos en ese feminismo que, al abrigo de la
denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio a los hombres y
al sexo. Pensamos que la libertad de decir no a una proposición sexual
no existe sin la libertad de importunar. Y consideramos que hay que
saber responder a esta libertad de importunar de otra manera que
encerrándose en el papel de presa.
Para aquellas de
nosotras que han elegido tener hijos, es más sensato educar a nuestras
hijas de maneras que estén lo suficientemente informadas y conscientes
para poder vivir plenamente su vida sin dejarse intimidar ni
culpabilizar.
Los incidentes
que pueden afectar el cuerpo de una mujer no alcanzan necesariamente su
dignidad y no deben, por duros que a veces sean, hacer de ella una
víctima perpetua necesariamente. Puesto que no podemos ser reducidas a
nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad
que atesoramos no existe sin riesgos ni responsabilidades.
Traducción del francés de Aloma Rodríguez.
Firman también el documento Kathy Alliou (comisaria), Marie-Laure
Bernadac (conservadora general honoraria), Stéphanie Blake (autora de
libros para niños), Ingrid Caven (actriz y cantante), Catherine Deneuve
(actriz), Gloria Friedmann (artista plástica), Cécile Guilbert
(escritora), Brigitte Jaques-Wajeman (cineasta), Claudine Junien
(genetista), Brigitte Lahaie (actriz y presentadora de radio), Elisabeth
Lévy (directora de la redacción de Causeur), Joëlle Losfeld (editora),
Sophie de Menthon (presidenta del movimiento ETHIC), Marie Sellier
(autora, presidenta de la Société des gens de lettres)" (Letras Libres, 10/01/18)
"La esperada y airada reacción de las mujeres francesas a las otras mujeres francesas:
"Los cerdos y sus aliad@s tiene razón de preocuparse."
"Los cerdos y sus aliad@s tiene razón de preocuparse."
Un texto que no cuela. El martes 9 de enero, 100 mujeres
firmaron una tribuna publicada en Le Monde donde defienden la "libertad de
importunar"después de lo que llaman una "campaña de delación"
dirigida a hombres acusados de acoso sexual en la estela del asunto Weinstein.
Un texto escrito por varias autoras de renombre, entre las que destacan
Catherine Millet y Catherine Robbe-Grillet, y firmado por personalidades como
la actriz Catherine Deneuve y la periodista Elisabeth Lévy, que defiende, entre
otras cosas, la "libertad de importunar" de los ligones frente a las
"delaciones públicas y acusaciones a individuos (...) puestos en el mismo
nivel que los agresores sexuales".
Esta tribuna hizo reaccionar a la activista feminista
Caroline De Haas, quien a su vez escribió una tribuna, co-firmada por unas 30
activistas feministas, para denunciar lo que ella considera "#Metoo estaba
bien, pero...".
Cada vez que los derechos de las mujeres progresan y las
conciencias despiertan, surge la resistencia. En general, toma la forma de un
"es verdad, sí, pero...". El 9
de enero, se nos a ofrecido un "#Metoo estaba bien, pero...". No hay
nada realmente nuevo en los argumentos utilizados. Estos se encuentra en el texto
publicado en Le Monde, así como en el trabajo en torno a la cafetera o en las
comidas familiares. Este tribuna es un poco el colega molesto o el cuñado
cansino que no entiende lo que está pasando.
"Podríamos ir demasiado lejos", dicen. Tan pronto
como la igualdad avanza, incluso en medio milímetro, las bellas almas nos
alertan inmediatamente de que corremos el riesgo de caer en excesos. Exceso es
lo que nos rodea. Es el mundo en que vivimos. En Francia, cientos de miles de
mujeres son acosadas cada día. Decenas de miles sufren agresiones sexuales. Y
cientos, violaciones. Todos los días. La caricatura, está aquí.
"No podemosya
decir nada", dicen. Como si
el hecho de que nuestra sociedad tolere -un poco- menos que antes el discurso
sexista, como el discurso racista u homófobo, fuera un problema.
"Vaya,
era mucho mejor cuando se podía llamar a las mujeres zorras tranquilitas,
¿eh?" No. Era mucho peor. El lenguaje influye en el comportamiento humano:
aceptar los insultos contra las mujeres es de hecho permitir la violencia. El
dominio de nuestra lengua es un signo de que nuestra sociedad progresa.
"Es puritanismo", dicen. Hacer que las feministas
parezcan unas estrechas, o incluso unas
mal folladas: la originalidad de la tribuna es... desconcertante. La violencia
afecta a las mujeres. A todas. Pesa en nuestras mentes, cuerpos, placeres y
sexualidades. ¿Cómo imaginar ni por un momento una sociedad liberada en la que
las mujeres dispongan libre y plenamente de su cuerpo y de su sexualidad cuando
más de una de cada dos dice que ha sufrido violencia sexual?
"No se pueda ya coquetear", dicen. Las firmantes
mezclan deliberadamente una relación seductora basada en el respeto y el placer
con la violencia. Mezclarlo todo es muy práctico. Esto permite poner todo en el
mismo saco. Básicamente, si el acoso o la agresión es sólo "flirteo
pesado", no es tan grave. Las firmantes se equivocan. No es una diferencia
de grado entre el flirteo y el acoso, sino una diferencia de naturaleza.
La
violencia no es "seducción aumentada". Por un lado, consideramos al otro
como nuestro igual, respetando nuestros deseos, sean cuales sean. Por otra
parte, como objeto a disposición, sin consideración de los propios deseos o
consentimiento.
"Es responsabilidad de las mujeres", dicen. Las
firmantes hablan sobre la educación a las niñas para que no se sientan
intimidadas. Por lo tanto, se identifica a las mujeres como responsables de no
ser agredidas. ¿Cuándo se planteará la cuestión de la responsabilidad de los
hombres de no violar o agredir? ¿Y qué
pasa con la educación de los niños?
Las mujeres son seres humanos. Como los demás. Merecemos
respeto. Tenemos el derecho fundamental a no ser insultadas, silbadas,
agredidas, violadas. Tenemos un derecho fundamental a vivir nuestras vidas con
seguridad. En Francia, Estados Unidos, Senegal, Tailandia o Brasil: no es el
caso hoy en día. En ninguna parte.
Muchos de ellas se muestran prestas a denunciar el sexismo
cuando procede de hombres de los barrios populares. Pero la mano en el culo,
cuando es ejercida por los hombres de su propio mundillo, es, según ellas, un
"derecho a importunar". Esta extraña ambivalencia permitirá apreciar
su apego al feminismo del que afirman ser defensoras.
Con este texto, intentan cerrar la losa de plomo que hemos
empezado a levantar. No lo van a lograr. Somos víctimas de la violencia. No
estamos avergonzados. Estamos de pie. Fuerte. Entusiastas. Determinadas.
Acabaremos con la violencia sexistas y de género.
¿Los cerdos y sus aliad@s se preocupan? Es normal. Su viejo
mundo está desapareciendo. Muy despacio -demasiado despacio- pero
inexorablemente. Algunas reminiscencias polvorientas no cambiarán nada, incluso
publicadas en Le Monde.
Firman esta Tribuna: Adama Bah, activista afrofeminista y
antirracista, Marie-Noëlle Bas, presidenta de las "Perras
guardianas", Lauren Bastide, periodista, Fatima Benomar, portavoz de
"Effronté.es", Anaïs Bourdet, fundadora de "Paye ta Shnek",
activista feminista; Sophie Busson, activista feminista; Marie Cervetti,
directora de la FIT y activista feminista; Pauline Chabbert, activista
feminista; Madeline Da Silva, activista feminista; Caroline De Haas, activista
feminista.,
Basma Fadhloun, militante féminista, Giulia Foïs, periodista,
Clara Gonzales, militante feminista, Leila H. de " Check tes
privilèges", Clémence Helfter, feminista y sindical, Carole Henrion,
feminista activista, Anne-Charlotte Jelty, feminista activista, Andréa Lecat,
feminista activista, Claire Ludwig, activista feminista y encargada de
comunicaciones, Maeril, ilustradora y feminista activista.
Chloé Marty, trabajadora social y feminista, Angela Muller,
activista feminista, Selma Muzet Herrström, activista feminista, Michel Easter,
activista feminista, Ndella Paye, activista afrofeminista y antirracista, Chloé
Ponce-Voiron, activista feminista, directora teatral, actriz y directora de
cine, Claire Poursin, Copresidenta de Effronté.es,
Sophie Rambert,
activista feminista, Noémie Renard, animadora del sitio web Antisexisme.net y
activista feminista, Rose de Saint-Jean, activista feminista, Laure Salmona,
cofundadora de "Feministas contra el acoso cibernético" y activista
feminista, Muriel Salmona, psiquiatra, presidenta de la asociación "Mémoire
traumatique et victimologie" y activista feminista, Nicole Stefan,
activista feminista, Mélanie Suhas, activista feminista, Monique Taureau,
activista feminista, Clémentine Vagne, activista feminista, En Avant Tout (s),
Stop harcèlement de rue." (Traducción: El extranjero profesional, 10/01/18)
"Mujeres, francesas
Inútilmente he esperado que un grupo de mujeres
españolas organizara una respuesta al #metiómano. Lo más español del
asunto fue la devastadora noticia de que el productor Cesáreo González
quiso besar una vez a Concha Velasco. Quién no, pensó mi cerebro
inmediato, básicamente sexual e incluso previo al sistema 1 de Kahneman.
Pero, en fin, no ha habido que ir muy lejos. Siempre hay un pelotón de mariannes que salvan la civilización. Cien mujeres francesas, entre ellas dos grandes Catherines, Deneuve et Millet, se han levantado contra este espectáculo de degradación puritana y han demostrado una vez más su vieja fama de mujeres libres.
Su argumento más penetrante (y penetrado) está en el último párrafo del artículo que han publicado en Le Monde:
"Los accidentes que puede sufrir el cuerpo de una mujer no afectan
necesariamente a su dignidad y, por duros que sean a veces, no deben
hacer de ella una víctima perpetua. Porque no somos reducibles a nuestro
cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que
tanto valoramos comporta riesgos y responsabilidades".
Un párrafo
difícil, adulto, pero que derrumba la clave de bóveda del movimiento
#metiómano, tan trumpiano como lo que cree combatir. La voluntad de
reducir las mujeres a su cuerpo. Qué digo a su cuerpo: apenas a un genou de Claire, víctima ya para siempre porque una mano indeseada se posó hace treinta años, preguntando si podía seguir cuesta arriba.
El razonamiento de las francesas tiene grandes
momentos. La distinción entre la vigilia y el sueño: o el derecho de la
mujer que ejerce el poder en cualquiera de sus formas convencionales a
ser en otra hora cualquiera (la tarde belle de jour de Deneuve, las noches camioneras de Millet), un objeto sexual convencional.
O
esa "libertad de importunar" que tan briosamente vinculan con la
libertad sexual, aliándose con los que creen que no hay creación
artística sin libertad de ofensa.
De esa libertad de importunar los varones hacen uso a
veces con gran torpeza y pésimo cálculo. Pero también ellos son objeto
del uso torpe y mal calculado que las mujeres hacen de la misma
libertad.
Y, en consecuencia, también se ven envueltos en situaciones
desagradables. Pero en la tantas veces dolorosa incertidumbre del
cortejo e incluso en la inexorable evidencia de que el despecho sexual
(como el puramente amistoso) afecta a las relaciones, por ejemplo,
laborales, que los mismos protagonistas puedan tener, están algunas de
las raíces de la libertad.
Quien no entienda eso podrá ser varón o hembra, pero siempre será un niño. La edad mental a la que todo grupo totalizador pretende reducir al individuo." (Arcadi Espada, El Mundo, 11/01/18)
Sí, amo la libertad. No me gusta esta característica de nuestro tiempo en el que todo el mundo se siente autorizado para juzgar, arbitrar, condenar. Una época en la que las simples denuncias en las redes sociales conducen al castigo, a la dimisión, y a veces, y a menudo, al linchamiento mediático.
No, no me gustan esos efectos de jauría, demasiado comunes hoy en día. De ahí mis reservas, desde octubre, al hashtag "Balance ton porc" [Denuncia a tu cerdo].
No soy tan ingenua como para no saber que son muchos más los hombres que incurren en estos comportamientos que las mujeres. Pero ¿por qué este hashtag no puede verse como una invitación a la denuncia? ¿Quién puede asegurarme que no habrá manipulación o golpes bajos?
Sí, firmé la petición y, sin embargo, creo que hoy me resulta absolutamente necesario mostrar mi desacuerdo con la forma en que algunas de la firmantes se conceden individualmente el derecho a prodigarse en los medios de comunicación, lo cual distorsiona el espíritu mismo del texto.
He sido actriz desde que tenía 17 años. Podría decir, por supuesto, que he sido testigo de situaciones más que poco delicadas, o que sé, por otras actrices, que hay cineastas que han abusado de su poder con cobardía. Pero simplemente no me corresponde a mí hablar en nombre de mis compañeras.
En definitiva, firmé el texto por una razón que, en mi opinión, es esencial: el peligro de la limpieza en las artes. ¿Vamos a quemar a Sade en la colección de La Pléiade? ¿Acusar a Leonardo da Vinci de artista pedófilo y borrar sus pinturas? ¿Descolgar los Gauguin de los museos? ¿Destruir los dibujos de Egon Schiele? ¿Prohibir los discos de Phil Spector? Este clima de censura me deja sin palabras y preocupada por el futuro de nuestras sociedades.
A veces me han criticado por no ser feminista. ¿Tengo que recordar que fui una de las 343 "zorras", con Marguerite Duras y Françoise Sagan, que firmaron el manifiesto "Yo tuve un aborto", escrito por Simone de Beauvoir? El aborto estaba penado con encarcelamiento en aquella época.
Catherine Deneuve" (Liberation, 14/01/18)
"Igual que los estadounidenses sienten desde hace mucho tiempo cierta fascinación por las francesas y sus actitudes respecto al amor y el sexo, los franceses se han sentido siempre intrigados por las opiniones de los estadounidenses sobre el sexo, las normas sexuales y las relaciones entre hombres y mujeres. Un ejemplo fue Simone de Beauvoir.
En América día a día, que escribió cuando vivió en Estados Unidos en 1947, la autora observaba a sus homólogas estadounidenses con una perplejidad que todavía hoy caracteriza las relaciones entre las mujeres de los dos países. “La mujer americana es un mito”, escribió. “Se la suele considerar una mantis religiosa que devora al varón. La comparación es acertada, pero incompleta”.
En Estados Unidos, Beauvoir tuvo la sensación de que existía una especie de muro invisible entre hombres y mujeres que, en su opinión, no existía en Francia. La forma de vestirse de las estadounidenses, escribió, era “violentamente femenina, casi sexual”.
Hablaban de los hombres sin ocultar su animosidad: “Una noche me invitaron a una cena solo de chicas: por primera vez en mi vida no sentí que era una cena de mujeres, sino una cena sin hombres”.
Las estadounidenses “no sienten sino desprecio por las francesas, siempre demasiado dispuestas a agradar a sus hombres y demasiado complacientes con sus caprichos, y muchas veces tienen razón, pero la ansiedad con la que se aferran a su pedestal moral es una debilidad”.
Simone de Beauvoir escribiría posteriormente la biblia del feminismo del siglo XX, El segundo sexo,
y sus textos, junto con su rica vida amorosa (que incluyó relaciones
con alumnos suyos, tanto hombres como mujeres), siguen inspirando hoy
las opiniones de las feministas francesas.
Se han sentido ecos de Beauvoir estos días, en la carta abierta publicada en Le Monde y firmada por un centenar de mujeres francesas muy conocidas, entre ellas la actriz Catherine Deneuve y la escritora Catherine Millet, que reclama una actitud más matizada ante el acoso sexual que la que propone la campaña de #MeToo.
“Se quiere acabar con toda la ambigüedad y todo el encanto de las relaciones entre hombres y mujeres”, explicó en la BBC una de las firmantes, la escritora Anne-Elisabeth Moutet. “Nosotras somos francesas y creemos en las zonas grises. Estados Unidos es distinto. Para ellos, todo es blanco y negro, y hacen ordenadores estupendos.
Nosotras creemos que las relaciones humanas no se pueden abordar así”. Moutet dice cosas parecidas a las que decía Beauvoir: “En Estados Unidos, el amor se menciona casi exclusivamente en términos higiénicos. La sensualidad solo se acepta de forma racional, que es otra manera de rechazarla”.
En Francia, el escándalo de Harvey Weinstein ha causado
tanta impresión como en Estados Unidos, pero de distinta forma. Al
principio, muchas actrices francesas —Léa Seydoux, por ejemplo—
empezaron a contar públicamente sus historias personales. Poco después
de que naciera la campaña de #MeToo surgió un equivalente francés,
#BalanceTonPorc (Denuncia a tu cerdo), que se hizo muy popular.
Mujeres de todos los orígenes y todos los ámbitos profesionales empezaron a denunciar en Twitter a los depredadores sexuales, a publicar los nombres de antiguos jefes o colegas que presuntamente las habían acosado. El resultado fue una ola de suspensiones y despidos.
Hasta que, unas semanas después, la actitud de Francia empezó a cambiar. Los intelectuales empezaron a expresar su preocupación porque las denuncias estaban yendo demasiado lejos. Catherine Deneuve, en una entrevista televisada, declaró: “No voy a defender a Harvey Weinstein, desde luego. Nunca me gustó. Siempre me pareció que tenía algo inquietante”. Sin embargo, dijo que le parecía estremecedor “lo que está pasando en las redes sociales. Es excesivo”. Y no era la única.
Las recientes exhibiciones de solidaridad entre las mujeres estadounidenses, en la portada de Time y en la ceremonia de los Globos de Oro —donde aparecieron vestidas de negro y con los broches de Time’s Up—, tenían algo que pareció provocar la irritación en Francia.
En la carta de hace unos días, las firmantes dicen que les preocupa que se haya puesto en marcha la “policía del pensamiento” y que cualquiera que exprese su desacuerdo sea tachado de cómplice y traidor. Señalan que las mujeres no son niñas a las que se deba proteger. Y añaden algo más: “No nos reconocemos en este feminismo que incluye el odio a los hombres y a la sexualidad”.
Aunque sea un cliché, nuestra cultura, para bien o para mal, considera que la seducción es un juego inocuo y agradable, que se remonta a los tiempos del “amor cortés” medieval. Por eso siempre ha habido una especie de armonía entre los sexos que es particularmente francesa.
Eso no significa que en Francia no haya sexismo; por supuesto que sí. Tampoco significa que no critiquemos las acciones de hombres como Weinstein. Lo que pasa es que desconfiamos de cualquier cosa que pueda alterar esa armonía.
En los últimos 20 años, aproximadamente, ha surgido un nuevo feminismo francés, importado de Estados Unidos, que ha adoptado esa paranoia antimasculina que describía Beauvoir y que nos es bastante ajena. Se ha apoderado de #MeToo en Francia y se ha manifestado ruidosamente contra la carta encabezada por Deneuve. Hoy, las mujeres francesas también tienen las cenas “de chicas” que le resultaban tan extrañas a Simone de Beauvoir.
Cuando se publicó América día a día, las estadounidenses se indignaron. La novelista Mary McCarthy no soportó el libro. “Mademoiselle Gulliver en América”, escribió, “que baja del avión como si fuera una nave espacial, dotada de unos anteojos metafóricos, deseosa, como una niña, de probar los deliciosos caramelos de esta civilización lunar tan materialista”.
En muchos aspectos, era fácil reírse de Simone de Beauvoir: tenía un estilo directo, autoritario, confiado, que quizá parecía arrogante a los lectores poco acostumbrados. Pero la reacción epidérmica en Estados Unidos, entonces y ahora, pone quizá de relieve lo acertado de la crítica francesa.
Para muchas de nosotras, las palabras de Simone de Beauvoir podrían haberse escrito ayer mismo: “En Estados Unidos, las relaciones entre los hombres y las mujeres son de guerra permanente. Es como si, en realidad, no se gustaran. Como si fuera imposible la amistad entre ellos. Se nota la desconfianza mutua, la falta de generosidad. Su relación, muchas veces, consiste en pequeños agravios, pequeñas disputas, breves victorias”.
"Hay que dejar de creer que la mujer siempre es una víctima”.
Catherine
Millet, escritora y crítica de arte, impulsora del manifiesto de 100
mujeres francesas contra el movimiento #MeToo, denuncia sus métodos y
consecuencias.
Su manifiesto ha logrado sembrar el caos en Francia y parte del extranjero. La escritora y crítica de arte Catherine Millet (Bois-Colombes, 1948), autora del superventas La vida sexual de Catherine M., es una de las cinco impulsoras de la tribuna opuesta al movimiento #MeToo,
firmada por 100 personalidades de la cultura francesa, encabezadas por
la actriz Catherine Deneuve, la cantante Ingrid Caven o la editora
Joëlle Losfeld.
Millet denuncia que este movimiento, al que tilda de
“puritano”, favorece un regreso de la “moral victoriana”. Ella defiende
“la libertad de importunar”, incluso en el sentido físico, que considera
indispensable para salvaguardar la herencia de la revolución sexual.
Así lo relata en su despacho parisino, un cuarto lleno de catálogos
amontonados en el que no deja de sonar el teléfono, desde el que dirige
la revista Art Press, que cofundó en 1972.
Pregunta. ¿Esperaba las violentas reacciones que ha suscitado su texto?
Respuesta. En absoluto. Solo quisimos
reaccionar ante la palabra de las feministas radicales, que era la única
que leíamos en la prensa. Nos resultaba molesto, porque no era un punto
de vista que compartiéramos y porque, a nuestro alrededor, conocíamos a
muchas mujeres que opinaban lo mismo.
A mi entender, no te quedas
traumatizada durante años porque un hombre te haya tocado un muslo... Se
trataba de contar que todas las mujeres no reaccionamos igual ante
gestos que podemos considerar groseros o fuera de lugar.
P. Se les ha reprochado su falta de solidaridad con las demás mujeres...
R. A un hombre no se le pide que comparta
las opiniones del resto de varones del planeta. Eso es imposible. No
estamos diciendo que nos parece bien que violen a las mujeres, sino que
señalamos los derrapes que ha tenido ese movimiento.
Por ejemplo, poner
en tela de juicio a ciertos hombres por hechos bastante mínimos, que han
tenido consecuencias graves en sus carreras. Se ha constituido un
tribunal público en el que ni siquiera se les ha dejado defenderse. De
repente, tuvimos la sensación de que todos los hombres eran cerdos.
Hay
que meterse en la piel de quienes han padecido violencia sexual, pero
también pensar en los hombres que han sido víctimas de acusaciones muy
rápidas y con consecuencias graves en sus vidas profesionales.
P. Subrayando las disfunciones del movimiento y no sus
aciertos, ¿no se arriesgan a hundir esa toma de conciencia sobre la
violencia sexual y los abusos de poder, que su propio manifiesto
considera “necesaria”?
R. ¿No dicen las feministas que se ha
liberado la palabra? Pues, si es así, nuestra palabra vale lo mismo que
la suya. La censura que ha podido provocar este caso me parece ridícula.
Me parece muy grave que se borre a un actor de una película [Kevin
Spacey, sustituido por otro actor en Todo el dinero del mundo tras ser acusado de agresiones sexuales]. Son métodos que me recuerdan a los del estalinismo…
P. Su tribuna habla de “una ola purificadora” que terminará instalando “una sociedad totalitaria”. ¿No es un poco excesivo?
R. Precisamente, me cita una frase que
escribí yo. En todo texto polémico hay una parte de exageración, pero lo
asumo totalmente. Veo aparecer un clima de inquisición, en el que cada
uno vigila a su vecino, como sucedía en los regímenes soviéticos, y
luego lo denuncia en las redes sociales. Todos los rincones de la
sociedad están bajo vigilancia, incluida nuestra esfera íntima…
P. ¿No son esas acusaciones el resultado de una justicia imperfecta, a causa de las prescripciones y de la falta de pruebas?
R. De acuerdo, pero no es el mejor método.
Si cada ciudadano se toma la justicia por la mano, regresaremos a los
tiempos del Lejano Oeste. La justicia tiene defectos y es innegable que
se le escapan cosas, pero vivimos en una sociedad que acepta que es ella
la encargada de juzgar y no un tribunal popular. En eso soy radical.
P. Se la ha acusado de antifeminista. ¿Lo es?
R. Si hablamos de ese feminismo en
concreto, sí que me posiciono en contra. Pero hoy existen varias
corrientes feministas... Yo me siento más cercana a las feministas que
integran el sexo en su discurso, que suelen ser más jóvenes que yo, que a
quienes expresan, a través del movimiento #MeToo, posiciones radicales
que nunca he compartido, ni ahora ni durante los años 70.
El feminismo
sigue estando muy justificado en el entorno social. Por ejemplo, en
cuanto a la igualdad salarial. Y también milito por esa igualdad en la
libertad sexual, eso va por sentado…
P. También se les reprocha que casi todas sean blancas y burguesas. Que defiendan, al fin y al cabo, una postura elitista.
R. Sí, nos han reprochado que no tomemos el
metro. En realidad, yo lo tomo varias veces al día. Cuando era más
joven, alguna vez vino algún hombre a frotarse contra mí en los
transportes públicos, y no por eso me morí ni me convertí en una
impedida… En realidad, entre las firmantes del manifiesto hay una mezcla
generacional y de orígenes.
Por otra parte, las mujeres que nos atacan
también son intelectuales y universitarias, igual que nosotras.
Catherine Deneuve debe de tener un modo de vida algo distinto, pero las
demás somos bastante parecidas a quienes nos atacan…
P. ¿Considera que el famoso “derecho a importunar” que defiende el texto es más importante que el derecho a no ser importunado?
R. Es que son dos cosas que van juntas...
Cuando un hombre te molesta, tienes la libertad de decirle que deje de
hacerlo. Una tiene la capacidad de decir que no. Por otra parte,
importunar es una palabra bastante leve. No es lo mismo que acosar, ni
mucho menos. Alguien te puede importunar fumando a tu lado en un lugar
público…
P. No es el mismo grado de intrusión que tocar a alguien.
R. Sé que se nos reprocha mucho esa
palabra, pero que la gente abra el diccionario... Mire, se lo voy a
buscar… [busca la definición en su tableta]. Importunar es sinónimo de
molestar, fastidiar, incomodar, sacar de quicio…
P. ¿Pero entiende que existan mujeres que no quieran ser importunadas cuando pasean por la calle o van en metro?
R. No. Creo que hay un margen en que el
comportamiento de los demás puede desplegarse sin que sea considerado un
delito. A ti te puede parecer desagradable y te puedes quejar, pero no
por eso es un delito... Y, como tal, no quiero que esté regulado, ni por
una moral superior ni por la ley.
Hay que aceptar que existen
impertinentes en la vida. Esas mujeres parecen aspirar a una sociedad
utópica y regulada hasta el más mínimo detalle, donde un hombre deberá
tomar precauciones antes de dirigirse a una mujer. La codificación de
nuestras relaciones es imposible, a no ser que nos convirtamos en
robots.
P. Sostiene que ese derecho a importunar es indispensable para garantizar la libertad sexual. ¿En qué sentido?
R. En una relación entre dos individuos,
siempre hay un momento borroso y ambiguo, en el que alguno de los dos no
tiene muy claro lo que quiere… Cuando me ha intentado seducir un
hombre, a veces he sentido una atracción que no era lo suficiente grande
para ceder de inmediato.
Un momento de duda… A veces terminas cediendo y
otras, no. Mientras que esas mujeres dicen que un no siempre es
definitivo, yo creo que hay matices. A veces, los hombres tienen una
oportunidad si insisten una segunda vez…
P. Denuncian un regreso a la moral
victoriana. De nuevo, ¿no es un poco exagerado, en una sociedad donde la
sexualidad resulta omnipresente?
R. Hace tiempo que creo que, cuanta más
libertad hay en el discurso y en la circulación de las imágenes, más se
crispan sectores que la consideran molesta, por lo que su reacción se
vuelve cada vez más violenta. Lo sorprendente es que esta voluntad de
censura ya no proceda de círculos extremadamente conservadores, sino de
mujeres que se consideran feministas.
No sé si vio a las dos chicas que
pidieron al Metropolitan de Nueva York que descolgara un cuadro de
Balthus: eran dos jóvenes modernas y probablemente de izquierdas…
P. Son casos puntuales, que ya tenían lugar
mucho antes del movimiento #MeToo. Pintores como Balthus o Schiele, al
que también se refiere su texto, llevan décadas generando escándalos.
¿No toman la excepción como si fuera la regla?
R. Sí, pero yo creo que hay que reaccionar
con rapidez, porque los efectos en la realidad pueden ser inmediatos.
Fíjese en ese profesor estadounidense despedido por mostrar imágenes del
siglo XVIII, probablemente algo libertinas, a sus alumnos… ¡Algunos de
sus padres las habían considerado pornográficas!
P. “Lamento mucho no haber sido violada,
porque así podría dar fe de que una violación también se supera”, dijo
en diciembre. Su frase ha generado un escándalo inmenso. ¿Se arrepiente
de haberla pronunciado?
R. No. Fue una formulación algo ligera y
cómica, pero solo porque no quería enmarcarme en una excesiva gravedad.
Al tener la vida sexual que he tenido, en la que he contado con muchos
compañeros distintos –algunos de ellos, perfectos desconocidos–, siempre
he dicho que, si me hubiera encontrado en una situación de violación,
no me habría defendido.
Así habría tomado menos riesgos, porque lograría
neutralizar la violencia del agresor. Si la violencia de ese acto me
hubiera trastornado, creo contar con la suficiente capacidad moral para
superar ese hecho e intentar olvidarlo. Esa es mi respuesta personal.
Hace poco leí una entrevista con una abogada que había sido violada de
joven y que desaconsejaba a sus clientas denunciar e ir a juicio, porque
eso solo te hace prisionera del sufrimiento. Salvo en casos donde haya
consecuencias físicas graves, yo creo que la mente logra vencer al
cuerpo.
P. ¿No cree que una violación también tiene consecuencias psicológicas?
R. Existen para algunas mujeres, pero no
para todas. Hay que dejar de creer que la mujer siempre es una víctima.
Puede ser víctima de ese acto en un instante, pero también puede
encontrar en ella la capacidad de reaccionar…
P. Una de las firmantes del texto, la filósofa Peggy Sastre, es autora de un ensayo titulado La dominación masculina no existe. ¿Está de acuerdo con eso?
R. Existe, pero no en todas partes. En
nuestra sociedad, a día de hoy y en la clase media, las mujeres cuentan
con un gran poder. En la esfera doméstica, a menudo son ellas quienes
imponen su voluntad dentro de la pareja, a causa de la culpabilidad de
los hombres jóvenes y al hecho de trabajar y ser económicamente libres…
P. Entonces, ¿dónde persiste la dominación masculina?
R. Voy a echar balones fuera... Ha habido
tantos progresos en las últimas décadas… Si comparo mis posibilidades
con la vida que tuvo mi madre, en una sola generación hemos ganado
mucho. Pero a las feministas les sigue interesando hacernos creer que
nuestra sociedad es únicamente patriarcal. Eso no es verdad. Yo creo que
también existe un matriarcado…
P. Para usted, ¿el patriarcado es cosa del pasado?
R. Digamos que está seriamente mermado." (Entrevista a Catherine Millet, Áles Vicente, El País, 13/01/18)
"Catherine Deneuve : "Nada en el texto pretende que el acoso tenga nada bueno; de lo contrario yo no lo habría firmado".
Catherine Deneue puntualiza. Aquí. Y aquí en tradu exprés de lo publicado en Libération:
Una semana después de firmar la tribuna que aboga por "la libertad de
importunar" para preservar la "libertad sexual", la actriz asume el
texto, al tiempo que se distancia de algunas de las firmantes. Y pide
disculpas a las víctimas de agresiones que pudieran haberse sentido
dolidas.
Catherine Deneuve nos envió este texto en forma de carta, tras una entrevista telefónica el viernes pasado. La habíamos contactado porque queríamos oír su voz, saber si estaba de acuerdo con la totalidad de la tribuna firmada, y saber cómo reaccionaba a las palabras de unas y otras; en definitiva, para que aclarase su postura.
LA CARTA:
"En efecto, firmé la petición titulada Le Monde, "Defendemos una libertad...", una petición que generó muchas reacciones y que requiere aclaraciones.
Catherine Deneuve nos envió este texto en forma de carta, tras una entrevista telefónica el viernes pasado. La habíamos contactado porque queríamos oír su voz, saber si estaba de acuerdo con la totalidad de la tribuna firmada, y saber cómo reaccionaba a las palabras de unas y otras; en definitiva, para que aclarase su postura.
LA CARTA:
"En efecto, firmé la petición titulada Le Monde, "Defendemos una libertad...", una petición que generó muchas reacciones y que requiere aclaraciones.
Sí, amo la libertad. No me gusta esta característica de nuestro tiempo en el que todo el mundo se siente autorizado para juzgar, arbitrar, condenar. Una época en la que las simples denuncias en las redes sociales conducen al castigo, a la dimisión, y a veces, y a menudo, al linchamiento mediático.
Un actor puede ser borrado digitalmente de una
película, el director de una importante institución neoyorquina puede
verse obligado a dimitir por haber tocado un trasero hace treinta años,
sin que medie ningún tipo de procedimiento judicial. No disculpo nada.
No me pronuncio sobre la culpabilidad de estos hombres porque no estoy
cualificada para ello. Y pocos lo están.
No, no me gustan esos efectos de jauría, demasiado comunes hoy en día. De ahí mis reservas, desde octubre, al hashtag "Balance ton porc" [Denuncia a tu cerdo].
No soy tan ingenua como para no saber que son muchos más los hombres que incurren en estos comportamientos que las mujeres. Pero ¿por qué este hashtag no puede verse como una invitación a la denuncia? ¿Quién puede asegurarme que no habrá manipulación o golpes bajos?
¿Que no habrá
ningún suicidio de inocentes? Debemos vivir juntos, sin "cerdos"o
"zorras", y confieso que este texto "Defendemos una libertad..." me
pareció vigoroso, por mucho que no sea totalmente perfecto.
Sí, firmé la petición y, sin embargo, creo que hoy me resulta absolutamente necesario mostrar mi desacuerdo con la forma en que algunas de la firmantes se conceden individualmente el derecho a prodigarse en los medios de comunicación, lo cual distorsiona el espíritu mismo del texto.
Decir en una cadena de televisión que se puede disfrutar de una
violación es peor que escupir a la cara de todas las que han sufrido
este crimen. Estas palabras dan a entender, a quienes están
acostumbrados a usar la fuerza o a utilizar la sexualidad para destruir,
que lo que hacen no es tan grave, ya que pudiera ser que la víctima
gozase con ello.
Cuando se firma un manifiesto que involucra a otras
personas, hay que saber comportarse y evitar embarcarse en su propia
incontinencia verbal. Esto es indigno. Y, evidentemente, nada en el
texto pretende que el acoso tenga nada bueno; de lo contrario yo no lo
habría firmado.
He sido actriz desde que tenía 17 años. Podría decir, por supuesto, que he sido testigo de situaciones más que poco delicadas, o que sé, por otras actrices, que hay cineastas que han abusado de su poder con cobardía. Pero simplemente no me corresponde a mí hablar en nombre de mis compañeras.
Lo que crea situaciones
traumáticas e insostenibles es siempre el poder, la posición jerárquica o
una forma de control. La trampa actúa cuando se hace imposible decir
NO sin poner en riesgo el trabajo, o supone sufrir humillaciones o
sarcasmos degradantes. Así que creo que la solución vendrá de la
educación a nuestros hijos e hijas.
Pero también posiblemente de los
protocolos en las empresas que hagan que, si hay acoso, deban ponerse en
marcha inmediatamente las correspondientes denuncias. Yo creo en la
justicia.
En definitiva, firmé el texto por una razón que, en mi opinión, es esencial: el peligro de la limpieza en las artes. ¿Vamos a quemar a Sade en la colección de La Pléiade? ¿Acusar a Leonardo da Vinci de artista pedófilo y borrar sus pinturas? ¿Descolgar los Gauguin de los museos? ¿Destruir los dibujos de Egon Schiele? ¿Prohibir los discos de Phil Spector? Este clima de censura me deja sin palabras y preocupada por el futuro de nuestras sociedades.
A veces me han criticado por no ser feminista. ¿Tengo que recordar que fui una de las 343 "zorras", con Marguerite Duras y Françoise Sagan, que firmaron el manifiesto "Yo tuve un aborto", escrito por Simone de Beauvoir? El aborto estaba penado con encarcelamiento en aquella época.
Por eso me gustaría decirles a
los conservadores, racistas y tradicionalistas de toda jaez a los que
les ha parecido estratégico brindarme su apoyo que yo no me engaño.
Ellos no tendrán ni mi gratitud ni mi amistad, antes al contrario.
Soy
una mujer libre y lo seguiré siendo. Saludo fraternalmente a todas las
víctimas de actos odiosos que se puedan haber sentido agredidas por esta
tribuna que apareció en Le Monde: es a ellas y sólo a ellas a quienes pido disculpas.
Atentamente,
Atentamente,
Catherine Deneuve" (Liberation, 14/01/18)
"Igual que los estadounidenses sienten desde hace mucho tiempo cierta fascinación por las francesas y sus actitudes respecto al amor y el sexo, los franceses se han sentido siempre intrigados por las opiniones de los estadounidenses sobre el sexo, las normas sexuales y las relaciones entre hombres y mujeres. Un ejemplo fue Simone de Beauvoir.
En América día a día, que escribió cuando vivió en Estados Unidos en 1947, la autora observaba a sus homólogas estadounidenses con una perplejidad que todavía hoy caracteriza las relaciones entre las mujeres de los dos países. “La mujer americana es un mito”, escribió. “Se la suele considerar una mantis religiosa que devora al varón. La comparación es acertada, pero incompleta”.
En Estados Unidos, Beauvoir tuvo la sensación de que existía una especie de muro invisible entre hombres y mujeres que, en su opinión, no existía en Francia. La forma de vestirse de las estadounidenses, escribió, era “violentamente femenina, casi sexual”.
Hablaban de los hombres sin ocultar su animosidad: “Una noche me invitaron a una cena solo de chicas: por primera vez en mi vida no sentí que era una cena de mujeres, sino una cena sin hombres”.
Las estadounidenses “no sienten sino desprecio por las francesas, siempre demasiado dispuestas a agradar a sus hombres y demasiado complacientes con sus caprichos, y muchas veces tienen razón, pero la ansiedad con la que se aferran a su pedestal moral es una debilidad”.
Se han sentido ecos de Beauvoir estos días, en la carta abierta publicada en Le Monde y firmada por un centenar de mujeres francesas muy conocidas, entre ellas la actriz Catherine Deneuve y la escritora Catherine Millet, que reclama una actitud más matizada ante el acoso sexual que la que propone la campaña de #MeToo.
“Se quiere acabar con toda la ambigüedad y todo el encanto de las relaciones entre hombres y mujeres”, explicó en la BBC una de las firmantes, la escritora Anne-Elisabeth Moutet. “Nosotras somos francesas y creemos en las zonas grises. Estados Unidos es distinto. Para ellos, todo es blanco y negro, y hacen ordenadores estupendos.
Nosotras creemos que las relaciones humanas no se pueden abordar así”. Moutet dice cosas parecidas a las que decía Beauvoir: “En Estados Unidos, el amor se menciona casi exclusivamente en términos higiénicos. La sensualidad solo se acepta de forma racional, que es otra manera de rechazarla”.
Mujeres de todos los orígenes y todos los ámbitos profesionales empezaron a denunciar en Twitter a los depredadores sexuales, a publicar los nombres de antiguos jefes o colegas que presuntamente las habían acosado. El resultado fue una ola de suspensiones y despidos.
Hasta que, unas semanas después, la actitud de Francia empezó a cambiar. Los intelectuales empezaron a expresar su preocupación porque las denuncias estaban yendo demasiado lejos. Catherine Deneuve, en una entrevista televisada, declaró: “No voy a defender a Harvey Weinstein, desde luego. Nunca me gustó. Siempre me pareció que tenía algo inquietante”. Sin embargo, dijo que le parecía estremecedor “lo que está pasando en las redes sociales. Es excesivo”. Y no era la única.
Las recientes exhibiciones de solidaridad entre las mujeres estadounidenses, en la portada de Time y en la ceremonia de los Globos de Oro —donde aparecieron vestidas de negro y con los broches de Time’s Up—, tenían algo que pareció provocar la irritación en Francia.
En la carta de hace unos días, las firmantes dicen que les preocupa que se haya puesto en marcha la “policía del pensamiento” y que cualquiera que exprese su desacuerdo sea tachado de cómplice y traidor. Señalan que las mujeres no son niñas a las que se deba proteger. Y añaden algo más: “No nos reconocemos en este feminismo que incluye el odio a los hombres y a la sexualidad”.
Aunque sea un cliché, nuestra cultura, para bien o para mal, considera que la seducción es un juego inocuo y agradable, que se remonta a los tiempos del “amor cortés” medieval. Por eso siempre ha habido una especie de armonía entre los sexos que es particularmente francesa.
Eso no significa que en Francia no haya sexismo; por supuesto que sí. Tampoco significa que no critiquemos las acciones de hombres como Weinstein. Lo que pasa es que desconfiamos de cualquier cosa que pueda alterar esa armonía.
En los últimos 20 años, aproximadamente, ha surgido un nuevo feminismo francés, importado de Estados Unidos, que ha adoptado esa paranoia antimasculina que describía Beauvoir y que nos es bastante ajena. Se ha apoderado de #MeToo en Francia y se ha manifestado ruidosamente contra la carta encabezada por Deneuve. Hoy, las mujeres francesas también tienen las cenas “de chicas” que le resultaban tan extrañas a Simone de Beauvoir.
Cuando se publicó América día a día, las estadounidenses se indignaron. La novelista Mary McCarthy no soportó el libro. “Mademoiselle Gulliver en América”, escribió, “que baja del avión como si fuera una nave espacial, dotada de unos anteojos metafóricos, deseosa, como una niña, de probar los deliciosos caramelos de esta civilización lunar tan materialista”.
En muchos aspectos, era fácil reírse de Simone de Beauvoir: tenía un estilo directo, autoritario, confiado, que quizá parecía arrogante a los lectores poco acostumbrados. Pero la reacción epidérmica en Estados Unidos, entonces y ahora, pone quizá de relieve lo acertado de la crítica francesa.
Para muchas de nosotras, las palabras de Simone de Beauvoir podrían haberse escrito ayer mismo: “En Estados Unidos, las relaciones entre los hombres y las mujeres son de guerra permanente. Es como si, en realidad, no se gustaran. Como si fuera imposible la amistad entre ellos. Se nota la desconfianza mutua, la falta de generosidad. Su relación, muchas veces, consiste en pequeños agravios, pequeñas disputas, breves victorias”.
(Agnès Poirier, escritora y
comentarista política, es autora del libro Left Bank, Arts, Passion and
the Rebirth of Paris 1940-1950, de próxima publicación. El País, 22/01/18)
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